jueves, 18 de abril de 2019

CUÁNTA PROCESIÓN...


Las procesiones son desfiles públicos y solemnes, no necesariamente de carácter piadoso, que han sido llevadas a cabo por los seres humanos desde la más remota antigüedad.  Sin embargo es en el ámbito religioso donde han encontrado siempre su sentido más arraigado, pues eso de pasearse por las calles y los campos con profusión de cánticos, imágenes y toda clase de parafernalia  siempre sirvió para enfervorizar a la feligresía y mantenerla adicta al temor de los dioses. Muestras así las encontramos en casi todas las religiones, incluso en el Islam (aunque sin imágenes, claro está). Los iglesias protestantes no las llevan a cabo, eso sí, pues les dio por tomarse en serio el berrinche que se llevó Moisés al bajar del monte Sinaí con las Tablas de la Ley, encontrando que el pueblo elegido, en su ausencia y quizá por aburrimiento, se había montado un sarao con un becerro de oro.

 Como fuese que en la antigua Roma la procesión era un elemento omnipresente en la vida pública (para toda clase de celebraciones religiosas y civiles) y aceptado que la primitiva iglesia cristiana al salir de la clandestinidad en el año 313 toma gran parte de la parafernalia litúrgica de la religión oficial romana, no resulta descabellado suponer que las procesiones fueran parte de ese “legado” pagano. Sin embargo la documentación de semejantes prácticas durante la Alta Edad Media es escasa, por lo que quizá el fenómeno procesional en esos siglos fuese discreto.  La aparición en el siglo XIII de las órdenes mendicantes marca el incremento de los actos públicos en que se escenifican pasajes de las escrituras o en los que simplemente se espolea el fervor popular sacando las imágenes de los templos.

 Sin embargo hay una fecha clave en la historia que nos ocupa: 13 de diciembre de 1545. Ese día arrancó un concilio general de la Iglesia convocado en Trento (Italia) por el papa Paulo III.  Fue una especie de “¿y ahora qué hacemos?” ante la expansión de la Reforma Protestante, que se extendía cual mancha de aceite desde el centro de Europa. Entre el paquete de medidas adoptado para oponerse a la expansión de la herejía (¡que tiquismiquis estos protestantes, por un poco de simonía y cuatro baratijas!) se contaba el impulsar todo tipo de eventos dirigidos a incrementar el fervor de las clases populares. Es mucho más fácil sacar imágenes a la calle y amenazar con la cólera divina que promover una catequesis decente en la que educar en los auténticos valores cristianos, que a la Santa Madre Iglesia siempre le han traído sin cuidado, dicho sea de paso.  Se trataba pues de una potente propaganda visual, con un fuerte componente emocional; mucho más vistosa que los sosos cánticos protestantes, dónde va a parar.

 En Málaga las cosas fueron más o menos como en el resto del orbe católico… al menos durante algunos siglos. Poco después de la toma de la ciudad en 1487 surgen algunas cofradías al amparo de los conventos recientemente  fundados. Estas cofradías tenían una fuerte componente devocional y probablemente se originasen por lazos de parentesco, vecindad, corporativismo profesional… o todo ello a la vez. El caso es que debieron establecer relaciones de mutuo auxilio, aparte de su actividad devocional, prestando especial atención a la hora de atenderlos en el trance de morir, que siempre fue muy valorado por el católico morir a bien con Dios y yacer en terreno no sólo sagrado, sino además querido. Los hermanos asumían estas obligaciones entre ellos. Mediado el siglo XVI hay cinco hermandades consolidadas:  Vera-CruzSangreÁnimas de CiegosMonte Calvario y Soledad. La contrarreforma impulsada por el concilio de Trento daría alas al fenómeno y tanta demanda de imágenes hubo que llegó a consolidarse un auténtico estilo escultórico malagueño de imaginería religiosa, cuyas pautas marca en gran medida el insigne Pedro de Mena en la segunda mitad del s. XVII, aunque el estilo se desarrolla durante los dos siglos siguientes, con figuras sobresalientes como Fernando Ortiz en el XVIII y Antonio Gutiérrez de León en el XIX. Artísticamente, los logros de estos autores son sublimes. No puede expresarse de otro modo. Las muestras que han sobrevivido hasta nuestros días son auténticas joyas. El estilo decaería durante el siglo XX, alejado ya de los cánones de Mena.

 La segunda mitad del siglo XIX conoce una cierta decadencia en el fenómeno cofrade malagueño, iniciada por la Desamortización del ministro Mendizábal, que conllevó la pérdida de enseres e imágines y favorecida por la convulsa vida pública de la época. Algunas hermandades desaparecieron, pero también surgieron otras nuevas. El resurgir llega en los años 20 del siguiente siglo. La Agrupación de Cofradías se funda en 1921 y se ocupa en estructurar la actividad cofrade y la organización de los desfiles procesionales más o menos como los conocemos hoy, ya que antes las actividades de la Semana Santa habían sido bastante anárquicas.

 Desgraciadamente, la especial virulencia en Málaga del vandalismo contra los edificios religiosos en los sucesos de mayo de 1931 destruyó sin remedio una gran parte del patrimonio artístico de las cofradías, siendo a mi parecer la pérdida de las tallas lo más lamentable, pues el arte es arte, al margen de lo que represente y merece ser preservado. La actividad de las cofradías es muy tímida hasta el estallido de la Guerra Civil, produciéndose nuevos actos vandálicos en julio de 1936. Tras la toma de la ciudad por las fuerzas franquistas, todo cambia.

 Evidentemente reconstruir todo el patrimonio perdido lleva tiempo, pero estéticamente la Semana Santa malagueña evoluciona de un modo distinto al de otras ciudades y es que sus tronos, que en otras localidades se llaman pasos, son gigantescos y transportados por un número enorme de hombres, ¿por qué esto es así?
 Antes no existían las casas de hermandad y los tronos se montaban en las iglesias, sin embargo cundió la costumbre de empezar a montarlos en estructuras provisionales denominadas tinglaos, dicen las malas lenguas que por las históricas malas relaciones entre el obispado y las cofradías, aspecto éste que siempre me ha intrigado. Sin limitaciones de espacio, sobre todo a la hora de salir por una puerta, sólo la física y la disponibilidad económica pueden poner coto a las dimensiones de un trono, pero tiene que haber algo más…

 Esto que voy a decir no es de mi cosecha, sino recogido de un blog sobre la Semana Santa de Málaga. Parece razonable que tras el castigo recibido durante la República, significativamente mayor que en otras localidades, la búsqueda de una mayor majestad y suntuosidad en los tronos de la Semana Santa malagueña sea una respuesta, una manera de resurgir de las cenizas y sobre todo de prevalecer frente al ateísmo republicano.

 Insisto en que esto no es de mi cosecha, pero tiene cierto sentido.

 Personalmente pienso que procesionar estatuas es una costumbre arcaica, incompatible con una sociedad que se dice moderna y evolucionada y que la suntuosidad es la antítesis de todo lo que defendido por los valores del cristianismo (valores defendidos por todas las religiones mundiales antes de que los clérigos hayan venido a fastidiarla), por lo que no atribuyo legitimidad alguna a las actividades de estas instituciones. Esto no es falta de respeto, es la expresión de una opinión. Mi respeto se manifiesta en mantener la distancia, en reconocer la importancia de un patrimonio artístico y en deplorar los sucesos de 1931 y 1936. Pero no puedo evitar sentir cierta irritación cuando legiones de personas encapuchadas toman las calles de mi ciudad y esas mastodónticas estructuras de madera pasean imágenes de dos personas que difícilmente se identificarían con tal espectáculo. Si hemos de hacer caso a los Evangelios, Cristo cuestionaba la autenticidad de las expresiones públicas de religiosidad e instaba a sus discípulos a orar en la privacidad de sus aposentos.

 “Todo lo hacen para que la gente los vea. Les gusta llevar en la frente y en los brazos porciones de las Escrituras escritas en anchas tiras, y ponerse ropas con grandes borlas.

Mateo: 23,5

 “Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que la gente los vea. Os aseguro que con eso ya tienen su recompensa.  Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora en secreto a tu Padre. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu recompensa.

Mateo: 6,5

 Y sobre la presencia de militares en las procesiones… Eso ofende mi sensibilidad y se me antoja una monstruosidad. La única vez que Cristo fue escoltado por militares fue durante su detención, tortura y ejecución. Y murió pobre; tan pobre que los soldados que le ejecutaron sólo pudieron repartirse sus ropas.

 Cuando una práctica que se dice religiosa se contradice en tal medida con el Texto Sagrado que debería respaldarla es obligado considerar que quizá no tiene que ver con la religión, sino con otras cosas.

 Ahora bien, estoy seguro de que un romano transportado al Jueves Santo en Málaga, reconocería algo familiar en el espectáculo, aunque quizá le desconcertasen los capirotes. Ese complemento se lo debemos al sambenito de la Santa Inquisición. Un recuerdo de que la penitencia, al fin y al cabo, no la instituyó Cristo, sino que fue un invento de la Santa Madre Iglesia para humillar y controlar a sus fieles.

 Madre mía. Que Dios nos perdone a todos. Si puede…


HITLER, EL INCOMPETENTE