lunes, 2 de enero de 2017

LA NOCHE DE LAS BESTIAS

 Empezó como una broma, más o menos.

 Desde hace años experimento un fuerte desagrado hacia la noche de fin de año y la práctica obligatoriedad de festejar. En mis tiempos salía o hacía algo especial, como es de precepto, pero últimamente me limitaba a ir a cenar con mis padres y poco más. Este año no estaba ni mi esposa, que se fue a celebrar la fiesta con unas amigas a Algeciras, y mi hijo se había ido a una casa rural con unos amigos, plan este también muy de moda. Yo cogí el autobús con mi hija Marta y fuimos a casa de mis padres. Me quejaba por Facebook de lo horteras que son las felicitaciones de año nuevo que la gente suele colgar (y a fe mía que lo son: letras brillantes, fuegos artificiales, uvas, cava y mensajes ñoños) y alguien me sugería que pusiera yo una mía; así que lo hice: un cutre selfie de mi hija y yo mismo en el autobús y la primera frase que me vino a la cabeza:

 “Empieza la noche de las bestias. Que no nos pase ná”.

 No sé por qué puse esto. Ni siquiera he visto la película así titulada, que al parecer narra una noche en que las leyes quedan abolidas y todo crimen quedará impune. Pero pensando un poco debo admitir que esa es la imagen (obviamente no tan extrema) que inconscientemente he ido forjando de la nochevieja: una noche en la que la moral se relaja, mucha gente se disfraza de lo que no es y se buscan sensaciones fuertes, las más veces regadas en mucho alcohol. Demasiado alcohol.

 Tengo imágenes grabadas de años anteriores: chicas muertas de frío en sus minúsculos vestidos regresando a casa con los atroces tacones en la mano, gente muy muy borracha cantando a voz en grito por la calle, un chico en torno a la veintena caminando al amanecer por el arcén de una autovía con los zapatos en la mano y la mirada perdida…

 Contaba un voluntario del programa en que trabajo, el cual trabaja como camarero en una conocida cafetería del centro de Málaga famosa por su chocolate con churros, lo peligrosa que resulta para su gremio la madrugada de año nuevo, cuando llegan los grupos de jóvenes elegantemente vestidos, como chimpancés con traje, borrachos como cubas, a los que hay que tratar con sumo cuidado y habilidad para que no se arme la gorda. ¿Qué gran acontecimiento se celebra? ¿Por qué razón hay que emborracharse así? ¿Por qué demonios estamos tan contentos y nos ataviamos con nuestras mejores galas? ¿Porque acaba un año y empieza otro? Menuda chufa.

 Quizá alguien (probablemente la mayor parte de los que lean esto) piensen que exagero y que me quejo por quejarme, que de algo tengo que escribir y me quedo sin ideas. Me da igual. Esta Nochevieja etílica, de traje, pajarita, vestido ajustado, tacón y pretensión de que va a ser una  noche memorable, pero que acaba con todos resacosos, muchos vomitando y unos cuantos en el hospital me repugna enormemente. A lo largo y ancho de España las calles han amanecido llenas de basura, ha habido que clausurar fiestas organizadas que incumplían las normativas y ponían en peligro a los asistentes, los servicios de emergencias han tenido que hacer cientos de salidas por peleas, incendios en la vía pública, palizas, destrozos y accidentes de tráfico.  Habrá quien piense que no parece un balance mucho peor que el de cualquier sábado por la noche, sobre todo teniendo en cuenta que no ha muerto nadie. El joven apuñalado en Estepona está grave, pero evoluciona bien. Las autoridades se felicitan porque la noche ha sido tranquila. Indudablemente la atrocidad ocurrida en Estambul, ya reivindicada por  Daesh, copó la atención en la mañana del 1 de enero y no es para menos. Pero el rastro de despojos de los festejos de la noche está ahí.   Una cosa es cierta. Estamos normalizando que la noche de fin de año sea una noche de bestias en la que, si no hay muertos, ya hemos de felicitarnos.
 

¿Hay que salir en nochevieja? Yo no quiero.

1 comentario:

  1. Estoy totalmente de acuerdo,siento tristeza que en este "Puto" sistema la única forma de divertirse y festejar algo, tenga que ser con alcohol y drogas de por medio,está tan normalizado e institucionalizado que me preocupa que nadie se de cuenta, hasta que punto estamos manipulados y sometidos por los corruptos que nos gobiernan.

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