sábado, 9 de junio de 2012

TALENTAZOS

Alguna que otra persona, plena de  ignorancia y quiero pensar que de  una sincera preocupación por mi seguridad, me ha preguntado a lo largo de la última década si no me asusta quedarme de guardia por la noche en la Comunidad Terapéutica. “¡Figúrate, tú sólo con tantos…!” La palabra en cuestión no me gusta usarla y menos por escrito. Yo me limito a sonreír discretamente y a afirmar que la Comunidad Terapéutica es, después de mi propia casa, el lugar en el que me siento más seguro, pues si bien es cierto que las personas que allí residen están aquejadas de problemas de adicción y arrastran pasados que preferirían olvidar, no es menos cierto el hecho de que en la Comunidad Terapéutica abundan la calidad humana y el talento.

 Talentos para lo bueno, para todas las cosas que usted y yo estimamos. Los auténticos sinvergüenzas no están ingresados en un centro de rehabilitación, sino que ocupan despachos en pulcras oficinas, beben cócteles junto a amplias piscinas y conducen coches que yo sólo podré tener en mi querido videojuego Need for Speed. Son los que tienen estómago y sangre fría para cometer una tropelía tras otra sin descomponer el gesto y sin dejarse pillar. Aquellos con los que yo trabajo no son unos santos ni unas víctimas, pero no han podido soportar la tensión de la vida del sinvergüenza. Para todo hay que valer y ellos no valen. Ellos se han roto. Sin embargo luchan por vivir de otra manera y tienen mucho de decir y que ofrecer.

 Hoy he participado en el Décimo Encuentro Provincial del Voluntariado de Proyecto Hombre y es costumbre que dichos encuentros finalicen con un pequeño espectáculo musical o humorístico y como fuera que lo previsto fallase por un imponderable se recurrió a los chicos de la Comunidad Terapéutica (y a un servidor, que tiene ya alguna experiencia en estas lides, modestia aparte). Muy poco tiempo para preparar lo que fuese menester, un puñado de voluntarios, unos textos seleccionados a toda prisa (en este sentido, mis admirados cómicos y músicos argentinos “Les Luthiers” constituyen un enorme filón; otro día escribiré sobre ellos) y el espectáculo está servido. Yo mismo no pude resistirme a hacer una pequeña intervención. Me encanta. El público aplaudió a rabiar. Objetivo conseguido. Estos chicos desarrollan una capacidad de improvisación, de adaptación y  una creatividad enormes.

 Algunas de las mejores comidas con las que me he regalado en mi vida (y es que me encanta comer, lo hago con una voluptuosidad casi indecente) las he comido en nuestra Comunidad Terapéutica y elaboradas por los mismos usuarios. Él ultimo ejemplo fue la paella de mi reciente guardia de domingo. Me emocionó tanto que la fotografié y la colgué en Facebook. Estaba para morirse. En la calle me han vendido paellas deleznables con toda esa parafernalia chorra de tener que encargarla y demás. Ese domingo hubo personas en los restaurantes de Torre del Mar, Torrox, Rincón de la Victoria y demás localidades de la costa que, pagando por ello, no comieron tan bien como nosotros.

 Otro momento revelador en la Comunidad Terapéutica es el sábado tarde, dedicado a actividades de tiempo libre. He pasado momentos muy agradables conversando sobre música, sobre cine, disfrutando de una buena película con el posterior comentario… En fin. Personas que respondan al estereotipo del imaginario colectivo sobre el usuario medio de un centro de rehabilitación no dan tanto de sí. Allí hay riqueza, riqueza humana, de la que realmente vale la pena cuidar y potenciar. Ese es el sentido que tiene mi trabajo. No son sólo personas dignas, se trata de personas dignas con mucho talento. Es preciso que ellas mismas se lo crean y que el mundo también se lo crea. Estamos en ello.

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