viernes, 6 de enero de 2017

¿PISTOLEROS DE UNIFORME?

 Tengo un ritual matutino para los fines de semana y fiestas de guardar que consiste en regalarme con tostada, café y cigarro en la terracita del bar de José, como broche al paseo con las perras. José es chino. Evidentemente no se llama José, pero ha adoptado ese nombre para facilitar el trato con la clientela. Su esposa ha adoptado el de Ana y entre los dos llevan el bar.  El establecimiento es cutre. Eso no puede negarse. Ni le dieron una mala mano de pintura cuando lo abrieron. Pusieron una estatuilla de buda en una hornacina de la pared y ahí acabó la reforma. Sin embargo el trato es amable y es uno de los pocos lugares que quedan en esta ciudad donde puedes desayunar por menos de dos euros.  La clientela es variopinta y abarca desde maris de barrio hasta toda suerte de inadaptados sociales. O sea, que me encuentro como en casa.

 Me encontraba dando cuenta de la tostada esta mañana cuando un coche de la Policía Nacional se detuvo frente al bar y bajaron dos agentes, hombre y mujer. Fueron hacia Ana (José no estaba en ese momento) y el agente varón le habló en estos términos, usando un tono que sólo puedo calificar de desagradable:

 -Nos han llamado diciendo que su hijo se encontraba solo  y bastante lejos de aquí, sin nadie que le acompañase. Si esto se repite volveré y me la llevaré detenida por abandono de un menor.

 Ana se deshacía en excusas en su muy limitado castellano, mientras la agente femenina iniciaba una explicación en tono entre didáctico y severo, sobre los peligros de dejar solo a un niño, explicación de la que Ana no estaba entendiendo nada, estoy seguro. Se fueron lanzando comentarios en voz alta sobre la irresponsabilidad de los padres y cómo se quejan después si hay consecuencias.

 El hijo de Ana y José es un pilluelo de siete u ocho años, un auténtico trasto, lo tienen en el bar y a veces se les despista. No digo que esté bien, no intento justificarlo; sin embargo, la actuación de los agentes me dejó muy mal sabor de boca. ¿Era necesario usar ese tono? ¿Era necesario amenazar con la detención? Estas son las preguntas obvias; pero, por otra parte, una   pregunta menos obvia y bastante incómoda asomó por un rinconcillo de mi inquieta mente: ¿se habría conducido el agente de la misma manera con una española de raza blanca?

 Los uniformes militares y policiales me gustan en las estampas antiguas y en las vitrinas de los museos, como parte de la historia. Enfundando a una persona viva y cerca de mi persona me ponen bastante nervioso. No me pregunten por qué, porque no lo sé. Soy consciente de mi deber ciudadano de llamar a las autoridades si tengo constancia de la comisión de un delito y lo he hecho en alguna ocasión, pero eso es harina de otro costal. Mi ocasional desconfianza hacia agentes de seguridad y militares es visceral, irracional. Individualmente y de paisano puedo tratar con ellos como las personas que son,  pero de servicio se convierten en parte de un aparato cuya legitimidad considero teórica, pero que en la práctica presenta taras… y no precisamente pocas. Evidentemente no hemos de considerar a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado como entidades independientes, sino como brazos armados del Estado y en este sentido son tan buenos o tan malos como el Estado.

 Les dejo el enlace del apartado referente a España del informe de 2015/2016 de Amanistía Internacional. En el mismo destacan los siguientes puntos:

·          Modificaciones legislativas que restringen la libertad de reunión.  

·          Informes de malos tratos en centros de detención e ineficacia en la investigación de tales hechos.

·    Ineficacia en los procesos judiciales contra agentes encausados por lesiones en la represión de protestas ciudadanas.

·          Expulsiones sumarias en las fronteras de Ceuta y Melilla. Se modifica la Ley de Extranjería  para legalizarlas.

·          Ampliación de la definición de los actos de terrorismo en el Código Penal. La ONU advierte de que esta ampliación penaliza como terrorismo actos que no lo son, con el riesgo de vulnerar la libertad de expresión.

·          Las definiciones de desaparición forzada y tortura, en la legislación española siguen sin ajustarse al derecho internacional.

·          La ONU instó a España a cumplir su obligación de extraditar o juzgar a las personas responsables de violaciones graves de los derechos humanos.


 Tenemos pues un país donde se está limitando la libertad de expresión, reunión y pataleo en aras de la “seguridad”, donde existe una elevada impunidad ante los abusos de autoridad y donde los derechos humanos pueden mermar sensiblemente en cuanto uno entra por las puertas de una comisaría o un centro de detención. No es que estemos en un estado policial, pero vivimos en una situación que permite casos delirantes. Por ejemplo: en 2015 Antonio Molina, jubilado de 67 años, aquejado de una cardiopatía, operado de un pulmón y con disnea (vamos, que se queda sin aire) a esfuerzos mínimos fue condenado a pagar 350 euros a tres agentes de policía a seis meses de prisión por un delito de atentado contra la autoridad. Molina afirmaba haber sido golpeado por los agentes en la calle y en la comisaría. El informe pericial le daba la razón, pero el juez dio la razón a los agentes.


 En los últimos diez años la Coordinadora para la Prevención de la Tortura ha recopilado 6621 denuncias por malos tratos o torturas policiales, de las cuales se han materializado en penas 752, las más por faltas, no por delitos. Me da que pensar, que cada uno saque sus conclusiones, pero a mí me parece una vergüenza en un estado de derecho.

 No voy a negar la importancia de la labor de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, pero me veo en la obligación de recordar que su misión, según la Constitución, es “proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades y garantizar la seguridad ciudadana”. Los policías y guardias civiles son seres humanos y su labor es peligrosa y estresante, pero han de ser profesionales. Son autoridad y la autoridad ha de ser ejercida con responsabilidad y coherencia. Lo que hoy he visto es un acto pequeño, casi irrelevante, pero me ha hecho sentir indignación y vergüenza ajena. Esto no es el salvaje oeste, donde los agentes de la ley eran pistoleros con una placa, apenas diferentes de los forajidos a los que perseguían en métodos y catadura moral. Hoy día un agente de la ley ha de guiarse por códigos muy estrictos y no sólo por los que impongan las leyes, sino por los propios valores. Quizá cualquiera que pase unas oposiciones o incluso pruebas psicológicas no esté capacitado para función tan importante. Lo que hoy he visto ha sido gratuito, vejatorio y me atrevería a afirmar que racista.

 Una placa no da derecho a actuar así.

  

1 comentario:

  1. En aras de la " Seguridad " comentas. Seguridad de quien, pues en lo que percibo diariamente,a las únicas personas que protegen estos cuerpos , (que se supone serian para defender a la soberanía popular) son a la corrupta clase política, defendiéndola de las personas, que con la farsa de las elecciones los han colocados en esos puestos. Una incoherencia total. Un hombre sabio me dijo una vez, que para ser político, hay que tener un alto nivel de hipocresía. Por eso la impotencia que siento, ante casos injustos es literalmente alarmante. Saludos Javier

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