Vivir con una persona
que sufre de fibromialgia te cambia la percepción sobre el dolor y sobre el
malestar físico en general. Te enseña a relativizarlo y te abre las siguientes reflexiones.
La revolución de los medicamentos que tuvo
lugar en el siglo XX, con grandísimos avances para la humanidad, como la
invención de la penicilina, que dio una nueva oportunidad al ser humano frente
a enfermedades hasta entonces mortales de necesidad, ha degenerado en una
tiranía de las empresas farmacéuticas que han hecho negocio de nuestras
enfermedades. Para ello se han valido, entre otras cosas de la absurda creencia de que los medicamentos
están para evitar cualquier síntoma desagradable. Yo soy burro para tomarme
algún medicamento y no pretendo que todo el mundo tenga que ser como yo. Hay dolores incapacitantes, como el de muelas,
pero existe una tendencia cada vez mayor a tomar un medicamento ante cualquier
mínima molestia y ello me parece un exceso. La sobreabundancia de medicamentos
está reblandeciendo a la humanidad.
Creo que estoy pasando una gripe o algún
virusillo similar. Empecé a ponerme malo el viernes por la tarde, en casa de
mis padres, a la que había ido andando, una caminata de media hora. Hice el
camino de vuelta renqueando y me metí en la cama dando tiritones. El sábado lo
he pasado más mal que bien. Una amiga me llamó y me preguntó si me había tomado
algo. Le dije que no. ¿Cómo voy a comprobar la evolución de la enfermedad si
tomo paracetamol, me bajo la fiebre que pueda tener y se me alivian las
molestias? A pelo, podré evaluar lo que tengo y decidir si tengo que ir al
médico, meterme en cama o faltar el lunes al trabajo. Hoy domingo, ya estoy
mejor y creo que mañana podré ir a trabajar sin más novedad. ¿Han visto los
anuncios de antigripales? “¡Un simple catarro no puede parar tu ritmo!” o lindezas
por el estilo proclaman. O sea, si estás acatarrado, en lugar de quedarte en
casita a caldito de pollo y miel con limón (como se ha hecho toda la vida) te
echas a la calle a golpe de frenatal o vincicual a castigarte el organismo,
realmente enfermo, pero sin sentirlo, a riesgo de convertir el catarro en
neumonía.
La clave del asunto está en no sentir dolores,
ni el mal cuerpo de la fiebre porque hay que estar siempre activo, aún a costa
de nuestra salud. “Vivimos en una sociedad drogada” decía el ponente de una
conferencia a la que asistí en cierta ocasión. Hay una pastillita para cada
necesidad. Y si ya hablamos de la tan cacareada “ansiedad”… Los ansiolíticos
son recetados por los médicos de familia para descongestionar los servicios de
salud mental.
Una vez, hará un par de años, empecé a sentir
hormigueos en las manos, en los labios y por la parte superior de la cabeza,
amén de nauseas y mareos. Por precaución fui al médico y me dijo que tenía
ansiedad. “Esto tiene dos caminos” me dijo “o te relajas o te echas a los
ansiolíticos”. “Pues va a ser que voy a relajarme” respondí. Más relajado no sé
si estaré, pero los síntomas han vuelto de tanto en tanto y ahora que sé lo que
son, directamente no les hago caso y se van.
Las medicinas deben ser para curar. Cuando han
de servir para aliviar el sufrimiento, cada cual debe ser honesto para distinguir
la diferencia entre la necesidad y el abuso. Allá cada cual.
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