Hoy es el último día de Ayyám-i-Há, los cuatro
días intercalares del calendario bahá`í previos al mes de` Alá`, sobre el que Bahá
`u` lláh decretó que los creyentes debían abstenerse de comer y beber entre la
salida y la puesta de sol. El ayuno termina con el primer día del mes de Bahá, festividad
de Naw-Ruz, primer día también del Año Nuevo y de la primavera. El mandato del ayuno
está recogido en el Kitáb-i-Aqdas, el libro de leyes bahá`ís revelado por Bahá
`u` lláh, y alcanza a todos los creyentes mayores a partir de quince años,
excluyendo a los ancianos y enfermos, a las mujeres gestantes, a las personas que
se encuentren realizando un viaje duro o realizando tareas pesadas. A
diferencia del Ramadán musulmán, que cae en diferentes épocas del año al
regirse el Islam por un calendario lunar, el ayuno bahá`í siempre tiene lugar
en la misma época, al ser el calendario Badí de tipo solar. Los últimos días
del invierno se caracterizan por temperaturas moderadas y una cantidad relativamente baja de horas de sol,
lo que hace que la experiencia del ayuno algo llevadero. O al menos eso me ha
parecido a mí en los dos años que llevo practicándolo.
Hacerse bahá`í a los cuarenta tiene como
consecuencia que gente que te conoce de toda la vida se sorprende, sobre todo
al verte llevar a cabo el ayuno. Las reacciones son de todo tipo, desde
compadecerte (pensando erróneamente que estás sufriendo) hasta decidir (medio
en serio, medio en broma) que estás más loco de lo que ya creían. Si dices que
ayunas por motivos de salud se te puede considerar excéntrico, un fanático de
la vida sana, pero nada del otro mundo. Sin embargo, declarar que ayunas por
motivos religiosos genera, cuando menos, alzadas de cejas (de una o de las dos,
según el talante de cada cual).
Pero,
¿por qué ayuna un bahá`í? Primero porque se trata de un mandato de Dios,
revelado por su Manifestación Bahá `u` lláh, pero el cumplimiento de tal
mandato es personal, no existiendo sanciones de la administración bahá`í para
quien no lo observe. Se trata de un asunto entre el creyente y Dios, no un acto
llevado a cabo por el miedo al castigo (humano o divino). De este modo el
periodo de ayuno se convierte en un tiempo especial de oración y reflexión
durante el cual el creyente refuerza el compromiso por la superación de las
propias inclinaciones y la aceptación de la voluntad de Dios.
El desprendimiento de lo material es algo muy
importante dentro de un camino de crecimiento espiritual. Sin duda alguna no estamos
llamados a ser ermitaños, pero hay que admitir que tenemos dependencias que son
puramente psicológicas. Esas neveras occidentales llenas de pijadas para “matar
el gusanillo” son una prueba de ello. Cuando ayunas y llega la hora del
almuerzo, evidentemente el digestivo se activa, está condicionado para comer a
una hora determinada y si no le echas comida la sensación es vagamente
desagradable, pero no abrumadora, además, pasados veinte o treinta minutos
desaparece por completo. Se adquiere una perspectiva distinta, teniendo en
cuenta que la mayoría de gente del planeta no tiene tal acceso a los alimentos.
El apego a nuestro estilo de vida occidental y consumista limita nuestro
crecimiento espiritual, nos vuelve egocéntricos, apegados a cosas mezquinas.
Los que se burlan de aquellos que ayunan dicen
que luego, por la noche, nos atiborramos. Yo les aseguro que no es así. Se toma
algo ligerito al crepúsculo para romper el ayuno y luego se cena normalmente.
Lo cierto es que la comida sabe distinta y se siente más disposición a dar
gracias por ella, en lugar de dar por sentado que estará ahí y se adquiere más
consciencia sobre aquellos que no la tienen.
Es una experiencia que recomiendo. Para los
bahá`ís el mes de `Alá` es una época
especial que nos arraiga en la condición espiritual de nuestra naturaleza
humana. Cuando se lleva a cabo uno empieza a entender que más que un mandato,
es un regalo.