Adolf Hitler nació en Braunau am
Inn, una pequeña población austríaca, en 1889. Sus padres eran Alois Hitler,
casado en terceras nupcias con Klara Polzl. El matrimonio tuvo otra hija, Paula
y convivían con dos hijos de la anterior esposa de Alois: Alois hijo y Ángela.
Hubo por lo demás, otros hijos que no llegaron a la edad adulta.
Alois hijo se marchó pronto de casa
porque no aguantaba el carácter colérico
de su padre. Adolf no tuvo más relación con él, la cual sí tuvo con sus
hermanas, aunque sin mucho apego, durante el resto de su vida.
Alois, un funcionario de aduanas, arrastraba
un pasado que le pesaba. Estas cosas eran delicadas en aquella época. Era hijo
ilegítimo. Decían las malas lenguas que su madre había quedado embarazada del
señor de la casa donde servía y como no había conseguido que el hombre con que
se casó pocos años después reconociera al pequeño Alois, el chisme no hizo más
aumentar, aderezado con el ingrediente extra de que el padre natural pudiera
ser judío. Y ya sabemos el anti judaísmo a ultranza que se respiraba en Europa
en estas épocas.
Hasta que Alois no tuvo 40 años no fue
reconocido por un tío suyo que iba a morir sin herederos y adoptó su
apellido, Heidler, que él cambió
probablemente a propósito en el registro por Hitler, para alejarse de la molesta
historia.
Estas habladurías llegaban a oídos del joven
Hitler y hacían que le hiciera preguntas a su madre sobre el repentino cambio
de apellido de su padre habido años atrás. Preguntas que eran respondidas con
evasivas.
Se nos ha querido pintar al Hitler niño como
un pequeñajo repelente, pero el caso es que en esta época no difería mucho de
cualquier otro niño, travieso y pensando solo en jugar. Era un estudiante
pésimo, por lo demás, pero lector empedernido de cuanto libro caía en sus
manos. Las malas notas fueron causa de no pocas azotainas por parte del padre,
parco eso sí en sus expresiones de cariño.
Cuando Alois murió, el joven Adolf contaba
dieciséis años y se le había metido en la cabeza ser pintor. Todo porque el
dibujo era la única materia escolar en la que sus calificaciones eran medio
decentes. Al enviudar, Klara se había trasladado con su prole a Linz y allí
Adolf la convenció que no podía seguir estudiando y se pasó tres años viviendo
del cuento a costa de la exigua pensión de la madre.
Klara también le costeó las
estancias en Viena para que se presentara a las pruebas de acceso a la Escuela de Bellas Artes, que no superó por
dos años consecutivos. La segunda vez le dijeron que quizá lo suyo era el
dibujo lineal. Se lo tomó muy a mal.
Porque la verdad es que las obras de Hitler
eran bastante ramplonas, buenas para decorar un salón comedor de las casas de
nuestras abuelas, pero con una calidad artística escasa.
Ante este fracaso empezamos a vislumbrar al
Hitler que décadas después destituye al general Heinz Guderian por un fracaso
resultado de las órdenes que ha dado él en contra del criterio del mismo
Guderian durante la Operación Barbarroja.
El fracaso en las pruebas de acceso a bellas
artes no era debido a su pobre talento, no. Era una jugada de mala fe de los
profesores de la Escuela.
En esta etapa también encontramos otro de los
típicos rasgos de Hitler, su terrible envidia por los talentos ajenos y los
celos por la popularidad de los que él
consideraba inferiores. Su amigo y compañero de piso August Kubizek había logrado ingresar en el
conservatorio y a él lo habían mandado a paseo en bellas artes. Inadmisible.
Su madre tiene un final muy duro tras sufrir
un cáncer de mama y Hitler, ya sin nadie que le mantenga, decide mudarse a
Viena definitivamente, pretendiendo vivir de sus cuadritos. Vende alguno de vez
en cuando, pero en general le va mal y tiene que ir de un trabajo mal pagado a
otro: albañil, mozo de estación, barrendero… Eso sí, en cuanto puede va a la
opera o al teatro, aunque ello suponga quedarse sin comer.
Allí, sentado en los duros bancos del paraíso
de los teatros, genera un fuerte resentimiento hacia la rancia aristocracia
austríaca y los burgueses que se sientan en platea y en los palcos. Entre esos
burgueses, además, hay bastantes judíos.
Porque Hitler, en esos años, ya es un
ferviente antijudío. Posteriormente cuando escriba “Mein Kampf” en la prisión
de Landsberg, afirmará que fue en Viena donde se desarrolló su anti judaísmo
sobre todo a raíz de encontrarse por la calle con un judío de cabello crecido y
vestido con un caftán. Referirá haber sentido una gran repugnancia.
Este episodio, aunque es un buen recurso
dramático, probablemente sea inventado,
pues Kubizek afirmará décadas después que cuando lo conoció en Viena ya era tan
antijudío como el que más.
En Viena vive malos momentos. La pobreza se
vuelve opresiva y le echan del piso. Tiene que vivir en hostales muy humildes e
incluso recurrir a albergues y comedores de la beneficencia. Esta etapa dura
hasta 1913. Ya con 24 años tiene la edad legal para cobrar la herencia de su
padre y se traslada a Múnich.
Más tarde dirá que le repugnaba
la decadencia del viejo imperio austrohúngaro y la diversidad cultural y étnica
de Viena y que le atraía la joven Alemania. Siempre llevará mal el haber nacido
en Austria.
Aunque en su país había sido declarado no apto
para el servicio militar, cuando estalla la primera guerra mundial se presenta
voluntario en Alemania y es asignado a un regimiento bávaro. El ejército y la guerra se le plantean como
una promesa de una vida nueva y mejor que la que ha llevado.
En una foto tomada en Múnich en 1914,
mientras la multitud exaltada saluda la declaración de guerra, Hitler es
captado casualmente. Tiene 25 años, pero aparenta más, su cara parece demacrada
por el mucho sufrimiento, pero parece extasiado, piensa que su vida va a
cambiar.
No se hace una idea.
En unos días seguiremos con esta historia.
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