lunes, 11 de junio de 2012

ALCOHOL (I)

  Llevaba tiempo queriendo sentarme a escribir sobre esto, pero el tema era postergado una y otra vez. Ayer, sin embargo, se renovaron mis ganas al contemplar a una pareja sentada a una mesa vecina durante mi café de la mañana. Se estaban desayunando con  bocadillos y sendos botellines de cerveza. No es nada insólito, de hecho me consta que es algo relativamente frecuente en no pocos lugares de nuestra geografía, pero fue el aspecto de la pareja lo que me impactó: ambos debían rondar  la cuarentena; el era seco de carnes, de piel muy delgada y venas abultadas; ella por su parte, parecía tener ya un pie en la tumba con su delgadez extrema y sus mejillas hundidas y sienes descarnadas que daban a su cabeza el macabro aspecto de una calavera con pelo y ojos, unos ojos bonitos,  debía haber sido guapa… en otro tiempo. Puede que el demacrado aspecto de ambos se debiera a factores que nada tuviesen que ver con una vida de excesos, o puede que no. El caso es que verlos bebiendo a esas horas de la mañana me revolvió el estómago.

 Yo mismo he bebido copiosamente en más ocasiones de las que quisiera recordar, de noche siempre, yendo de farra. He tenido problemas para mantener la verticalidad, he vomitado hasta la primera papilla (nunca quise los potitos, buen paladar que tiene uno) y he dicho más gilipolleces por segundo de las que digo sobrio, que ya es decir. Llegó, no obstante, un momento en mi vida en que opté por empezar tomarme el alcohol en serio, sin pasarse, lo justo para reconocer mi límite y no pasarlo, ni siquiera acercarme.

 Esto del alcohol me joroba mucho. Causa infinitamente más perjuicio social que el tabaco y no está tan demonizado (recomiendo la lectura de FUMAR MATA, una de las entradas más antiguas de este blog). Si no bebes, eres un raro, si te pasas, eres un borracho. Hay circunstancias en las que hay que beber poco menos que por cojones. Incluso hay personas que te ofrecen de beber y si resulta que ese día no te apetece y educadamente declinas el ofrecimiento, sufren una especie de amnesia selectiva y al rato te vuelven a ofrecer. A mí me ha pasado. La presión a la uniformidad en este sentido es, sencillamente, brutal.

(Continuará)

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