Empezó como una
broma, más o menos.
Desde hace años experimento un fuerte
desagrado hacia la noche de fin de año y la práctica obligatoriedad de
festejar. En mis tiempos salía o hacía algo especial, como es de precepto, pero
últimamente me limitaba a ir a cenar con mis padres y poco más. Este año no
estaba ni mi esposa, que se fue a celebrar la fiesta con unas amigas a
Algeciras, y mi hijo se había ido a una casa rural con unos amigos, plan este
también muy de moda. Yo cogí el autobús con mi hija Marta y fuimos a casa de
mis padres. Me quejaba por Facebook de lo horteras que son las felicitaciones
de año nuevo que la gente suele colgar (y a fe mía que lo son: letras
brillantes, fuegos artificiales, uvas, cava y mensajes ñoños) y alguien me
sugería que pusiera yo una mía; así que lo hice: un cutre selfie de mi hija y yo mismo en el autobús y la primera frase que
me vino a la cabeza:
“Empieza
la noche de las bestias. Que no nos pase ná”.
No sé por qué puse esto. Ni siquiera he visto
la película así titulada, que al parecer narra una noche en que las leyes
quedan abolidas y todo crimen quedará impune. Pero pensando un poco debo
admitir que esa es la imagen (obviamente no tan extrema) que inconscientemente
he ido forjando de la nochevieja: una noche en la que la moral se relaja, mucha
gente se disfraza de lo que no es y se buscan sensaciones fuertes, las más
veces regadas en mucho alcohol. Demasiado alcohol.
Tengo imágenes grabadas de años anteriores:
chicas muertas de frío en sus minúsculos vestidos regresando a casa con los
atroces tacones en la mano, gente muy muy borracha cantando a voz en grito por
la calle, un chico en torno a la veintena caminando al amanecer por el arcén de
una autovía con los zapatos en la mano y la mirada perdida…
Contaba un voluntario del programa en que
trabajo, el cual trabaja como camarero en una conocida cafetería del centro de
Málaga famosa por su chocolate con churros, lo peligrosa que resulta para su
gremio la madrugada de año nuevo, cuando llegan los grupos de jóvenes elegantemente
vestidos, como chimpancés con traje, borrachos como cubas, a los que hay que
tratar con sumo cuidado y habilidad para que no se arme la gorda. ¿Qué gran
acontecimiento se celebra? ¿Por qué razón hay que emborracharse así? ¿Por qué
demonios estamos tan contentos y nos ataviamos con nuestras mejores galas? ¿Porque
acaba un año y empieza otro? Menuda chufa.
Quizá alguien (probablemente la mayor parte de
los que lean esto) piensen que exagero y que me quejo por quejarme, que de algo
tengo que escribir y me quedo sin ideas. Me da igual. Esta Nochevieja etílica,
de traje, pajarita, vestido ajustado, tacón y pretensión de que va a ser una noche memorable, pero que acaba con todos
resacosos, muchos vomitando y unos cuantos en el hospital me repugna
enormemente. A lo largo y ancho de España las calles han amanecido llenas de
basura, ha habido que clausurar fiestas organizadas que incumplían las
normativas y ponían en peligro a los asistentes, los servicios de emergencias
han tenido que hacer cientos de salidas por peleas, incendios en la vía
pública, palizas, destrozos y accidentes de tráfico. Habrá quien piense que no parece un balance
mucho peor que el de cualquier sábado por la noche, sobre todo teniendo en
cuenta que no ha muerto nadie. El joven apuñalado en Estepona está grave, pero
evoluciona bien. Las autoridades se felicitan porque la noche ha sido tranquila. Indudablemente la atrocidad
ocurrida en Estambul, ya reivindicada por Daesh, copó la atención en la mañana del 1 de
enero y no es para menos. Pero el rastro de despojos de los festejos de la
noche está ahí. Una cosa es cierta.
Estamos normalizando que la noche de fin de año sea una noche de bestias en la
que, si no hay muertos, ya hemos de felicitarnos.
¿Hay que salir en nochevieja? Yo
no quiero.
Estoy totalmente de acuerdo,siento tristeza que en este "Puto" sistema la única forma de divertirse y festejar algo, tenga que ser con alcohol y drogas de por medio,está tan normalizado e institucionalizado que me preocupa que nadie se de cuenta, hasta que punto estamos manipulados y sometidos por los corruptos que nos gobiernan.
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