sábado, 6 de junio de 2020

ANTISEMITISMO

 La Real Academia Española nos dice que “antisemita” es la persona que muestra prejuicios hacia los judíos, su cultura o su influencia.

 Sin embargo, el término se presta a confusión, puesto el término “semita” hace referencia a un amplio conjunto de pueblos que habitaron Oriente Próximo desde la más remota antigüedad.

 Uno estos pueblos era el hebreo, formado por doce clanes o grupos tribales, las famosas Doce Tribus de Israel. Yisra´e , que significa “el que lucha con Dios”. Era el segundo nombre del patriarca Jacob, cuyos doce hijos, fundaron las Doce Tribus.

 Luego, los descendientes de Jacob, son los Hijos de Israel.



 Se asentaron en la Tierra de Canaán, a finales del segundo milenio antes de Cristo, una vez que el dominio egipcio sobre esa zona decayó.  Era la época de grandes reyes como Saúl o David, cuyas vidas conocemos sólo por los libros del Antiguo Testamento. Sin embargo, parece demostrada la existencia del Reino de Israel y su escisión, el Reino de Judá. Israel cayó bajo los asirios allá por el 720 antes de Cristo y Judá fue conquistado por el nuevo Imperio Babilonio en expansión, sobre el 586 antes de Cristo.

 Desde entonces, el Pueblo de Israel, salvo algún breve periodo, no volvió  a ser libre. Siempre estuvo bajo el poder de alguna gran potencia. El Imperio Babilonio, el Imperio Persa, el Imperio Seleúcida… Y finalmente, Roma.

 Siempre bajo el dominio extranjero, el Pueblo de Israel mantiene su identidad gracias a dos elementos: su religión y sus tradiciones.

 Esos dos elementos, al tiempo que constituyen su fuerza, también han sido la causa por la que empezaron a ser despreciados. En medio de pueblos que adoraban a muchos dioses cuyas imágenes estaban por todas partes, una religión que adoraba a un único dios sin imagen conocida era un auténtico misterio incomprensible para la mentalidad de la mayor parte de las gentes de la Antigüedad. Además, allá donde se asentaban los judíos, las gentes de Judá, constituían comunidades muy cerradas con costumbres muy diferentes a las de otros pueblos. No trataban de imponer su religión ni su forma de vida a nadie, pero mantenían sus propios círculos. Eso causaba mucha incomprensión.

 Y la gente teme lo que no comprende, empieza a murmurar, se inventan bulos y de ahí se pasa al odio.

 ¿O se creen que las “fake news” son cosa de ahora?

 En la Antigüedad ya encontramos las dos formas comunes de agresión contra los judíos: la represión por parte de los poderes establecidos y los pogromos, o matanzas populares.

  Un momento central de esta historia tiene lugar en el siglo primero de nuestra era. Por entonces, la antigua tierra de Canaán es la provincia romana de Judea, cuyas gentes no aceptan la romanización. Eso es algo que Roma no permitía. La tensión era permanente en Judea.

 Todo se precipitó en el año 66 cuando en la ciudad de Cesarea, un grupo de griegos llevaron a cabo un pogromo entre los judíos a causa de una disputa legal. Para que nos hagamos una idea de cómo estaban ya las cosas.

 O sea, un griego y un judío tienen un pleito y el resultado es que una horda de griegos empiezan a degollar judíos.

 Este modelo se repetirá y se repetirá a lo largo de la historia, incluso con excusas más absurdas.

 El caso es que mientras los griegos de Cesarea mataban a sus vecinos, la guarnición romana no movió un dedo. Esto elevó la tensión aún más. Pero el colmo llegó cuando se extendió la noticia de que el gobernador Gesio Floro había robado parte del tesoro del Templo de Jerusalén. Solo entonces estalló la rebelión. La guarnición romana de Jerusalén fue pasada a cuchillo. La XII Legión Fulminata fue enviada a sofocar la revuelta y fue derrotada.

 Sin embargo el emperador Nerón envió a Tito Flavio Vespasiano, un comandante de armas tomar, a aplastar la revuelta… Lo consiguió, necesitó  cuatro años y  cuatro legiones y tuvo que dejar el asedio de Jerusalén a su hijo Tito, para ir a Roma a tomar la púrpura imperial.

 El asedio de Jerusalén fue un episodio atroz de resistencia encarnizada, que acabó con su total destrucción y aún hubo más episodios de resistencia, como el de la fortaleza de Masada, que acabó con el suicidio de todos los sitiados.

 Es que cuando los judíos toman las armas, lo hacen hasta el final.

 La provincia de Judea fue totalmente arrasada. Murieron cerca de un millón de judíos y unos cien mil fueron esclavizados. La patria del Pueblo de Israel desapareció por completo. Desde entonces fue un pueblo sin tierra, pero se extendieron por toda Europa, Oriente Medio y el Norte de África.

 Y este es el cuadro que tenemos durante toda la Edad Media. Pero le añadimos un grado extra de dificultad. A los judíos no se los va a mirar mal sólo porque se aíslan en sus propias comunidades y tienen costumbres diferentes. La componente estrictamente religiosa, que en la Antigüedad tenía una importancia relativa, adquirió un papel principal.

 Los judíos durante la Edad Media, eran minoría dentro de una mayoría cristiana o musulmana, según donde vivieran.

 Para el musulmán, en lo tocante a lo religioso, el judío está desfasado. Se ha quedado anclado en el pasado, lo mismo que el cristiano, no aceptando la definitiva revelación del profeta Mahoma.

 Para el cristiano, en cambio, el judío pertenece a la raza maligna de los asesinos de Cristo. Así de fácil.

 Mientras en los reinos musulmanes los judíos gozaron  de cierta tolerancia, aunque no siempre, en los reinos cristianos se encontraban bajo una presión mayor. Los musulmanes perseguían a los judíos en lugares y en momentos en los que el poder del clero era mayor y éste azuzaba al Estado para eliminar a los que no aceptaban al profeta Mahoma. En cambio, para los cristianos, cualquier excusa era buena para expulsar o matar judíos. Una mala cosecha, una epidemia… cualquier calamidad se podía interpretar como un castigo divino porque la presencia de una pequeña comunidad judía cual manzana podrida en un cesto, ofendía a Dios.

 Hubo tres momentos durante la Edad Media en que la violencia contra los judíos se volvió especialmente intensa: el auge de las Cruzadas en los siglos XI y XII, el surgimiento de las órdenes mendicantes en el siglo XIII y la epidemia de Peste Negra en el XIV.

 Vamos, que no hubo tregua.

 En la época de las Cruzadas porque matar a los enemigos de la Iglesia era vía directa al cielo. Y si no podías irte a conquistar Jerusalén, al menos podías matar a un judío, o a varios.

 Las órdenes mendicantes (sobre todo Franciscanos y Dominicos), en su afán de renovar la Iglesia y la fe, no dudaron en avivar la ira del pueblo contra cualquier cosa que ofendiera a Dios. Los judíos estaban los primeros en la lista.

 Y finalmente, si una epidemia capaz de aniquilar a 25 millones de personas asolaba Europa… ¿a quién se iba a culpar?

Expulsiones y matanzas fueron moneda común por toda Europa durante toda la Edad Media.

Para hacernos una idea de la brutalidad de los bulos acerca de los judíos, baste con recordar los llamados “libelos de sangre”, acusaciones a las comunidades judías de sacrificar niños cristianos en recreaciones de la crucifixión de Cristo. Hubo ejemplos en la Antigüedad, pero en la Edad Media, la desaparición de un niño llevaba casi irremediablemente a mirar a la comunidad judía más cercana.

 Todo esto va dejando una impresión muy profunda en las gentes, generación tras generación estas impresiones se van transmitiendo. Si tus mayores muestran odio hacia algo o hacia alguien, probablemente tú también aprendas a odiarlo, si no hay nada que lo impida.

 Los viejos prejuicios permanecieron vigentes, aunque no con tanta violencia, desde el fin de la Edad Media y hasta bien entrado el siglo XVIII. Sigue siendo un anti judaísmo fundamentalmente  religioso, pero cargado de atributos de maldad y avaricia.

 ¿No viene a la mente el judío Shylock, de la obra  “El Mercader de Venecia”?

 Pero la Ilustración y sobre todo los procesos revolucionarios que marcan el fin del Antiguo Régimen y de las monarquías absolutas por derecho divino, van dando paso a modelos distintos de sociedad en que los prejuicios religiosos no tienen tanto peso.

 Pero eso no quiere decir que a los judíos se los vaya a dejar en paz. La impresión de odio y desprecio que se ha ido gestando desde la Antigüedad y que la Edad Media profundizó, sigue abierta, sólo va a cambiar de forma.

 La segunda mitad del siglo XIX está marcada por la expansión colonial de las potencias europeas y ello supone un auge de teorías racistas sobre la superioridad de la raza blanca sobre las demás, pero no blancos del Mediterráneo como yo, sino blancos blancos, germánicos y anglosajones. Los pueblos hablantes de lenguas semíticas, como el árabe también entraban dentro de estas razas inferiores.

 ¿Qué pasa con los judíos? Éstos, a pesar de su tendencia al aislamiento, a lo largo de casi dos milenios se habían mezclado bastante con gentes de otros pueblos. Hasta el punto de que en la Europa de la Baja Edad Media era prácticamente imposible distinguir a un judío de un cristiano. En algunos lugares eran  incluso obligados a vestir de forma distinta para que se les pudiera identificar.

 Pero   se les seguía odiando, ese es el efecto de la impronta de dos mil años y poco a poco se les empezó a odiar como raza, aunque ya no eran una raza. Ser judío es profesar una religión determinada y si te conviertes a otra religión, dejas de ser judío.

 Pues ya no.  Las tesis racistas de autores como Arthur de Gobineau, que postulaba el derecho a decidir sobre las vidas de los individuos de razas inferiores, o Ernest Renan, que afirmaba la inferioridad de los pueblos hablantes de lenguas semíticas frente a los pueblos arios, preparan el terreno para que furibundos racistas antijudíos como los periodistas Wilhem Marr y Edouard Drumont recorten el viejo odio hacia los judíos y encajen en las nuevas teorías racistas. Drumont de hecho, fundo “La Libre Parole”, influyente periódico antijudío que proyectó a la opinión pública esta nueva forma del odio. Un ejemplo muy claro de este efecto  fue la condena  al capitán Alfred Dreyfus, de familia judía, por actos de traición que había cometido otro oficial. Este caso conmocionó y dividió profundamente a  la sociedad francesa.

 Lo que ya fue el colmo de la desvergüenza fue la aparición en 1902 de Los Protocolos de los Sabios de Sion, un falso documento preparado por la policía zarista del Imperio Ruso para justificar los pogromos contra los judíos que allí seguían teniendo lugar. Este documento hablaba del plan de una secreta organización judía, Los Sabios de Sión, para dominar el mundo usando como instrumentos a los masones y a los comunistas.  Al mismo tiempo, hechos como el éxito financiero de la familia Rothschild, con ramas en toda Europa, y la aparición del movimiento sionista, encaminado a la creación de una patria para el Pueblo de Israel, daban elementos a los antijudíos para construir el inmenso bulo de la conspiración judeo masónica, que sería recogido por Adolf Hitler, con los resultados que ya conocemos.

Pero el antisemitismo sobrevivió a la segunda guerra mundial. Y hoy podemos encontrarlo a menudo por Internet, en la propaganda de extrema derecha y hasta en simples comentarios de Facebook que ponen los pelos de punta.

 ¿Y tú, eres antijudío?

 Y si no lo eres, ¿podrías haberlo sido?

 Procura responderte a esta pregunta si eres una de esas personas que se traga sin pensar noticias falsas acerca de grupos minoritarios como los inmigrantes.

 ¿Sueles creértelas?

 Si la respuesta es sí, creo muy probable que de haber vivido en la Alemania Nazi hubieras paseado alegremente la esvástica en tu brazo y quemado libros como un salvaje en cualquier plaza.

 Y gritando en las cervecerías que los judíos tenían la culpa de tus problemas.

 Piénsalo.

 


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