Aunque hace ya bastante tiempo que no me
considero cristiano (que sí creyente, mi camino de fe se revitaliza tras largos
años de letargo y les hablaré de ello en otra ocasión) sigo con bastante
interés el modo en que el papa Francisco está sacudiendo la Iglesia Católica.
Este papa que se ha ido a vivir a una residencia de sacerdotes desdeñando el
lujoso apartamento papal, que ha jubilado el papamóvil blindado y conduce un
utilitario Fiat llevado de cabeza a su servicio de seguridad y que en general
está suprimiendo la pompa y el boato del protocolo pontificio es el artífice de
un impulso reformista desconocido en la cátedra de Pedro desde aquel lejano en
que Juan XXIII, el papa bueno, decidiese que la Iglesia necesitaba un
soplo de aire fresco y convocara el Concilio Vaticano II.
Francisco, en los cinco meses que han
transcurrido desde su elección ha atacado virulentamente a los poderes
económicos que acaparan la riqueza y condenan a la pobreza a millones de
personas; ha condenado a los políticos que abusan del poder para llenarse lo
bolsillos; ha afeado la conducta a los católicos “de golpe de pecho” que no
viven como auténticos cristianos y a los clérigos que viven de espaldas a la
realidad, que no salen a la calle y no se codean con el pueblo. Su primer viaje
apostólico fue a Lampedusa, la hoy tristemente célebre isla italiana que
alberga un centro de internamiento de inmigrantes. Francisco defiende vivamente
que la Iglesia
debe estar junto a los pobres, ser para los pobres. ¿Qué cara se les queda a
todos los catolicastros opulentos de traje sastre, pelo engomando para atrás,
escudito en la solapa, collar de perlas, falda por la rodilla y zapatitos de
tacón que se acuerdan de los pobres en el rastrillo de turno, a ser posible
cerca de Navidad? Porque es más fácil que un camello entre por el ojo de una
aguja que ver a un rico entrando en el Reino de los Cielos, o al menos eso dice
Jesús de Nazaret en los Evangelios. Cuando el papa Francisco era aún el
cardenal Bergoglio ya atacaba con severidad a ciertos miembros de determinadas Caritas
que tras hacer su trabajo voluntario se iban a celebrar opíparas comilonas a
restaurantes postineros. No me lo estoy inventando, aquí les dejo el vídeo de
You Tube.
Estos mensajes son tan incómodos como un
puñetero grano en el culo para aquellos que piensan que la fe se lleva puesta y
se limita a un fervor de pacotilla cara a la galería, con besamanos al obispo
sobrealimentado de turno, rezo de rosarios, ramos de flores a María y misa los
domingos y las fiestas de guardar. La fe cambia a la persona de dentro hacia
fuera. La experiencia de Dios ilumina al ser humano desde lo profundo de su
alma y emana su luz bañando con ella cuanto le rodea. Ello se traduce en buenas
obras, comportamiento correcto, sometimiento del propio estilo de vida a los
dictados recogidos en la
Palabra de Dios revelada a la humanidad y recogida en los
Textos Sagrados. La curia vaticana y todo el cortejo de católicos, apostólicos,
romanos, beatos, mojigatos e hipócritas; sepulcros blanqueados que por dentro
son todo podredumbre, parecen haberse olvidado de ello, sin menoscabar a la
base de cristianos que sí viven su fe con coherencia. A éstos da esperanza un
papa como Francisco, un papa por cuya vida algunos ya temen, como el teólogo
Leonardo Boff o el jesuita José Enrique Ruiz de Galarreta; porque Francisco no
se está quedando en palabras: está impulsando una enérgica política de
saneamiento de las finanzas vaticanas, muy desprestigiadas por los escándalos
aireados a mediados de año, al mismo tiempo que se rodea de un grupo de ocho
cardenales de confianza para acometer una ambiciosa reorganización de la curia.
Esto puede poner nerviosos a muchos elementos, algunos de ellos poco
recomendables. Han circulado rumores sobre la animadversión que se está ganando
Francisco entre capos de la mafia, que se dan por aludidos cuando el pontífice
ataca la doble moral de los ricos y poderosos. También cunde el nerviosismo
entre los sectores más reaccionarios del catolicismo, como el Opus Dei, que de
posición tan prominente gozara en el Vaticano con los dos anteriores papas,
pero que ahora podría verse fuera de lugar en este nuevo rumbo que Francisco defiende.
No quisiera estar en el pellejo de Domenico
Giani, jefe de la seguridad vaticana y escolta personal del papa. Tendría la
sensación de tener una diana pintada en la espalda. Por Francisco hay que
rezar, porque hay gente o gentuza que a la fuerza no tiene que quererle bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario