El 18 de noviembre de 2012 un
cazabombardero israelí arrojó un artefacto explosivo contra la casa de la
familia Al-Dalu, en Gaza. No fue un ataque al azar, el objetivo era Mohamed
Jamal Al-Dalu, de 25 años, presuntamente miembro de Hamás. Murió, naturalmente…
sólo que junto con otros nueve miembros de su familia, entre ellos varios
niños. Este ataque formó parte de la operación “Pilar Defensivo”, que arrojó un
saldo total de un centenar de civiles palestinos muertos (entre ellos 30 niños)
y cuatro civiles israelíes muertos, pues Hamás también sacó el arsenal, no tan
sofisticado como el del ejército israelí pero arsenal al fin y al cabo.
Tres años antes, a caballo entre 2008 y 2009,
tuvo lugar la operación “Plomo Fundido” que duró 22 días, una ofensiva israelí
sobre la franja de Gaza con el objetivo de destruir la infraestructura de Hamás,
en respuesta a los ataques con misiles y proyectiles de mortero efectuados por
milicianos palestinos. Para darse cuenta de la desigualdad de la contienda sólo
hay que ver las cifras. Del lado israelí hubo que lamentar 11 soldados muertos
y 236 heridos, junto con 3 civiles muertos y 84 heridos. Sobre las bajas en el
lado palestino hay baile de cifras, según sea quien contabilice, pero yo me
quedo con los datos de la organización para los derechos humanos B´Tselem, que
siendo israelí y cuestionando los métodos de su gobierno me parecen los menos
predispuestos a falsear las cifras. Esta organización estima en 1387 el número
de palestinos muertos, de los que al menos 774 serían civiles, 320 de ellos
menores de 18 años. Los heridos rondarían los 5200.
Diversos informes de Naciones Unidas, Amnistía
Internacional y Human Rights Watch acusaban a ambos bandos de cometer crímenes
de guerra. En efecto, disparar un misil contra una población es un crimen, lo
dispare quien lo dispare.
Amnistía Internacional lleva hasta hoy
exigiendo que se investiguen debidamente y se exijan responsabilidades a los
autores de ataques tan indiscriminados como el que arrasó la casa de los
Al-Dalu. Pero no parece que los israelíes tengan mucha prisa por hacerlo,
aunque sí por meterle cuatro tiros al palestino que dispare un misil contra un
asentamiento en los territorios ocupados. La pérdida de una vida es
irreparable, pero parece que tal condición de irreparable se da a las víctimas
israelíes, mientras las palestinas se pueden amontonar sin ningún escrúpulo.
Para estos señores es lícito llevarse por delante a una familia entera para
eliminar a uno de sus miembros que, parece ser, es terrorista.
Atentado, acción de guerra; acción de guerra,
atentado… Algunos dicen ver la diferencia, yo no la veo. Son crímenes de lesa
humanidad… todos.
Salvando distancias, algo parecido sucede aquí
en España. Aunque nuestras fuerzas armadas no disparen (aún) misiles sobre las
casas de ciudadanos privados de sus derechos, por lo menos nuestras fuerzas de
seguridad se están adiestrando en el noble arte de abrir la cabeza a
manifestantes y dejarles tuertos con bolas de goma (gracias al proyecto de ley
de nuestro infecto gobierno podrán hacerlo con mayor celo profesional). Todo se
andará. Además, aquí también hay
víctimas de primera y de segunda.
Yo estudié en un colegio de alegres frailes,
creo haberlo mencionado en alguna ocasión y recuerdo una placa conmemorativa
que presidía el patio del recreo, en la cual podían leerse los nombres de los
frailes asesinados durante la Guerra Civil ,
bajo el pomposo título de “Mártires de Nuestra Cruzada”. Para nadie es
desconocido que las víctimas de dicha guerra afines al bando sublevado fueron
ensalzadas durante toda la dictadura, mientras que los nombres de los caídos de
la República ,
de los ejecutados sumariamente tras la derrota y la represión subsiguiente y de
los que murieron en las prisiones o excavando el Valle de los Caídos cayeron en
el polvo del olvido y no fueron recordados sino por sus familiares y amigos y
esto en la intimidad de sus hogares y sin hacer mucho ruido, por si acaso. Las
fosas comunes aún salpican nuestra geografía, llenas de los restos de personas
asesinadas en las cunetas o junto a las tapias de los cementerios, como si de
perros se tratara y aún hoy son muertos “incómodos”, cuya exhumación y pública
rehabilitación afirmando lo que no es sino la pura verdad, que fueron
asesinados por los esbirros de un régimen fascista fruto de un golpe militar
que se alzó contra la legalidad vigente, sería “reabrir heridas”. Sólo los
muertos republicanos reabren heridas en esta España fratricida que transmite el
odio y la insensatez de generación en generación.
Hace unas semanas, la presidenta de la Asociación de Víctimas
del Terrorismo, Ángeles Pedraza, (foto de la derecha) afirmaba que le parecía “inaudito” que se comparase a las víctimas del franquismo con las de
ETA porque “no son lo mismo” decía “unas víctimas de Estado, como puedan ser
las del franquismo, que unas víctimas que lo son por culpa de una banda
terrorista que siembra el terror en un país democrático”. ¿En qué consiste
exactamente la diferencia, buena señora? ¿Sangraban de manera diferente? ¿Caían al suelo de manera diferente? ¿Dejaban
vacíos distintos en las vidas de sus seres queridos al morir? ¿O es que los
muertos tienen fecha de caducidad? ¿Es que los asesinados hace setenta años son
menos asesinados que los de hace veinte o treinta?
Las víctimas de ETA, las víctimas del franquismo,
las víctimas de los múltiples grupúsculos de los que se componía el ejército
republicano… comparten el ser españoles, comparten el haber muerto por una puta
ideología y comparten el haber visto pisoteados sus derechos humanos. Todo lo
demás es paja mental. El PSOE instrumentaliza a las asociaciones por la memoria
histórica para sus fines políticos, lo mismo que hace el PP con la Asociación de Víctimas
del Terrorismo y así se escribe la historia. La señora Pedraza nos regala
perlas como que España debería salir del Convenio Europeo de Derechos Humanos
por haberse pronunciado el Tribunal de Estrasburgo contra la aplicación con
carácter retroactivo de la Doctrina Parot
a una convicta por terrorismo… o que el Tribunal Supremo debería desaparecer
por no haberse opuesto a dicho fallo. Quizá habría que preguntar a esta buena
mujer su opinión sobre el terrorismo de estado que aplica el gobierno israelí
contra la población civil palestina. Quizá para ella el terrorismo de estado no
es terrorismo siempre que se mate a terroristas… o a hermanos, esposas e hijos
de terroristas. Es para volverse loco.
Con todo, la señora Pedraza al menos es
honesta a su manera. Afirma de manera abierta que hay tipos de víctimas, que no
es lo mismo una persona asesinada por un ejército o por un gobierno que por un
grupo terrorista que vive al margen de la ley. Es el tipo de franqueza que
podemos exhibir los que no tenemos donde caernos muertos. Los políticos nunca
pueden permitirse ser tan francos. Ellos se limitan a firmar las órdenes
mientras otros disparan los misiles.
La náusea me sube por la garganta con un regusto ácido y es que
todo esto es para vomitar. Soldados, políticos, terroristas… se pasan la vida
humana por el arco del triunfo y lo más demencial es que si les preguntáramos a
cada uno si hacen lo correcto afirmarían sin vacilar que sí… además muy
convincentemente. Pero eso no es lo peor, no es lo que da más miedo.
Lo peor es que muchos, muchísimos ciudadanos
de a pie les dan la razón.
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