jueves, 25 de junio de 2020

LA CONFERENCIA DE YALTA. Febrero de 1945


 La conferencia de Yalta fue la segunda cumbre de los líderes de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética. La primera había tenido lugar en Teherán en noviembre de 1943 y de ella quedaban varios temas pendientes que era preciso concretar.

 Yalta es una pequeña ciudad en la costa del mar Negro, con un bonito entorno y un clima agradable. Antes de la revolución había sido lugar de veraneo para la aristocracia rusa. Stalin escogió este lugar para abrumar a sus homólogos con un entorno suntuoso.

  Cerca de Yalta hay varios palacios, que en aquel momento estaban abandonados, pues los alemanes los habían saqueado a conciencia, pero Stalin mandó restaurarlos  y devolverles parte de su antiguo esplendor.

  A Churchill lo alojaría en el palacio Vorontsov, quizá porque recuerda a un castillo inglés y a Roosevelt en el palacio de Livadia, antigua residencia de verano de los zares de Rusia. En ese palacio también se iban a celebrar las sesiones. 

 Porque Roosevelt estaba muy limitado físicamente. Padecía poliomelitis desde hacía 24 años y tenía las piernas paralizadas. Tuvo que hacer el viaje más largo, la tediosa travesía del atlántico, en avión desde Malta a Saki y el largo viaje en coche desde Saki a Yalta. Esa parte fue la peor.

 Stalin se dedicó desde un principio a presionar psicológicamente a sus dos colegas. De entrada, no acudió a recibirlos al aeródromo de Saki, sino que envió a su ministro de exteriores, Vyacheslav Molotov. No había una razón para ello y desde luego era una falta de consideración.

 Ese viaje en coche desde Saki a Yalta era una auténtica puesta en escena, pues la comitiva pasó por zonas donde eran visibles los rastros de la guerra. Pueblos en ruinas, restos de vehículos.

 Stalin quería que viesen una muestra del sufrimiento del pueblo soviético, pues ese coste era una de sus bazas para hacer exigencias. Por otra parte hacía exhibición de su poder militar con el batallón de élite que protegía toda la ruta y los escuadrones de cazas que surcaban el cielo.

 Stalin buscaba tener ventaja. Y lo consiguió por varios medios.

 En Yalta hubo cuatro asuntos principales sobre la mesa.

1.       Las condiciones de la ocupación de Alemania.
2.       La situación de Polonia.
3.       La guerra contra Japón.
4.       La formación de las Naciones Unidas.

 El primer día de reuniones, Stalin empezó fuerte. Antes de la sesión visitó por separado a Churchill y Roosevelt. Esto, aparentemente una acción de cortesía, evidentemente trataba de crear inseguridad y división por las dudas de lo que el soviético pudiese hablar en privado con uno u otro. Pues aunque aliados en la Guerra, Churchill y Roosevelt distaban mucho de estar unidos. Churchill era líder de un antiguo imperio   que intentaba mantenerse a flote, pero cuyos días estaban contados. Era un colonialista de la antigua escuela y su principal interés era mantener en pie al Imperio Británico.

 Roosevelt, por su parte, pretendía la desaparición de los antiguos imperios coloniales, pero no por un afán humanitario como se le ha querido pintar. Aparte sus virtudes como estadista, que las tenía, era el presidente de EEUU, país que llevaba décadas practicando un colonialismo de nuevo cuño en América Latina y en otras zonas como Filipinas. Oponerse al Imperio Británico no era un servicio a la Humanidad, era eliminar la competencia.

 De este modo tenemos a tres grandes líderes mundiales que supuestamente han de construir un mundo en paz para la posguerra pero que en realidad persiguen intereses propios. Churchill, como decíamos, asegurar la continuidad del Imperio Británico. Stalin, llegar a dominar el este de Europa y obtener todo lo que pudiese para reparar su machacado país. Y Roosevelt, levantar la organización sucesora de la inútil Sociedad de Naciones, la igual mente inútil Organización de las Naciones Unidas.

 En el primer día de reuniones sólo se trataron asuntos militares sobre la guerra en Europa, pero ello sirvió para dejar clara la ventaja que la situación de la guerra presentaba para Stalin. Las fuerzas soviéticas ocupaban ya toda Europa Oriental  y la vanguardia se hallaba solo a 80 km de Berlín.  Los angloamericanos, mientras tanto, estaban aún empantanados al oeste del Rin tras haber sido frenados por la contraofensiva alemana de las Ardenas. Esto daba ventaja a Stalin, por ejemplo, en la cuestión polaca. Tener ocupado el país era una baza significativa, como veremos.

 Lo bueno empezó el segundo día de reuniones. Tema a tratar: la ocupación de Alemania. Ya en la conferencia de Teherán quedó planteado que Alemania se dividiría en tres zonas de ocupación: estadounidense, británica y soviética. Sin embargo, Churchill planteaba la conveniencia de dar una zona de ocupación a Francia.   La razón era simple. Churchill, con su buen olfato político, intuía que Stalin pretendía crear una zona de influencia soviética en toda Europa Oriental. De ser así, la Alemania ocupada por los aliados iba a ser el tapon entre la zona soviética y la Europa occidental. 

 Churchill desconfiaba de la disposición de Roosevelt para oponerse a la URSS y quería tener otro estado afin, otra potencia colonial, en la que apoyarse caso de que las cosas se pusieran feas.

 Lo que pasó después da idea de lo cínico que era Stalin. Dijo que no le parecía bien que los franceses tuvieran una zona de ocupación, que no habían luchado mucho contra Alemania, que se habían rendido pronto y que incluso el régimen de Vichy había colaborado con los nazis. Lo cual era cierto. Pero obviaba el pequeño detalle de que mientras Alemania daba una paliza a Francia y a la fuerza expedicionaria británica que logró salvar el pellejo en Dunkerque, la URSS estaba tranquilamente en paz con Alemania virtud al tratado de no agresión firmado por de puño y letra de Molotov, presente en aquella misma sala, en 1939. Tratado que además contenía un protocolo secreto por el cual,  alemanes y soviéticos se repartían Polonia.

   El hecho de que nadie dijera nada al respecto en aquella reunión, da idea de lo intimidados que Stalin los tenía a todos, gracias a la posición de sus ejércitos y gracias a que era un tipo de armas tomar. Pero como Churchill se mostrara inflexible y Roosevelt no se opusiera, Stalin cedió, a condición de que la zona de ocupación francesa saliera de la parte de Gran Bretaña. Era una concesión que en el fondo, no le costaba nada. Pero la utilizó para abrir el tema que realmente le interesaba: el de las reparaciones de guerra que Alemania iba a tener que pagar.

Tras una breve consulta con Molotov puso una cifra sobre la mesa: 10.000 millones de dólares. De los de entonces. Los dejó a todos sin habla. Británicos y estadounidenses de quejaron. Era una cifra disparatada.  ¿Cómo iba a poder pagarla una Alemania devastada?

 Entonces tuvo lugar una de las pocas veces en que Stalin se alteró. Alzó la voz y gesticulaba. ¿Cómo es que se oponían a que Alemania pagara reparaciones a la Unión Soviética? ¿Acaso no habían visto la destrucción de su tierra mientras venían en coche desde Saki? Por temor a que la conferencia fracasara, todos callaron, y el que calla, otorga.

  Meses después, cuando los incendios de Berlín aún no se habían apagado. Stalin empezó a enviar equipos de trabajo a saquear Alemania. Maquinaria, vehículos, hasta sacaban los raíles de las vías férreas. Si no podía cobrar en efectivo, lo haría en especie. Nadie lo impidió.

 Esa noche, para templar los ánimos, se organizó una cena en el palacio de Livadia. Una cena digna de un rey en medio de una guerra en la que miles de personas pasaban hambre. Era un despliegue del poder de Stalin, dicen que incluso hizo traer un limonero para que no faltara limón en los martinis.   Pero después de la cena, entre los brindis, Stalin pareció enfadarse por una broma acerca del apodo que tenía entre los aliados: “el tío Joe”.

Nadie habría sabido decir si estaba enfadado o no. Era otra de las técnicas de Stalin para mantener a las personas en vilo.

 Stalin era un buen negociador y su ministro Molotov, también. Molotov era como una mula que no se mueve del sitio, capaz de mantener la misma posición durante horas y Stalin a veces jugaba a apoyarlo o bien a fingir que lo regañaba por su rigidez. Esto desconcertaba. Pero Stalin jugaba con ventaja en Yalta. Los palacios estaban plagados de micrófonos. Los aliados contaban con esto, obviamente, pero en este caso el viejo método de salir al exterior a hablar los temas que se querían mantener en secreto  no servía, porque los jardines también estaban sembrados de micrófonos y esto los aliados no lo sabían.

 El tío Joe, se enteraba de todo. Pero eso no era todo. Desde hacía varios años la inteligencia soviética había infiltrado agentes al más alto nivel en los servicios secretos de los aliados, como los famosos “cinco de Cambridge”. Stalin sabía perfectamente cuales eran los planes de Churchill y de Roosevelt en Yalta. Lo que cabía esperar y lo que no. Así que sabía que tenía ganada la cuestión polaca de antemano.

 Churchill temía que Stalin quisiera convertir Polonia en un estado títere de la URSS, con un gobierno comunista y esto le preocupaba.

Primero porque tenía en Londres a los miembros del gobierno polaco en el exilio, presididos por Władysław Raczkiewicz huidos tras la invasión Alemana y Soviética de Polonia en 1939. Tenía además a muchos polacos luchando en las filas británicas, polacos que eran fieles al gobierno en el exilio. Todos esos polacos eran conscientes de que la URSS había invadido Polonia y estaban convencidos de su culpabilidad en crímenes como la masacre de Katyn. Y todos esos polacos estaban convencidos de que una vez Alemania fuese derrotada el gobierno en el exilio sería restaurado. Y al fin y al cabo, Gran Bretaña había declarado la guerra a Alemania cuando ésta había invadido Polonia.
 Entre agosto y octubre de 1944 había tenido lugar un hecho espantoso. Ante la cercanía de las fuerzas soviéticas, tropas polacas del llamado Ejercito Nacional, fieles al gobierno en el exilio, se sublevaron abiertamente contra los alemanes, creyendo que iban a recibir apoyo soviético.

 De hecho se les había animado a hacerlo en emisiones de radio desde Moscú.

 Pero Stalin dio la orden de parar el avance justo al otro lado del río Vístula y dejaron que los alemanes, superiores en efectivos  y en  equipo a los polacos, los masacraran.  La excusa dada por Stalin fue problemas tácticos y logísiticos. 250.000 polacos murieron y Varsovia fue destruida casi en el 90%. Pocos meses después, en enero. Lo que quedaba de la ciudad caía en manos soviéticas.

 Churchill estaba convencido de que Stalin había negado el auxilio a los polacos para que los alemanes le hicieran el trabajo sucio y tener vía libre para imponer un gobierno comunista, cuyo germen ya existía desde el mes de julio:  el comité de Lublin, presidido por Boleslav Bierut, lider comunista polaco, con el apoyo de la URSS.

 Esa era la baza de Stalin en toda Europa Oriental. Allá donde hubiera un partido comunista y  tropas soviéticas, podría imponer a la larga un gobierno comunista. Churchill lo sabía y temía, con razón, no poder evitarlo.

 Para Roosevelt el problema polaco era distinto. Él tenía 6 millones de estadounidenses de ascendencia polaca, la mayor parte de los cuales votaban a los demócratas, o sea a él. Era algo a tener en cuenta.

 Polonia era importante para Churchill y para Roosevelt, pero ambos tenían intereses aun más importantes.

 En las sesiones plenarias, se argumentaba que Polonia debía ser libre e independiente, con su gobierno restaurado y sus fronteras de 1939. Stalin objetaba que el gobierno exiliado en Londres había perdido su legitimidad al escapar del país y que él apoyaba un gobierno provisional legítimo. Era otro punto muerto y quedó bien claro cuando el tío Joe tuvo otro de sus arranques de ira: mensaje claro de que no iba a ceder en ese tema.

 Estos ataques de ira turbaban hasta a Ivan Mastky, el otro asesor de Stalin. Molotov estaba acostumbrado.

 Así que lo que no se arreglo en las sesiones, se arregló bajo cuerda.

 La cuestión que más preocupaba a Churchill en aquel momento no estaba en el programa oficial de Yalta. Era el dominio de Grecia. Gran Bretaña tenía un protectorado sobre Grecia que en aquel momento peligraba, ya que se gestaba una guerra civil entre los comunistas griegos y las fuerzas fieles al rey Jorge II. El protectorado británico sobre Grecia era importante para la seguridad de los buques británicos en el Mediterráneo Oriental, puerta de entrada al Canal de Suez, via obligada de comunicación con sus colonias en Asia.

 Churchill y Stalin se habían reunido en Moscú en octubre de 1944, mientras Roosevelt hacía campaña para su reelección, para tratar esta cuestión.  En una hoja de papel, ambos mandatarios se habían repartido la influencia en Grecia y los Balcanes. Churchill solo reclamaba la mayor influencia en Grecia todo lo demás se lo ofrecía a Stalin. En Yalta, con tal de que Stalin mantuviese ese acuerdo, Churchill ofrecía reconocer al  gobierno polaco comunista de Lublin.

 Por su parte, Roosevelt necesitaba a Stalin para que declarase la guerra a Japón y poder acabar más rápidamente la guerra en el Pacífico.  No quiso fiar algo tan importante a las sesiones plenarias y celebró un encuentro privado, a espaldas de Churchill, con Stalin.

 El muy ingenuo de Roosevelt creía estar creando una relación de confianza con Stalin. Es chocante ver cómo un político tan competente en tantos aspectos como Roosevelt, cae en las redes del tío Joe. Ofrece apoyar las pretensiones de Stalin sobre Polonia, pero éste arguye que necesita algo más que eso para “explicar al pueblo soviético por qué va a la guerra con Japón, así que pide la gran isla de Sajalin y las Islas Curiles, así como Port Arthur y el uso de los ferrocarriles de Manchuria.

 Sajalín y las Curiles no son problema, porque pertenecen a Japón pero Port Arthur y Manchuria pertenecen a China y China es aliada y eso va a obligar a que Roosevelt se trague algún que otro sapo con Chian Kai Chek, pero da igual. Al tio Joe, lo que pida. Y lo que pide también es mantener para la URSS los territorios polacos obtenidos en la invasión de 1939  ¿Quién da más?

 En las sesiones se dice que EEUU y Gran Bretaña reconocen al gobierno polaco de Lublin siempre que puedan incluir en dicho gobierno algunos miembros de su elección y con la promesa de Stalin de convocar elecciones libres en Polonia y el resto de países tomados a los alemanes por el Ejército Soviético una vez acabe la guerra.

 Elecciones libres…

 Yo, personalmente, dudo que nadie de los allí presentes, salvo quizá Roosevelt, que había creído conocer a Stalin,  pensara que se fueran a convocar elecciones libres en Polonia, ni en ningún otro país de la Europa oriental. Stalin también acepta participar en el proyecto estrella de Roosevelt, las naciones unidas, pero esto tampoco le cuesta nada.  

 En las fotos oficiales en el patio del palacio de Livadia, los tres líderes están serios y un poco rígidos y Stalin, el que se ha llevado la parte del león, parece el más serio de los tres.

 No sabemos si Churchill y Roosevelt se sentían culpables por haber traicionado a los polacos. Personalmente creo que no.  

 Y Stalin volvió a enfrentarse en Postdam a otro británico y a otro estadounidense y siguió dominando el juego. Ni siquiera se arredró cuando  Harry Truman le dejó caer que EEUU tenía la bomba atómica.

 La segunda guerra mundial había sido una lucha entre grandes potencias por obtener una parcela de poder. Es una lucha que, en el fondo, nunca se detiene. Unos contendientes caen, otros surgen, pero siempre es más o menos lo mismo.

 Y al final, los que pierden, son los de siempre. Los débiles ciudadanos de a pie.


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