Este fin de semana he reflexionado bastante
sobre la auténtica naturaleza del amor, ese raro sentimiento sobre el que tanto
se ha escrito y sobre el que algunos afirman, llegado un punto, se puede “acabar”,
sobre todo entre marido y mujer. O al menos eso dicen las revistas del corazón.
Veamos que dice la Real Academia Española
(copio y pego no por pereza, sino para que se vea que no hay modificación
alguna por mi parte en la definición):
Amor.
(Del lat. amor, -ōris).
1. m. Sentimiento intenso del ser
humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro
y unión con otro ser.
2. m. Sentimiento hacia otra persona
que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión,
nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
6. m. Persona amada. U. t. en pl. con el mismo significado que en sing. Para llevarle un don a sus amore.
(Hay más acepciones, pero no vienen al caso).
Lamentablemente en esta
ocasión el diccionario de la RAE (en el que suelo tener tanta confianza), me
deja en la estacada al resultar totalmente insuficiente para aprehender la
totalidad del concepto. Habrá a quien le baste con esto. A mí no.
En “El
arte de amar” Erich Fromm afirma lo siguiente: “El amor no es esencialmente una relación con una persona específica; es
una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de
una persona con el mundo como totalidad, no con un objeto amoroso. Si una
persona ama sólo a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no
es amor, sino una relación simbiótica, o un egotismo ampliado.”
De este modo, por parte de un
pensador, psicólogo, sociólogo y filósofo (marxista por añadidura) nos viene
dado un concepto del amor que trasciende la mera unión entre dos personas y se
eleva a la categoría de actitud vital ante el mundo y la existencia. Lo que
todas las grandes religiones de la historia han defendido antes de que los
clérigos llegasen y deformaran el mensaje divino para servir a sus propios
intereses es expresado por la pluma de un erudito que se limita reflexionar
sobre la naturaleza humana.
Muestras de amor vemos todos los días a
nuestro alrededor. Todos tenemos ejemplos que llaman nuestra atención y que nos
gustaría poder imitar o que sencillamente nos cuesta comprender y renunciamos
directamente a tratar de acercarnos siquiera a ellos. También vemos muestras de
egoísmo atroz disfrazadas de “amor”. Por mi parte, este viernes conocí a una
señora de ochenta años que se ha dedicado a cuidar de su marido enfermo durante
los últimos quince años, hasta su reciente fallecimiento, sin perder la alegría
ni la confianza. Ahora que es viuda se dispone simplemente a reorganizar su
vida mientras pasa su duelo, para que su día a día continúe teniendo sentido
para ella misma y para los demás.
Ese es el ejemplo que quiero.