La desintegración del Imperio Romano de
Occidente dio lugar a la paulatina aparición de las monarquías europeas.
Originalmente era estructuras muy básicas. La complejidad de la sociedad romana
sólo pervivía en el Imperio de Oriente, que con el correr de los siglos se iría
degradando poco a poco. En lo que se
refiere al uso del espionaje, se volvió a los usos antiguos. Los informadores
eran reclutados en momentos de necesidad, un conflicto bélico o tener que
vigilar a un personaje determinado. Organizaciones como los frumentarii romanos
eran cosa del pasado.
Europa se vuelve un mosaico de Estados que
combaten entre sí, se funden en otros más grandes o se dividen en otros más
pequeños. A medida que la política vuelve a ganar en complejidad y que lo que
se juega en la guerra es algo más trascendente que robarle un rebaño de ovejas
al vecino, la necesidad de buenos agentes secretos se va volviendo acuciante.
La palabra espía, procede del vocablo spaiha de la lengua goda, los godos eran un
pueblo germánico que se asentó en tierras del imperio romano y se dividió en
dos ramas: los visigodos que se asentaron en Hispania y los Ostrogodos que se
asentaron en Italia. Llegaron a tener cierta maestría en el uso de la
criptografía, o cifrar mensajes con claves para que no puedan ser leídos por
cualquiera. Probablemente la aprendieran de los romanos, pero no debían ser tan
bárbaros al fin y al cabo. En Italia es
donde aparece por primera vez escrita la palabra espía, en documentos oficiales
de la República de Venecia datados en 1264. Venecia será muy importante en el
desarrollo del espionaje.
Por esas fechas reinaba en
Castilla Alfonso X El Sabio, que en su famosa obra “Las Siete Partidas” se
refiere a los “barruntes” hombres que se envían para “andar con los enemigos y saber de sus hechos”. El verbo
“barruntar” ha quedado en el castellano con el significado de sospechar o
indagar en algún asunto. Muchos barruntes debieron utilizar los reyes
castellanos. A fines de la Edad Media, Isabel la Católica se sirvió de una amplia
red de espías tanto en la pugna por la corona que mantuvo con su sobrina Juana,
como en la guerra contra el Reino de Granada.
Durante la Edad Media era común que
embajadores llevasen a cabo misiones de
espionaje ellos mismos o recurriendo a agentes de campo convenientemente
pagados: mercaderes, músicos ambulantes, médicos, clérigos para infiltrarse
entre las clases populares y cortesanos
para reunir información en los peligrosos entresijos de las cortes europeas.
Era común el uso de agentes dobles espías enemigos desenmascarados que pasaban
a trabajar para quienes antes espiaban, ya fuese de buen grado aunque a cambio
de buenas sumas o mediante amenazas.
Utilizar como espía alguien para purgar una
falta o bajo coacciones era una práctica común entre los monarcas europeos. Fue
el caso de Sir Thomas Tuberville, miembro de una antigua familia de la nobleza
inglesa que fue capturado por los franceses en 1294 y obligado a trabajar para ellos bajo la
amenaza de que si no lo hacía matarían a su familia, así que empezó a espiara
su rey Eduardo I el Zanguilargo, que no era precisamente comprensivo, por lo
que mandó ejecutarlo sin contemplaciones cuando fue descubierto. Dramas como
este no eran raros.
Porque fue en esta época cuando se empieza
a crear el halo de desprecio hacia la
figura del espía. Hasta hace pocas décadas a los espías frecuentemente se los
ejecutaba sin juicio. Ello es reflejo de lo deleznable que se consideró su
trabajo, aunque todos los estados se sirvieran de él. La alta sociedad medieval
está educada en los principios del código caballeresco, que estipula que los
conflictos se resuelven de frente y a costa del valor personal, por lo que
moverse en secreto para obtener ventaja es visto como indigno. Pero una cosa es
lo que se hace a la luz del día y otra lo que se hace bajo cuerda, en las
sombras. También los caballeros debían defender a los débiles. Claro que sí.
En conflictos tan enconados como la Guerra de
los Cien Años entre Francia y Gran Bretaña, ambos estados invirtieron muchos
recursos en la obtención de información. Los ingleses de hecho invirtieron
mucho en crear rutas protegidas para el tránsito de los informadores, hasta con
postas y caballos de refresco ya en suelo inglés.
En todas las monarquías medievales el
espionaje estaba al servicio del rey, puesto que el rey era el estado y el país
era de su propiedad, pero ciudades estado como Génova y Venecia no tenían rey.
Venecia, por ejemplo, estaba gobernada por un Dux, miembro de alguna de las
familias más ricas de la ciudad que era elegido por sus iguales. Venecia era una
oligarquía, un estado gobernado por una clase dirigente en el que se evita que
todo el poder recaiga en una sola persona. Diferentes asambleas ponían límites
al poder del dux y una de ellas era el Consejo de los Diez, que aunaba
atribuciones de ministerio de asuntos exteriores, seguridad interna y defensa
exterior y que disponía de un servicio de inteligencia estable y muy bien
organizado, con redes distribuidas por todas las posesiones venecianas en el
Mediterráneo. Venecia no era un país grande, pero sí muy rico y poderoso. El
poder de un país va de la mano de la amplitud y eficacia de sus servicios de
espionaje y contraespionaje.
En el mundo musulmán el uso de espías estaba
tan extendido como entre los reinos cristianos. Es notorio el caso del califa Al-Hakam (796-822) de Córdoba, que siempre preocupado por
la posibilidad de una revuelta interna
reforzó los servicios de espionaje interior. Por otra parte, entre los gobernantes
musulmanes de la península ibérica eran muy apreciados los espías cristianos,
comerciantes sobre todo.
Hay quien ve a la secta musulmana de los nizaríes, conocidos
vulgarmente como Hashashins o Asesinos, como una especie de agencia de
inteligencia, pero esto no es exacto. Eran una minoría religiosa que llevaba a
cabo acciones terroristas para mantener alejados a sus enemigos. Los nizaríes
adquirieron fama en la época de las cruzadas y resultan tan interesantes en sí
mismos que merecen un artículo aparte.
El fin de la Edad Media y la entrada en el
siglo XVI verá el surgimiento del Imperio Español, que abrirá un capítulo nuevo
en la historia del espionaje, pero esto ya es otra historia, que seguiremos
contando otro día.
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