¿Qué son catorce años en la vida de una
persona? Cada cual sabrá, pero para mí ha sido el tiempo que he pasado
trabajando en la Comunidad Terapéutica
“Padre Benito Gil” del programa Proyecto Hombre de Málaga. Cerca de la mitad de
lo que llevo vivido (espero vivir mucho más, toquemos madera). Mañana día
cuatro de noviembre de 2013 comienzo una nueva andadura en el equipo de la fase
de Acogida, la primera de las tres que tiene el programa. Nuevos compañeros,
nuevos chicos a los que atender, un enfoque terapéutico distinto…
¿Por qué el cambio? ¿Por qué cambio de equipo
y de lugar de trabajo después de tantos años? Sobre todo estando como estoy
vinculado a la Comunidad Terapéutica
y a los que en ella trabajan por fortísimos lazos afectivos. ¿Por qué cambiar?
Porque era necesario. Necesario para mi
familia y necesario para mí. Fui en busca de Juanjo, mi director terapéutico
que me conoce metido dentro de un saco y le pedí cambiar de lugar de trabajo
porque necesitaba pasar más tiempo en casa. Haciendo un cálculo aproximado
pasaba más tiempo entre los viajes de ida y vuelta y en el trabajo que con mi
familia, si descontamos el tiempo de sueño (cuarenta kilómetros de ida y otros
tantos de vuelta no es moco de pavo). Lo cierto es que me estaba pesando y a mi
esposa, que cada vez acusa más los estragos físicos y morales de la
fibromialgia, también. Mis hijos también me necesitan más en casa… en fin. Esto
fue lo que me llevó a pedir el cambio.
A
medida que se aproximaba la fecha del traslado, descubría que el bienestar de
mi familia no era el único motivo por el que necesitaba cambiar. Realmente lo
necesitaba por mí mismo. Hace dos o tres años pensaba que yo no iba a salir de la Comunidad Terapéutica
salvo con los pies por delante. Me veía indisolublemente unido a ella. Pero hay
ciertas cosas a las que no es bueno unirse indisolublemente, ni siquiera
si las amas muchísimo. Me daba cuenta de
que mi persona se empezaba a entusiasmar por la idea de trabajar de un modo
distinto y de afrontar nuevos desafíos. Me estaba cansando de hacer siempre lo
mismo y de la misma manera. Después de
tantos años había alcanzado mi punto de saturación y no quería darme cuenta.
Soy uno de los pocos privilegiados que pueden darse el lujo de cambiar de lugar
de trabajo con tanta facilidad. No me
avergüenzo de haber aprovechado la oportunidad. Ha sido lo mejor.
En esta vida todos somos valiosos, pero nadie
absolutamente es imprescindible. ¡Ay de aquel que llegue a creerse tal! Sin
embargo es conmovedor y muy intenso darse cuenta de que muchas personas te van
a echar de menos. La despedida fue muy emocionante y el manteo, ritual
inevitable para todos aquellos que salen con bien de la Comunidad … bueno, digamos
que a pocos han arrojado tantas veces y tan alto pese a mis casi cien kilitos.
Para la Comunidad Terapéutica ,
pese a los sudores, los dolores de cabeza, los berrinches, los momentos de pánico,
las lágrimas vertidas y las canas adquiridas no tengo más que palabras de
agradecimiento. En ella me he hecho adulto, adulto de verdad. Llegué como un
niñato con la cabeza llena de aire y me voy como un sesudo señor cuarentón. Mi
querida Sabine, la terapeuta que con más tino haya combinado jamás la dulzura
con la firmeza, dice que soy un sabio. Ni por asomo me considero tal cosa. Algo
pedante y con buena culturilla de Trivial, todo lo más. Lo que si soy es
afortunado por haber pasado por un lugar tan alucinante como la Comunidad Terapética
“Padre Benito Gil” y (¿por qué no decirlo?) haber sobrevivido.
De corazón, a todos, muchas gracias.
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