miércoles, 15 de julio de 2020

ESPÍAS DEL SIGLO XVI. LAS LUCHAS DE ESPAÑA EN EL MEDITERRÁNEO Y EL ATLÁNTICO


 La transición de la Edad Media a la Edad Moderna a lo largo del siglo XV, supondrá cambios en la estructura de los estados. El sistema feudal había supuesto una fragmentación del poder. Los reyes tenían a menudo que enfrentarse a las grandes casas nobiliarias que supuestamente estaban bajo su autoridad, pero que en realidad iban un poco a su aire. Factores como el desarrollo de las ciudades y de la burguesía y la decadencia de la caballería como fuerza militar dominante contribuirían al debilitamiento de la aristocracia, dando oportunidad a los reyes de centralizar el poder y originando las poderosas monarquías que encontramos en el siglo XVI, como la inglesa, la francesa y la española.

 La monarquía española, cuya gran expansión territorial la eleva a la categoría de primera potencia mundial en el siglo XVI y buena parte del XVII, tendrá que dotarse de un potente aparato de inteligencia para consolidar su poder frente a otros estados, siendo los antagonistas principales del Imperio Español el Imperio Otomano, en el ámbito del Mediterráneo, e Inglaterra en el escenario Europeo Atlántico y en América.

 Los turcos se encontraban en fuerte expansión por el Mediterráneo, los Balcanes, Oriente Próximo y el norte de África, llegando incluso a asediar Viena, sin éxito. Eran antagonistas a tener en cuenta.

 La inteligencia española de mediados del siglo XVI en el teatro de operaciones del Mediterráneo tendrá sus bases principales en Italia, en tres puntos esenciales: las posesiones españolas de Nápoles y Sicilia, que cumplirían una función de logística, y la embajada ante la República de Venecia.  

  Venecia poseía uno de los servicios de inteligencia más eficaces de Europa, pero también se encontraba en una posición difícil, entre los turcos y el Sacro Imperio Romano Germánico. Venecia vivía del comercio y el comercio precisa paz, así que procuraba tener una posición neutral y no le compensaba pasar información a alguna de las partes. Por lo que los españoles adoptaban de técnica de captar espías al servicio de Venecia como agentes dobles, pagándoles buenos dineros por ello. Un ejemplo famoso fue el albanés Bartolomeo Brutti. También se podían reclutar buenos espías entre los refugiados griegos y albaneses huidos de la ocupación otomana de sus países de origen. Muchos de estos refugiados vivían en tierras del Virreinato de Nápoles.

 También tenía su base en Nápoles una flotilla de bergantines y falúas que bajo la tapadera del comercio iban de un puerto a otro controlando las posiciones de la flota otomana y reuniendo cuantas informaciones podían.

 La inteligencia española sostenía dos tipos distintos de espías: unos itinerantes, que viajaban desde Italia por mar hasta algún  puerto del Adriático, generalmente Ragusa, viajando por tierra hasta Constantinopla siguiendo un itinerario prefijado en el que abundaban los confidentes. En los meses de buen tiempo también podían navegar directamente a Constantinopla. Otros eran estáticos, viviendo permanentemente en territorio Otomano, la mayoría estaban radicados en Constantinopla, podían ser desde cristianos renegados, como el genovés Gregorio Bragante o incluso familias enteras como los Prohotico, familia de origen griego que sirvió a los españoles al menos durante dos generaciones.

 Los redentores de cautivos, tanto religiosos como laicos, que acudían a Constantinopla a negociar la liberación de prisioneros cristianos, igualmente informaban a los agentes españoles de cuanto veían o se enteraban. Igualmente, muchos funcionarios de la corte del sultán estaban en nómina de los españoles.

Ni que decir tiene, que esta red precisaba de una ingente cantidad de dinero para ser mantenida.

 La victoria española en Lepanto en 1571 frenó el expansionismo turco en el mediterráneo,   ello no mejoró la disposición del Imperio Otomano hacia la monarquía hispánica, pero al menos marcó el statu quo y ambas potencias pudieron centrarse en otros frentes. Los turcos miraron hacia oriente y los españoles, hacia el Atlántico.

 Las provincias de los Países Bajos se habían sublevado contra el Imperio Español en 1566. Los calvinistas holandeses recibían ayuda de Isabel I de Inglaterra, que también tenía la mala costumbre de enviar a sus corsarios contra las posesiones españolas en América.

 El Consejo de Estado del rey Felipe II desplegó su maquinaria de espionaje sobre Irlanda, evaluando la posibilidad de un posible desembarco allí, posibilidad que se desestimó por considerar que los irlandeses, aun siendo católicos, no prestarían los apoyos suficientes a una fuerza de invasión española.

 Españoles e ingleses competían ferozmente en la carrera por ir por delante del otro. Uno de los logros más grandes e la inteligencia española en este campo fue captar como agente a Sir Edward Stadfford, embajador inglés en París, sacando partido de sus estrecheces económicas agravadas por sus deudas de juego. El Secretario de Estado de la reina Isabel, Francis Walsingham sospechó de él y se encargó de que le llegara información falsa. La mejor manera de neutralizar a un agente doble.

 Walsingham ha pasado a la historia como uno de los mejores jefes de servicio secreto que han existido. La desventaja en recursos económicos (la corona española podía invertir enormes cantidades en financiar su espionaje, que les estaban vedadas a los ingleses) la suplía con ingenio, determinación y crueldad. Era un ferviente anticatólico (sobre todo a raíz de haber visto a los católicos degollando calvinistas en la Matanza del Día de San Bartolomé cuando era embajador en Francia) y puso todo su empeño en desarticular cualquier plan para poner fin a la vida de su reina, como la conspiración católica dirigida por Sir Anthony Babington en 1586 que tenía por objetivo asesinar a Isabel I y entronizar a María Estuardo. Todos los conspiradores fueron detenidos y ajusticiados y también la propia María, cuya implicación  Walsingham demostró con tenacidad de un perro rastreador.

 Walsingham también trabajó intensamente para desbaratar la invasión de Inglaterra que Felipe II pensaba llevar a cabo mediante la Armada Invencible. Desde dos años antes de la expedición ya tenía noticias de los preparativos. Instigó el asalto de Francis Drake contra Cádiz de 1587, que supuso un retraso para los planes  de invasión y organizó los planes de defensa. La red de Walsingham llegaba hasta Constantinopla y para mantenerla puso grandes cantidades de su propia fortuna.

 Si bien frente al Gran Turco el Imperio Español mantuvo cierta superioridad en materia de inteligencia militar, frente a los ingleses la maestría de Walsingham deja la partida en tablas y sólo por la inferioridad de los recursos a su disposición. ¿Qué no habría hecho si hubiera podido disponer de las fabulosas reservas de dinero procedentes de América?

 En 1590 Felipe II recibió un despacho de sus espías en Londres, informando sobre el fallecimiento de Walsingham. “Aquí toda la corte está entristecida” decía el despacho. “Ahí, por supuesto” anotó el rey al margen “pero aquí nos holgamos mucho”.


 Si el XVII fue el siglo de oro español en cuanto a la literatura, el XVI lo fue en cuanto al despliegue del espionaje por parte de los gobiernos de Carlos I y Felipe II. El siglo XVII verá el progresivo deterioro de las armas españolas… y de la inteligencia española.  

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