sábado, 13 de junio de 2020

ISRAEL, OJO POR OJO


 Entre los siglos I y II de nuestra era,  la patria ancestral del pueblo de Israel fue destruida por el poder del Imperio Romano. Desde entonces, los judíos fueron extranjeros allá donde vivieran, aunque llevasen generaciones viviendo en el mismo lugar.

  A lo largo de los siglos, los judíos fueron objeto de acoso, persecución, expulsión o matanza. Y durante siglos, las oraciones judías, tanto las diarias como las que se rezan en fiestas especiales, estuvieron plagadas de referencias a Jerusalén, la ciudad santa y la tierra de Sión, la tierra prometida.
  Ya desde la Edad Media, parte de los judíos que son expulsados de sus lugares de asentamiento   trataron de emigrar a Palestina, nombre dado por los romanos a la antigua tierra de Israel.

Unos lo lograron y  otros no. Viajar en aquellas épocas no era un placer, precisamente. Por ejemplo, una parte de los judíos expulsados de las coronas de Castilla y Aragón en 1492 encontraron buena acogida en el Imperio Otomano y Palestina pasó a control de este imperio en 1517. Por esta época ya se habían consolidado comunidades judías de cierta importancia en Safed, al noroeste del Mar de Galilea y en la misma Jerusalén.

 Este goteo de emigrantes a Palestina continuó en los siglos siguientes. No sería hasta el surgimiento del Movimiento Sionista, que comenzaron las grandes migraciones.

 El sionismo es una especie de nacionalismo judío. El siglo XIX fue testigo del surgimiento de los nuevos estados-nación  europeos, como Italia y Alemania y un incremento de los nacionalismos, que solían estar aderezados con fuertes dosis de racismo y xenofobia. Ya vimos en el vídeo anterior como el viejo antijudaísmo religioso cedió paso a uno nuevo, basado en la falsa concepción de los judíos como una raza.

 La primera voz que habló públicamente una patria en Palestina para el pueblo Judío fue la del periodista y escritor Moses Hess, un antiguo colaborador de Karl Marx, testigo de la revolución de París de 1848. Aunque no tuvo mucho calado, fue el germen del movimiento sionista, cuyo fundador fue el también periodista y escritor Theodor Herlz.

 En 1894, Herlz era corresponsal en París del periódico austríaco “La Prensa” y fue testigo directo del caso Dreyfuss, la injusta condena a un oficial judío por un delito de traición que cometió otra persona. La ola de antisemitismo que sacudió Francia, instigada por diarios como “La libre parole” y que tenía réplicas en otros países europeos le convenció de que a la larga, la integración plena de los judíos en la sociedad europea no era viable y que la única respuesta posible era la creación de un estado judío.

 Supongo que llegar a esta conclusión es fácil cuando se ve a las multitudes corear por las calles “muerte a Dreyfuss, muerte a los judíos”.

 Presentó su proyecto en el libro “El Estado Judío”, e inició una intensa actividad, empezando como muy pocos colaboradores que culminó en el Congreso Sionista de Basilea, uno de cuyos puntos fue la organización de las compras de tierras para asentamientos. De hecho, poco después del congreso, el propio Herlz instituyó el Fondo Nacional Judío, una fundación encargada de organizar y financiar tanto la compra de tierras como proyectos de desarrollo agrícola. Este señor tan curioso es Yeoshua Hankin, uno de los agentes de compra más avispados del Fondo Nacional Judío durante más de 30 años. Poco a poco se fueron adquiriendo tierras a terratenientes turcos y a pequeños propietarios palestinos. Hasta 1939 emigraron a Palestina más de 400.000 judíos. Había que levantar asentamientos para todos. Los kiwutz, grandes granjas comunales, fueron la base productiva y social de incipiente estado. El primero de ellos fue Degania, fundado en 1909 por judíos procedentes de Rusia.

¿De dónde salía la financiación? De la inmensa base de apoyos que el movimiento sionista iba adquiriendo entre judíos de todo el mundo, desde los más humildes a los más poderosos, como los banqueros y empresarios el alemán Mauricio Hirch y  el británico Walter Rothschild.

 ¿Tiene algo de particular que tantos judíos tuvieran éxito en la banca y el comercio? Durante siglos casi no les dejaron dedicarse a otra cosa.

 ¿Qué podemos pensar acerca de esta masiva compra de tierras por parte no solo del movimiento sionista, sino también de particulares? Las compras eran legales y nadie obligaba a los palestinos a vender.  

 En 1917 tuvo lugar un hecho de gran importancia en esta historia. Gran Bretaña, en medio de la Primera Guerra Mundial, quiso asegurarse el apoyo al esfuerzo de guerra de la comunidad judía británica, amplia y con muchos recursos. Así que hizo una declaración pública apoyando las pretensiones sionistas. Fue la Declaración Balfour.

 Arthur James Balfour, ministro de exteriores, remitió un escrito a Walter Rothschild en el que manifestaba las intenciones del Gobierno Británico de favorecer el establecimiento en Palestina de un “hogar nacional para el Pueblo Judío” sin perjudicar los intereses de las comunidades no judías que allí viviesen, en clara alusión a los palestinos árabes. Como gesto público resultaba muy llamativo. Era la primera vez que un gobierno se pronunciaba de modo positivo ante esta cuestión, pero en la práctica no fue sino una fuente de problemas.

 Los palestinos árabes, al menos aquellos que no estaban vendiendo sus tierras al Fondo Nacional Judío,  llevaban años mostrando su malestar por la inmigración. Ya en 1916 tuvo lugar un importante ataque a la comunidad judía de Safed. La Declaración Balfour solo consiguió aumentar la tensión, que provocó más violencia. Una vez acabada la Primera Guerra Mundial, el gobierno británico, que ocupaba Palestina bajo mandato de la Sociedad de Naciones, perdió de repente interés en el sionismo e hizo la vista gorda mientras los árabes llevaban a cabo acciones como la Matanza de Hebrón de 1929, instigada por líderes musulmanes como Amin al´Husayni, Gran Mufti de Jerusalén, muy cercano a Adolf Hitler.

 Pero los árabes se encontraron con resistencia, no por parte de las fuerzas británicas, sino por los grupos judíos de autodefensa, como el Haganá, fundado en 1920.

 El último aluvión de refugiados huyendo de la represión del nazismo elevó la población judía en Palestina hasta 600.000 personas en 1939. Las autoridades británicas, que ya públicamente renegaban de su pasado apoyo al sionismo, limitaron la inmigración judía a Palestina y llegaron a devolver refugiados a las zonas controladas por la Alemania Nazi, en un intento de apaciguar a los árabes y frenar la escalada de violencia.

 Pero ya nada podía frenarla.

 La inmigración no cesó, fue difícil y clandestina, pero continuó durante todo el tiempo de la Segunda Guerra Mundial  y una vez acabada esta.  Los británicos trataron de controlar la situación ocupando la Agencia Judía (germen del futuro gobierno de Israel) y llevando a cabo detenciones masivas; pero la respuesta fue el atentado contra el Hotel Rey David de Jerusalén, sede de la Comandancia Británica en Palestina. La autoría correspondió al Irgún, una escisión radical del Haganá. Las cosas siguieron yendo a peor, los enfrentamientos entre musulmanes y judíos eran imposibles de parar y solo un año después el gobierno británico decidió soltar aquel avispero y se lo endosó a la recién nacida ONU.

 Y la ONU hizo lo que suele hacer, nada útil. Diseñó un rarísimo plan de partición para el territorio palestino dado trozos dispersos a unos y a otros. Los judíos aceptaron porque suponía respaldo internacional a su reivindicación de un estado propio y los musulmanes lo rechazaron porque no querían a los judíos allí.  El plan se aprobó el 29 de noviembre de 1947 y el 14 de mayo de 1948 se proclamó el nacimiento del Estado de Israel. Al día siguiente, una coalición de estados de mayoría musulmana declaró la guerra a Israel e inició su invasión. Los árabes no pudieron cumplir su aspiración de destruir a Israel.  El armisticio se firmaría dos años después, con un saldo de 6500 muertos judíos  y el doble de bajas musulmanas. Israel ganó un 26% de territorio del que le había sido asignado en la partición.

 Esta guerra fue terriblemente sangrienta y a su fin provocó grandes movimientos de población. Por un lado, en los países de mayoría musulmana se produjo un proceso de presión sobre las comunidades judías que forzó su emigración a Israel, a Europa y a EEUU.
 Por otro lado, en 1948 unos 750.000 palestinos fueron expulsados por Israel de su territorio y se asentaron en diversos países como refugiados. Hubo más expulsados durante las décadas de los 50 y los 60. Hoy día la ONU tiene contabilizados unos 5 millones de refugiados palestinos. Más de un millón viven en Jordania, donde gozan del estatus de ciudadanía, pero en Líbano no tienen derecho alguno y viven de modo precario. Israel siempre se ha cerrado en banda al regreso de estos refugiados.

 Desde sus inicios, el estado de Israel ha vivido casi permanentemente bajo amenaza y en conflicto. La Guerra de Suez de 1956, la Guerra de los Seis Días en 1967,  la Guerra del Yom Kippur en 1973 y la Guerra del Líbano en 1982 han sido conflictos sangrientos y costosos contra sus vencinos, pero no menos sangriento y costoso ha sido el continuo enfrentamiento con grupos armados de palestinos musulmanes como la Organización para la Liberación de Palestina de Yaser Arafat y otros que han considerado la línea de éste demasiado tibia, como Hamás. Por no hablar de las tres Intifadas, de 1987, 2000 y 2017

  Los ataques de grupos armados palestinos contra la población civil han causado numerosas víctimas. Pero en la historia reciente las víctimas palestinas han sido más numerosas.

 Vamos a tomar como ejemplo la segunda Intifada, o levantamiento de los palestinos de la Franja de Gaza y de Cisjordania territorios ocupados por Israel desde la Guerra de los Seis Días de 1967.

 En septiembre de 2000, Ariel Sharon, líder de la oposición por entonces, visitó la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, lugar santo para el Islam, al día siguiente, en protesta por este acto que consideran una provocación un grupo de jóvenes palestinos apedrearon  a fieles judíos que oraban frente al muro de las lamentaciones. Soldados israelíes dispararon contra los jóvenes, matando a siete.
 Tú me apedreas, yo disparo a matar.

 La segunda Intifada duró cinco atroces años de brutalidad por ambas partes. El saldo final fue de 1000 israelíes y 3000 palestinos muertos.

 Y en la historia reciente las proporciones suelen ser así.

 Los palestinos llevan a cabo un atentado suicida.

 Los israelíes bombardean un barrio entero para hacer salir a un comando de Hamas.

 El saldo siempre es desigual.

 Pero si se leen medios pro israelíes,  cuentan las víctimas en total, desde los primeros ataques de musulmanes a judíos a principios del siglo XX, antes del Haganá. De este modo las cifras se equiparan y la desproporción actual les parece asumible.

 ¿Acaso Israel tiene derecho a mantener territorios bajo ocupación y establecer colonos en ellos aunque la ONU le diga que no puede?

 ¿Acaso Israel tiene derecho a disparar contra niños que lanzan piedras a soldados armados?

 ¿Acaso Israel tiene derecho a levantar un muro de hormigón alrededor de los territorios ocupados y limitar los movimientos de los palestinos?

 Yo lo que creo es que siguiendo este camino, parece que la paz que busca Israel con los palestinos es borrarlos de la faz de la tierra.

 La paz del cementerio.


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