Las procesiones son desfiles
públicos y solemnes, no necesariamente de carácter piadoso, que han sido
llevadas a cabo por los seres humanos desde la más remota antigüedad. Sin embargo es en el ámbito religioso donde
han encontrado siempre su sentido más arraigado, pues eso de pasearse por las
calles y los campos con profusión de cánticos, imágenes y toda clase de
parafernalia siempre sirvió para
enfervorizar a la feligresía y mantenerla adicta al temor de los dioses.
Muestras así las encontramos en casi todas las religiones, incluso en el Islam
(aunque sin imágenes, claro está). Los iglesias protestantes no las llevan a
cabo, eso sí, pues les dio por tomarse en serio el berrinche que se llevó
Moisés al bajar del monte Sinaí con las Tablas de la Ley, encontrando que el
pueblo elegido, en su ausencia y quizá por aburrimiento, se había montado un
sarao con un becerro de oro.
Como fuese que en la antigua Roma la procesión
era un elemento omnipresente en la vida pública (para toda clase de
celebraciones religiosas y civiles) y aceptado que la primitiva iglesia
cristiana al salir de la clandestinidad en el año 313 toma gran parte de la
parafernalia litúrgica de la religión oficial romana, no resulta descabellado
suponer que las procesiones fueran parte de ese “legado” pagano. Sin embargo la
documentación de semejantes prácticas durante la Alta Edad Media es escasa, por
lo que quizá el fenómeno procesional en esos siglos fuese discreto. La aparición en el siglo XIII de las órdenes
mendicantes marca el incremento de los actos públicos en que se escenifican
pasajes de las escrituras o en los que simplemente se espolea el fervor popular
sacando las imágenes de los templos.
Sin embargo hay una fecha clave en la historia
que nos ocupa: 13 de diciembre de 1545. Ese día arrancó un concilio general de
la Iglesia convocado en Trento (Italia) por el papa Paulo III. Fue una especie de “¿y ahora qué hacemos?”
ante la expansión de la Reforma Protestante, que se extendía cual mancha de aceite
desde el centro de Europa. Entre el paquete de medidas adoptado para oponerse a
la expansión de la herejía (¡que tiquismiquis estos protestantes, por un poco
de simonía y cuatro baratijas!) se contaba el impulsar todo tipo de eventos
dirigidos a incrementar el fervor de las clases populares. Es mucho más fácil
sacar imágenes a la calle y amenazar con la cólera divina que promover una
catequesis decente en la que educar en los auténticos valores cristianos, que a
la Santa Madre Iglesia siempre le han traído sin cuidado, dicho sea de paso. Se trataba pues de una potente propaganda
visual, con un fuerte componente emocional; mucho más vistosa que los sosos
cánticos protestantes, dónde va a parar.
En Málaga las cosas fueron más o menos como en
el resto del orbe católico… al menos durante algunos siglos. Poco después de la
toma de la ciudad en 1487 surgen algunas cofradías al amparo de los conventos
recientemente fundados. Estas cofradías
tenían una fuerte componente devocional y probablemente se originasen por lazos
de parentesco, vecindad, corporativismo profesional… o todo ello a la vez. El
caso es que debieron establecer relaciones de mutuo auxilio, aparte de su
actividad devocional, prestando especial atención a la hora de atenderlos en el
trance de morir, que siempre fue muy valorado por el católico morir a bien con
Dios y yacer en terreno no sólo sagrado, sino además querido. Los hermanos
asumían estas obligaciones entre ellos. Mediado el siglo XVI hay cinco
hermandades consolidadas: Vera-Cruz, Sangre, Ánimas
de Ciegos, Monte
Calvario y Soledad. La contrarreforma impulsada por
el concilio de Trento daría alas al fenómeno y tanta demanda de imágenes hubo
que llegó a consolidarse un auténtico estilo escultórico malagueño de
imaginería religiosa, cuyas pautas marca en gran medida el insigne Pedro de
Mena en la segunda mitad del s. XVII, aunque el estilo se desarrolla durante
los dos siglos siguientes, con figuras sobresalientes como Fernando Ortiz en el
XVIII y Antonio Gutiérrez de León en el XIX. Artísticamente, los logros de
estos autores son sublimes. No puede expresarse de otro modo. Las muestras que
han sobrevivido hasta nuestros días son auténticas joyas. El estilo decaería
durante el siglo XX, alejado ya de los cánones de Mena.
La segunda mitad del siglo XIX conoce una
cierta decadencia en el fenómeno cofrade malagueño, iniciada por la
Desamortización del ministro Mendizábal, que conllevó la pérdida de enseres e
imágines y favorecida por la convulsa vida pública de la época. Algunas
hermandades desaparecieron, pero también surgieron otras nuevas. El resurgir
llega en los años 20 del siguiente siglo. La Agrupación de Cofradías se funda
en 1921 y se ocupa en estructurar la actividad cofrade y la organización de los
desfiles procesionales más o menos como los conocemos hoy, ya que antes las
actividades de la Semana Santa habían sido bastante anárquicas.
Desgraciadamente, la especial virulencia en
Málaga del vandalismo contra los edificios religiosos en los sucesos de mayo de
1931 destruyó sin remedio una gran parte del patrimonio artístico de las
cofradías, siendo a mi parecer la pérdida de las tallas lo más lamentable, pues
el arte es arte, al margen de lo que represente y merece ser preservado. La
actividad de las cofradías es muy tímida hasta el estallido de la Guerra Civil,
produciéndose nuevos actos vandálicos en julio de 1936. Tras la toma de la
ciudad por las fuerzas franquistas, todo cambia.
Evidentemente reconstruir todo el patrimonio
perdido lleva tiempo, pero estéticamente la Semana Santa malagueña evoluciona
de un modo distinto al de otras ciudades y es que sus tronos, que en otras
localidades se llaman pasos, son gigantescos y transportados por un número
enorme de hombres, ¿por qué esto es así?
Antes no existían las casas de hermandad y los
tronos se montaban en las iglesias, sin embargo cundió la costumbre de empezar
a montarlos en estructuras provisionales denominadas tinglaos, dicen las malas lenguas que por las históricas malas
relaciones entre el obispado y las cofradías, aspecto éste que siempre me ha
intrigado. Sin limitaciones de espacio, sobre todo a la hora de salir por una
puerta, sólo la física y la disponibilidad económica pueden poner coto a las
dimensiones de un trono, pero tiene que haber algo más…
Esto que voy a decir no es de mi cosecha, sino
recogido de un blog sobre la Semana Santa de Málaga. Parece razonable que tras
el castigo recibido durante la República, significativamente mayor que en otras
localidades, la búsqueda de una mayor majestad y suntuosidad en los tronos de
la Semana Santa malagueña sea una respuesta, una manera de resurgir de las
cenizas y sobre todo de prevalecer frente al ateísmo republicano.
Insisto en que esto no es de mi cosecha, pero
tiene cierto sentido.
Personalmente pienso que procesionar estatuas
es una costumbre arcaica, incompatible con una sociedad que se dice moderna y
evolucionada y que la suntuosidad es la antítesis de todo lo que defendido por
los valores del cristianismo (valores defendidos por todas las religiones mundiales
antes de que los clérigos hayan venido a fastidiarla), por lo que no atribuyo
legitimidad alguna a las actividades de estas instituciones. Esto no es falta
de respeto, es la expresión de una opinión. Mi respeto se manifiesta en
mantener la distancia, en reconocer la importancia de un patrimonio artístico y
en deplorar los sucesos de 1931 y 1936. Pero no puedo evitar sentir cierta
irritación cuando legiones de personas encapuchadas toman las calles de mi
ciudad y esas mastodónticas estructuras de madera pasean imágenes de dos
personas que difícilmente se identificarían con tal espectáculo. Si hemos de
hacer caso a los Evangelios, Cristo cuestionaba la autenticidad de las
expresiones públicas de religiosidad e instaba a sus discípulos a orar en la
privacidad de sus aposentos.
“Todo lo
hacen para que la gente los vea. Les gusta llevar en la frente y en los brazos
porciones de las Escrituras escritas en anchas tiras, y ponerse ropas con
grandes borlas.”
Mateo:
23,5
“Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes
les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para
que la gente los vea. Os aseguro que con eso ya tienen su recompensa.
Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora en secreto a
tu Padre. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu recompensa.”
Mateo: 6,5
Y sobre la presencia de militares en las
procesiones… Eso ofende mi sensibilidad y se me antoja una monstruosidad. La
única vez que Cristo fue escoltado por militares fue durante su detención, tortura
y ejecución. Y murió pobre; tan pobre que los soldados que le ejecutaron sólo
pudieron repartirse sus ropas.
Cuando una práctica que se dice religiosa se
contradice en tal medida con el Texto Sagrado que debería respaldarla es obligado considerar que quizá no tiene que ver con la religión, sino con otras
cosas.
Ahora bien, estoy seguro de que un romano
transportado al Jueves Santo en Málaga, reconocería algo familiar en el
espectáculo, aunque quizá le desconcertasen los capirotes. Ese complemento se lo
debemos al sambenito de la Santa Inquisición. Un recuerdo de que la penitencia,
al fin y al cabo, no la instituyó Cristo, sino que fue un invento de la Santa Madre
Iglesia para humillar y controlar a sus fieles.
Madre mía. Que Dios nos perdone a todos. Si
puede…
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