Mi
hija, que es tan friki como yo, estaba viendo el otro día una web de internet
especializada en animaciones, de carácter humorístico o fantástico la mayoría,
pero el descubrimiento de lo que voy a sugerirles me pareció un hallazgo
interesante para la reflexión.
Se trata de una exposición de datos sobre la
ficción de que el planeta estuviese habitado sólo por cien personas,
trasladando a esta exigua cantidad las proporciones de algunas variables reales
como la distribución de sexos, credos, razas y el acceso a los recursos. Los
datos son antiguos de, los últimos años del siglo XX, pero no veo razón para
suponer que se hayan modificado significativamente y si lo han hecho
probablemente haya sido para empeorar. Aquí les dejo el enlace.
Lo cierto es que me ha dado que pensar. Pensar
que pese a todas mis quejas por lo caro de la lista de la compra y lo que cuesta
llegar a fin de mes; por tener una nevera llena, ropa en el armario, una cama
para dormir y un techo sobre mi cabeza soy más rico que el 75% de la población
mundial.
El 75%, las tres cuartas partes, tres de cada
cuatro. Vivo mejor que ellos. Para morirse.
Claro que resulta mucho más fácil compararse
con el porcentaje ridículamente pequeño de súper-ricos. Ese 6% que acumula más
de la mitad de la riqueza del planeta y que poseen palacios, yates, coches
deportivos, relojes que valen varias veces lo que mi coche (cuando era nuevo) y
saldos bancarios que de tantos ceros redonditos y perfectos parecen una fábrica
de donuts. Ese difícil sentirse rico ante semejante despliegue de riqueza al
que no se podrá tener acceso, pero…
La idea de que para esa ingente masa de
desposeídos, el acceso a nuestro nivel de riqueza aparece tan lejano e
improbable como el nuestro al de los niveles de los “ricos y poderosos” me
resulta muy perturbadora. Pero también me da por pensar que mientras el acceso
de las personas a una vivienda digna, una alimentación adecuada y en general la
satisfacción de las necesidades básicas es un anhelo lícito, el anhelo de
bienes materiales desproporcionados sólo lleva a la idiocia, el embrutecimiento
y la miseria del alma humana. Pero, claro ¿qué podemos considerar
desproporcionado? Para el honesto
banquero que conduce su Bentley de camino al amarradero de su yate, tras salir
de su mansión mientras consulta la hora en su Rolex todos estos sencillos actos
cotidianos son lo más normal del mundo.
Lamentablemente he caído en un tópico. Criticar
al súper-rico es muy fácil, sobre todo cuando la miseria moral acecha a
cualquiera que se afana en lograr bienes que no necesita, se los pueda permitir
o no. Eso puede incluirle a usted o a mí. También podemos concluir que si todos
viviéramos estrictamente con lo que necesitamos para la supervivencia seríamos
todos unos anacoretas viviendo en chozas de barro o en cuevas y hemos
evolucionado lo suficiente como para vivir con algo más de comodidad. Sin
embargo toda nuestra evolución no ha servido más que para una minoría vivan
como sátrapas a expensas de los peones que dependemos de una nómina y de los
millones de oprimidos que viven con el equivalente de uno o dos dólares por
día.
Imagine su vida con el acceso diario a
recursos por valor de dos dólares (2,5 € aproximadamente).
Que en el mundo con 100 personas 75 vivan en
esa miseria material, 19 tengan al menos casa, cama, ropa y comida y 6 vivan
como marajás es delito de lesa humanidad. Es la injusticia atroz y la muestra
más cotidiana y normalizada del MAL (con mayúsculas) sobre la faz tierra. Un
mal sustentado por el mundo de la gran empresa que explota y se lucra, la clase
política que le da carta blanca y está en su nómina y la masa de consumidores
que compran los productos que defeca el sistema, según las posibilidades de
cada cual. Es un mal insidioso, omnipresente pero escondido tras carteles
publicitarios y luces de neón. Es el mal del que usted y yo somos cómplices.
Ahora a esperar que alguien me tilde de
comunista.
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