Llevo semanas posponiendo la escritura de este
artículo. Lo cierto es que me da un poco de pereza la idea de tener que
soportar los posibles comentarios de “y lo que hicieron los rojos qué…” o “no
veas si sois pesados con lo de la Guerra Civil” o “solo decís lo que hicieron
unos, como si los otros hubieran sido unos angelitos”… por poner algunos
ejemplos típicos.
La verdad es que me hastía.
La historia no debe ser un ejercicio de
autocomplacencia en la que se enaltezca a unos y se denigre a otros, independientemente
de sus méritos o culpas, simplemente en función de simpatías o antipatías o de
intereses creados. La historia ha de ser un análisis de los hechos,
contrastando las diversas fuentes para entender el pasado y cómo éste ha
influido en la configuración nuestro presente, para no repetir errores.
Sólo me propongo recordar un hecho habido en
nuestra provincia, recordar a las víctimas, a los verdugos y a algún héroe, porque la historia pone a cada cual en su lugar y cada cual ha de
ser recordado por lo que hizo.
La sublevación del 18 de julio de 1936 había
sido sofocada en Málaga por la acción de las milicias obreras, fundamentalmente
de la CNT y del PCE. Sin embargo, la ciudad y sus inmediaciones eran una isla
republicana en medio de un territorio casi totalmente dominado por los
rebeldes. La única vía que permanecía abierta hacia los territorios aún
controlados por el gobierno era la carretera de Almería, pero su apertura era
relativa, al encontrarse a tiro de barcos y aviones sumados al levantamiento. De este modo, Málaga estaba prácticamente
aislada del resto de la República y ello contribuyó a que las acciones de los
milicianos excedieran toda medida, dando rienda suelta al odio y al
resentimiento que se materializó en la quema de iglesias, conventos y
residencias particulares y en los
cientos de fusilamientos sumarios perpetrados como represalia ante los
bombardeos que sufrió la ciudad.
Hasta enero de 1937 los sublevados no
estuvieron en condiciones de lanzar una ofensiva a gran escala contra Málaga y
el día 17 Queipo de Llano inició los movimientos que provocaron la afluencia de
miles de refugiados hacia Málaga. Contaba con 15.000 regulares y un contingente
de 10.000 camisas negras italianos, con blindados y artillería, un centenar de
aviones y tres acorazados. Una fuerza imposible de igualar por los milicianos
que, sin apenas auxilio del gobierno de la República, iban escasos de armamento
y de municiones.
Sucedió lo inevitable. La ocupación de la
ciudad por las tropas rebeldes y sus aliados era cosa hecha y el miedo a la
represión que sin duda vendría aparejada empujó a miles de personas a echarse a
la carretera de Almería, pese al bombardeo sistemático de los acorazados Canarias, Baleares y Almirante Cervera,
así como de los aviones italianos.
Mi madre estaba allí. Tenía cuatro años y sus
recuerdos son vagos. Meterse a toda prisa en brazos de mi abuela en un gran
automóvil propiedad de mi tío abuelo y dormir ocultos en un sitio donde estaba
muy oscuro, que años después supo eran las canteras de Almayate. Ella fue de
los afortunados. Ella no acabó muerta en la cuneta ni enterrada en una fosa
común.
Las estimaciones de bajas civiles son
escalofriantes y oscilan entre los 3.000 y los 5.000 fallecidos. A los que
decidieron quedarse en Málaga no les fue mucho mejor. Se estiman en 8.000 los
fusilados sumariamente tras la ocupación de la ciudad. Queipo de Llano se quedó
corto, pues había prometido en sus macabros discursos radiofónicos “fusilar a diez por cada uno de los nuestros que fusiléis”. Los
caídos en la carretera de Almería completaron la factura, con intereses.
La masacre de la carretera de Almería es un
crimen de guerra que como tantos otros ha quedado impune. Los militares de bien
hacen las cosas de otro modo. Un militar es un profesional al servicio de la
soberanía popular. Los que obran de este modo son asesinos. Da igual la bandera que hagan ondear o las
razones que esgriman para explicar sus actos. Queipo de Llano bromeaba por la
radio diciendo que "una parte de
nuestra aviación me comunicaba que grandes
masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su
huida y hacerles correr más a prisa, enviamos a nuestra aviación que bombardeó,
incendiando algunos camiones". Queipo de Llano era un criminal
de guerra. Un asesino cuyos despojos mancillan el suelo de la Basílica de la
Macarena de Sevilla. Vergüenza.
Hoy también recordaré a los héroes.
Los pilotos de la Escuadrilla España, unidad de
voluntarios de varias nacionalidades que en inferioridad de condiciones se
enfrentaron a los aviones italianos para cubrir la huida de los refugiados.
Don Anselmo Antonio Vilar, farero de Torre del
Mar, que apagó el faro para que los atacantes no pudieran usarlo de referencia
durante la noche, protegiendo así la huida de los refugiados. Su valor le costó
la vida. Fue asesinado tras la ocupación de Vélez Málaga por los fascistas.
El doctor Henrry Norman Bethune y sus
ayudantes Hazen Sise y Thomas Worsley, que venidos de Valencia con su unidad móvil de transfusión de sangre salvaron
decenas de vidas atendiendo heridos sobre el terreno y trasladando refugiados.
Estos
son los hechos. Cada uno de ustedes es libre de decidir si recordarlos es “reabrir
heridas”, “politizarse” o “polarizarse”. Yo creo que recordarlos es un deber.
Llamar a cada personaje de la tragedia por su nombre es un deber. Llamar al
pan, pan y al vino, vino es un deber.
Lo contrario es irresponsable… cuando no
mezquino.