Todo lo que hemos visto ahora sobre Hitler ha
sido preparatorio. Todo no ha sido sobre la antesala del gran momento. El
momento en que se lanza a la conquista de Europa.
Porque de eso se trataba todo. Había que
expandir las fronteras de Alemania. Había que conquistar el Espacio Vital para
el pueblo alemán, limpiarlo de judíos, de comunistas, de gitanos y guardar los
eslavos necesarios para usarlos como mano de obra forzada. Porque los eslavos,
rusos, polacos… no eran personas, eran subhumanos, apenas animales.
Ese era el plan. Cualquiera que hubiese leído
“Mi Lucha” lo sabía, en su librito, Hitler lo decía bien claro.
Sin duda alguna Hjalmar Schacht, Ministro de
Economía del Reich no había leído mi lucha, pues cuando ve como las órdenes de
Hitler van dirigidas a que la industria alemana se centre en fabricar armas y
más armas: tanques, aviones, una flota
entera de naves de superficie y submarinos. Empieza a quejarse de que aquella
producción va a ser la ruina para Alemania. De hecho, presenta un informe en que
detalla todas sus conclusiones.
Es evidente que Hjalmar Schacht, el mago de las
finanzas, ha conseguido evitar la inflación, reactivar la industria y bajar el
paro usando esa especie de dinero alternativo, los bonos Mefo, pero todo el
castillo se basa en que el valor de los Bonos Mefo queda garantizado por el
Estado.
“Pero mein Führer, ¿Cómo vamos a cubrir el
valor de los Bonos Mefo si no tenemos suficiente dinero de verdad? No estamos
metiendo suficientes divisas en el sistema monetario. No hacemos más que
producir armas que no vendemos, nos las quedamos y eso no nos da dinero”
Pasó lo que tenía que pasar. Hitler le dio una
bronca tremenda a Schacht y este dimitió
como ministro, pero se mantuvo como presidente del Reichsbank, con eso y con
seguir con vida podía darse por contento.
Puso en su lugar a Hermann
Göring, que pretendía valer para todo y en el fondo no valía para nada, pero
así era Hitler, apartaba a los expertos capaces en cuanto no hacían lo que él
quería y colocaba en su lugar a un adulador incompetente.
Quizá era que Schacht, pese a ser un hacha en
finanzas, era un tanto lerdo a la hora de juzgar a las personas y no se había
dado cuenta de la clase de gente con la que estaba tratando.
¿Para qué vamos a querer las armas, Schacht?
¡Vamos a la guerra! Vamos a comernos Europa Oriental para ganar el Espacio
Vital y robar todo lo que queramos para Alemania… y para llenarnos bien los
bolsillos, claro.
Porque Hitler y sus secuaces estaban forrados.
Lo estaban ya antes de empezar la guerra. Hitler empezaba ya a estarlo antes
incluso de ser canciller, gracias a las donaciones de sus amigos empresarios y
financieros de dentro y fuera de Alemania, como el mismo Henry Ford.
Cuando los derechos de Mein Kampf
empezaron a rendir tuvo otra fuente de ingresos y lo mejor era que no pagaba
impuestos. En 1934, siendo ya canciller, el fisco le llamó la atención y él,
sencillamente, los mandó a callar.
Así que el gran líder, el de la vida ascética
y frugal, se enriquecía con descaro de donaciones privadas y defraudando
impuestos. Usaba además dinero público para construir sus residencias como la
Guarida del Lobo en los Alpes Bávaros. Era, en definitiva, el arquetipo del
político corrupto…
Y corrupto como era hasta la
médula se lanzó a la expansión por Europa, empezando por Austria en 1938, ante
la completa pasividad del mundo, que temía a una nueva guerra a gran escala,
luego Checoslovaquia, poco a poco, a cachitos, hasta encontrarnos ante Polonia.
Hasta ese momento la excusa para callar la
boca a británicos y franceses, los que supuestamente podían ponerle las cosas
difíciles, era salvaguardar los derechos de las poblaciones de cultura alemana
de Austria y la región de los Sudetes en Checoslovaquia.
Con Polonia el tema iba de que
les negaban el corredor hasta Prusia y la ciudad de Danzig. Siempre había una
excusa, pero… esta vez no iba a ser suficiente. ¿Esperaba Hitler que le
declarasen la guerra al invadir Polonia?
Parece ser que no, parece ser que
juzgó mal la situación. Quizá no llegaba a entender que franceses y británicos
pudiesen cumplir con un acuerdo contraído con Polonia (aunque sirviese de poco
a los polacos).
Quizá pensaba que todos los
británicos eran tan pusilánimes como Neville Chamberlain… Lo cierto es que fue
miope, muy miope.
La suerte estaba echada, su modelo de estado
sólo podía sobrevivir si empezaba una guerra y la ganaba. Probablemente hubiera
preferido comerse Europa Oriental y haber ido luego a por la Unión Soviética
sin tener otro frente a las espaldas, pero ya estaba hecho.
Tomó la parte de Polonia que le
tocaba en el reparto secreto con la URSS (ya tomaría el resto más tarde) y fue
a por Francia.
Militarmente las cosas fueron muy bien para
Alemania mientras dejó hacer a sus generales, que los tenía y muy buenos.
Polonia y Francia no fueron paseos militares, pero sí éxitos aplastantes de la
Guerra Relámpago.
Los ejércitos alemanes masticaron
a franceses y británicos, pero Gran Bretaña pudo salvar a una buena parte de
sus hombres enviados al continente. ¿Por qué? Porque Göring, jefe de la
Luftwaffe, sugirió a Hitler que fuese su flamante fuerza aérea quien rematase a
los británicos en fuga.
Detuvo a las unidades de tierra,
mientras los generales de la Wermartcht
se llevaban las manos a la cabeza.
El obstuso Göring llevó la batalla al cielo y allí la RAF británica
podía responder. Los británicos tuvieron el respiro necesario para sacar a sus
hombres de las playas de Dunkerque.
No sería la última decisión absurda de Hitler,
un triste cabo bávaro nacido austriaco que pretendía ser mejor que sus
generales.
La derrota en la Batalla de Inglaterra también
fue una metedura de pata de Hitler, en gran medida. Cierto es que la RAF peleó
con todo lo que tenía y que infligió severas pérdidas a la Luftwaffe, pero para
agosto de 1940 ya estaba casi derrotada,
El bombardeo británico sobre Berlín hizo que
Hitler perdiera la cabeza y en lugar de rematar a la RAF, empezara a bombardear
ciudades. La fuerza aérea británica pudo rehacerse y acabó rechazando a los
alemanes, con lo que conservó la supremacía aérea sobre el canal de la mancha y
la invasión de Gran Bretaña no se llevó a cabo.
Luego está la invasión de la Unión Soviética.
Una empresa digna de titanes.
¿En algún momento cree el cabo bávaro que
puede ganar en semejante lucha? Si no hubiera ninguna otra cosa de que
preocuparse… quizá, pero al mismo tiempo mantiene una fuerza de 100.000 hombres
peleando en el norte de África contra los británicos al mando de Rommel, uno de
los mejores generales de Alemania (que al final no podrá imponerse por falta de
recursos que son desviados al pozo sin fondo del Frente Oriental).
Sostiene tropas de ocupación por
toda Europa y además ha de posponer la invasión porque hay que ayudar a los
aliados italianos en Grecia. Una campaña que estaba prevista para mediados de
mayo de 1941, empezó a finales de junio, casi un mes, un mes más cerca del invierno y
se lanza de todas maneras, con las tropas desprovistas de material de abrigo…
que siendo verano no se nota, pero ya llegaría el invierno, con las unidades blindadas
avanzando jornadas por delante de la infantería que va a pie, con líneas de
suministro larguísimas y basadas en transporte con tiros de caballos… Pese a
todo la incompetencia inicial de los soviéticos es manifiesta y el avance de
los alemanes es imparable.
Pero Hitler se empeña en seguir jugando a
general, toma decisiones poco inteligentes
que llevan a posponer la toma de Moscú hasta que llega el otoño y los
campos son lodazales, además ha dado tiempo a que nuevas tropas soviéticas
tomen posiciones y rechacen a las fuerzas de Heinz Guderian, a quien culpa del
fracaso en la toma de la capital.
La empresa de ser estadista y general
sobrepasaba a Hitler. Pretendía saber de todo, pero era un aprendiz. Maestro
eso sí en intimidación y engaño a minorías indefensas y a su propio pueblo,
pero más allá de las fronteras encontró la horma de su zapato.
Se metía en las batallas de
cabeza, sin medir las consecuencias, sin sopesar los riesgos y prever las
pérdidas. Desoía a los pocos que se atrevían a hablarle con franqueza, cuando
no los apartaba. Creía que todo iba a caer a sus pies fácilmente, como cayó
rendida Alemania ante su discurso vacío.
El historial de Hitler como líder en la
Segunda Guerra Mundial se resume en acabar haciendo una guerra de desgaste,
tras fracasar en la relámpago, cuando Alemania no podía asumir el desgaste y
sus enemigos sí.
Los soviéticos tenían ingentes
reservas humanas y materiales, los aliados, sobre todo EEUU, también. Alemania
tenía buenos oficiales y buenas tropas que fueron absurdamente despilfarradas e
incluso ocupando posiciones inútiles a las órdenes de un prepotente que se
tenía por general y que cuando fracasó por completo clamó haber sido
traicionado por todos. Finalmente se encerró en su bunker y dejó que Alemania
ardiera como una pira.
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