La transición de la Edad Media a la Edad
Moderna a lo largo del siglo XV, supondrá cambios en la estructura de los
estados. El sistema feudal había supuesto una fragmentación del poder. Los
reyes tenían a menudo que enfrentarse a las grandes casas nobiliarias que
supuestamente estaban bajo su autoridad, pero que en realidad iban un poco a su
aire. Factores como el desarrollo de las ciudades y de la burguesía y la
decadencia de la caballería como fuerza militar dominante contribuirían al
debilitamiento de la aristocracia, dando oportunidad a los reyes de centralizar
el poder y originando las poderosas monarquías que encontramos en el siglo XVI,
como la inglesa, la francesa y la española.
La monarquía española, cuya gran expansión
territorial la eleva a la categoría de primera potencia mundial en el siglo XVI
y buena parte del XVII, tendrá que dotarse de un potente aparato de
inteligencia para consolidar su poder frente a otros estados, siendo los
antagonistas principales del Imperio Español el Imperio Otomano, en el ámbito
del Mediterráneo, e Inglaterra en el escenario Europeo Atlántico y en América.
Los turcos se encontraban en fuerte expansión
por el Mediterráneo, los Balcanes, Oriente Próximo y el norte de África,
llegando incluso a asediar Viena, sin éxito. Eran antagonistas a tener en
cuenta.
La inteligencia española de mediados del siglo
XVI en el teatro de operaciones del Mediterráneo tendrá sus bases principales
en Italia, en tres puntos esenciales: las posesiones españolas de Nápoles y
Sicilia, que cumplirían una función de logística, y la embajada ante la
República de Venecia.
Venecia poseía uno de los servicios de inteligencia más eficaces de
Europa, pero también se encontraba en una posición difícil, entre los turcos y
el Sacro Imperio Romano Germánico. Venecia vivía del comercio y el comercio
precisa paz, así que procuraba tener una posición neutral y no le compensaba
pasar información a alguna de las partes. Por lo que los españoles adoptaban de
técnica de captar espías al servicio de Venecia como agentes dobles, pagándoles
buenos dineros por ello. Un ejemplo famoso fue el albanés Bartolomeo Brutti.
También se podían reclutar buenos espías entre los refugiados griegos y
albaneses huidos de la ocupación otomana de sus países de origen. Muchos de
estos refugiados vivían en tierras del Virreinato de Nápoles.
También tenía su base en Nápoles una flotilla
de bergantines y falúas que bajo la tapadera del comercio iban de un puerto a
otro controlando las posiciones de la flota otomana y reuniendo cuantas
informaciones podían.
La inteligencia española sostenía dos tipos
distintos de espías: unos itinerantes, que viajaban desde Italia por mar hasta
algún puerto del Adriático, generalmente
Ragusa, viajando por tierra hasta Constantinopla siguiendo un itinerario
prefijado en el que abundaban los confidentes. En los meses de buen tiempo
también podían navegar directamente a Constantinopla. Otros eran estáticos,
viviendo permanentemente en territorio Otomano, la mayoría estaban radicados en
Constantinopla, podían ser desde cristianos renegados, como el genovés Gregorio
Bragante o incluso familias enteras como los Prohotico, familia de origen
griego que sirvió a los españoles al menos durante dos generaciones.
Los redentores de cautivos, tanto religiosos como
laicos, que acudían a Constantinopla a negociar la liberación de prisioneros
cristianos, igualmente informaban a los agentes españoles de cuanto veían o se
enteraban. Igualmente, muchos funcionarios de la corte del sultán estaban en
nómina de los españoles.
Ni que decir tiene, que esta red
precisaba de una ingente cantidad de dinero para ser mantenida.
La victoria española en Lepanto en 1571 frenó
el expansionismo turco en el mediterráneo, ello no
mejoró la disposición del Imperio Otomano hacia la monarquía hispánica, pero al
menos marcó el statu quo y ambas potencias pudieron centrarse en otros frentes.
Los turcos miraron hacia oriente y los españoles, hacia el Atlántico.
Las provincias de los Países Bajos se habían
sublevado contra el Imperio Español en 1566. Los calvinistas holandeses
recibían ayuda de Isabel I de Inglaterra, que también tenía la mala costumbre
de enviar a sus corsarios contra las posesiones españolas en América.
El Consejo de Estado del rey Felipe II
desplegó su maquinaria de espionaje sobre Irlanda, evaluando la posibilidad de
un posible desembarco allí, posibilidad que se desestimó por considerar que los
irlandeses, aun siendo católicos, no prestarían los apoyos suficientes a una
fuerza de invasión española.
Españoles e ingleses competían ferozmente en
la carrera por ir por delante del otro. Uno de los logros más grandes e la
inteligencia española en este campo fue captar como agente a Sir Edward
Stadfford, embajador inglés en París, sacando partido de sus estrecheces
económicas agravadas por sus deudas de juego. El Secretario de Estado de la
reina Isabel, Francis Walsingham sospechó de él y se encargó de que le llegara
información falsa. La mejor manera de neutralizar a un agente doble.
Walsingham ha pasado a la historia como uno de
los mejores jefes de servicio secreto que han existido. La desventaja en
recursos económicos (la corona española podía invertir enormes cantidades en
financiar su espionaje, que les estaban vedadas a los ingleses) la suplía con
ingenio, determinación y crueldad. Era un ferviente anticatólico (sobre todo a
raíz de haber visto a los católicos degollando calvinistas en la Matanza del
Día de San Bartolomé cuando era embajador en Francia) y puso todo su empeño en
desarticular cualquier plan para poner fin a la vida de su reina, como la
conspiración católica dirigida por Sir Anthony Babington en 1586 que tenía por
objetivo asesinar a Isabel I y entronizar a María Estuardo. Todos los
conspiradores fueron detenidos y ajusticiados y también la propia María, cuya implicación Walsingham demostró con tenacidad de un perro
rastreador.
Walsingham también trabajó intensamente para
desbaratar la invasión de Inglaterra que Felipe II pensaba llevar a cabo
mediante la Armada Invencible. Desde dos años antes de la expedición ya tenía
noticias de los preparativos. Instigó el asalto de Francis Drake contra Cádiz
de 1587, que supuso un retraso para los planes
de invasión y organizó los planes de defensa. La red de Walsingham
llegaba hasta Constantinopla y para mantenerla puso grandes cantidades de su
propia fortuna.
Si bien frente al Gran Turco el Imperio
Español mantuvo cierta superioridad en materia de inteligencia militar, frente
a los ingleses la maestría de Walsingham deja la partida en tablas y sólo por
la inferioridad de los recursos a su disposición. ¿Qué no habría hecho si
hubiera podido disponer de las fabulosas reservas de dinero procedentes de
América?
En 1590 Felipe II recibió un despacho de sus
espías en Londres, informando sobre el fallecimiento de Walsingham. “Aquí toda
la corte está entristecida” decía el despacho. “Ahí, por supuesto” anotó el rey
al margen “pero aquí nos holgamos mucho”.
Si el XVII fue el siglo de oro español en
cuanto a la literatura, el XVI lo fue en cuanto al despliegue del espionaje por
parte de los gobiernos de Carlos I y Felipe II. El siglo XVII verá el
progresivo deterioro de las armas españolas… y de la inteligencia española.
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