domingo, 21 de febrero de 2016

ESTOY MALO

 Vivir con una persona que sufre de fibromialgia te cambia la percepción sobre el dolor y sobre el malestar físico en general. Te enseña a relativizarlo y te abre las siguientes reflexiones.

 La revolución de los medicamentos que tuvo lugar en el siglo XX, con grandísimos avances para la humanidad, como la invención de la penicilina, que dio una nueva oportunidad al ser humano frente a enfermedades hasta entonces mortales de necesidad, ha degenerado en una tiranía de las empresas farmacéuticas que han hecho negocio de nuestras enfermedades. Para ello se han valido, entre otras cosas de la absurda creencia de que los medicamentos están para evitar cualquier síntoma desagradable. Yo soy burro para tomarme algún medicamento y no pretendo que todo el mundo tenga que ser como yo.  Hay dolores incapacitantes, como el de muelas, pero existe una tendencia cada vez mayor a tomar un medicamento ante cualquier mínima molestia y ello me parece un exceso. La sobreabundancia de medicamentos está reblandeciendo a la humanidad.

 Creo que estoy pasando una gripe o algún virusillo similar. Empecé a ponerme malo el viernes por la tarde, en casa de mis padres, a la que había ido andando, una caminata de media hora. Hice el camino de vuelta renqueando y me metí en la cama dando tiritones. El sábado lo he pasado más mal que bien. Una amiga me llamó y me preguntó si me había tomado algo. Le dije que no. ¿Cómo voy a comprobar la evolución de la enfermedad si tomo paracetamol, me bajo la fiebre que pueda tener y se me alivian las molestias? A pelo, podré evaluar lo que tengo y decidir si tengo que ir al médico, meterme en cama o faltar el lunes al trabajo. Hoy domingo, ya estoy mejor y creo que mañana podré ir a trabajar sin más novedad. ¿Han visto los anuncios de antigripales? “¡Un simple catarro no puede parar tu ritmo!” o lindezas por el estilo proclaman. O sea, si estás acatarrado, en lugar de quedarte en casita a caldito de pollo y miel con limón (como se ha hecho toda la vida) te echas a la calle a golpe de frenatal o vincicual a castigarte el organismo, realmente enfermo, pero sin sentirlo, a riesgo de convertir el catarro en neumonía.

 La clave del asunto está en no sentir dolores, ni el mal cuerpo de la fiebre porque hay que estar siempre activo, aún a costa de nuestra salud. “Vivimos en una sociedad drogada” decía el ponente de una conferencia a la que asistí en cierta ocasión. Hay una pastillita para cada necesidad. Y si ya hablamos de la tan cacareada “ansiedad”… Los ansiolíticos son recetados por los médicos de familia para descongestionar los servicios de salud mental.

 Una vez, hará un par de años, empecé a sentir hormigueos en las manos, en los labios y por la parte superior de la cabeza, amén de nauseas y mareos. Por precaución fui al médico y me dijo que tenía ansiedad. “Esto tiene dos caminos” me dijo “o te relajas o te echas a los ansiolíticos”. “Pues va a ser que voy a relajarme” respondí. Más relajado no sé si estaré, pero los síntomas han vuelto de tanto en tanto y ahora que sé lo que son, directamente no les hago caso y se van.


 Las medicinas deben ser para curar. Cuando han de servir para aliviar el sufrimiento, cada cual debe ser honesto para distinguir la diferencia entre la necesidad y el abuso. Allá cada cual.

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