La conferencia de Yalta fue la segunda cumbre
de los líderes de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética. La primera
había tenido lugar en Teherán en noviembre de 1943 y de ella quedaban varios
temas pendientes que era preciso concretar.
Yalta es una pequeña ciudad en la costa del
mar Negro, con un bonito entorno y un clima agradable. Antes de la revolución
había sido lugar de veraneo para la aristocracia rusa. Stalin escogió este
lugar para abrumar a sus homólogos con un entorno suntuoso.
Cerca de Yalta hay varios palacios, que en aquel momento estaban
abandonados, pues los alemanes los habían saqueado a conciencia, pero Stalin
mandó restaurarlos y devolverles parte
de su antiguo esplendor.
A Churchill lo alojaría en el palacio Vorontsov, quizá porque recuerda a
un castillo inglés y a Roosevelt en el palacio de Livadia, antigua residencia
de verano de los zares de Rusia. En ese palacio también se iban a celebrar las
sesiones.
Porque Roosevelt estaba muy limitado
físicamente. Padecía poliomelitis desde hacía 24 años y tenía las piernas
paralizadas. Tuvo que hacer el viaje más largo, la tediosa travesía del
atlántico, en avión desde Malta a Saki y el largo viaje en coche desde Saki a
Yalta. Esa parte fue la peor.
Stalin se dedicó desde un principio a
presionar psicológicamente a sus dos colegas. De entrada, no acudió a
recibirlos al aeródromo de Saki, sino que envió a su ministro de exteriores,
Vyacheslav Molotov. No había una razón para ello y desde luego era una falta de
consideración.
Ese viaje en coche desde Saki a Yalta era una
auténtica puesta en escena, pues la comitiva pasó por zonas donde eran visibles
los rastros de la guerra. Pueblos en ruinas, restos de vehículos.
Stalin quería que viesen una muestra del
sufrimiento del pueblo soviético, pues ese coste era una de sus bazas para
hacer exigencias. Por otra parte hacía exhibición de su poder militar con el
batallón de élite que protegía toda la ruta y los escuadrones de cazas que
surcaban el cielo.
Stalin buscaba tener ventaja. Y lo consiguió
por varios medios.
En Yalta hubo cuatro asuntos principales sobre
la mesa.
1.
Las condiciones de la ocupación de Alemania.
2.
La situación de Polonia.
3.
La guerra contra Japón.
4.
La formación de las Naciones Unidas.
El primer día de reuniones, Stalin empezó
fuerte. Antes de la sesión visitó por separado a Churchill y Roosevelt. Esto,
aparentemente una acción de cortesía, evidentemente trataba de crear
inseguridad y división por las dudas de lo que el soviético pudiese hablar en
privado con uno u otro. Pues aunque aliados en la Guerra, Churchill y Roosevelt
distaban mucho de estar unidos. Churchill era líder de un antiguo imperio que intentaba mantenerse a flote, pero cuyos
días estaban contados. Era un colonialista de la antigua escuela y su principal
interés era mantener en pie al Imperio Británico.
Roosevelt, por su parte, pretendía la
desaparición de los antiguos imperios coloniales, pero no por un afán
humanitario como se le ha querido pintar. Aparte sus virtudes como estadista,
que las tenía, era el presidente de EEUU, país que llevaba décadas practicando
un colonialismo de nuevo cuño en América Latina y en otras zonas como
Filipinas. Oponerse al Imperio Británico no era un servicio a la Humanidad, era
eliminar la competencia.
De este modo tenemos a tres grandes líderes
mundiales que supuestamente han de construir un mundo en paz para la posguerra
pero que en realidad persiguen intereses propios. Churchill, como decíamos,
asegurar la continuidad del Imperio Británico. Stalin, llegar a dominar el este
de Europa y obtener todo lo que pudiese para reparar su machacado país. Y
Roosevelt, levantar la organización sucesora de la inútil Sociedad de Naciones,
la igual mente inútil Organización de las Naciones Unidas.
En el primer día de reuniones sólo se trataron
asuntos militares sobre la guerra en Europa, pero ello sirvió para dejar clara
la ventaja que la situación de la guerra presentaba para Stalin. Las fuerzas
soviéticas ocupaban ya toda Europa Oriental
y la vanguardia se hallaba solo a 80 km de Berlín. Los angloamericanos, mientras tanto, estaban
aún empantanados al oeste del Rin tras haber sido frenados por la
contraofensiva alemana de las Ardenas. Esto daba ventaja a Stalin, por ejemplo,
en la cuestión polaca. Tener ocupado el país era una baza significativa, como
veremos.
Lo bueno empezó el segundo día de reuniones.
Tema a tratar: la ocupación de Alemania. Ya en la conferencia de Teherán quedó
planteado que Alemania se dividiría en tres zonas de ocupación: estadounidense,
británica y soviética. Sin embargo, Churchill planteaba la conveniencia de dar
una zona de ocupación a Francia. La razón era simple. Churchill, con su buen
olfato político, intuía que Stalin pretendía crear una zona de influencia
soviética en toda Europa Oriental. De ser así, la Alemania ocupada por los
aliados iba a ser el tapon entre la zona soviética y la Europa occidental.
Churchill desconfiaba de la disposición de
Roosevelt para oponerse a la URSS y quería tener otro estado afin, otra
potencia colonial, en la que apoyarse caso de que las cosas se pusieran feas.
Lo que pasó después da idea de lo cínico que
era Stalin. Dijo que no le parecía bien que los franceses tuvieran una zona de
ocupación, que no habían luchado mucho contra Alemania, que se habían rendido
pronto y que incluso el régimen de Vichy había colaborado con los nazis. Lo
cual era cierto. Pero obviaba el pequeño detalle de que mientras Alemania daba
una paliza a Francia y a la fuerza expedicionaria británica que logró salvar el
pellejo en Dunkerque, la URSS estaba tranquilamente en paz con Alemania virtud
al tratado de no agresión firmado por de puño y letra de Molotov, presente en
aquella misma sala, en 1939. Tratado que además contenía un protocolo secreto
por el cual, alemanes y soviéticos se
repartían Polonia.
El hecho de que nadie dijera nada al respecto en aquella reunión, da
idea de lo intimidados que Stalin los tenía a todos, gracias a la posición de
sus ejércitos y gracias a que era un tipo de armas tomar. Pero como Churchill
se mostrara inflexible y Roosevelt no se opusiera, Stalin cedió, a condición de
que la zona de ocupación francesa saliera de la parte de Gran Bretaña. Era una
concesión que en el fondo, no le costaba nada. Pero la utilizó para abrir el
tema que realmente le interesaba: el de las reparaciones de guerra que Alemania
iba a tener que pagar.
Tras una breve consulta con
Molotov puso una cifra sobre la mesa: 10.000 millones de dólares. De los de
entonces. Los dejó a todos sin habla. Británicos y estadounidenses de quejaron.
Era una cifra disparatada. ¿Cómo iba a
poder pagarla una Alemania devastada?
Entonces tuvo lugar una de las pocas veces en
que Stalin se alteró. Alzó la voz y gesticulaba. ¿Cómo es que se oponían a que
Alemania pagara reparaciones a la Unión Soviética? ¿Acaso no habían visto la
destrucción de su tierra mientras venían en coche desde Saki? Por temor a que
la conferencia fracasara, todos callaron, y el que calla, otorga.
Meses
después, cuando los incendios de Berlín aún no se habían apagado. Stalin empezó
a enviar equipos de trabajo a saquear Alemania. Maquinaria, vehículos, hasta
sacaban los raíles de las vías férreas. Si no podía cobrar en efectivo, lo
haría en especie. Nadie lo impidió.
Esa noche, para templar los ánimos, se
organizó una cena en el palacio de Livadia. Una cena digna de un rey en medio
de una guerra en la que miles de personas pasaban hambre. Era un despliegue del
poder de Stalin, dicen que incluso hizo traer un limonero para que no faltara
limón en los martinis. Pero después de
la cena, entre los brindis, Stalin pareció enfadarse por una broma acerca del
apodo que tenía entre los aliados: “el tío Joe”.
Nadie habría sabido decir si
estaba enfadado o no. Era otra de las técnicas de Stalin para mantener a las
personas en vilo.
Stalin era un buen negociador y su ministro
Molotov, también. Molotov era como una mula que no se mueve del sitio, capaz de
mantener la misma posición durante horas y Stalin a veces jugaba a apoyarlo o
bien a fingir que lo regañaba por su rigidez. Esto desconcertaba. Pero Stalin
jugaba con ventaja en Yalta. Los palacios estaban plagados de micrófonos. Los
aliados contaban con esto, obviamente, pero en este caso el viejo método de
salir al exterior a hablar los temas que se querían mantener en secreto no servía, porque los jardines también
estaban sembrados de micrófonos y esto los aliados no lo sabían.
El tío Joe, se enteraba de todo. Pero eso no
era todo. Desde hacía varios años la inteligencia soviética había infiltrado
agentes al más alto nivel en los servicios secretos de los aliados, como los
famosos “cinco de Cambridge”. Stalin sabía perfectamente cuales eran los planes
de Churchill y de Roosevelt en Yalta. Lo que cabía esperar y lo que no. Así que
sabía que tenía ganada la cuestión polaca de antemano.
Churchill temía que Stalin quisiera convertir
Polonia en un estado títere de la URSS, con un gobierno comunista y esto le
preocupaba.
Primero porque tenía en Londres a
los miembros del gobierno polaco en el exilio, presididos por Władysław Raczkiewicz huidos tras la invasión Alemana y Soviética
de Polonia en 1939. Tenía además a muchos polacos luchando en las filas
británicas, polacos que eran fieles al gobierno en el exilio. Todos esos
polacos eran conscientes de que la URSS había invadido Polonia y estaban
convencidos de su culpabilidad en crímenes como la masacre de Katyn. Y todos
esos polacos estaban convencidos de que una vez Alemania fuese derrotada el
gobierno en el exilio sería restaurado. Y al fin y al cabo, Gran Bretaña había
declarado la guerra a Alemania cuando ésta había invadido Polonia.
Entre agosto y octubre de 1944 había tenido
lugar un hecho espantoso. Ante la cercanía de las fuerzas soviéticas, tropas
polacas del llamado Ejercito Nacional, fieles al gobierno en el exilio, se
sublevaron abiertamente contra los alemanes, creyendo que iban a recibir apoyo
soviético.
De hecho se les había animado a hacerlo en
emisiones de radio desde Moscú.
Pero Stalin dio la orden de parar el avance
justo al otro lado del río Vístula y dejaron que los alemanes, superiores en
efectivos y en equipo a los polacos, los masacraran. La excusa dada por Stalin fue problemas tácticos
y logísiticos. 250.000 polacos murieron y Varsovia fue destruida casi en el
90%. Pocos meses después, en enero. Lo que quedaba de la ciudad caía en manos
soviéticas.
Churchill estaba convencido de que Stalin
había negado el auxilio a los polacos para que los alemanes le hicieran el
trabajo sucio y tener vía libre para imponer un gobierno comunista, cuyo germen
ya existía desde el mes de julio: el
comité de Lublin, presidido por Boleslav Bierut, lider comunista polaco, con el
apoyo de la URSS.
Esa era la baza de Stalin en toda Europa
Oriental. Allá donde hubiera un partido comunista y tropas soviéticas, podría imponer a la larga
un gobierno comunista. Churchill lo sabía y temía, con razón, no poder
evitarlo.
Para Roosevelt el problema polaco era
distinto. Él tenía 6 millones de estadounidenses de ascendencia polaca, la
mayor parte de los cuales votaban a los demócratas, o sea a él. Era algo a
tener en cuenta.
Polonia era importante para Churchill y para
Roosevelt, pero ambos tenían intereses aun más importantes.
En las sesiones plenarias, se argumentaba que
Polonia debía ser libre e independiente, con su gobierno restaurado y sus
fronteras de 1939. Stalin objetaba que el gobierno exiliado en Londres había
perdido su legitimidad al escapar del país y que él apoyaba un gobierno
provisional legítimo. Era otro punto muerto y quedó bien claro cuando el tío
Joe tuvo otro de sus arranques de ira: mensaje claro de que no iba a ceder en
ese tema.
Estos ataques de ira turbaban hasta a Ivan
Mastky, el otro asesor de Stalin. Molotov estaba acostumbrado.
Así que lo que no se arreglo en las sesiones,
se arregló bajo cuerda.
La cuestión que más preocupaba a Churchill en
aquel momento no estaba en el programa oficial de Yalta. Era el dominio de
Grecia. Gran Bretaña tenía un protectorado sobre Grecia que en aquel momento
peligraba, ya que se gestaba una guerra civil entre los comunistas griegos y
las fuerzas fieles al rey Jorge II. El protectorado británico sobre Grecia era
importante para la seguridad de los buques británicos en el Mediterráneo
Oriental, puerta de entrada al Canal de Suez, via obligada de comunicación con
sus colonias en Asia.
Churchill y Stalin se habían reunido en Moscú
en octubre de 1944, mientras Roosevelt hacía campaña para su reelección, para
tratar esta cuestión. En una hoja de
papel, ambos mandatarios se habían repartido la influencia en Grecia y los
Balcanes. Churchill solo reclamaba la mayor influencia en Grecia todo lo demás
se lo ofrecía a Stalin. En Yalta, con tal de que Stalin mantuviese ese acuerdo,
Churchill ofrecía reconocer al gobierno
polaco comunista de Lublin.
Por su parte, Roosevelt necesitaba a Stalin
para que declarase la guerra a Japón y poder acabar más rápidamente la guerra
en el Pacífico. No quiso fiar algo tan
importante a las sesiones plenarias y celebró un encuentro privado, a espaldas
de Churchill, con Stalin.
El muy ingenuo de Roosevelt creía estar
creando una relación de confianza con Stalin. Es chocante ver cómo un político
tan competente en tantos aspectos como Roosevelt, cae en las redes del tío Joe.
Ofrece apoyar las pretensiones de Stalin sobre Polonia, pero éste arguye que
necesita algo más que eso para “explicar al pueblo soviético por qué va a la
guerra con Japón, así que pide la gran isla de Sajalin y las Islas Curiles, así
como Port Arthur y el uso de los ferrocarriles de Manchuria.
Sajalín y las Curiles no son problema, porque
pertenecen a Japón pero Port Arthur y Manchuria pertenecen a China y China es
aliada y eso va a obligar a que Roosevelt se trague algún que otro sapo con
Chian Kai Chek, pero da igual. Al tio Joe, lo que pida. Y lo que pide también es mantener para la URSS
los territorios polacos obtenidos en la invasión de 1939 ¿Quién da más?
En las sesiones se dice que EEUU y Gran
Bretaña reconocen al gobierno polaco de Lublin siempre que puedan incluir en
dicho gobierno algunos miembros de su elección y con la promesa de Stalin de
convocar elecciones libres en Polonia y el resto de países tomados a los
alemanes por el Ejército Soviético una vez acabe la guerra.
Elecciones libres…
Yo, personalmente, dudo que nadie de los allí
presentes, salvo quizá Roosevelt, que había creído conocer a Stalin, pensara que se fueran a convocar elecciones
libres en Polonia, ni en ningún otro país de la Europa oriental. Stalin también
acepta participar en el proyecto estrella de Roosevelt, las naciones unidas,
pero esto tampoco le cuesta nada.
En las fotos oficiales en el patio del palacio
de Livadia, los tres líderes están serios y un poco rígidos y Stalin, el que se
ha llevado la parte del león, parece el más serio de los tres.
No sabemos si Churchill y Roosevelt se sentían
culpables por haber traicionado a los polacos. Personalmente creo que no.
Y Stalin volvió a enfrentarse en Postdam a
otro británico y a otro estadounidense y siguió dominando el juego. Ni siquiera
se arredró cuando Harry Truman le dejó
caer que EEUU tenía la bomba atómica.
La segunda guerra mundial había sido una lucha
entre grandes potencias por obtener una parcela de poder. Es una lucha que, en
el fondo, nunca se detiene. Unos contendientes caen, otros surgen, pero siempre
es más o menos lo mismo.
Y al final, los que pierden, son los de
siempre. Los débiles ciudadanos de a pie.
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