jueves, 25 de junio de 2020

LA CONFERENCIA DE YALTA. Febrero de 1945


 La conferencia de Yalta fue la segunda cumbre de los líderes de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética. La primera había tenido lugar en Teherán en noviembre de 1943 y de ella quedaban varios temas pendientes que era preciso concretar.

 Yalta es una pequeña ciudad en la costa del mar Negro, con un bonito entorno y un clima agradable. Antes de la revolución había sido lugar de veraneo para la aristocracia rusa. Stalin escogió este lugar para abrumar a sus homólogos con un entorno suntuoso.

  Cerca de Yalta hay varios palacios, que en aquel momento estaban abandonados, pues los alemanes los habían saqueado a conciencia, pero Stalin mandó restaurarlos  y devolverles parte de su antiguo esplendor.

  A Churchill lo alojaría en el palacio Vorontsov, quizá porque recuerda a un castillo inglés y a Roosevelt en el palacio de Livadia, antigua residencia de verano de los zares de Rusia. En ese palacio también se iban a celebrar las sesiones. 

 Porque Roosevelt estaba muy limitado físicamente. Padecía poliomelitis desde hacía 24 años y tenía las piernas paralizadas. Tuvo que hacer el viaje más largo, la tediosa travesía del atlántico, en avión desde Malta a Saki y el largo viaje en coche desde Saki a Yalta. Esa parte fue la peor.

 Stalin se dedicó desde un principio a presionar psicológicamente a sus dos colegas. De entrada, no acudió a recibirlos al aeródromo de Saki, sino que envió a su ministro de exteriores, Vyacheslav Molotov. No había una razón para ello y desde luego era una falta de consideración.

 Ese viaje en coche desde Saki a Yalta era una auténtica puesta en escena, pues la comitiva pasó por zonas donde eran visibles los rastros de la guerra. Pueblos en ruinas, restos de vehículos.

 Stalin quería que viesen una muestra del sufrimiento del pueblo soviético, pues ese coste era una de sus bazas para hacer exigencias. Por otra parte hacía exhibición de su poder militar con el batallón de élite que protegía toda la ruta y los escuadrones de cazas que surcaban el cielo.

 Stalin buscaba tener ventaja. Y lo consiguió por varios medios.

 En Yalta hubo cuatro asuntos principales sobre la mesa.

1.       Las condiciones de la ocupación de Alemania.
2.       La situación de Polonia.
3.       La guerra contra Japón.
4.       La formación de las Naciones Unidas.

 El primer día de reuniones, Stalin empezó fuerte. Antes de la sesión visitó por separado a Churchill y Roosevelt. Esto, aparentemente una acción de cortesía, evidentemente trataba de crear inseguridad y división por las dudas de lo que el soviético pudiese hablar en privado con uno u otro. Pues aunque aliados en la Guerra, Churchill y Roosevelt distaban mucho de estar unidos. Churchill era líder de un antiguo imperio   que intentaba mantenerse a flote, pero cuyos días estaban contados. Era un colonialista de la antigua escuela y su principal interés era mantener en pie al Imperio Británico.

 Roosevelt, por su parte, pretendía la desaparición de los antiguos imperios coloniales, pero no por un afán humanitario como se le ha querido pintar. Aparte sus virtudes como estadista, que las tenía, era el presidente de EEUU, país que llevaba décadas practicando un colonialismo de nuevo cuño en América Latina y en otras zonas como Filipinas. Oponerse al Imperio Británico no era un servicio a la Humanidad, era eliminar la competencia.

 De este modo tenemos a tres grandes líderes mundiales que supuestamente han de construir un mundo en paz para la posguerra pero que en realidad persiguen intereses propios. Churchill, como decíamos, asegurar la continuidad del Imperio Británico. Stalin, llegar a dominar el este de Europa y obtener todo lo que pudiese para reparar su machacado país. Y Roosevelt, levantar la organización sucesora de la inútil Sociedad de Naciones, la igual mente inútil Organización de las Naciones Unidas.

 En el primer día de reuniones sólo se trataron asuntos militares sobre la guerra en Europa, pero ello sirvió para dejar clara la ventaja que la situación de la guerra presentaba para Stalin. Las fuerzas soviéticas ocupaban ya toda Europa Oriental  y la vanguardia se hallaba solo a 80 km de Berlín.  Los angloamericanos, mientras tanto, estaban aún empantanados al oeste del Rin tras haber sido frenados por la contraofensiva alemana de las Ardenas. Esto daba ventaja a Stalin, por ejemplo, en la cuestión polaca. Tener ocupado el país era una baza significativa, como veremos.

 Lo bueno empezó el segundo día de reuniones. Tema a tratar: la ocupación de Alemania. Ya en la conferencia de Teherán quedó planteado que Alemania se dividiría en tres zonas de ocupación: estadounidense, británica y soviética. Sin embargo, Churchill planteaba la conveniencia de dar una zona de ocupación a Francia.   La razón era simple. Churchill, con su buen olfato político, intuía que Stalin pretendía crear una zona de influencia soviética en toda Europa Oriental. De ser así, la Alemania ocupada por los aliados iba a ser el tapon entre la zona soviética y la Europa occidental. 

 Churchill desconfiaba de la disposición de Roosevelt para oponerse a la URSS y quería tener otro estado afin, otra potencia colonial, en la que apoyarse caso de que las cosas se pusieran feas.

 Lo que pasó después da idea de lo cínico que era Stalin. Dijo que no le parecía bien que los franceses tuvieran una zona de ocupación, que no habían luchado mucho contra Alemania, que se habían rendido pronto y que incluso el régimen de Vichy había colaborado con los nazis. Lo cual era cierto. Pero obviaba el pequeño detalle de que mientras Alemania daba una paliza a Francia y a la fuerza expedicionaria británica que logró salvar el pellejo en Dunkerque, la URSS estaba tranquilamente en paz con Alemania virtud al tratado de no agresión firmado por de puño y letra de Molotov, presente en aquella misma sala, en 1939. Tratado que además contenía un protocolo secreto por el cual,  alemanes y soviéticos se repartían Polonia.

   El hecho de que nadie dijera nada al respecto en aquella reunión, da idea de lo intimidados que Stalin los tenía a todos, gracias a la posición de sus ejércitos y gracias a que era un tipo de armas tomar. Pero como Churchill se mostrara inflexible y Roosevelt no se opusiera, Stalin cedió, a condición de que la zona de ocupación francesa saliera de la parte de Gran Bretaña. Era una concesión que en el fondo, no le costaba nada. Pero la utilizó para abrir el tema que realmente le interesaba: el de las reparaciones de guerra que Alemania iba a tener que pagar.

Tras una breve consulta con Molotov puso una cifra sobre la mesa: 10.000 millones de dólares. De los de entonces. Los dejó a todos sin habla. Británicos y estadounidenses de quejaron. Era una cifra disparatada.  ¿Cómo iba a poder pagarla una Alemania devastada?

 Entonces tuvo lugar una de las pocas veces en que Stalin se alteró. Alzó la voz y gesticulaba. ¿Cómo es que se oponían a que Alemania pagara reparaciones a la Unión Soviética? ¿Acaso no habían visto la destrucción de su tierra mientras venían en coche desde Saki? Por temor a que la conferencia fracasara, todos callaron, y el que calla, otorga.

  Meses después, cuando los incendios de Berlín aún no se habían apagado. Stalin empezó a enviar equipos de trabajo a saquear Alemania. Maquinaria, vehículos, hasta sacaban los raíles de las vías férreas. Si no podía cobrar en efectivo, lo haría en especie. Nadie lo impidió.

 Esa noche, para templar los ánimos, se organizó una cena en el palacio de Livadia. Una cena digna de un rey en medio de una guerra en la que miles de personas pasaban hambre. Era un despliegue del poder de Stalin, dicen que incluso hizo traer un limonero para que no faltara limón en los martinis.   Pero después de la cena, entre los brindis, Stalin pareció enfadarse por una broma acerca del apodo que tenía entre los aliados: “el tío Joe”.

Nadie habría sabido decir si estaba enfadado o no. Era otra de las técnicas de Stalin para mantener a las personas en vilo.

 Stalin era un buen negociador y su ministro Molotov, también. Molotov era como una mula que no se mueve del sitio, capaz de mantener la misma posición durante horas y Stalin a veces jugaba a apoyarlo o bien a fingir que lo regañaba por su rigidez. Esto desconcertaba. Pero Stalin jugaba con ventaja en Yalta. Los palacios estaban plagados de micrófonos. Los aliados contaban con esto, obviamente, pero en este caso el viejo método de salir al exterior a hablar los temas que se querían mantener en secreto  no servía, porque los jardines también estaban sembrados de micrófonos y esto los aliados no lo sabían.

 El tío Joe, se enteraba de todo. Pero eso no era todo. Desde hacía varios años la inteligencia soviética había infiltrado agentes al más alto nivel en los servicios secretos de los aliados, como los famosos “cinco de Cambridge”. Stalin sabía perfectamente cuales eran los planes de Churchill y de Roosevelt en Yalta. Lo que cabía esperar y lo que no. Así que sabía que tenía ganada la cuestión polaca de antemano.

 Churchill temía que Stalin quisiera convertir Polonia en un estado títere de la URSS, con un gobierno comunista y esto le preocupaba.

Primero porque tenía en Londres a los miembros del gobierno polaco en el exilio, presididos por Władysław Raczkiewicz huidos tras la invasión Alemana y Soviética de Polonia en 1939. Tenía además a muchos polacos luchando en las filas británicas, polacos que eran fieles al gobierno en el exilio. Todos esos polacos eran conscientes de que la URSS había invadido Polonia y estaban convencidos de su culpabilidad en crímenes como la masacre de Katyn. Y todos esos polacos estaban convencidos de que una vez Alemania fuese derrotada el gobierno en el exilio sería restaurado. Y al fin y al cabo, Gran Bretaña había declarado la guerra a Alemania cuando ésta había invadido Polonia.
 Entre agosto y octubre de 1944 había tenido lugar un hecho espantoso. Ante la cercanía de las fuerzas soviéticas, tropas polacas del llamado Ejercito Nacional, fieles al gobierno en el exilio, se sublevaron abiertamente contra los alemanes, creyendo que iban a recibir apoyo soviético.

 De hecho se les había animado a hacerlo en emisiones de radio desde Moscú.

 Pero Stalin dio la orden de parar el avance justo al otro lado del río Vístula y dejaron que los alemanes, superiores en efectivos  y en  equipo a los polacos, los masacraran.  La excusa dada por Stalin fue problemas tácticos y logísiticos. 250.000 polacos murieron y Varsovia fue destruida casi en el 90%. Pocos meses después, en enero. Lo que quedaba de la ciudad caía en manos soviéticas.

 Churchill estaba convencido de que Stalin había negado el auxilio a los polacos para que los alemanes le hicieran el trabajo sucio y tener vía libre para imponer un gobierno comunista, cuyo germen ya existía desde el mes de julio:  el comité de Lublin, presidido por Boleslav Bierut, lider comunista polaco, con el apoyo de la URSS.

 Esa era la baza de Stalin en toda Europa Oriental. Allá donde hubiera un partido comunista y  tropas soviéticas, podría imponer a la larga un gobierno comunista. Churchill lo sabía y temía, con razón, no poder evitarlo.

 Para Roosevelt el problema polaco era distinto. Él tenía 6 millones de estadounidenses de ascendencia polaca, la mayor parte de los cuales votaban a los demócratas, o sea a él. Era algo a tener en cuenta.

 Polonia era importante para Churchill y para Roosevelt, pero ambos tenían intereses aun más importantes.

 En las sesiones plenarias, se argumentaba que Polonia debía ser libre e independiente, con su gobierno restaurado y sus fronteras de 1939. Stalin objetaba que el gobierno exiliado en Londres había perdido su legitimidad al escapar del país y que él apoyaba un gobierno provisional legítimo. Era otro punto muerto y quedó bien claro cuando el tío Joe tuvo otro de sus arranques de ira: mensaje claro de que no iba a ceder en ese tema.

 Estos ataques de ira turbaban hasta a Ivan Mastky, el otro asesor de Stalin. Molotov estaba acostumbrado.

 Así que lo que no se arreglo en las sesiones, se arregló bajo cuerda.

 La cuestión que más preocupaba a Churchill en aquel momento no estaba en el programa oficial de Yalta. Era el dominio de Grecia. Gran Bretaña tenía un protectorado sobre Grecia que en aquel momento peligraba, ya que se gestaba una guerra civil entre los comunistas griegos y las fuerzas fieles al rey Jorge II. El protectorado británico sobre Grecia era importante para la seguridad de los buques británicos en el Mediterráneo Oriental, puerta de entrada al Canal de Suez, via obligada de comunicación con sus colonias en Asia.

 Churchill y Stalin se habían reunido en Moscú en octubre de 1944, mientras Roosevelt hacía campaña para su reelección, para tratar esta cuestión.  En una hoja de papel, ambos mandatarios se habían repartido la influencia en Grecia y los Balcanes. Churchill solo reclamaba la mayor influencia en Grecia todo lo demás se lo ofrecía a Stalin. En Yalta, con tal de que Stalin mantuviese ese acuerdo, Churchill ofrecía reconocer al  gobierno polaco comunista de Lublin.

 Por su parte, Roosevelt necesitaba a Stalin para que declarase la guerra a Japón y poder acabar más rápidamente la guerra en el Pacífico.  No quiso fiar algo tan importante a las sesiones plenarias y celebró un encuentro privado, a espaldas de Churchill, con Stalin.

 El muy ingenuo de Roosevelt creía estar creando una relación de confianza con Stalin. Es chocante ver cómo un político tan competente en tantos aspectos como Roosevelt, cae en las redes del tío Joe. Ofrece apoyar las pretensiones de Stalin sobre Polonia, pero éste arguye que necesita algo más que eso para “explicar al pueblo soviético por qué va a la guerra con Japón, así que pide la gran isla de Sajalin y las Islas Curiles, así como Port Arthur y el uso de los ferrocarriles de Manchuria.

 Sajalín y las Curiles no son problema, porque pertenecen a Japón pero Port Arthur y Manchuria pertenecen a China y China es aliada y eso va a obligar a que Roosevelt se trague algún que otro sapo con Chian Kai Chek, pero da igual. Al tio Joe, lo que pida. Y lo que pide también es mantener para la URSS los territorios polacos obtenidos en la invasión de 1939  ¿Quién da más?

 En las sesiones se dice que EEUU y Gran Bretaña reconocen al gobierno polaco de Lublin siempre que puedan incluir en dicho gobierno algunos miembros de su elección y con la promesa de Stalin de convocar elecciones libres en Polonia y el resto de países tomados a los alemanes por el Ejército Soviético una vez acabe la guerra.

 Elecciones libres…

 Yo, personalmente, dudo que nadie de los allí presentes, salvo quizá Roosevelt, que había creído conocer a Stalin,  pensara que se fueran a convocar elecciones libres en Polonia, ni en ningún otro país de la Europa oriental. Stalin también acepta participar en el proyecto estrella de Roosevelt, las naciones unidas, pero esto tampoco le cuesta nada.  

 En las fotos oficiales en el patio del palacio de Livadia, los tres líderes están serios y un poco rígidos y Stalin, el que se ha llevado la parte del león, parece el más serio de los tres.

 No sabemos si Churchill y Roosevelt se sentían culpables por haber traicionado a los polacos. Personalmente creo que no.  

 Y Stalin volvió a enfrentarse en Postdam a otro británico y a otro estadounidense y siguió dominando el juego. Ni siquiera se arredró cuando  Harry Truman le dejó caer que EEUU tenía la bomba atómica.

 La segunda guerra mundial había sido una lucha entre grandes potencias por obtener una parcela de poder. Es una lucha que, en el fondo, nunca se detiene. Unos contendientes caen, otros surgen, pero siempre es más o menos lo mismo.

 Y al final, los que pierden, son los de siempre. Los débiles ciudadanos de a pie.


sábado, 13 de junio de 2020

ISRAEL, OJO POR OJO


 Entre los siglos I y II de nuestra era,  la patria ancestral del pueblo de Israel fue destruida por el poder del Imperio Romano. Desde entonces, los judíos fueron extranjeros allá donde vivieran, aunque llevasen generaciones viviendo en el mismo lugar.

  A lo largo de los siglos, los judíos fueron objeto de acoso, persecución, expulsión o matanza. Y durante siglos, las oraciones judías, tanto las diarias como las que se rezan en fiestas especiales, estuvieron plagadas de referencias a Jerusalén, la ciudad santa y la tierra de Sión, la tierra prometida.
  Ya desde la Edad Media, parte de los judíos que son expulsados de sus lugares de asentamiento   trataron de emigrar a Palestina, nombre dado por los romanos a la antigua tierra de Israel.

Unos lo lograron y  otros no. Viajar en aquellas épocas no era un placer, precisamente. Por ejemplo, una parte de los judíos expulsados de las coronas de Castilla y Aragón en 1492 encontraron buena acogida en el Imperio Otomano y Palestina pasó a control de este imperio en 1517. Por esta época ya se habían consolidado comunidades judías de cierta importancia en Safed, al noroeste del Mar de Galilea y en la misma Jerusalén.

 Este goteo de emigrantes a Palestina continuó en los siglos siguientes. No sería hasta el surgimiento del Movimiento Sionista, que comenzaron las grandes migraciones.

 El sionismo es una especie de nacionalismo judío. El siglo XIX fue testigo del surgimiento de los nuevos estados-nación  europeos, como Italia y Alemania y un incremento de los nacionalismos, que solían estar aderezados con fuertes dosis de racismo y xenofobia. Ya vimos en el vídeo anterior como el viejo antijudaísmo religioso cedió paso a uno nuevo, basado en la falsa concepción de los judíos como una raza.

 La primera voz que habló públicamente una patria en Palestina para el pueblo Judío fue la del periodista y escritor Moses Hess, un antiguo colaborador de Karl Marx, testigo de la revolución de París de 1848. Aunque no tuvo mucho calado, fue el germen del movimiento sionista, cuyo fundador fue el también periodista y escritor Theodor Herlz.

 En 1894, Herlz era corresponsal en París del periódico austríaco “La Prensa” y fue testigo directo del caso Dreyfuss, la injusta condena a un oficial judío por un delito de traición que cometió otra persona. La ola de antisemitismo que sacudió Francia, instigada por diarios como “La libre parole” y que tenía réplicas en otros países europeos le convenció de que a la larga, la integración plena de los judíos en la sociedad europea no era viable y que la única respuesta posible era la creación de un estado judío.

 Supongo que llegar a esta conclusión es fácil cuando se ve a las multitudes corear por las calles “muerte a Dreyfuss, muerte a los judíos”.

 Presentó su proyecto en el libro “El Estado Judío”, e inició una intensa actividad, empezando como muy pocos colaboradores que culminó en el Congreso Sionista de Basilea, uno de cuyos puntos fue la organización de las compras de tierras para asentamientos. De hecho, poco después del congreso, el propio Herlz instituyó el Fondo Nacional Judío, una fundación encargada de organizar y financiar tanto la compra de tierras como proyectos de desarrollo agrícola. Este señor tan curioso es Yeoshua Hankin, uno de los agentes de compra más avispados del Fondo Nacional Judío durante más de 30 años. Poco a poco se fueron adquiriendo tierras a terratenientes turcos y a pequeños propietarios palestinos. Hasta 1939 emigraron a Palestina más de 400.000 judíos. Había que levantar asentamientos para todos. Los kiwutz, grandes granjas comunales, fueron la base productiva y social de incipiente estado. El primero de ellos fue Degania, fundado en 1909 por judíos procedentes de Rusia.

¿De dónde salía la financiación? De la inmensa base de apoyos que el movimiento sionista iba adquiriendo entre judíos de todo el mundo, desde los más humildes a los más poderosos, como los banqueros y empresarios el alemán Mauricio Hirch y  el británico Walter Rothschild.

 ¿Tiene algo de particular que tantos judíos tuvieran éxito en la banca y el comercio? Durante siglos casi no les dejaron dedicarse a otra cosa.

 ¿Qué podemos pensar acerca de esta masiva compra de tierras por parte no solo del movimiento sionista, sino también de particulares? Las compras eran legales y nadie obligaba a los palestinos a vender.  

 En 1917 tuvo lugar un hecho de gran importancia en esta historia. Gran Bretaña, en medio de la Primera Guerra Mundial, quiso asegurarse el apoyo al esfuerzo de guerra de la comunidad judía británica, amplia y con muchos recursos. Así que hizo una declaración pública apoyando las pretensiones sionistas. Fue la Declaración Balfour.

 Arthur James Balfour, ministro de exteriores, remitió un escrito a Walter Rothschild en el que manifestaba las intenciones del Gobierno Británico de favorecer el establecimiento en Palestina de un “hogar nacional para el Pueblo Judío” sin perjudicar los intereses de las comunidades no judías que allí viviesen, en clara alusión a los palestinos árabes. Como gesto público resultaba muy llamativo. Era la primera vez que un gobierno se pronunciaba de modo positivo ante esta cuestión, pero en la práctica no fue sino una fuente de problemas.

 Los palestinos árabes, al menos aquellos que no estaban vendiendo sus tierras al Fondo Nacional Judío,  llevaban años mostrando su malestar por la inmigración. Ya en 1916 tuvo lugar un importante ataque a la comunidad judía de Safed. La Declaración Balfour solo consiguió aumentar la tensión, que provocó más violencia. Una vez acabada la Primera Guerra Mundial, el gobierno británico, que ocupaba Palestina bajo mandato de la Sociedad de Naciones, perdió de repente interés en el sionismo e hizo la vista gorda mientras los árabes llevaban a cabo acciones como la Matanza de Hebrón de 1929, instigada por líderes musulmanes como Amin al´Husayni, Gran Mufti de Jerusalén, muy cercano a Adolf Hitler.

 Pero los árabes se encontraron con resistencia, no por parte de las fuerzas británicas, sino por los grupos judíos de autodefensa, como el Haganá, fundado en 1920.

 El último aluvión de refugiados huyendo de la represión del nazismo elevó la población judía en Palestina hasta 600.000 personas en 1939. Las autoridades británicas, que ya públicamente renegaban de su pasado apoyo al sionismo, limitaron la inmigración judía a Palestina y llegaron a devolver refugiados a las zonas controladas por la Alemania Nazi, en un intento de apaciguar a los árabes y frenar la escalada de violencia.

 Pero ya nada podía frenarla.

 La inmigración no cesó, fue difícil y clandestina, pero continuó durante todo el tiempo de la Segunda Guerra Mundial  y una vez acabada esta.  Los británicos trataron de controlar la situación ocupando la Agencia Judía (germen del futuro gobierno de Israel) y llevando a cabo detenciones masivas; pero la respuesta fue el atentado contra el Hotel Rey David de Jerusalén, sede de la Comandancia Británica en Palestina. La autoría correspondió al Irgún, una escisión radical del Haganá. Las cosas siguieron yendo a peor, los enfrentamientos entre musulmanes y judíos eran imposibles de parar y solo un año después el gobierno británico decidió soltar aquel avispero y se lo endosó a la recién nacida ONU.

 Y la ONU hizo lo que suele hacer, nada útil. Diseñó un rarísimo plan de partición para el territorio palestino dado trozos dispersos a unos y a otros. Los judíos aceptaron porque suponía respaldo internacional a su reivindicación de un estado propio y los musulmanes lo rechazaron porque no querían a los judíos allí.  El plan se aprobó el 29 de noviembre de 1947 y el 14 de mayo de 1948 se proclamó el nacimiento del Estado de Israel. Al día siguiente, una coalición de estados de mayoría musulmana declaró la guerra a Israel e inició su invasión. Los árabes no pudieron cumplir su aspiración de destruir a Israel.  El armisticio se firmaría dos años después, con un saldo de 6500 muertos judíos  y el doble de bajas musulmanas. Israel ganó un 26% de territorio del que le había sido asignado en la partición.

 Esta guerra fue terriblemente sangrienta y a su fin provocó grandes movimientos de población. Por un lado, en los países de mayoría musulmana se produjo un proceso de presión sobre las comunidades judías que forzó su emigración a Israel, a Europa y a EEUU.
 Por otro lado, en 1948 unos 750.000 palestinos fueron expulsados por Israel de su territorio y se asentaron en diversos países como refugiados. Hubo más expulsados durante las décadas de los 50 y los 60. Hoy día la ONU tiene contabilizados unos 5 millones de refugiados palestinos. Más de un millón viven en Jordania, donde gozan del estatus de ciudadanía, pero en Líbano no tienen derecho alguno y viven de modo precario. Israel siempre se ha cerrado en banda al regreso de estos refugiados.

 Desde sus inicios, el estado de Israel ha vivido casi permanentemente bajo amenaza y en conflicto. La Guerra de Suez de 1956, la Guerra de los Seis Días en 1967,  la Guerra del Yom Kippur en 1973 y la Guerra del Líbano en 1982 han sido conflictos sangrientos y costosos contra sus vencinos, pero no menos sangriento y costoso ha sido el continuo enfrentamiento con grupos armados de palestinos musulmanes como la Organización para la Liberación de Palestina de Yaser Arafat y otros que han considerado la línea de éste demasiado tibia, como Hamás. Por no hablar de las tres Intifadas, de 1987, 2000 y 2017

  Los ataques de grupos armados palestinos contra la población civil han causado numerosas víctimas. Pero en la historia reciente las víctimas palestinas han sido más numerosas.

 Vamos a tomar como ejemplo la segunda Intifada, o levantamiento de los palestinos de la Franja de Gaza y de Cisjordania territorios ocupados por Israel desde la Guerra de los Seis Días de 1967.

 En septiembre de 2000, Ariel Sharon, líder de la oposición por entonces, visitó la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, lugar santo para el Islam, al día siguiente, en protesta por este acto que consideran una provocación un grupo de jóvenes palestinos apedrearon  a fieles judíos que oraban frente al muro de las lamentaciones. Soldados israelíes dispararon contra los jóvenes, matando a siete.
 Tú me apedreas, yo disparo a matar.

 La segunda Intifada duró cinco atroces años de brutalidad por ambas partes. El saldo final fue de 1000 israelíes y 3000 palestinos muertos.

 Y en la historia reciente las proporciones suelen ser así.

 Los palestinos llevan a cabo un atentado suicida.

 Los israelíes bombardean un barrio entero para hacer salir a un comando de Hamas.

 El saldo siempre es desigual.

 Pero si se leen medios pro israelíes,  cuentan las víctimas en total, desde los primeros ataques de musulmanes a judíos a principios del siglo XX, antes del Haganá. De este modo las cifras se equiparan y la desproporción actual les parece asumible.

 ¿Acaso Israel tiene derecho a mantener territorios bajo ocupación y establecer colonos en ellos aunque la ONU le diga que no puede?

 ¿Acaso Israel tiene derecho a disparar contra niños que lanzan piedras a soldados armados?

 ¿Acaso Israel tiene derecho a levantar un muro de hormigón alrededor de los territorios ocupados y limitar los movimientos de los palestinos?

 Yo lo que creo es que siguiendo este camino, parece que la paz que busca Israel con los palestinos es borrarlos de la faz de la tierra.

 La paz del cementerio.


sábado, 6 de junio de 2020

ANTISEMITISMO

 La Real Academia Española nos dice que “antisemita” es la persona que muestra prejuicios hacia los judíos, su cultura o su influencia.

 Sin embargo, el término se presta a confusión, puesto el término “semita” hace referencia a un amplio conjunto de pueblos que habitaron Oriente Próximo desde la más remota antigüedad.

 Uno estos pueblos era el hebreo, formado por doce clanes o grupos tribales, las famosas Doce Tribus de Israel. Yisra´e , que significa “el que lucha con Dios”. Era el segundo nombre del patriarca Jacob, cuyos doce hijos, fundaron las Doce Tribus.

 Luego, los descendientes de Jacob, son los Hijos de Israel.



 Se asentaron en la Tierra de Canaán, a finales del segundo milenio antes de Cristo, una vez que el dominio egipcio sobre esa zona decayó.  Era la época de grandes reyes como Saúl o David, cuyas vidas conocemos sólo por los libros del Antiguo Testamento. Sin embargo, parece demostrada la existencia del Reino de Israel y su escisión, el Reino de Judá. Israel cayó bajo los asirios allá por el 720 antes de Cristo y Judá fue conquistado por el nuevo Imperio Babilonio en expansión, sobre el 586 antes de Cristo.

 Desde entonces, el Pueblo de Israel, salvo algún breve periodo, no volvió  a ser libre. Siempre estuvo bajo el poder de alguna gran potencia. El Imperio Babilonio, el Imperio Persa, el Imperio Seleúcida… Y finalmente, Roma.

 Siempre bajo el dominio extranjero, el Pueblo de Israel mantiene su identidad gracias a dos elementos: su religión y sus tradiciones.

 Esos dos elementos, al tiempo que constituyen su fuerza, también han sido la causa por la que empezaron a ser despreciados. En medio de pueblos que adoraban a muchos dioses cuyas imágenes estaban por todas partes, una religión que adoraba a un único dios sin imagen conocida era un auténtico misterio incomprensible para la mentalidad de la mayor parte de las gentes de la Antigüedad. Además, allá donde se asentaban los judíos, las gentes de Judá, constituían comunidades muy cerradas con costumbres muy diferentes a las de otros pueblos. No trataban de imponer su religión ni su forma de vida a nadie, pero mantenían sus propios círculos. Eso causaba mucha incomprensión.

 Y la gente teme lo que no comprende, empieza a murmurar, se inventan bulos y de ahí se pasa al odio.

 ¿O se creen que las “fake news” son cosa de ahora?

 En la Antigüedad ya encontramos las dos formas comunes de agresión contra los judíos: la represión por parte de los poderes establecidos y los pogromos, o matanzas populares.

  Un momento central de esta historia tiene lugar en el siglo primero de nuestra era. Por entonces, la antigua tierra de Canaán es la provincia romana de Judea, cuyas gentes no aceptan la romanización. Eso es algo que Roma no permitía. La tensión era permanente en Judea.

 Todo se precipitó en el año 66 cuando en la ciudad de Cesarea, un grupo de griegos llevaron a cabo un pogromo entre los judíos a causa de una disputa legal. Para que nos hagamos una idea de cómo estaban ya las cosas.

 O sea, un griego y un judío tienen un pleito y el resultado es que una horda de griegos empiezan a degollar judíos.

 Este modelo se repetirá y se repetirá a lo largo de la historia, incluso con excusas más absurdas.

 El caso es que mientras los griegos de Cesarea mataban a sus vecinos, la guarnición romana no movió un dedo. Esto elevó la tensión aún más. Pero el colmo llegó cuando se extendió la noticia de que el gobernador Gesio Floro había robado parte del tesoro del Templo de Jerusalén. Solo entonces estalló la rebelión. La guarnición romana de Jerusalén fue pasada a cuchillo. La XII Legión Fulminata fue enviada a sofocar la revuelta y fue derrotada.

 Sin embargo el emperador Nerón envió a Tito Flavio Vespasiano, un comandante de armas tomar, a aplastar la revuelta… Lo consiguió, necesitó  cuatro años y  cuatro legiones y tuvo que dejar el asedio de Jerusalén a su hijo Tito, para ir a Roma a tomar la púrpura imperial.

 El asedio de Jerusalén fue un episodio atroz de resistencia encarnizada, que acabó con su total destrucción y aún hubo más episodios de resistencia, como el de la fortaleza de Masada, que acabó con el suicidio de todos los sitiados.

 Es que cuando los judíos toman las armas, lo hacen hasta el final.

 La provincia de Judea fue totalmente arrasada. Murieron cerca de un millón de judíos y unos cien mil fueron esclavizados. La patria del Pueblo de Israel desapareció por completo. Desde entonces fue un pueblo sin tierra, pero se extendieron por toda Europa, Oriente Medio y el Norte de África.

 Y este es el cuadro que tenemos durante toda la Edad Media. Pero le añadimos un grado extra de dificultad. A los judíos no se los va a mirar mal sólo porque se aíslan en sus propias comunidades y tienen costumbres diferentes. La componente estrictamente religiosa, que en la Antigüedad tenía una importancia relativa, adquirió un papel principal.

 Los judíos durante la Edad Media, eran minoría dentro de una mayoría cristiana o musulmana, según donde vivieran.

 Para el musulmán, en lo tocante a lo religioso, el judío está desfasado. Se ha quedado anclado en el pasado, lo mismo que el cristiano, no aceptando la definitiva revelación del profeta Mahoma.

 Para el cristiano, en cambio, el judío pertenece a la raza maligna de los asesinos de Cristo. Así de fácil.

 Mientras en los reinos musulmanes los judíos gozaron  de cierta tolerancia, aunque no siempre, en los reinos cristianos se encontraban bajo una presión mayor. Los musulmanes perseguían a los judíos en lugares y en momentos en los que el poder del clero era mayor y éste azuzaba al Estado para eliminar a los que no aceptaban al profeta Mahoma. En cambio, para los cristianos, cualquier excusa era buena para expulsar o matar judíos. Una mala cosecha, una epidemia… cualquier calamidad se podía interpretar como un castigo divino porque la presencia de una pequeña comunidad judía cual manzana podrida en un cesto, ofendía a Dios.

 Hubo tres momentos durante la Edad Media en que la violencia contra los judíos se volvió especialmente intensa: el auge de las Cruzadas en los siglos XI y XII, el surgimiento de las órdenes mendicantes en el siglo XIII y la epidemia de Peste Negra en el XIV.

 Vamos, que no hubo tregua.

 En la época de las Cruzadas porque matar a los enemigos de la Iglesia era vía directa al cielo. Y si no podías irte a conquistar Jerusalén, al menos podías matar a un judío, o a varios.

 Las órdenes mendicantes (sobre todo Franciscanos y Dominicos), en su afán de renovar la Iglesia y la fe, no dudaron en avivar la ira del pueblo contra cualquier cosa que ofendiera a Dios. Los judíos estaban los primeros en la lista.

 Y finalmente, si una epidemia capaz de aniquilar a 25 millones de personas asolaba Europa… ¿a quién se iba a culpar?

Expulsiones y matanzas fueron moneda común por toda Europa durante toda la Edad Media.

Para hacernos una idea de la brutalidad de los bulos acerca de los judíos, baste con recordar los llamados “libelos de sangre”, acusaciones a las comunidades judías de sacrificar niños cristianos en recreaciones de la crucifixión de Cristo. Hubo ejemplos en la Antigüedad, pero en la Edad Media, la desaparición de un niño llevaba casi irremediablemente a mirar a la comunidad judía más cercana.

 Todo esto va dejando una impresión muy profunda en las gentes, generación tras generación estas impresiones se van transmitiendo. Si tus mayores muestran odio hacia algo o hacia alguien, probablemente tú también aprendas a odiarlo, si no hay nada que lo impida.

 Los viejos prejuicios permanecieron vigentes, aunque no con tanta violencia, desde el fin de la Edad Media y hasta bien entrado el siglo XVIII. Sigue siendo un anti judaísmo fundamentalmente  religioso, pero cargado de atributos de maldad y avaricia.

 ¿No viene a la mente el judío Shylock, de la obra  “El Mercader de Venecia”?

 Pero la Ilustración y sobre todo los procesos revolucionarios que marcan el fin del Antiguo Régimen y de las monarquías absolutas por derecho divino, van dando paso a modelos distintos de sociedad en que los prejuicios religiosos no tienen tanto peso.

 Pero eso no quiere decir que a los judíos se los vaya a dejar en paz. La impresión de odio y desprecio que se ha ido gestando desde la Antigüedad y que la Edad Media profundizó, sigue abierta, sólo va a cambiar de forma.

 La segunda mitad del siglo XIX está marcada por la expansión colonial de las potencias europeas y ello supone un auge de teorías racistas sobre la superioridad de la raza blanca sobre las demás, pero no blancos del Mediterráneo como yo, sino blancos blancos, germánicos y anglosajones. Los pueblos hablantes de lenguas semíticas, como el árabe también entraban dentro de estas razas inferiores.

 ¿Qué pasa con los judíos? Éstos, a pesar de su tendencia al aislamiento, a lo largo de casi dos milenios se habían mezclado bastante con gentes de otros pueblos. Hasta el punto de que en la Europa de la Baja Edad Media era prácticamente imposible distinguir a un judío de un cristiano. En algunos lugares eran  incluso obligados a vestir de forma distinta para que se les pudiera identificar.

 Pero   se les seguía odiando, ese es el efecto de la impronta de dos mil años y poco a poco se les empezó a odiar como raza, aunque ya no eran una raza. Ser judío es profesar una religión determinada y si te conviertes a otra religión, dejas de ser judío.

 Pues ya no.  Las tesis racistas de autores como Arthur de Gobineau, que postulaba el derecho a decidir sobre las vidas de los individuos de razas inferiores, o Ernest Renan, que afirmaba la inferioridad de los pueblos hablantes de lenguas semíticas frente a los pueblos arios, preparan el terreno para que furibundos racistas antijudíos como los periodistas Wilhem Marr y Edouard Drumont recorten el viejo odio hacia los judíos y encajen en las nuevas teorías racistas. Drumont de hecho, fundo “La Libre Parole”, influyente periódico antijudío que proyectó a la opinión pública esta nueva forma del odio. Un ejemplo muy claro de este efecto  fue la condena  al capitán Alfred Dreyfus, de familia judía, por actos de traición que había cometido otro oficial. Este caso conmocionó y dividió profundamente a  la sociedad francesa.

 Lo que ya fue el colmo de la desvergüenza fue la aparición en 1902 de Los Protocolos de los Sabios de Sion, un falso documento preparado por la policía zarista del Imperio Ruso para justificar los pogromos contra los judíos que allí seguían teniendo lugar. Este documento hablaba del plan de una secreta organización judía, Los Sabios de Sión, para dominar el mundo usando como instrumentos a los masones y a los comunistas.  Al mismo tiempo, hechos como el éxito financiero de la familia Rothschild, con ramas en toda Europa, y la aparición del movimiento sionista, encaminado a la creación de una patria para el Pueblo de Israel, daban elementos a los antijudíos para construir el inmenso bulo de la conspiración judeo masónica, que sería recogido por Adolf Hitler, con los resultados que ya conocemos.

Pero el antisemitismo sobrevivió a la segunda guerra mundial. Y hoy podemos encontrarlo a menudo por Internet, en la propaganda de extrema derecha y hasta en simples comentarios de Facebook que ponen los pelos de punta.

 ¿Y tú, eres antijudío?

 Y si no lo eres, ¿podrías haberlo sido?

 Procura responderte a esta pregunta si eres una de esas personas que se traga sin pensar noticias falsas acerca de grupos minoritarios como los inmigrantes.

 ¿Sueles creértelas?

 Si la respuesta es sí, creo muy probable que de haber vivido en la Alemania Nazi hubieras paseado alegremente la esvástica en tu brazo y quemado libros como un salvaje en cualquier plaza.

 Y gritando en las cervecerías que los judíos tenían la culpa de tus problemas.

 Piénsalo.

 


TAL DÍA COMO HOY, DE 1944, TUVO LUGAR EL DESEMBARCO DE NORMANDÍA

 Probablemente su importancia dentro del desarrollo general de la guerra ha sido magnificado, pues en el frente oriental las cosas fueron tanto o más duras, pero no deja de ser la mayor operación anfibia de la historia, en la que, junto con la batalla terrestre subsiguiente, más de 250.000 soldados aliados y cerca de 500.000 alemanes se dejaron la vida... Por no hablar de los 40.000 franceses que fueron pillados en medio. Todos ellos merecen un recuerdo, porque estaban superado por las circunstancias, porque probablemente no querían estar allí y porque eran simples seres humanos que deberían haber tenido una vida larga y feliz.

 

HITLER, EL INCOMPETENTE