domingo, 12 de julio de 2020

EL GOLPISTA LLAMADO ADOLF HITLER. DE LAS TRINCHERAS AL PUTCH DE MUNICH.


 Adolf Hitler tuvo su bautismo de fuego en Yprés en octubre de 1914. Su unidad quedó diezmada y él ganó la Cruz de Hierro de segunda clase. Casi al final de la guerra recibiría la de primera clase. Esta doble distinción es una cosa rara para un soldado de tropa y hemos de concluir que Hitler debió ser un soldado valiente o al menos buen cumplidor de su deber.

 Por referencias posteriores de camaradas del ejército sabemos que era un tipo callado, que no se relacionaba mucho con los demás, pero en general bien considerado como compañero. Vamos, un tipo bueno para tenerlo de compañero de litera, pero no para irse con él de juerga.

 Resulta curioso que un hombre que ha llevado una existencia tan caótica en los años anteriores se adapte tan bien a la vida militar. No queda rastro del artista bohemio, aunque algunos dibujos datan de esta época, ni se perfila aún interés por  la política. El único rasgo característico que pervive en este nuevo Hitler es la compulsión por la lectura.

 De lo que sí podemos estar seguros es que su tiempo en el frente refuerza su ideal pangermanista. Los pueblos de cultura germánica han de formar parte de una sola nación, cuyo núcleo ha de ser Alemania.

  Durante la guerra toma pocos permisos y éstos duran poco. No tiene nadie a quien ir a ver. A sus hermanas las trata con distancia. Es cegado en un ataque con gas y lo ingresan en un hospital de Pomerania. Allí le sorprende la noticia de la rendición de Alemania.

 Es una mala noticia para él. No sólo por el mazazo psicológico de que la nación en que se ha depositado sus esperanzas firme un armisticio. Si no es soldado… ¿qué le queda? Cuando se alistó sólo lograba salir de la indigencia gracias a los restos de la herencia de su padre. ¿Qué le ofrece la vida civil?

 Posteriormente afirmará que en esa estancia en el hospital toma conciencia de que el fracaso en la guerra es culpa de los comunistas que han perpetrado la revolución que ha hecho huir al Kaiser Guillermo y de los judíos instalados en las clases acomodadas que han vendido el país a las potencias económicas.

 Una menudencia como el colapso económico al que estaba llegando el país por el esfuerzo de guerra, carece de importancia. Pero yo me inclino a creer que lo que más angustiaba a Adolf en este momento es la incertidumbre por su propio futuro.

 Cuando recibe el alta acude a Munich, en Baviera,  donde ya residió antes de la guerra, y allí permanece acuartelado con el miedo a ser licenciado. Dentro del convulso ambiente político que se dio en los inicios de la República de Weimar y en el contexto de las acciones para frenar el avance del comunismo en Alemania, se le asigna a las tareas de depuración política del ejército.

 Los comunistas más radicales del movimiento espartaquista intentaron tener su papel en la creación de la República de Weimar y fueron brutalmente reprimidos. La política del nuevo gobierno no es ilegalizar a los comunistas, pero sí eliminar a aquellos sospechosos de querer iniciar movimientos revolucionarios. Esto le viene como anillo al dedo para airear su propio anticomunismo y le sirve para descubrir su capacidad como comunicador a un auditorio.

 Dentro de sus funciones entra el investigar la filiación política de partidos y asociaciones así que un día le encargan investigar a un oscuro y diminuto partido: el  DAP (Partido Obrero Alemán) dirigido por un trabajador ferroviario, Anton Drexler. Con ese nombre huele un tanto a izquierdismo radical, así que acude a un acto del partido en la cervecería Sterneckerbrau. Su sorpresa es que para nada se trata de un partido comunista, sino de un grupo nacionalista alemán bastante radical en cuyo ambiente parece sentirse muy a gusto.  

 En la reunión surge la discusión acerca de si Baviera debería desligarse de Alemana. El debate se enciende y Hitler, que se opone a tal idea,  supera a todos los contertulios en elocuencia y pasión en el discurso.   Drexler queda muy impresionado y le ofrece  ingresar en el partido, cosa que  Hitler hace. El ideario del DAP es simple: nacionalismo, pangermanismo,  antijudaismo, y anticomunismo. Ese mensaje que culpa a judíos y comunistas de la pérdida de la guerra y de la aceptación de las humillantes condiciones del tratado de Versalles capta muchos oídos y voluntades.

 Hitler empieza a ser un orador escuchado en actos a los que cada vez viene más gente. El primero ya tiene lugar en 1920. No ha desplegado todos los recursos de años posteriores, pero va en camino. Ese mismo año el DAP se refunda como Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP). Para 1923 pasa de los 50.000 militantes. El capitán Ernst Röhm ya comanda las SA, fuerza paramilitar callejera a semejanza de los  Camisas Negras de Mussolini y ya se ha diseñado la bandera del partido.
Ha conocido ya a Rudolf Hess, que se vuelve su más devoto colaborador, y a  Hermann Göring, el as de la aviación de la Gran Guerra que le introduce en la alta sociedad, lo que le aportan jugosas donaciones.

 Llegados a este punto, Hitler ya recibe ingresos del partido y se vuelve imprescindible dentro del mismo, con lo que acaba dejando el ejército. Drexler, que aún dirige el partido sobre el papel, está resentido con el poder que ha adquirido Hitler en base a su capacidad de persuasión y de la intimidación que ejercen las SA de Röhm intenta disputarle el liderazgo, pero no le respaldan y cede el paso a Hitler como máximo lider, sin oposición alguna.
   
 ¿Cómo se ha convertido el silencioso y diligente soldado en este orador tan popular? Ha sabido canalizar la rabia y la frustración por la situación económica del país y dirigirla contra los judíos, los comunistas y el gobierno de la república de Weimar, asfixiado por el pago de unas reparaciones de guerra que agravan la ruina del país y que no da respuestas a las necesidades de la gente.

 Atrae a su causa al general Erich Ludendorf, héroe de guerra y furibundo nacionalista.

El impago de las reparaciones por parte de Alemania a Francia, motivó que este país ocupase la cuenca del Ruhr, región minera cuya pérdida acabaría de machacar la economía alemana. Dentro del clima de crispación que este hecho creó, se dispararon las intenciones de llevar a cabo un golpe de Estado. Hitler y Ludendorf apoyaron la pretensión del gobierno de Baviera, dirigido por  Gustav Ritter von Kahr de llevar a cabo un levantamiento contra el gobierno central de Berlín. Y de hecho parecía que iba a llevarse  a cabo, pero Kahr se echó atrás en el último momento, Hitler se arriesgó y trató de hacerse con el control de Baviera. Pretendía llevar a cabo una acción como la Marcha sobre Roma de Mussolini, creando un estado rebelde en Baviera que pudiera disputarle el liderazgo al gobierno de Berlín, pero calculó mal sus apoyos y la situación en general. 

 La intentona de golpe de estado que después se llamó el Pustch de Munich o el Pustch de la cervecería, porque se inició en la Bürgerbräukeller, lugar habitual de reunión de los nazis, tuvo lugar entre el 8 y el 9 de noviembre de 1923. Fue un alboroto muy mal planificado. Hitler descuidó la toma de control de puntos esenciales como centrales telefónicas o estaciones de tren y avanzó en tromba con sus paramilitares, llevando por delante a Ludendorf como una especie de talismán que le diese legitimidad. Hitler se vio envuelto en un tiroteo con la policía donde Göring resultó gravemente herido y acabó escondiéndose en casa de un simpatizante, donde fue detenido poco después.

 Está visto que una cosa es encandilar a las gentes con un verbo de oro y sacarles el dinero a espuertas y otra muy distinta llevar a cabo un golpe de estado.

 Pero la historia seguirá.

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HITLER, EL INCOMPETENTE