domingo, 27 de enero de 2019

LAS PRIMERAS ELECCIONES DE LA DEMOCRACIA


 Traumatizado aún me hallo por el desarrollo de la jornada electoral del pasado 2 de diciembre en Andalucía y no es preciso siquiera que aluda a los resultados (cosa que no haré, por evitar ser tildado de partidista, cuando no de cosas peores) bastándome sacar a relucir la mísera participación. Y es que las gentes de esta España han perdido, en buena medida, la ilusión y el sentido de la responsabilidad precisos para ir a cumplir con la obligación ciudadana de ejercer el derecho al voto. Suena contradictorio, pero es una verdad como un castillo: votar es un derecho y una responsabilidad (y no se sabe lo que fue antes, si el huevo o la gallina) aún en un sistema electoral tan discutible como el nuestro. Faltar a la cita con las urnas es síntoma de incivismo, de falta de conciencia social y de la supina pasividad de quien permite que otros decidan en su lugar. Los sentimientos de rabia, impotencia e indignación que en mí han provocado la indiferencia de buena parte de mis conciudadanos, me han llevado a evocar aquellas primeras elecciones de la democracia y el modo en que fueron vividas en nuestra ciudad. Dependo desgraciadamente de experiencias ajenas, pues yo tenía cuatro años.

 Corría el año de 1977. La primera cita electoral tras cuarenta años de dictadura estaba fijada para el 15 de junio e iba a servir para elegir las primeras cortes constituyentes desde febrero de 1936. La jornada estuvo marcada por la desorganización, la impaciencia y la inexperiencia de los ciudadanos, como no podía ser de otro modo, que pagaron la novatada. Los colegios electorales, abrieron a las nueve de la mañana y en sus puertas se formaron larguísimas colas de votantes que fueron tempranísimo temiendo perder la oportunidad de ejercer el recién ganado derecho al voto. El censo se había elaborado de aquella manera. Había diferencias de miles de votantes asignados entre unos colegios y otros y un gran número de electores tuvo que votar en centros alejados de su lugar de residencia. Hay constancia de que miembros de partidos políticos se organizaron para transportar en automóviles particulares a ciudadanos para que pudiesen votar donde tenían que hacerlo. Hubo personas que aguardaron en cola más de cuatro horas y como muchos quisieran irse, hartos ya, hubo casos de responsables políticos que se afanaron en tranquilizar los ánimos a pie de calle.

 Algo que afortunadamente agilizó el proceso fue el hecho de que la mayor parte de los votantes acudieron con la papeleta preparada y metida en el sobre desde casa, con lo que las cabinas no fueron apenas utilizadas. Se ve que en aquella época las personas daban mayor importancia que hoy al secreto del sufragio. Desgraciadamente hubo gente que se quedó sin votar ya que muchos acudieron al centro donde  donde se les convocara para el referéndum sobre la Ley de la Reforma Política, celebrado en diciembre de 1976, encontrando que no estaban censados allí.

 Pese a todos estos contratiempos, la participación en nuestra ciudad alcanzó un 76,18% y en toda la provincia un 77,36%, lo cual es mucho si lo comparamos con la de las elecciones autonómicas del pasado diciembre, 56,92% en la capital y 56,63% en la provincia, en unas condiciones en las que a la mayoría de votantes prácticamente les basta con caerse de la cama para ir a votar.

 Fue una jornada electoral limpia. Sin incidentes de consideración, pero con curiosidades como la candidatura de María Teresa Campos, el entusiasmo de la monja clarisa que salió del convento de Capuchinos por primera vez en treinta años para ir a votar o las religiosas que fueron sorprendidas por la Guardia Civil repartiendo propaganda. El gobernador civil ordenó mantener los colegios abiertos mientras hubiera gente esperando y el último cerró a las once de la noche.

 En una entrevista concedida en 2017 a diario SUR nuestro actual alcalde Francisco de la Torre, que se presentaba en aquellas elecciones por la UCD, comentaba que en aquella jornada se dio una lección a países del entorno sobre como se debían hacer las cosas, teniendo en cuenta la falta de costumbre en estos menesteres. Yo le doy la razón en cuanto al comportamiento de la ciudadanía, muy alejado del actual. Sin duda hay que carecer de algo para poder apreciarlo debidamente, pero también hemos de apelar a nuestra capacidad de seres humanos para reflexionar sobre la importancia de las cosas y actuar en consecuencia.

 Resultaría extremadamente triste llegar a echar de menos la democracia por no haber sabido, ni querido, defenderla.

(Fuente y fotografía, Diario SUR)


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