Detesto las fiestas de fin de curso de los colegios. A fuerza de detestar tantas cosas, quizá ya haya quien empiece a considerarme detestable, pero creo que soy un tipo bastante tratable… si se me sabe tratar. Al menos me considero más tratable que los energúmenos que casi nos aplastan hoy cuando tratábamos de conseguir un asiento para ver las actuaciones de la dichosa fiesta de fin de curso en el colegio de mi hija, cuyo nombre, por decoro, omitiré. La ración de empujones ha sido generosa, ya que la dirección ha mantenido las puertas del colegio cerradas casi hasta el último momento y cuando se han abierto, la multitud congregada ha iniciado una carrera para coger asiento. Sencillamente patético. Las personas, unos animales y la dirección del centro, unos irresponsables que tratan a las personas como animales. En fin, todo cuadra.
Hay muchos padres a los que se les cae la baba cuando sus hijos hacen cualquier cucamona. Yo no soy de esos. El baile que hizo la clase de mi hija el año pasado tuvo su gracia, pero el de este ha sido infumable. La profesora que lo ha organizado, una momia absolutamente idiotizada, tuvo la idea de organizar una especie de baile regional pidiendo un vestuario disparatado:
Camisa blanca: unos veinte euros.
Falda negra de baile: otros veinte euros.
Zapatos de baile: treinta euros.
Fajín rojo: diez euros.
Biznagas: quince euros.
Total: noventa y cinco euros.
Sacarle el cerebro por la nariz con un gancho de bronce a la profesora de marras, como buena momia egipcia que es, no tiene precio. Por lo demás, sólo restaba moverse para conseguir que nos prestaran las cosas, pues no está la coyuntura como para gastarse semejante pastizal en un vestuario que sólo va a ser utilizado cinco minutos. Mi mujer llamó a todas las puertas y lo reunió en un tiempo récord. Prueba conseguida.
En otro orden de cosas… los mismos momentos chorra patéticos de siempre. Homenaje a la profe de turno que todos critican a las espaldas, presentación de la gala (por llamarla de algún modo) por dos alumnas de cuarto de la ESO que son jaleadas por sus compañeros mientras el resto no les hace ni puñetero caso, las alumnas púberes rivalizando por llevar la falda más corta y el tacón más alto y los alumnos púberes rivalizando por ser los más chulos y ordinarios del gallinero, niños chillando y corriendo, gente que te pisa inmisericorde al pasar por delante de ti…
En fin, supongo que son momentos que hay que vivir. Mi padre no me llevó a ni una sola de las fiestas de mi cole. Yo no privaré a mi hija de los momentos patéticos que viven los mortales y que constituyen los ritos sociales. Los ritos sociales son importantes, aunque me parezcan un soberano coñazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario