Hace unos días mi esposa se compró un vestido para ir a una comunión a la que nos habían invitado. No llevó mucho tiempo, tenía localizado uno que le gustaba y que estaba de oferta. Una vez en casa volvió a probárselo, lo miró y remiró por todas partes y como se convenciera de que estaba todo en orden no le echamos más cuenta al ticket de compra, que se perdió irremisiblemente.
El problema surgió durante el convite de la comunión, pues el vestido empezó a deshacerse, literamente, descosiéndose en diferentes puntos. Afortunadamente estábamos ya en ese punto de la celebración en que las mujeres han trocado los tacones por los zapatos planos y los hombres ya están en mangas (remangadas) de camisa y con la corbata floja, por lo que el incidente no tuvo mayores consecuancias que el disgusto por la mala calidad (hasta ese momento inadvertida) del vestido que pese a la oferta había costado un dinerito.
De muy buenos modos fuimos a la tienda y expusimos lo sucedido a la encargada, que no pudo solucionarnos nada pues no aportábamos el ticket de compra y como su jefa estaba de viaje en Francia y no respondía al teléfono no podía consultarle. Con todo, entendió nuestra posición, tomó fotos de los deterioros del vestido comprometiéndose a hacerlas llegar a su jefa y nos entregó el libro de reclamaciones, en el que reflejamos el hecho de haber comprado una mercancía defectuosa.
Eso sucedía hace cuarenta y ocho horas. Esta tarde hemos recibido una llamada de la encargada de la tienda diciéndonos que pasemos por la tienda cuando queramos para hacer la devolución.
El ser humano está capacitado para resolver todos sus conflictos de esta manera. Para ello es necesario que haya veracidad en los que las partes exponen, amabilidad en el trato y un íntimo convencimiento de que las relaciones auténticamente provechosas son aquellas en las que ambas partes salen ganando algo, aunque para ello haya que hacer concesiones. Lo contrario es la picaresca, el robo y la estafa, alimentadas mucho en este país por la mentalidad de "es que da fatiga" y que lleva a dejar correr los agravios. Históricamente en esta tierra hemos oscilado entre los extremos de tragar carretas y carretones y liarnos a gritos (o aún a mamporros, cuchilladas o tiros) y así nos va.
Hay que reclamar, quejarse, patalear... con mucha educación, eso sí
"Una lengua amable es el imán de los corazones de los hombres. Es el pan del espíritu, reviste las palabras de significado, es la fuente de la luz de la sabiduría y del entendimiento"
Bahá `u` lláh