martes, 8 de septiembre de 2020

HITLER, EL INCOMPETENTE


 Todo lo que hemos visto ahora sobre Hitler ha sido preparatorio. Todo no ha sido sobre la antesala del gran momento. El momento en que se lanza a la conquista de Europa.

 Porque de eso se trataba todo. Había que expandir las fronteras de Alemania. Había que conquistar el Espacio Vital para el pueblo alemán, limpiarlo de judíos, de comunistas, de gitanos y guardar los eslavos necesarios para usarlos como mano de obra forzada. Porque los eslavos, rusos, polacos… no eran personas, eran subhumanos, apenas animales.

 Ese era el plan. Cualquiera que hubiese leído “Mi Lucha” lo sabía, en su librito, Hitler lo decía bien claro.

 Sin duda alguna Hjalmar Schacht, Ministro de Economía del Reich no había leído mi lucha, pues cuando ve como las órdenes de Hitler van dirigidas a que la industria alemana se centre en fabricar armas y más armas: tanques, aviones, una flota entera de naves de superficie y submarinos.  Empieza a quejarse de que aquella producción va a ser la ruina para Alemania. De hecho, presenta un informe en que detalla todas sus conclusiones.

 Es evidente que Hjalmar Schacht, el mago de las finanzas, ha conseguido evitar la inflación, reactivar la industria y bajar el paro usando esa especie de dinero alternativo, los bonos Mefo, pero todo el castillo se basa en que el valor de los Bonos Mefo queda garantizado por el Estado.

 “Pero mein Führer, ¿Cómo vamos a cubrir el valor de los Bonos Mefo si no tenemos suficiente dinero de verdad? No estamos metiendo suficientes divisas en el sistema monetario. No hacemos más que producir armas que no vendemos, nos las quedamos y eso no nos da dinero”

 Pasó lo que tenía que pasar. Hitler le dio una bronca tremenda a Schacht  y este dimitió como ministro, pero se mantuvo como presidente del Reichsbank, con eso y con seguir con vida podía darse por contento.

Puso en su lugar a Hermann Göring, que pretendía valer para todo y en el fondo no valía para nada, pero así era Hitler, apartaba a los expertos capaces en cuanto no hacían lo que él quería y colocaba en su lugar a un adulador incompetente.

 Quizá era que Schacht, pese a ser un hacha en finanzas, era un tanto lerdo a la hora de juzgar a las personas y no se había dado cuenta de la clase de gente con la que estaba tratando.

 ¿Para qué vamos a querer las armas, Schacht? ¡Vamos a la guerra! Vamos a comernos Europa Oriental para ganar el Espacio Vital y robar todo lo que queramos para Alemania… y para llenarnos bien los bolsillos, claro.

 Porque Hitler y sus secuaces estaban forrados. Lo estaban ya antes de empezar la guerra. Hitler empezaba ya a estarlo antes incluso de ser canciller, gracias a las donaciones de sus amigos empresarios y financieros de dentro y fuera de Alemania, como el mismo Henry Ford.

Cuando los derechos de Mein Kampf empezaron a rendir tuvo otra fuente de ingresos y lo mejor era que no pagaba impuestos. En 1934, siendo ya canciller, el fisco le llamó la atención y él, sencillamente, los mandó a callar.

 Así que el gran líder, el de la vida ascética y frugal, se enriquecía con descaro de donaciones privadas y defraudando impuestos. Usaba además dinero público para construir sus residencias como la Guarida del Lobo en los Alpes Bávaros. Era, en definitiva, el arquetipo del político corrupto…

Y corrupto como era hasta la médula se lanzó a la expansión por Europa, empezando por Austria en 1938, ante la completa pasividad del mundo, que temía a una nueva guerra a gran escala, luego Checoslovaquia, poco a poco, a cachitos, hasta encontrarnos ante Polonia.

 Hasta ese momento la excusa para callar la boca a británicos y franceses, los que supuestamente podían ponerle las cosas difíciles, era salvaguardar los derechos de las poblaciones de cultura alemana de Austria y la región de los Sudetes en Checoslovaquia.

Con Polonia el tema iba de que les negaban el corredor hasta Prusia y la ciudad de Danzig. Siempre había una excusa, pero… esta vez no iba a ser suficiente. ¿Esperaba Hitler que le declarasen la guerra al invadir Polonia?

Parece ser que no, parece ser que juzgó mal la situación. Quizá no llegaba a entender que franceses y británicos pudiesen cumplir con un acuerdo contraído con Polonia (aunque sirviese de poco a los polacos).

Quizá pensaba que todos los británicos eran tan pusilánimes como Neville Chamberlain… Lo cierto es que fue miope, muy miope.

 La suerte estaba echada, su modelo de estado sólo podía sobrevivir si empezaba una guerra y la ganaba. Probablemente hubiera preferido comerse Europa Oriental y haber ido luego a por la Unión Soviética sin tener otro frente a las espaldas, pero ya estaba hecho.

Tomó la parte de Polonia que le tocaba en el reparto secreto con la URSS (ya tomaría el resto más tarde) y fue a por Francia.

 Militarmente las cosas fueron muy bien para Alemania mientras dejó hacer a sus generales, que los tenía y muy buenos. Polonia y Francia no fueron paseos militares, pero sí éxitos aplastantes de la Guerra Relámpago.

Los ejércitos alemanes masticaron a franceses y británicos, pero Gran Bretaña pudo salvar a una buena parte de sus hombres enviados al continente. ¿Por qué? Porque Göring, jefe de la Luftwaffe, sugirió a Hitler que fuese su flamante fuerza aérea quien rematase a los británicos en fuga.

Detuvo a las unidades de tierra, mientras los generales de la Wermartcht  se llevaban las manos a la cabeza.  El obstuso Göring llevó la batalla al cielo y allí la RAF británica podía responder. Los británicos tuvieron el respiro necesario para sacar a sus hombres de las playas de Dunkerque.

 No sería la última decisión absurda de Hitler, un triste cabo bávaro nacido austriaco que pretendía ser mejor que sus generales.

 La derrota en la Batalla de Inglaterra también fue una metedura de pata de Hitler, en gran medida. Cierto es que la RAF peleó con todo lo que tenía y que infligió severas pérdidas a la Luftwaffe, pero para agosto de 1940 ya estaba casi derrotada,

 El bombardeo británico sobre Berlín hizo que Hitler perdiera la cabeza y en lugar de rematar a la RAF, empezara a bombardear ciudades. La fuerza aérea británica pudo rehacerse y acabó rechazando a los alemanes, con lo que conservó la supremacía aérea sobre el canal de la mancha y la invasión de Gran Bretaña no se llevó a cabo.

 Luego está la invasión de la Unión Soviética.

 Una empresa digna de titanes.

 ¿En algún momento cree el cabo bávaro que puede ganar en semejante lucha? Si no hubiera ninguna otra cosa de que preocuparse… quizá, pero al mismo tiempo mantiene una fuerza de 100.000 hombres peleando en el norte de África contra los británicos al mando de Rommel, uno de los mejores generales de Alemania (que al final no podrá imponerse por falta de recursos que son desviados al pozo sin fondo del Frente Oriental).

Sostiene tropas de ocupación por toda Europa y además ha de posponer la invasión porque hay que ayudar a los aliados italianos en Grecia. Una campaña que estaba prevista para mediados de mayo de 1941, empezó a finales de junio, casi un mes, un mes más cerca del invierno y se lanza de todas maneras, con las tropas desprovistas de material de abrigo… que siendo verano no se nota, pero ya llegaría el invierno, con las unidades blindadas avanzando jornadas por delante de la infantería que va a pie, con líneas de suministro larguísimas y basadas en transporte con tiros de caballos… Pese a todo la incompetencia inicial de los soviéticos es manifiesta y el avance de los alemanes es imparable.

 Pero Hitler se empeña en seguir jugando a general, toma decisiones poco inteligentes  que llevan a posponer la toma de Moscú hasta que llega el otoño y los campos son lodazales, además ha dado tiempo a que nuevas tropas soviéticas tomen posiciones y rechacen a las fuerzas de Heinz Guderian, a quien culpa del fracaso en la toma de la capital.

 La empresa de ser estadista y general sobrepasaba a Hitler. Pretendía saber de todo, pero era un aprendiz. Maestro eso sí en intimidación y engaño a minorías indefensas y a su propio pueblo, pero más allá de las fronteras encontró la horma de su zapato.
Se metía en las batallas de cabeza, sin medir las consecuencias, sin sopesar los riesgos y prever las pérdidas. Desoía a los pocos que se atrevían a hablarle con franqueza, cuando no los apartaba. Creía que todo iba a caer a sus pies fácilmente, como cayó rendida Alemania ante su discurso vacío.

 El historial de Hitler como líder en la Segunda Guerra Mundial se resume en acabar haciendo una guerra de desgaste, tras fracasar en la relámpago, cuando Alemania no podía asumir el desgaste y sus enemigos sí.

 Los soviéticos tenían ingentes reservas humanas y materiales, los aliados, sobre todo EEUU, también. Alemania tenía buenos oficiales y buenas tropas que fueron absurdamente despilfarradas e incluso ocupando posiciones inútiles a las órdenes de un prepotente que se tenía por general y que cuando fracasó por completo clamó haber sido traicionado por todos. Finalmente se encerró en su bunker y dejó que Alemania ardiera como una pira.

lunes, 17 de agosto de 2020

EL NAZISMO Y LOS JUDÍOS


Ya hemos visto  que el odio hacia los judíos ha sido una constante en Europa desde la Antigüedad, pero que a lo largo siglo XIX perdió su componente religiosa para ser convertido en un odio racial, lo cual era absurdo, puesto que en cuanto a aspecto físico los judíos europeos eran prácticamente indistinguibles de los gentiles, los no judíos.

El nazismo tomó a los judíos como una de las cabezas de turco para ser objetivo de las iras y frustraciones de una Alemania frustrada, humillada y empobrecida tras la derrota en la Gran Guerra. Obviamente no fueron la única minoría que sufrió persecución y muerte, pero sí fue la utilizada públicamente como uno de los enemigos internos a destruir. El odio a los judíos, convenientemente desarrollado por la propaganda nazi, fue uno de los cimientos de su poder.

 Desde los tiempos del DAP, los judíos ya eran víctima de los desmanes de la SA: una paliza por allí, un destrozo por allá, incluso alguna muerte. Esto fue en aumento poco a poco durante los años de desarrollo del nazismo, pero al fin y al cabo no tenía nada de nuevo que los racistas de extrema derecha maltratasen a los judíos de vez en cuando.

 Pero en 1933 se desató algo totalmente distinto. El antijudaísmo tomó cariz de política de Estado y de un modo sistemático. El 1 de abril de 1933, comenzó un boicot contra miles de profesionales judíos del derecho, la medicina, la docencia, el comercio y masivamente fueron despojados de puestos y cargos. El boicot era tan brutal que entrar en la tienda de un judío podía acarrearte una buena paliza de la SA y desafiar esta política abiertamente podía conllevar un  “paseíllo” por parte de los más discretos SS. Solo los judíos podían entrar en estos establecimientos.

 El 15 de septiembre de 1935 fueron aprobadas la Ley de Ciudadanía del Reich y la Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes,  las llamadas Leyes de Nuremberg. Estas leyes arrebataban la ciudadanía alemana a los judíos y también trataba de poner un retorcido orden en el caos y el absurdo, determinando quien era judío y quien no.

 Establecían 4 categorías: judíos, mixtos de primer grado, mixtos de segundo grado y ciudadanos de sangre alemana. Todo dependía del volumen de ascendencia judía de cada cual, se podía descender de categoría por factores agravantes como participar activamente en una comunidad religiosa judía o contraer matrimonio con un miembro de una categoría inferior, es decir, con mayor volumen de sangre judía. Al principio sólo los considerados judíos sufrieron la pérdida de derechos, pero con el endurecimiento de la política antijudía y el establecimiento de la Solución Final, los nazis también se volvieron contra los mixtos.

 Con todo esto se pretendía aislar a los judíos social y económicamente. Algunos, los que tenían la oportunidad, comenzaron a marcharse.

 El 7 de noviembre de 1938, el muchacho de origen judío Herschel Grynszpan, indignado por el trato que recibían sus padres en Alemania, disparó a funcionarios de la embajada alemana en París. El hecho sirvió para que Joseph Goebels llamase a un ataque contra los judíos por toda Alemania en la noche del 9 al 10 de noviembre. Los nazis soltaron a sus perros de la SA y la SS y estalló el terror.

 Más de 1500 sinagogas destruidas, cementerios profanados, daños en cerca de 7000 tiendas, 30000 judíos detenidos e internados en campos de concentración que ya funcionaban por entonces, como el de Dachau. El número de muertes en esa noche ronda el centenar, pero de la mayor parte de internados en campos no se volvió a saber. Por no hablar de actos vejatorios de todo tipo, como fregar los suelos de las calles de rodillas, obligados por los que habían sido sus vecinos.

 Para 1939 la mayor parte de empresas y negocios propiedad de judíos o habían quebrado como fruto del boicot o habían sido vendidos al gobierno.

 Los intentos de los judíos por salir del país iban en aumento. Muchos trataban de emigrar a Palestina, pero los británicos limitaban esto para no aumentar el conflicto con los árabes. En la mayor parte de países pusieron restricciones para la entrada y no pocos judíos se vieron obligados a regresara a Alemania, donde les esperaba la muerte.

 La expansión territorial de Alemania por Checoslovaquia, Polonia… aumentaba el “problema”. Allí había miles de judíos. Se les confinó en Ghettos como el de Varsovia, murieron por miles a causa de la desnutrición y las enfermedades.

 Y finalmente en enero de 1942, un grupo de jerarcas nazis recibieron instrucciones de los SS Reinhard Heidrich y Adolf Eichmann, para llevar a cabo la Solución Final. El exterminio de los judíos de Europa.

 Eso que los negacionistas del Holocausto dicen que no sucedió.



miércoles, 29 de julio de 2020

HITLER: DE CANCILLER A FÜHRER


 El que Hitler sea canciller de Alemania en enero de 1933, no le concede, de entrada, el poder que desea. Es jefe del gobierno, sí, pero no tiene una mayoría parlamentaria que le respalde. Debe afianzar su posición… Y debe hacerlo pronto.

 Solo cuatro semanas después del nombramiento de Hitler, tiene lugar el incendio del Reichtag, el parlamento alemán. Rápidamente se detiene a un muchacho holandés llamado Marius van der Lubbe, comunista recientemente llegado a Alemania.

 El chico tenía un pasado turbulento de protestas callejeras y desavenencias con sus propios compañeros de partido. Quería llevar a cabo alguna acción sonada y lo pillaron tratando de incendiar el Palacio Imperial de Berlín, cosa que no consiguió, pero en el caso del Reichtag todo le salió bien y el edificio ardió como una antorcha. Fue torturado por la SS y se obtuvo la necesaria confesión. El pobre fue ajusticiado a en la guillotina un año después.

 Hitler presionó al presidente Hindemburg para que firmara un decreto de suspensión de libertades civiles que le permitiese detener militantes comunistas por toda Alemania incluso al centenar de diputados comunistas del Reichtag. De esta manera, dejando esos escaños vacíos, los nazis ya tenían la mayoría necesaria.

 Así de fácil.

 El incendio del Reichtag no pudo ser más oportuno. Hitler sólo necesitaba una excusa para empezar a quitar de en medio opositores y la tuvo… o la creó.  Se convocaron unas nuevas elecciones en las que el NSDAP tampoco tuvo mayoría absoluta, a pesar de que deslealmente usó los recursos del Estado como la Radio para hacer campaña, pero en el nuevo Reichtag, con el apoyo de los conservadores, Hitler sacó adelante el 24 de mayo de 1933 la Ley Habilitante, por la que se le cedía el poder legislativo, se extinguía la República de Weimar y Alemania se convertía en un régimen totalitario. El pueblo alemán al completo asistió a este espectáculo con la boca abierta y nadie hizo nada.

 ¿Y quién podría haber hecho algo? Los nazis cada vez daban más miedo. Ya no eran sólo los matones de taberna de las SA, dentro de este cuerpo paramilitar había surgido otro, la Schutzstaffel, la temida SS,  que al principio sólo era una especie de guardia personal para Hitler y otros miembros del partido, pero que para 1933 ya era una especie de versión elegante de las SA, destinada igualmente a sembrar el terror, pero sin tanto alboroto. Su jefe ya era Heinrich Himmler y tenía como mano derecha al terrible Reinhard Heidrich.

 Estos nombres serían en adelante sinónimo de terror. Mediante las SA y las SS los nazis podían ir a donde quisieran y hacer lo que quisieran a quien quisieran. Entre las dos tenían más hombres que todas las fuerzas de seguridad de la República de Weimar y que el ejército, reducido a 100.000 hombres por el Tratado de Versalles.

  En Alemania, cualquier atisbo de libertad ya había desaparecido.

  Y Hitler, surgido de la nada, fue el arquitecto de todo, con la inestimable ayuda de Herman Göring, pero sobre todo de Joseph Goebbels. Martin Boorman haría acto de presencia en el círculo íntimo de Hitler en 1934. Himmler, el eficaz jefe de las SS, pese a contar con la confianza de Hitler para llevar a cabo su trabajo, nunca fue de los íntimos.

  Quien sí era un íntimo de Hitler, pero se estaba convirtiendo en un auténtico problema, era Ernst Röhm, jefe de las SA. Desilusionado porque el nazismo llevaba a cabo la revolución social que él esperaba, se había ido a Bolivia como instructor militar en 1929. Al regresar a Alemania siguió siendo el jefe de las SA, pero no paraba de presionar a Hitler con la idea de que las SA (1.000.000 de hombres) absorbieran al ejército alemán (100.000 hombres) con él como jefe de Estado Mayor. Se consideraba a sí mismo un militar competente y a sus hombres como una fuerza disciplinada.  Esto horrorizaba a los oficiales del ejército que veían a la SA como lo que era, una pandilla (grande) de matones callejeros.

 Hitler necesitaba a los militares. Había tratado de seducirlos con promesas de rearme y de aumento de los efectivos ignorando las restricciones del Tratado de Versalles, pero no se fiaban de él. ¿Y cómo iban a hacerlo? Gran parte de los oficiales alemanes eran aristócratas salidos de la más rancia tradición militar prusiana y Hitler no había pasado de cabo. Si quería su apoyo tendría que quitarse de encima a su pesado amigo, de lo contrario… quizá tuviera que enfrentarse a un golpe militar.

 Por otro lado, la SA se estaba convirtiendo en una organización molesta, cada vez menos subordinada al NSDAP y fiel a Röhm y a los jefes de las agrupaciones locales repartidas por toda Alemana. Además, sus costumbres pendencieras daban mala imagen al partido y al gobierno. Por otra parte, estaban demasiado próximo a las ideas “polulistas” de nazis del ala “izquierda” como Gregor Strasser, que defendían la revolución social y censuraban la deriva burguesa de partido. Había que meterlos en cintura.

 De este modo se fraguó la famosa “Noche de los Cuchillos Largos”, que en verdad duró cuatro días, entre el 30 de junio y el 2 de julio de 1934. El asunto principal era quitar de en medio a Röhm, pero ya puestos, se llevó a cabo algo que es de muy buen tono en las dictaduras de todo signo: una buena purga.
 El servicio de inteligencia de la SS elaboró un dossier falso de pruebas que acusaban a Röhm de conspirar para derrocar a Hitler. Rohm fue detenido y la mayor parte de los líderes locales de la SA, asesinados por la SS.

 De paso se aprovechó para eliminar disidentes como el propio Gregor Strasser  y ajustar viejas cuentas, como con el antiguo jefe del gobierno bávaro Gustav Von Kahr, que había dejado a Hitler colgado en el Putsch.

 Las muertes “oficiales” fueron 83. Oficiosamente hubo bastantes más. Las cifras son confusas. Entre 200 y 1000. ¿Quién sabe?

 A Röhm se le dio la piadosa opción de poner fin a su vida, como se negó, lo mataron a tiros en una celda.

 Las SA siguieron existiendo, pero bajo estricto control de las SS y sólo se echó mano de ellas cuando hubo que armar un buen alboroto.

 ¿Cómo se consigue callar al pueblo alemán ante tanta barbarie? El miedo no es suficiente, hay que darle algo más. Sólo una palabra: economía.

 Con los nazis, Alemania despegó. Se acometió una fuerte política de construcción de obras públicas como primera medida para acabar con el paro.  Pero hacía falta financiación de la que no se disponía. Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank y Ministro de Economía, diseñó una circulación paralela, los Bonos Mefo, que permitía a las empresas hiciesen transacciones entre ellas usando estos bonos, garantizando el Estado su cobro en moneda real cuando la economía se reactivase y empezara a entrar dinero en el sistema, por ejemplo mediante las exportaciones.

 El paro fue disminuyendo y se introdujeron medidas laborales como la creación de un sindicato único,  la prohibición del despido libre, la prohibición de rechazar un puesto de trabajo… La idea era repartir el trabajo existente entre todos los trabajadores. Se privatizaron prácticamente todos los servicios y  todas las empresas, pero el control estatal sobre ellas era severo, mediante la introducción de miembros del partido en todos los consejos de administración.

 Pero en conjunto, el sistema parecía funcionar. La economía se reactivó y la sociedad alcanzó un buen nivel de prosperidad. Eso, viniendo de una crisis con casi seis millones de parados, callaba muchas bocas e incluso generaba aceptación entusiasta hacia el régimen. El escaparate definitivo de la prosperidad alemana fueron los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936.

 Pero había algo que no cuadraba dentro de todo esto y que el flamante ministro de economía no aprobaba ni entendía. Hitler había prometido paz y prosperidad al pueblo Alemán pero la producción industrial derivaba cada vez más hacia el  armamento.



 ¿Hacia dónde iba Alemania?

domingo, 26 de julio de 2020

LA CONJURA DE VENECIA. ¿FUE QUEVEDO ESPÍA POR CUENTA DEL DUQUE DE OSUNA?


A principios del siglo XVII el Imperio Español, con Felipe III en el trono, alcanzó su máxima expansión territorial y el punto más alto en su poder militar.  Eso sí, acusaba cierta fatiga después de los largos conflictos con turcos e ingleses en el tramo final del siglo anterior, siendo rey Felipe II. Con lo cual el imperio buscó llevarse bien, al menos por un tiempo, con sus recientes enemigos.

 La muerte de la terrible Isabel I de Inglaterra contribuyó a ello. El nuevo rey inglés, Jacobo I, estaba bastante mejor dispuesto hacia los españoles.  Incluso con los holandeses se firmó una tregua. Aunque no se reconoció su independencia, se los dejó bastante a su aire por unos años.

 Con los turcos el tema no iba tan fluido, pero los roces eran mucho más leves que los habidos el siglo anterior.

 El territorio español más significativo en el Mediterráneo era el Reino de Nápoles, pero en aquella zona el estado que sin duda alguna cortaba el bacalao era la Serenísima República de Venecia, que sin ser lo que había sido en los tres siglos anteriores, todavía era un jugador a tener en cuenta merced a su potente flota, dominando la mayor parte del comercio.

 En 1616 fue nombrado virrey de Nápoles Pedro Tellez-Girón y Velasco,  III Duque de Osuna, II Marqués de Peñafiel, Grande de España, etc. Para abreviar, me referiré a él como Osuna, en adelante.

 Se ha dicho que Osuna fue el virrey que enderezó un Reino de Nápoles en decadencia, pero esto no es del todo cierto. Sus antecesores en el cargo fueron administradores competentes, pero descuidaron el aspecto militar, sobre todo el naval. Para Osuna, esto era imperdonable, porque era, ante todo, un soldado. Se había pasado la juventud luchando en Flandes y digo luchando de verdad, con la espada y el arcabuz y no pavoneándose en lugar seguro, como podría haber hecho por su rango.   Respondía totalmente al tópico del soldado de los Tercios, pendenciero, mujeriego, bebedor… Tuvo una juventud de amoríos y cuchilladas que nada tenía que envidiar a cualquier obra de capa y espada.

 Cuando tomó el cargo, le pareció intolerable que las naves venecianas camparan a sus anchas por el Adriático como los amos del lugar. Sus antecesores, la verdad, no habían prestado atención a esto, pero a él, acostumbrado a darse de estocadas con los holandeses por menos, no le hizo gracia. Los españoles no hacían las cosas así. Era un descrédito para las armas españolas.  Además Venecia apoyaba al Ducado de Saboya, opositor a la presencia española en Italia.

 A Osuna, más dado a tirar de espada que a las sutilezas, asumir el control de Venecia se le podría haber antojado como una empresa factible.

 Osuna tenía por lo demás, un secretario de lujo: Don Francisco de Quevedo y Villegas. Eran todo lo amigos que podían ser un Grande de España y un hidalgo venido a menos. Oficialmente Osuna encargó a Quevedo tareas en la administración, pero secretamente podría haberle encargado tareas de espionaje a la República de Venecia.

 Esto le cuadra. Quevedo no era un mojigato, como bien es sabido. Compensaba su cojera y miopía con una lengua afilada y una gran habilidad como esgrimista. Era ingenioso y era valiente y era fiel a Osuna.

 La Conjura de Venecia, o el presunto intento por parte del Duque de Osuna de hacerse con el control de la Serenísima República, es uno de los episodios más oscuros del siglo XVII. Oscuro porque no existe una certeza total de que en realidad sucediera, existiendo versiones contradictorias.

Los italianos juran que  el plan era real como la vida misma, en tanto que los españoles juran que fue un montaje de los italianos para minar el prestigio español, añadiendo un capítulo más a la famosa “Leyenda Negra” de nuestro pobre y sufrido país. Pero no sólo los italianos dan fe de la conjura. El espadachín y escritor, Diego Duque de Estrada, personaje de vida novelesca que era soldado en Nápoles por estas fechas, se refiere a ella en sus escritos y da por buena la versión de los venecianos.
 En un hecho que Osuna puso a punto la maltrecha flota española en Nápoles pagando él mismo buena parte de los gastos. Declaró la guerra a la delincuencia, lo que le proporcionó una buena provisión de galeotes (remeros forzados para las galeras) y entrenó a base de bien las tropas a su cargo.  Paralelamente y bajo cuerda, contrató a mercenarios franceses para que hostigasen las naves venecianas como piratas. Esto y todo de lo que se le acusa habría sido hecho a espaldas de la corte de Madrid.

 El presunto plan urdido por Osuna, en cooperación con el embajador español en Venecia, el Marqués de Bedmar, y con la inestimable colaboración de Quevedo tendría dos objetivos:

 Uno: la destrucción del fabuloso arsenal de Venecia, el gigantesco complejo de  astilleros y almacenes donde se construían y reparaban los barcos de su flota que también era su base.

 Dos: el asesinato del gobierno veneciano en pleno aprovechando la festividad de la Ascensión, durante la  cual los miembros del gobierno  embarcaban en el Bucentauro, una fastuosa galera dorada en la que tenía lugar una ceremonia simbólica de la unión de Venecia con el mar, en la que el Dux arrojaba un anillo de oro al Gran Canal. La idea era echar a pique el Bucentauro con todo el gobierno veneciano dentro.

 Mercenarios franceses llevarían a cabo ambas acciones. Aprovechando el caos creado, la flota española de Nápoles en el Adriático avanzaría hacia Venecia y las tropas de Osuna ocuparían la ciudad. Pan comido.

 ¿Pan comido? Una operación así requiere una organización y un secretismo enormes, amén de mucho dinero para comprar lealtades y cerrar bocas. La red de espías tendida por el embajador Bedmar era amplia, pero había mil cosas que podían salir mal. ¿Qué fue?  Una carta anónima advirtió al Dux y se desató el infierno. El 19 de mayo de 1618 la guardia de la ciudad se echó a la calle y se empezó a detener a cuanto francés hubiera en Venecia, unos fueron llevados a prisión y otros sencillamente asesinados. No sólo la guardia, el rumor corrió como la pólvora y los mismos venecianos de a pie empezaron a matar franceses.

Hubo un intento de asalto a la embajada española y Quevedo, que estaba por las calles en el momento que todo estalló, tuvo que huir disfrazado de mendigo.  Era bueno con los disfraces y por suerte para él, había aprendido a hablar italiano con el acento local casi como un nativo.

 Este pequeño detalle nos hace suponer que Quevedo pasó bastante tiempo en Venecia entre 1616 y 1618 y en contacto con la gente del pueblo. Si era el asistente del Virrey de Nápoles ¿qué se le había perdido en las calles de Venecia? ¿Qué podía haber estado haciendo allí aparte de espiar para Osuna? Pero también tenemos datos de que Quevedo viajó a España en 1617 y al parecer hay evidencias de que firmó un poder notarial en Madrid en mayo de 1618, con lo que no podría haber estado en Venecia en el día señalado, pero claro,  ¿qué certeza hay de que dicho poder sea auténtico?  El asunto sigue sin estar claro.

 Ya fuera real el plan de los españoles o un montaje urdido por los venecianos, estos últimos armaron un escándalo tremendo del que se supo de una punta a otra de Europa.  

 Quevedo fue citado a declarar por el Consejo de Estado y allí negó con rotundidad su participación y la de su señor en la supuesta conjura. Pero Osuna además tenía que afrontar la acusación de conspirar para independizar Nápoles de España y fundar su propio estado.

Pese a que no había pruebas de nada, Osuna iría de encierro en encierro hasta su muerte en 1624. Quevedo fue desterrado a sus posesiones en la localidad de la Torre de Juan Abad, en Ciudad Real, donde se dedicará a escribir para gloria de las letras españolas, hasta que el nuevo rey, Felipe IV, lo llamó a la corte.

 Venecia nunca volvería a tener el poder y el prestigio de antaño. Seguiría languideciendo soñando con glorias pasadas hasta que Napoleón Bonaparte, en 1797 puso fin a su existencia como estado independiente.



 Este es el alcance de las intrigas de los hombres. Al final, todo se vuelve polvo.
  

domingo, 19 de julio de 2020

HITLER: DE LA PRISIÓN A LA CANCILLERÍA



Tras huir de los tiroteos del fallido intento de golpe de estado en Munich, Adolf Hitler se refugió en una finca propiedad de su colaborador Ernst Hanfstaengl, junto al lago Staffel. Allí, magullado pero en general ileso, considera seriamente el suicidio, que la esposa de Hanfstaengl, Helene, consigue evitar. El día 11 de noviembre de 1923 lo localizan, es arrestado y llevado a la prisión de Landsberg.

 En prisión se encuentra con la agradable sorpresa de que recibe trato de favor. Le reservan un alojamiento con dos habitaciones relativamente cómodas. La mayor parte del personal de la prisión es de ideología afín, nacionalistas sobre todo. Simpatizan con él y lo miman.

 El juicio por alta traición tiene lugar entre el 24 de febrero y el 11 de abril de 1924. Adopta un aire desafiante. No tiene nada de que arrepentirse. Ha actuado por Alemania. La condena a cinco años no le amilana. Ha recuperado la presencia de ánimo.

Cuando falló el Putsch pensaba que estaba perdido, pero ahora percibe que sigue teniendo apoyos. Las manifestaciones de apoyo a los nacionalsocialistas se suceden, aunque el partido ha sido ilegalizado.

 En Landsberg su vida es tranquila. Dispone de alojamiento cómodo y alimentos y artículos a los que el común de los presos no tienen acceso. Despacha su correo y recibe visitas prácticamente a diario.
A sus invitados no les falta la cerveza. Es casi como un hotel, solo que sin poder salir. Lee la biblioteca entera de la prisión en un par de meses y cuando se la termina empieza a escribir. Bueno, el que escribe es Rudolf Hess   y cuando Hess se cansa le releva a la máquina de escribir Emil Maurice, su chófer. Ambos cumplen condena con él, como muchos correligionarios.

 Lo que Hitler está dictando es “Mi Lucha”, un librito en el que hace un relato (un tanto novelado) de su vida y expone las líneas generales de su pensamiento. A saber:

  Su profunda aversión hacia los judíos, de los que afirma que, al carecer de patria propia, se dedican a parasitar las de los demás pueblos actuando siempre como comerciantes e intermediarios, sin producir nada, sin crear nada, sólo enriqueciéndose a costa de los honrados ciudadanos.

 La superioridad de la raza aria. Ello implica la existencia de razas inferiores, como los eslavos del este, que pueden ser  utilizadas como mano de obra no especializada después de arrebatarles sus tierras para que los pueblos de raza germánica tengan su “espacio vital”, necesario para expandirse y prosperar.

 Retuerce el concepto de “superhombre” expuesto por Niezsche en “Así hablo Zaratustra”. Para Nieztche el “superhombre” es capaz de generar sistemas de comportamiento y de pensamiento propios que le permiten liberarse de los sistemas de pensamiento y creencias que solo sirven para condicionarle y oprimirle. No habla de ningún aspecto nacional ni racial, pero Hitler lo reduce a eso.
   
 Este panfleto no se vende demasiado hasta 1933, año de la subida al poder de los nazis. A parir de ahí sus ventas se disparan.

 El 20 de diciembre de 1924 es excarcelado por buena conducta. Ha cumplido poco más de un año si sumamos la prisión preventiva.

 Y ahora es famoso en toda Alemania, no solo en Baviera.

 El partido nazi está disuelto, pero diversos grupúsculos siguen activos e incluso han concurrido a las elecciones. Gregor Strasser, miembro del partido que también fue encarcelado, pero salió pronto de prisión es diputado del Reichstag.  Ello le permite viajar y ejercer como cabeza visible del partido, pues el gobierno de Berlín, contra cuyo criterio Hitler ha sido excarcelado, le ha prohibido hablar en público hasta 1929. A Hitler no le gusta Gregor Strasser ni su hermano Otto, también del partido. Los considera demasiado apegados a los obreros y a las clases populares, por así decirlo son del ala “izquierdista” dentro del partido nazi.

Hitler lo tiene muy claro a ese respecto: la gente de pie es un instrumento para lograr su visión de Alemania, darles cierto bienestar tiene que ser un medio, no un fin en sí mismo. Si se acerca uno demasiado al pueblo, se pierde la perspectiva. Por el contrario, los hermanos Strasser censuran el acercamiento de Hitler a la burguesía adinerada. Son revolucionarios a su manera. Hitler es un oportunista. Y un oportunista hambriento de dinero, ahora que hay que relanzar el partido. Gregor  Straser no le gusta, pero puede moverse y hablar en público y es competente. Lo necesita,  pero lo vigila. Además, tiene un colaborador experto en promoción y en comunicación que parece un buen elemento. Un tal Joseph Goebels. Le gusta tanto que se lo quita.

 Goering, que tras librarse de sus heridas se había marchado del país y se estaba ganando la vida como piloto en Suecia, regresa a Alemania en 1927, bastante más gordo y enganchado a la morfina, que empezó a consumir para aliviar los dolores durante la convalecencia. Se pone al servicio de Hitler y es uno de los  12 diputados nazis que se sentarán en el Reichtag en 1928.

 La camarilla de Hitler se va reuniendo poco a poco.

 La política alemana era un hervidero. De las elecciones de 1928 salió un gobierno de coalición muy inestable presidido por los socialdemócratas. En marzo de 1930 el gobierno no pudo seguir por la imposibilidad simple de ponerse de acuerdo.

El presidente Hindemburg, jefe del Estado, lo disolvió y nombró a Heinsich Brüning canciller, o jefe de gobierno, un gobierno minoritario e impopular al que le tocó afrontar la crisis económica de 1929, tras el crack de Wall Street.   Se convocaron nuevas elecciones y esta vez el partido nazi obtuvo 103 escaños.

 La razón es simple. A partir del 1924 hubo una cierta recuperación económica en Alemania. Tanto que incluso se puso en marcha una pujante industria cinematográfica. En este clima los discursos de comunistas y nacionalsocialistas no tenían tanto tirón en el electorado, aunque sus respectivos paramilitares (que los comunistas también los tenían) seguían peleándose por las calles.

 Los que votaban a los nacionalsocialistas eran los fieles de siempre. Sin embargo, la crisis de 1929 reavivó todos los miedos de los alemanes y el voto del miedo fue para los nazis. El clima político y social no se estabilizó. Todo lo contrario. Hubo tres elecciones más hasta 1933. Los nazis siguieron mejorando sus resultados, pero sin llegar a tener una mayoría decisiva. Mucha gente les apoyaba, sí, pero mucha gente también desconfiaba de ellos. Habían echado el resto con su campaña, recorriendo Alemania de cabo a rabo en avión y con la maquinaria de propaganda de Goebels a todo gas. Pero no tenía una mayoría decisiva. Hindemburg, sin embargo, acabó nombrándolo canciller a regañadientes (Hitler no le gustaba y desconfiaba de él), bajo las presiones de políticos conservadores como Franz Von Papen y de  importantes empresarios. Los muy necios pensaban que Hitler podría ser controlado.
Una buena parte de Alemania se había dejado embaucar por el despliegue de banderas, desfiles, uniformes y cánticos y por el discurso facilón  de los que buscan cabezas de turco.

 El 30 de enero de 1933 Hitler era canciller de Alemania.

 Ludendorf, el héroe de guerra que acompañara a Hitler en el Putsch, se había distanciado de él al darse cuenta de qué clase de sujeto era. Escribió a Hindemburg (se conocían, habían luchado juntos en la Gran Guerra) diciéndole que se arrepentiría de haber puesto a Alemania en manos de aquel sujeto.  No sabemos si Hindemburg hasta su muerte, año y medio después, tuvo tiempo de arrepentirse.

 Hay un aspecto muy oscuro de este periodo que conviene traer a colación si queremos aproximarnos más a la personalidad de Hitler. Cuando la hermanastra de Hitler, Ángela, enviudó, ejerció durante un tiempo de ama de llaves de Hitler y llevó consigo a sus hijas. Una de ellas, Geli, de 17 años, se volvió inseparable de su tío, 19 años mayor que ella. Tanto que se la llevó a vivir con él a un apartamento en Munich. Su relación se volvió exclusiva, la tenía fuertemente controlada y la impedía tener contacto con personas de su edad.

¿Hubo sexo? Otto Strasser afirmaba que sí, pero era un opositor político de Hitler ¿Hemos de creerle? Hubiera sexo o no, el maltrato psicológico es claro y la dependencia establecida por Hitler, también. Geli se suicidó de un disparo en el apartamento de Munich en 1931.

 Hitler quedó aparentemente devastado. Pero no le duró mucho. Pocos meses después inició su relación con Eva Braun. Ayudante de su fotógrafo oficial. Una mujer, también bastante más joven que él, que había llevado a cabo un intento de suicidio, se especulaba para llamar la atención de Hitler.  La tomó como amante, pero la mantuvo oculta a los ojos del público. Otra prisionera.


 Incluso sin tener en cuenta todo lo que vino después, sólo atendiendo a su enfermiza relación con las mujeres, ya podemos catalogar a Hitler como un sujeto bastante desagradable.

HITLER, EL INCOMPETENTE