Adolf Hitler tuvo su bautismo de
fuego en Yprés en octubre de 1914. Su unidad quedó diezmada y él ganó la Cruz
de Hierro de segunda clase. Casi al final de la guerra recibiría la de primera
clase. Esta doble distinción es una cosa
rara para un soldado de tropa y hemos de concluir que Hitler debió ser un
soldado valiente o al menos buen cumplidor de su deber.
Por referencias posteriores de camaradas del ejército
sabemos que era un tipo callado, que no se relacionaba mucho con los demás,
pero en general bien considerado como compañero. Vamos, un tipo bueno para tenerlo
de compañero de litera, pero no para irse con él de juerga.
Resulta curioso que un hombre que
ha llevado una existencia tan caótica en los años anteriores se adapte tan bien
a la vida militar. No queda rastro del artista bohemio, aunque algunos dibujos
datan de esta época, ni se perfila aún interés por la política. El único rasgo característico que
pervive en este nuevo Hitler es la compulsión por la lectura.
De lo que sí podemos estar seguros es que su
tiempo en el frente refuerza su ideal pangermanista. Los pueblos de cultura germánica
han de formar parte de una sola nación, cuyo núcleo ha de ser Alemania.
Durante
la guerra toma pocos permisos y éstos duran poco. No tiene nadie a quien ir a
ver. A sus hermanas las trata con distancia. Es cegado en un ataque con gas y
lo ingresan en un hospital de Pomerania. Allí le sorprende la noticia de la
rendición de Alemania.
Es una mala noticia para él. No sólo por el
mazazo psicológico de que la nación en que se ha depositado sus esperanzas
firme un armisticio. Si no es soldado… ¿qué le queda? Cuando se alistó sólo
lograba salir de la indigencia gracias a los restos de la herencia de su padre.
¿Qué le ofrece la vida civil?
Posteriormente afirmará que en esa estancia en
el hospital toma conciencia de que el fracaso en la guerra es culpa de los
comunistas que han perpetrado la revolución que ha hecho huir al Kaiser
Guillermo y de los judíos instalados en las clases acomodadas que han vendido
el país a las potencias económicas.
Una menudencia como el colapso
económico al que estaba llegando el país por el esfuerzo de guerra, carece de
importancia. Pero yo me inclino a creer que lo que más
angustiaba a Adolf en este momento es la incertidumbre por su propio futuro.
Cuando recibe el alta acude a
Munich, en Baviera, donde ya residió
antes de la guerra, y allí permanece acuartelado con el miedo a ser licenciado. Dentro del convulso ambiente político que se
dio en los inicios de la República de Weimar y en el contexto de las acciones
para frenar el avance del comunismo en Alemania, se le asigna a las tareas de
depuración política del ejército.
Los comunistas más radicales del
movimiento espartaquista intentaron tener su papel en la creación de la República
de Weimar y fueron brutalmente reprimidos. La política del nuevo gobierno no es
ilegalizar a los comunistas, pero sí eliminar a aquellos sospechosos de querer
iniciar movimientos revolucionarios. Esto le viene como anillo al dedo
para airear su propio anticomunismo y le sirve para descubrir su capacidad como
comunicador a un auditorio.
Dentro de sus funciones entra el investigar la
filiación política de partidos y asociaciones así que un día le encargan
investigar a un oscuro y diminuto partido: el DAP (Partido Obrero Alemán) dirigido por un
trabajador ferroviario, Anton Drexler. Con ese nombre huele un tanto a izquierdismo
radical, así que acude a un acto del partido en la cervecería Sterneckerbrau. Su
sorpresa es que para nada se trata de un partido comunista, sino de un grupo
nacionalista alemán bastante radical en cuyo ambiente parece sentirse muy a
gusto.
En la reunión surge la discusión
acerca de si Baviera debería desligarse de Alemana. El debate se enciende y Hitler,
que se opone a tal idea, supera a todos
los contertulios en elocuencia y pasión en el discurso. Drexler queda muy impresionado y le ofrece ingresar en el partido, cosa que Hitler hace. El ideario del DAP es simple: nacionalismo,
pangermanismo, antijudaismo, y
anticomunismo. Ese mensaje que culpa a judíos y
comunistas de la pérdida de la guerra y de la aceptación de las humillantes
condiciones del tratado de Versalles capta muchos oídos y voluntades.
Hitler empieza a ser un orador
escuchado en actos a los que cada vez viene más gente. El primero ya tiene
lugar en 1920. No ha desplegado todos los recursos de años
posteriores, pero va en camino. Ese mismo año el DAP se refunda como Partido
Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP). Para 1923 pasa de los 50.000
militantes. El capitán Ernst Röhm ya comanda
las SA, fuerza paramilitar callejera a semejanza de los Camisas Negras de Mussolini y ya se ha
diseñado la bandera del partido.
Ha conocido ya a Rudolf Hess, que
se vuelve su más devoto colaborador, y a Hermann Göring, el as de la aviación de la
Gran Guerra que le introduce en la alta sociedad, lo que le aportan jugosas
donaciones.
Llegados a este punto, Hitler ya
recibe ingresos del partido y se vuelve imprescindible dentro del mismo, con lo
que acaba dejando el ejército. Drexler, que aún dirige el
partido sobre el papel, está resentido con el poder que ha adquirido Hitler en
base a su capacidad de persuasión y de la intimidación que ejercen las SA de
Röhm intenta disputarle el liderazgo, pero no le respaldan y cede el paso a
Hitler como máximo lider, sin oposición alguna.
¿Cómo se ha convertido el
silencioso y diligente soldado en este orador tan popular? Ha sabido canalizar
la rabia y la frustración por la situación económica del país y dirigirla contra
los judíos, los comunistas y el gobierno de la república de Weimar, asfixiado
por el pago de unas reparaciones de guerra que agravan la ruina del país y que
no da respuestas a las necesidades de la gente.
Atrae a su causa al general Erich Ludendorf, héroe
de guerra y furibundo nacionalista.
El impago de las reparaciones por parte de
Alemania a Francia, motivó que este país ocupase la cuenca del Ruhr, región
minera cuya pérdida acabaría de machacar la economía alemana. Dentro del clima de crispación que
este hecho creó, se dispararon las intenciones de llevar a cabo un golpe de
Estado. Hitler y Ludendorf apoyaron la pretensión del gobierno de Baviera,
dirigido por Gustav Ritter von Kahr de
llevar a cabo un levantamiento contra el gobierno central de Berlín. Y de hecho parecía que iba a
llevarse a cabo, pero Kahr se echó atrás
en el último momento, Hitler se arriesgó y trató de hacerse con el control de
Baviera. Pretendía llevar a cabo una acción como la Marcha sobre Roma de
Mussolini, creando un estado rebelde en Baviera que pudiera disputarle el
liderazgo al gobierno de Berlín, pero calculó mal sus apoyos y la situación en
general.
La intentona de golpe de estado que después se
llamó el Pustch de Munich o el Pustch de la cervecería, porque se inició en la Bürgerbräukeller, lugar habitual de
reunión de los nazis, tuvo lugar entre el 8 y el 9 de noviembre de 1923. Fue un alboroto muy mal
planificado. Hitler descuidó la toma de control de puntos esenciales como
centrales telefónicas o estaciones de tren y avanzó en tromba con sus
paramilitares, llevando por delante a Ludendorf como una especie de talismán
que le diese legitimidad. Hitler se vio envuelto en
un tiroteo con la policía donde Göring resultó gravemente herido y acabó
escondiéndose en casa de un simpatizante, donde fue detenido poco después.
Está visto que una cosa es encandilar a las
gentes con un verbo de oro y sacarles el dinero a espuertas y otra muy distinta
llevar a cabo un golpe de estado.
Pero la historia seguirá.
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