No es la primera vez que me refiero al alcohol en este blog, pero hoy me permitiré otro punto de vista.
Pongamos por caso a un honrado padre y esposo, respetado profesional liberal en su localidad de residencia y muy bien considerado por sus vecinos. Este señor monta en un día festivo a su familia en el automóvil y se desplaza unos doscientos kilómetros hasta otra localidad para visitar a unos familiares. Se van todos a un restaurante y esta es la cantidad de alcohol consumido durante la comida por el buen señor que, no lo olvidemos, tendrá que conducir otros doscientos kilómetros de vuelta con su esposa y dos hijos en el vehículo para regresara a casa:
- Cinco tubos de cerveza.
- Una copa de vino tinto.
- Dos chupitos de pacharán.
Aclaro que este hombre procede de una realidad social y familiar en la que el uso generoso del alcohol está más que aceptado. Supuestamente este caballero es "de los que están acostumbrados", pero ello no impide que según transcurre el almuerzo se empiecen a apreciar en él los efectos del alcohol: rubor en las mejillas, cierto brillo en los ojos y sobre todo el modo en que se le suelta la lengua y habla cada vez más y más rápido. Es de suponer que al mismo tiempo que se producen estos efectos sutiles en el comportamiento, también se produzca una disminución en los reflejos y un aumento en el tiempo de reacción. Si una patrulla de tráfico detuviera al buen señor durante el viaje de regreso y le hiciese una prueba de alcoholemia, probablemente excedería el máximo permitido, lo cual le acarrearía una buena sanción y la pérdida de algunos puntos. En una situación de emergencia en la conducción... quizá la diferencia entre vivir o morir fuese extremadamente escasa.
¿Por qué este señor, con tanto que perder, se comporta de un modo tan irresponsable? La respuesta es simple: todas las campañas de la DGT y del Plan Nacional sobre Drogas no bastan para disuadir a michísimos españoles de beber hasta hartarse. Los bahá`ís tenemos una actitud muy clara sobre esto: no bebemos alcohol. Bahá `u` lláh afirmó que no es lícito que el ser humano, siendo una criatura dotada de razón, consuma aquello que la priva de ella. La objeción que cabe esperar es que hay muchas personas que consumen alcohol moderadamente sin que ello les prive de razón y puede ser cierto, pero la frontera entre el consumo "responsable" y el abusivo puede ser muy tenue... La persona cuya descripción encabeza esta entrada de ningún modo clasificaría su consumo como abusivo y tampoco lo harían la inmensa mayoría de personas de su entorno. Yo sí lo hago. Pero los bahá`ís no prescindimos del alcohol únicamente para no vernos privados de razón. Es una de las facetas de la renuncia al mundo a la que nos insta Bahá `u` lláh. Renuncia al mundo que no tiene nada que ver con el ascetismo ni con recluirse en un convento: es renunciar a todo aquello que aparta a la humanidad de su completo desarrollo.
Estamos casi en Navidad, celebración del nacimiento de una Manifestación de Dios, Jesús de Nazaret. Fiesta religiosa reducida en gran medida a un despliegue atroz de consumismo y una excusa para atiborrarse y embriagarse. Semejante degradación de una fiesta que evoca un hecho divino es uno de tantos síntomas de lo que aún le resta a la humanidad por madurar. Demos testimonio de que todo lo que sirva para embriagar al ser humano es un lastre en el camino hacia esa madurez. Algo de lo que hay que desprenderse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario