Tras huir de los tiroteos del
fallido intento de golpe de estado en Munich, Adolf Hitler se refugió en una
finca propiedad de su colaborador Ernst Hanfstaengl, junto al lago Staffel.
Allí, magullado pero en general ileso, considera seriamente el suicidio, que la
esposa de Hanfstaengl, Helene, consigue evitar. El día 11 de noviembre de 1923
lo localizan, es arrestado y llevado a la prisión de Landsberg.
En prisión se encuentra con la agradable
sorpresa de que recibe trato de favor. Le reservan un alojamiento con dos
habitaciones relativamente cómodas. La mayor parte del personal de la prisión
es de ideología afín, nacionalistas sobre todo. Simpatizan con él y lo miman.
El juicio por alta traición tiene lugar entre
el 24 de febrero y el 11 de abril de 1924. Adopta un aire desafiante. No tiene
nada de que arrepentirse. Ha actuado por Alemania. La condena a cinco años no
le amilana. Ha recuperado la presencia de ánimo.
Cuando falló el Putsch pensaba
que estaba perdido, pero ahora percibe que sigue teniendo apoyos. Las
manifestaciones de apoyo a los nacionalsocialistas se suceden, aunque el
partido ha sido ilegalizado.
En Landsberg su vida es tranquila. Dispone de
alojamiento cómodo y alimentos y artículos a los que el común de los presos no
tienen acceso. Despacha su correo y recibe visitas prácticamente a diario.
A sus invitados no les falta la
cerveza. Es casi como un hotel, solo que sin poder salir. Lee la biblioteca
entera de la prisión en un par de meses y cuando se la termina empieza a
escribir. Bueno, el que escribe es Rudolf Hess
y cuando Hess se cansa le releva a la máquina de escribir Emil Maurice,
su chófer. Ambos cumplen condena con él, como muchos correligionarios.
Lo que Hitler está dictando es “Mi Lucha”, un
librito en el que hace un relato (un tanto novelado) de su vida y expone las
líneas generales de su pensamiento. A saber:
Su profunda aversión hacia los judíos, de los que afirma que, al carecer
de patria propia, se dedican a parasitar las de los demás pueblos actuando
siempre como comerciantes e intermediarios, sin producir nada, sin crear nada,
sólo enriqueciéndose a costa de los honrados ciudadanos.
La superioridad de la raza aria. Ello implica
la existencia de razas inferiores, como los eslavos del este, que pueden
ser utilizadas como mano de obra no
especializada después de arrebatarles sus tierras para que los pueblos de raza
germánica tengan su “espacio vital”, necesario para expandirse y prosperar.
Retuerce el concepto de “superhombre” expuesto
por Niezsche en “Así hablo Zaratustra”. Para Nieztche el “superhombre” es capaz
de generar sistemas de comportamiento y de pensamiento propios que le permiten
liberarse de los sistemas de pensamiento y creencias que solo sirven para
condicionarle y oprimirle. No habla de ningún aspecto nacional ni racial, pero
Hitler lo reduce a eso.
Este panfleto no se vende demasiado hasta
1933, año de la subida al poder de los nazis. A parir de ahí sus ventas se
disparan.
El 20 de diciembre de 1924 es excarcelado por
buena conducta. Ha cumplido poco más de un año si sumamos la prisión
preventiva.
Y ahora es famoso en toda Alemania, no solo en
Baviera.
El partido nazi está disuelto, pero diversos
grupúsculos siguen activos e incluso han concurrido a las elecciones. Gregor
Strasser, miembro del partido que también fue encarcelado, pero salió pronto de
prisión es diputado del Reichstag. Ello
le permite viajar y ejercer como cabeza visible del partido, pues el gobierno
de Berlín, contra cuyo criterio Hitler ha sido excarcelado, le ha prohibido
hablar en público hasta 1929. A Hitler no le gusta Gregor Strasser ni su
hermano Otto, también del partido. Los considera demasiado apegados a los
obreros y a las clases populares, por así decirlo son del ala “izquierdista”
dentro del partido nazi.
Hitler lo tiene muy claro a ese
respecto: la gente de pie es un instrumento para lograr su visión de Alemania,
darles cierto bienestar tiene que ser un medio, no un fin en sí mismo. Si se
acerca uno demasiado al pueblo, se pierde la perspectiva. Por el contrario, los
hermanos Strasser censuran el acercamiento de Hitler a la burguesía adinerada.
Son revolucionarios a su manera. Hitler es un oportunista. Y un oportunista
hambriento de dinero, ahora que hay que relanzar el partido. Gregor Straser no le gusta, pero puede moverse y
hablar en público y es competente. Lo necesita,
pero lo vigila. Además, tiene un colaborador experto en promoción y en
comunicación que parece un buen elemento. Un tal Joseph Goebels. Le gusta tanto
que se lo quita.
Goering, que tras librarse de sus heridas se
había marchado del país y se estaba ganando la vida como piloto en Suecia,
regresa a Alemania en 1927, bastante más gordo y enganchado a la morfina, que
empezó a consumir para aliviar los dolores durante la convalecencia. Se pone al
servicio de Hitler y es uno de los 12
diputados nazis que se sentarán en el Reichtag en 1928.
La camarilla de Hitler se va reuniendo poco a
poco.
La política alemana era un hervidero. De las
elecciones de 1928 salió un gobierno de coalición muy inestable presidido por
los socialdemócratas. En marzo de 1930 el gobierno no pudo seguir por la imposibilidad
simple de ponerse de acuerdo.
El presidente Hindemburg, jefe
del Estado, lo disolvió y nombró a Heinsich Brüning canciller, o jefe de
gobierno, un gobierno minoritario e impopular al que le tocó afrontar la crisis
económica de 1929, tras el crack de Wall Street. Se
convocaron nuevas elecciones y esta vez el partido nazi obtuvo 103 escaños.
La razón es simple. A partir del 1924 hubo una
cierta recuperación económica en Alemania. Tanto que incluso se puso en marcha
una pujante industria cinematográfica. En este clima los discursos de
comunistas y nacionalsocialistas no tenían tanto tirón en el electorado, aunque
sus respectivos paramilitares (que los comunistas también los tenían) seguían
peleándose por las calles.
Los que votaban a los nacionalsocialistas eran
los fieles de siempre. Sin embargo, la crisis de 1929 reavivó todos los miedos
de los alemanes y el voto del miedo fue para los nazis. El clima político y
social no se estabilizó. Todo lo contrario. Hubo tres elecciones más hasta
1933. Los nazis siguieron mejorando sus resultados, pero sin llegar a tener una
mayoría decisiva. Mucha gente les apoyaba, sí, pero mucha gente también
desconfiaba de ellos. Habían echado el resto con su campaña, recorriendo
Alemania de cabo a rabo en avión y con la maquinaria de propaganda de Goebels a
todo gas. Pero no tenía una mayoría decisiva. Hindemburg, sin embargo, acabó
nombrándolo canciller a regañadientes (Hitler no le gustaba y desconfiaba de
él), bajo las presiones de políticos conservadores como Franz Von Papen y de importantes empresarios. Los muy necios
pensaban que Hitler podría ser controlado.
Una buena parte de Alemania se había dejado
embaucar por el despliegue de banderas, desfiles, uniformes y cánticos y por el
discurso facilón de los que buscan
cabezas de turco.
El 30 de enero de 1933 Hitler era canciller de
Alemania.
Ludendorf, el héroe de guerra que acompañara a
Hitler en el Putsch, se había distanciado de él al darse cuenta de qué clase de
sujeto era. Escribió a Hindemburg (se conocían, habían luchado juntos en la
Gran Guerra) diciéndole que se arrepentiría de haber puesto a Alemania en manos
de aquel sujeto. No sabemos si
Hindemburg hasta su muerte, año y medio después, tuvo tiempo de arrepentirse.
Hay un aspecto muy oscuro de este periodo que
conviene traer a colación si queremos aproximarnos más a la personalidad de
Hitler. Cuando la hermanastra de Hitler, Ángela, enviudó, ejerció durante un
tiempo de ama de llaves de Hitler y llevó consigo a sus hijas. Una de ellas,
Geli, de 17 años, se volvió inseparable de su tío, 19 años mayor que ella.
Tanto que se la llevó a vivir con él a un apartamento en Munich. Su relación se
volvió exclusiva, la tenía fuertemente controlada y la impedía tener contacto
con personas de su edad.
¿Hubo sexo? Otto Strasser
afirmaba que sí, pero era un opositor político de Hitler ¿Hemos de creerle?
Hubiera sexo o no, el maltrato psicológico es claro y la dependencia
establecida por Hitler, también. Geli se suicidó de un disparo en el
apartamento de Munich en 1931.
Hitler quedó aparentemente devastado. Pero no
le duró mucho. Pocos meses después inició su relación con Eva Braun. Ayudante
de su fotógrafo oficial. Una mujer, también bastante más joven que él, que
había llevado a cabo un intento de suicidio, se especulaba para llamar la
atención de Hitler. La tomó como amante,
pero la mantuvo oculta a los ojos del público. Otra prisionera.
Incluso sin tener en cuenta todo lo que vino
después, sólo atendiendo a su enfermiza relación con las mujeres, ya podemos
catalogar a Hitler como un sujeto bastante desagradable.
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