Hace pocos días me cortaba el aliento la
noticia del hallazgo de los cuerpos sin vida de un padre y su hija de corta
edad en su domicilio de Almonte. Aunque primero se barajó la hipótesis de que
el hombre asesinara a la niña y luego se suicidara, parece que pruebas forenses
hacen que cobre más fuerza la teoría de un doble crimen. Sea como fuere no se
me quita de la cabeza lo aberrante de un asesinato… cuanto más el asesinato de
un niño. Qué perdido, qué hecho polvo hay que estar… y una mierda; qué jodidamente
hijo de la grandísima perra hay que ser. Ni enajenaciones mentales ni leches…
Quien mata a un niño no tiene perdón de Dios, ni en este mundo ni en el otro.
Si alguien le hiciera algo así a mi hija… bueno, cabe la posibilidad de que
todo ya me diera igual y yo, personalmente, le arrancara las entrañas… aunque
el asesinato sea algo aberrante.
Mi hija crece, eso es imparable. En este su
año décimo primero de vida, en el mismo mes que va a hacer su primera comunión,
sabe Dios por qué, ha tenido su menarquía. No ha sido excesivamente traumático.
Yo me he retirado a un discreto segundo plano mientras mi esposa se hacía
magistralmente cargo de la situación y ambos dábamos al hecho de la primera menstruación
un aura de total naturalidad. Pero yo me mordía el labio discretamente. Mi niña
ya cada vez es menos una niña y preveo que no lo voy a llevar demasiado bien.
El grande ya tiene dieciocho años, es un tiarrón con toda la barba y un
especialista en poner mis nervios a prueba. Temo por su futuro más que por su
seguridad física… está curtido, aunque nunca se sabe. Pero cuando vea a mi niña
salir por la puerta para irse por ahí con las amigas… o peor aún con un chico…
Con la gente bromeo que estoy buscando en EBay una escopeta baratita para
tenerla detrás de la puerta o mejor un hacha, que siempre resulta más íntima y
personal para despachar capullos. Lo digo en broma… claro… en broma. Claro.
¿Y si algún hijoputa se ennovia con mi niña y
se le ocurre ponerle la mano encima?
Es célebre la frase de esa soplagaitas de “princesa
del pueblo” (¿qué pueblo?) Belén Esteban: “¡Yo por mi hija, ma-to!”. Puede que
sea lo único digno que ha salido por esa boca de labios inflados por el
colágeno que se abre como una puñalada bajo esa nariz deshecha por la cocaína.
La suscribo y eso que nunca he esnifado cocaína ni me he hecho la cirugía
estética.
Yo al menos tengo el tesoro de los recuerdos
de la infancia de mi hija. Su nacimiento, sus primeros pasos, sus primeras
palabras, sus cumpleaños, las funciones en el colegio… a ese pobre señor de
Huelva se lo han quitado todo. A su pobre hija se lo han quitado todo, todo lo
que tuvieron y lo que ya nunca tendrán. Nada, nada puede justificar eso. No
puede haber perdón ni redención. Yo no pediría ni lo uno ni lo otro si (…)
algún día llegase a tomarme la justicia por mi mano.
He dejado los puntos suspensivos entre el
paréntesis porque ahí he escrito “Dios no lo quiera” y tras recapacitar lo he
borrado, porque Dios no tendría nada que ver.
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