jueves, 28 de febrero de 2019

LA DESBANDÁ


 Llevo semanas posponiendo la escritura de este artículo. Lo cierto es que me da un poco de pereza la idea de tener que soportar los posibles comentarios de “y lo que hicieron los rojos qué…” o “no veas si sois pesados con lo de la Guerra Civil” o “solo decís lo que hicieron unos, como si los otros hubieran sido unos angelitos”… por poner algunos ejemplos típicos.

 La verdad es que me hastía.

 La historia no debe ser un ejercicio de autocomplacencia en la que se enaltezca a unos y se denigre a otros, independientemente de sus méritos o culpas, simplemente en función de simpatías o antipatías o de intereses creados. La historia ha de ser un análisis de los hechos, contrastando las diversas fuentes para entender el pasado y cómo éste ha influido en la configuración nuestro presente, para no repetir errores.

 Sólo me propongo recordar un hecho habido en nuestra provincia, recordar a las víctimas, a los verdugos  y a algún héroe, porque la historia  pone a cada cual en su lugar y cada cual ha de ser recordado por lo que hizo.

  La sublevación del 18 de julio de 1936 había sido sofocada en Málaga por la acción de las milicias obreras, fundamentalmente de la CNT y del PCE. Sin embargo, la ciudad y sus inmediaciones eran una isla republicana en medio de un territorio casi totalmente dominado por los rebeldes. La única vía que permanecía abierta hacia los territorios aún controlados por el gobierno era la carretera de Almería, pero su apertura era relativa, al encontrarse a tiro de barcos y aviones sumados al levantamiento.  De este modo, Málaga estaba prácticamente aislada del resto de la República y ello contribuyó a que las acciones de los milicianos excedieran toda medida, dando rienda suelta al odio y al resentimiento que se materializó en la quema de iglesias, conventos y residencias particulares  y en los cientos de fusilamientos sumarios perpetrados como represalia ante los bombardeos que sufrió la ciudad.

 Hasta enero de 1937 los sublevados no estuvieron en condiciones de lanzar una ofensiva a gran escala contra Málaga y el día 17 Queipo de Llano inició los movimientos que provocaron la afluencia de miles de refugiados hacia Málaga. Contaba con 15.000 regulares y un contingente de 10.000 camisas negras italianos, con blindados y artillería, un centenar de aviones y tres acorazados. Una fuerza imposible de igualar por los milicianos que, sin apenas auxilio del gobierno de la República, iban escasos de armamento y de municiones.

 Sucedió lo inevitable. La ocupación de la ciudad por las tropas rebeldes y sus aliados era cosa hecha y el miedo a la represión que sin duda vendría aparejada empujó a miles de personas a echarse a la carretera de Almería, pese al bombardeo sistemático de los acorazados Canarias, Baleares y Almirante Cervera, así como de los aviones italianos. 

 Mi madre estaba allí. Tenía cuatro años y sus recuerdos son vagos. Meterse a toda prisa en brazos de mi abuela en un gran automóvil propiedad de mi tío abuelo y dormir ocultos en un sitio donde estaba muy oscuro, que años después supo eran las canteras de Almayate. Ella fue de los afortunados. Ella no acabó muerta en la cuneta ni enterrada en una fosa común. 

 Las estimaciones de bajas civiles son escalofriantes y oscilan entre los 3.000 y los 5.000 fallecidos. A los que decidieron quedarse en Málaga no les fue mucho mejor. Se estiman en 8.000 los fusilados sumariamente tras la ocupación de la ciudad. Queipo de Llano se quedó corto, pues había prometido en sus macabros discursos radiofónicos “fusilar a diez  por cada uno de los nuestros que fusiléis”. Los caídos en la carretera de Almería completaron la factura, con intereses.

 La masacre de la carretera de Almería es un crimen de guerra que como tantos otros ha quedado impune. Los militares de bien hacen las cosas de otro modo. Un militar es un profesional al servicio de la soberanía popular. Los que obran de este modo son asesinos.  Da igual la bandera que hagan ondear o las razones que esgriman para explicar sus actos. Queipo de Llano bromeaba por la radio diciendo que "una parte de nuestra aviación me comunicaba que grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr más a prisa, enviamos a nuestra aviación que bombardeó, incendiando algunos camiones". Queipo de Llano era un criminal de guerra. Un asesino cuyos despojos mancillan el suelo de la Basílica de la Macarena de Sevilla. Vergüenza.

 Hoy también recordaré a los héroes.

 Los pilotos de la Escuadrilla España, unidad de voluntarios de varias nacionalidades que en inferioridad de condiciones se enfrentaron a los aviones italianos para cubrir la huida de los refugiados.

 Don Anselmo Antonio Vilar, farero de Torre del Mar, que apagó el faro para que los atacantes no pudieran usarlo de referencia durante la noche, protegiendo así la huida de los refugiados. Su valor le costó la vida. Fue asesinado tras la ocupación de Vélez Málaga por los fascistas.

  El doctor Henrry Norman Bethune y sus ayudantes Hazen Sise y Thomas Worsley, que venidos de Valencia  con su unidad móvil de transfusión de sangre salvaron decenas de vidas atendiendo heridos sobre el terreno y trasladando refugiados.

  Estos son los hechos. Cada uno de ustedes es libre de decidir si recordarlos es “reabrir heridas”, “politizarse” o “polarizarse”. Yo creo que recordarlos es un deber. Llamar a cada personaje de la tragedia por su nombre es un deber. Llamar al pan, pan y al vino, vino es un deber.

 Lo contrario es irresponsable… cuando no mezquino.

HITLER, EL INCOMPETENTE