No me gustan especialmente los animales y tengo tres perros. Por si no lo saben, vivo en un piso de setenta metros cuadrados con mi esposa, mis dos hijos y la jauría. No es masoquismo. A mi esposa le dan mucha compañía y consuelo y con su enfermedad eso ayuda. El hacinamiento me trae al fresco. He aprendido a priorizar.
La primera que tuvimos fue Candela, mitad caniche enano, mitad yo qué sé más. Siendo cachorrita mi esposa la rescató del escaparate de una tienda de animales de la que ya iban a dar el bote porque no la vendían. Estaba raquítica, con el pelo reducido a una pelusilla blanca y era todo huesos y ojos desorbitados. Su destino de no haberse cruzado con nosotros habría sido el sacrificio. El de la tienda nos la regaló.
La segunda fue Triana, hija de Candela y de un engendro de veintiocho razas y media que también tuvimos y que para evitar nuevas montas y no tener que castrarlo regalamos a una vecina que lo envió a la protectora cuando mordió levemente a su hijo, un mocoso insufrible que merecía acabar él mismo en la protectora antes que el pobre perrillo. Luego la buena mujer se compró un cachorro de golden retriever (el del anuncio del papel de wáter). A ver si hay suerte y el perro se come al niño cuando crezca, pero no lo creo. Esos perros son muy nobles. Seguramente el niño se lo comerá a él.
El tercer perro es Shubby. Frente a las otras dos, que son talla “S”, este es talla “XXXL”: un golden retriever de cincuenta kilos, más bueno que el pan.
La historia de Shubby es curiosa. Mi esposa vio su foto colgada en Internet. Su ama lo regalaba a cualquiera que le diera un hogar. Por no se qué dificultad para cuidarlo el perro llevaba dos años amarrado en un patio, más solo que la una, recibiendo una sola visita al día de una persona que le daba de comer. El perro es de pura raza, con pedigrí y todo. Nos lo dieron pulcramente rapado (a estos perros no se les corta el pelo, pues su piel es extraordinariamente sensible) y sin testículos. No sé por qué.
Ya he dicho que no soy un particular amante de los animales. Como carne con gran placer y creo que tener por mascota a un conejo es una soberana gilipollez, pues su lugar es la cazuela. Se castra a caballos y toros desde hace milenios para tornarlos más dóciles para las faenas agrícolas y de transporte. Pero castrar a un perro… Un perro es algo diferente. No es un animal cualquiera. Es inteligente, empatiza con tus estados de ánimo… Te lo da todo.
A Shubby y a una hembra de su misma raza los usaron durante cuatro años para criar. Cuando tuvieron una mejor pareja de cría los arrinconaron. A la hembra la esterilizaron y a Shubby lo castraron antes de regalarlo. No me quito de la cabeza la sospecha de que la castración tenía como objetivo único que quien lo adoptase no lo usara para criar. Y ahora lo mejor: ¡la antigua ama de Shubby es veterinaria!
No sé por qué algunas personas tienen perros. No los educan, los dejan sueltos, no recogen sus cacas y algunos los castran para que sean más dóciles. En algunas webs de supuestos amantes de los perros se defiende esta práctica “para mejorar la calidad de vida del animal” pues incluso ayuda a prevenir el cáncer de próstata. Pues mira, ¿Qué les parece si implantamos entre los varones humanos la práctica de cortarles los huevos a partir de los cuarenta años para prevenir el cáncer de próstata? En esas webs dicen que la extirpación de los testículos no es tan traumática para un perro como para un humano. ¿A cuantos perros han entrevistado para llegar a esa conclusión?
Seré un ignorante en la materia, pero a mí me parece una animalada. Nuestro perro nunca nos abandonaría en una gasolinera, pero tampoco nos cortaría las pelotas. Los animales somos nosotros. Shubby tiene ahora un buen hogar y una familia que le quiere, pero los dos años de encierro no se los devuelve nadie, lo mismo que sus testículos. Lo dio todo a esa familia y lo trataron como basura cuando ya no les fue útil.
Malditos sean.
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