miércoles, 1 de julio de 2020

ESPÍAS EN LA ANTIGÜEDAD


 Los líderes de los estados se han servido de espías desde los inicios de la historia escrita y posiblemente desde antes. Las primeras referencias al respecto nos llegan de Sargón I, creador del impero acadio en el tercer milenio antes de Cristo.  Sabemos que este gobernante disponía de una amplia red de informadores entre los comerciantes, que le aportaban toda clase de datos acerca de los territorios que pretendía conquistar. Incluso la Biblia, en el libro de los Números, nos cuenta que Moisés mandó a doce espías para investigar qué esperaba a los hebreos en la Tierra de Canaán.

 Babilonios, asirios, egipcios, persas… debieron contar con redes similares, más o menos desarrolladas según las épocas, dependiendo de las necesidades del momento.

 Son los las figuras que plasman por escrito los principios de la inteligencia militar:

 En occidente encontramos a Eneas el Táctico, que escribe la Poliercética, sobre el 350 a.JC, tratado de estrategia militar donde los métodos para el envío de mensajes secretos tienen gran importancia. Hoy día métodos como cambiar las vocales de un texto por series de puntos o usar antorchas para mandar mensajes por la noche, nos pueden parecer facilones, pero por entonces eran de lo más sofisticado.

 En oriente encontramos al famoso Sun Tzu, autor de “El arte de la Guerra”, libro que aún es de uso obligado en las academias militares, pese a que fue escrito en algún momento del siglo VI a JC. En el último capítulo, titulado “Sobre la concordia y la discordia”, aborda el uso de los espías.

 Sun Tzu parte de la base de que una campaña militar supone un esfuerzo enorme para un pueblo. Por ello no tratar de sacar el máximo partido con el mínimo gasto posible de recursos y vidas es indigno de un buen jefe militar o de un buen gobernante. Para lograr el logro de los objetivos con el mínimo gasto, es preciso tener buena información sobre las condiciones y movimientos del enemigo y los espías son el único medio fiable para obtenerla.

 Distingue cinco clases de espías: los espías nativos, que se reclutan entre los habitantes del territorio enemigo; los espías internos, que se reclutan entre los oficiales y funcionarios enemigos; los agentes dobles, que se reclutan entre los espías enemigos; los espías liquidables, que transmiten datos falsos a los espías enemigos y los espías flotantes, agentes del bando propio que van, observan y vuelven con sus informes. De la hábil combinación de estos cinco tipos depende el éxito de la campaña. Obviamente, Sun Tzu deja claro que han de estar bien pagados, para asegurar su lealtad. Pero también deja caer que a la primera señal de traición deben ser eliminados sin contemplaciones.

 Ya en tiempos de la Roma Republicana, tenemos noticias de que Escipión el Africano mantuvo una unidad de espías compuesta por centuriones veteranos que se hacían pasar por esclavos del séquito de las embajadas y bajo esta tapadera tomaban nota sobre fortificaciones, suministros y fuerzas enemigas. También se sabe que el cartaginés Aníbal Barca tenía una amplia red de espías infiltrados en la misma Roma.

 En la etapa final de la República Romana, signo de un sistema político que se descomponía,  las figuras destacadas del Senado, como el gran Cicerón tenían sus redes privadas de informadores para vigilar a rivales, pero fue al final Julio César quien pudo formar la más amplia, gracias a los recursos militares que poseía, pero de poco le sirvió, ya que aunque sus hombres descubrieron la conspiración de los Idus de Marzo, no tomó las debidas precauciones. César Augusto  heredó esta red, que fue la base para auténticas agencias de inteligencia durante el periodo Imperial, que curiosamente estarán más centradas en espiar a los propios romanos que a los extranjeros.

 En la época del Alto Imperio hubo dos oficinas de inteligencia en Roma. Una de ellas fue la de los peregrini, una especie de policía política. La otra era la de los frumentarii, que era una agencia más reducida y de carácter militar, ya que su personal salía (al menos al principio de su trayectoria) de las legiones. En un primer momento habían sido soldados especialistas en explorar el territorio enemigo en busca de recursos y ello les llevaba a enterarse de cosas útiles. Los mejores de ellos, a la fuerza debían ser tipos espabilados para mantenerse vivos en trabajo tan peligroso, eran enviados a Roma para engrosar las filas de esta agencia de inteligencia. Su misión era tanto reunir información sobre los enemigos del Estado, como eliminarlos si se terciaba. Pero con el tiempo se volvieron tan corruptos e incontrolables que el emperador Diocleciano los disolvió en cuanto tomó la púrpura. Sólo para instaurar otra organización que con el tiempo se volvió aún más corrupta y peligrosa: los agentes “in rebus” (“para asuntos”) asuntos sucios e innombrables, naturalmente. Estaban infiltrados en todos los niveles del Estado y su poder llegó a ser temible. Sobrevivieron a la caída del Imperio de Occidente y perduraron en el de Oriente, llegando el emperador Justiniano a ponerlos por encima de la ley, impidiendo su enjuiciamiento tanto civil como penal. La institución se mantuvo en el Imperio Bizantino hasta el siglo VIII, con lo que ya hemos dejado atrás la antigüedad y nos hemos metido de lleno en la Edad Media, pero eso ya es otra historia que veremos otro día.

 Como vemos, el uso del espionaje como herramienta para tomar ventaja en la guerra no es una novedad de épocas modernas, como tampoco lo es el hecho lamentable de que los estados usen sus servicios de inteligencia para controlar a los ciudadanos que deben proteger. Las próximas semanas veremos los siguientes capítulos de esta historia de poder, control y corrupción.

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