Entre los siglos I y II de nuestra era, la patria ancestral del pueblo de Israel fue destruida
por el poder del Imperio Romano. Desde entonces, los judíos fueron extranjeros
allá donde vivieran, aunque llevasen generaciones viviendo en el mismo lugar.
A lo
largo de los siglos, los judíos fueron objeto de acoso, persecución, expulsión
o matanza. Y durante siglos, las oraciones judías, tanto las diarias como las
que se rezan en fiestas especiales, estuvieron plagadas de referencias a
Jerusalén, la ciudad santa y la tierra de Sión, la tierra prometida.
Ya desde la Edad Media, parte de los judíos que son expulsados de sus
lugares de asentamiento trataron de
emigrar a Palestina, nombre dado por los romanos a la antigua tierra de Israel.
Unos lo lograron y otros no. Viajar en aquellas épocas no era un
placer, precisamente. Por ejemplo, una parte de los judíos expulsados de las
coronas de Castilla y Aragón en 1492 encontraron buena acogida en el Imperio
Otomano y Palestina pasó a control de este imperio en 1517. Por esta época ya
se habían consolidado comunidades judías de cierta importancia en Safed, al
noroeste del Mar de Galilea y en la misma Jerusalén.
Este goteo de emigrantes a Palestina continuó en
los siglos siguientes. No sería hasta el surgimiento del Movimiento Sionista,
que comenzaron las grandes migraciones.
El sionismo es una especie de nacionalismo
judío. El siglo XIX fue testigo del surgimiento de los nuevos
estados-nación europeos, como Italia y
Alemania y un incremento de los nacionalismos, que solían estar aderezados con
fuertes dosis de racismo y xenofobia. Ya vimos en el vídeo anterior como el
viejo antijudaísmo religioso cedió paso a uno nuevo, basado en la falsa
concepción de los judíos como una raza.
La primera voz que habló públicamente una
patria en Palestina para el pueblo Judío fue la del periodista y escritor Moses
Hess, un antiguo colaborador de Karl Marx, testigo de la revolución de París de
1848. Aunque no tuvo mucho calado, fue el germen del movimiento sionista, cuyo
fundador fue el también periodista y escritor Theodor Herlz.
En 1894, Herlz era corresponsal en París del
periódico austríaco “La Prensa” y fue testigo directo del caso Dreyfuss, la
injusta condena a un oficial judío por un delito de traición que cometió otra
persona. La ola de antisemitismo que sacudió Francia, instigada por diarios
como “La libre parole” y que tenía réplicas en otros países europeos le
convenció de que a la larga, la integración plena de los judíos en la sociedad
europea no era viable y que la única respuesta posible era la creación de un
estado judío.
Supongo que llegar a esta conclusión es fácil
cuando se ve a las multitudes corear por las calles “muerte a Dreyfuss, muerte
a los judíos”.
Presentó su proyecto en el libro “El Estado
Judío”, e inició una intensa actividad, empezando como muy pocos colaboradores
que culminó en el Congreso Sionista de Basilea, uno de cuyos puntos fue la
organización de las compras de tierras para asentamientos. De hecho, poco
después del congreso, el propio Herlz instituyó el Fondo Nacional Judío, una
fundación encargada de organizar y financiar tanto la compra de tierras como
proyectos de desarrollo agrícola. Este señor tan curioso es Yeoshua Hankin, uno
de los agentes de compra más avispados del Fondo Nacional Judío durante más de
30 años. Poco a poco se fueron adquiriendo tierras a terratenientes turcos y a
pequeños propietarios palestinos. Hasta 1939 emigraron a Palestina más de
400.000 judíos. Había que levantar asentamientos para todos. Los kiwutz,
grandes granjas comunales, fueron la base productiva y social de incipiente
estado. El primero de ellos fue Degania, fundado en 1909 por judíos procedentes
de Rusia.
¿De dónde salía la financiación?
De la inmensa base de apoyos que el movimiento sionista iba adquiriendo entre
judíos de todo el mundo, desde los más humildes a los más poderosos, como los
banqueros y empresarios el alemán Mauricio Hirch y el británico Walter Rothschild.
¿Tiene algo de particular que tantos judíos
tuvieran éxito en la banca y el comercio? Durante siglos casi no les dejaron
dedicarse a otra cosa.
¿Qué podemos pensar acerca de esta masiva
compra de tierras por parte no solo del movimiento sionista, sino también de
particulares? Las compras eran legales y nadie obligaba a los palestinos a
vender.
En 1917 tuvo lugar un hecho de gran
importancia en esta historia. Gran Bretaña, en medio de la Primera Guerra
Mundial, quiso asegurarse el apoyo al esfuerzo de guerra de la comunidad judía
británica, amplia y con muchos recursos. Así que hizo una declaración pública
apoyando las pretensiones sionistas. Fue la Declaración Balfour.
Arthur James Balfour, ministro de exteriores,
remitió un escrito a Walter Rothschild en el que manifestaba las intenciones
del Gobierno Británico de favorecer el establecimiento en Palestina de un
“hogar nacional para el Pueblo Judío” sin perjudicar los intereses de las
comunidades no judías que allí viviesen, en clara alusión a los palestinos
árabes. Como gesto público resultaba muy llamativo. Era la primera vez que un
gobierno se pronunciaba de modo positivo ante esta cuestión, pero en la
práctica no fue sino una fuente de problemas.
Los palestinos árabes, al menos aquellos que
no estaban vendiendo sus tierras al Fondo Nacional Judío, llevaban años mostrando su malestar por la
inmigración. Ya en 1916 tuvo lugar un importante ataque a la comunidad judía de
Safed. La Declaración Balfour solo consiguió aumentar la tensión, que provocó
más violencia. Una vez acabada la Primera Guerra Mundial, el gobierno
británico, que ocupaba Palestina bajo mandato de la Sociedad de Naciones, perdió
de repente interés en el sionismo e hizo la vista gorda mientras los árabes
llevaban a cabo acciones como la Matanza de Hebrón de 1929, instigada por
líderes musulmanes como Amin al´Husayni, Gran Mufti de Jerusalén, muy cercano a
Adolf Hitler.
Pero los árabes se encontraron con
resistencia, no por parte de las fuerzas británicas, sino por los grupos judíos
de autodefensa, como el Haganá, fundado en 1920.
El último aluvión de refugiados huyendo de la
represión del nazismo elevó la población judía en Palestina hasta 600.000
personas en 1939. Las autoridades británicas, que ya públicamente renegaban de
su pasado apoyo al sionismo, limitaron la inmigración judía a Palestina y
llegaron a devolver refugiados a las zonas controladas por la Alemania Nazi, en
un intento de apaciguar a los árabes y frenar la escalada de violencia.
Pero ya nada podía frenarla.
La inmigración no cesó, fue difícil y
clandestina, pero continuó durante todo el tiempo de la Segunda Guerra
Mundial y una vez acabada esta. Los británicos trataron de controlar la
situación ocupando la Agencia Judía (germen del futuro gobierno de Israel) y
llevando a cabo detenciones masivas; pero la respuesta fue el atentado contra
el Hotel Rey David de Jerusalén, sede de la Comandancia Británica en Palestina.
La autoría correspondió al Irgún, una escisión radical del Haganá. Las cosas
siguieron yendo a peor, los enfrentamientos entre musulmanes y judíos eran
imposibles de parar y solo un año después el gobierno británico decidió soltar
aquel avispero y se lo endosó a la recién nacida ONU.
Y la ONU hizo lo que suele hacer, nada útil.
Diseñó un rarísimo plan de partición para el territorio palestino dado trozos
dispersos a unos y a otros. Los judíos aceptaron porque suponía respaldo
internacional a su reivindicación de un estado propio y los musulmanes lo
rechazaron porque no querían a los judíos allí. El plan se aprobó el 29 de noviembre de 1947 y
el 14 de mayo de 1948 se proclamó el nacimiento del Estado de Israel. Al día
siguiente, una coalición de estados de mayoría musulmana declaró la guerra a
Israel e inició su invasión. Los árabes no pudieron cumplir su aspiración de
destruir a Israel. El armisticio se
firmaría dos años después, con un saldo de 6500 muertos judíos y el doble de bajas musulmanas. Israel ganó
un 26% de territorio del que le había sido asignado en la partición.
Esta guerra fue terriblemente sangrienta y a
su fin provocó grandes movimientos de población. Por un lado, en los países de
mayoría musulmana se produjo un proceso de presión sobre las comunidades judías
que forzó su emigración a Israel, a Europa y a EEUU.
Por otro lado, en 1948 unos 750.000 palestinos
fueron expulsados por Israel de su territorio y se asentaron en diversos países
como refugiados. Hubo más expulsados durante las décadas de los 50 y los 60.
Hoy día la ONU tiene contabilizados unos 5 millones de refugiados palestinos.
Más de un millón viven en Jordania, donde gozan del estatus de ciudadanía, pero
en Líbano no tienen derecho alguno y viven de modo precario. Israel siempre se
ha cerrado en banda al regreso de estos refugiados.
Desde sus inicios, el estado de Israel ha
vivido casi permanentemente bajo amenaza y en conflicto. La Guerra de Suez de
1956, la Guerra de los Seis Días en 1967,
la Guerra del Yom Kippur en 1973 y la Guerra del Líbano en 1982 han sido
conflictos sangrientos y costosos contra sus vencinos, pero no menos sangriento
y costoso ha sido el continuo enfrentamiento con grupos armados de palestinos
musulmanes como la Organización para la Liberación de Palestina de Yaser Arafat
y otros que han considerado la línea de éste demasiado tibia, como Hamás. Por
no hablar de las tres Intifadas, de 1987, 2000 y 2017
Los
ataques de grupos armados palestinos contra la población civil han causado
numerosas víctimas. Pero en la historia reciente las víctimas palestinas han
sido más numerosas.
Vamos a tomar como ejemplo la segunda
Intifada, o levantamiento de los palestinos de la Franja de Gaza y de
Cisjordania territorios ocupados por Israel desde la Guerra de los Seis Días de
1967.
En septiembre de 2000, Ariel Sharon, líder de
la oposición por entonces, visitó la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén,
lugar santo para el Islam, al día siguiente, en protesta por este acto que
consideran una provocación un grupo de jóvenes palestinos apedrearon a fieles judíos que oraban frente al muro de
las lamentaciones. Soldados israelíes dispararon contra los jóvenes, matando a
siete.
Tú me apedreas, yo disparo a matar.
La segunda Intifada duró cinco atroces años de
brutalidad por ambas partes. El saldo final fue de 1000 israelíes y 3000
palestinos muertos.
Y en la historia reciente las proporciones
suelen ser así.
Los palestinos llevan a cabo un atentado
suicida.
Los israelíes bombardean un barrio entero para
hacer salir a un comando de Hamas.
El saldo siempre es desigual.
Pero si se leen medios pro israelíes, cuentan las víctimas en total, desde los
primeros ataques de musulmanes a judíos a principios del siglo XX, antes del
Haganá. De este modo las cifras se equiparan y la desproporción actual les
parece asumible.
¿Acaso Israel tiene derecho a mantener
territorios bajo ocupación y establecer colonos en ellos aunque la ONU le diga
que no puede?
¿Acaso Israel tiene derecho a disparar contra
niños que lanzan piedras a soldados armados?
¿Acaso Israel tiene derecho a levantar un muro
de hormigón alrededor de los territorios ocupados y limitar los movimientos de
los palestinos?
Yo lo que creo es que siguiendo este camino,
parece que la paz que busca Israel con los palestinos es borrarlos de la faz de
la tierra.
La paz del cementerio.
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