domingo, 24 de noviembre de 2013

LA HIPOCRESÍA DE LOS POLÍTICAMENTE CORRECTOS

 Una respetable señora a la que tengo el gusto de conocer (profesora de universidad con una profunda conciencia social, por más señas) escribía el otro día en Facebook sobre el desconcierto que le causa el anteproyecto de ley sobre seguridad ciudadana y la posibilidad de que en el futuro cercano pueda estar empujando a sus alumnos a caer en la ilegalidad si les anima a asumir un compromiso social. Uno de sus amigos en la vasta red social, abogado joven, atractivo y a todas luces bien situado, se apresuró a indicarle que la participación activa en la sociedad nunca será delito, que conviene informarse bien sobre las cosas antes de opinar sobre ellas, que la rebeldía y el inconformismo son positivos pero el ser molesto igual no lo es y que la interpretación de las leyes compete al poder judicial y que si no confiamos en los poderes democráticos mejor nos vamos del país o hacemos uno nuevo, entre otras cosas.

 Meditabundo me dejaron las palabras de este buen señor. Así que lo primero que intenté fue buscar por Internet el borrador de dicho anteproyecto de ley, sin éxito, ni siquiera en la web del congreso de los imputados  o en la del ministerio del interior (desde aquí pido a quien pueda facilitarme esta tarea, que tenga la bondad de hacerlo). Contrariado tuve que conformarme con las versiones, más o menos deformadas, que dan los diferentes medios de comunicación. Para no extenderme demasiado, expondré que parece ser que nuestro gobierno pretende sancionar hasta con 600 000 euros de multa la convocatoria o asistencia a concentraciones no autorizadas ante las instituciones  del Estado (como las recientes protestas ante el congreso brutalmente reprimidas por la policía) o dar a las fuerzas de seguridad potestad para crear “zonas de seguridad” que permitan evitar los escraches (para mi defensa a esta práctica de protesta remito a la siguiente entrada de este mismo blog). Voy a centrarme en estos dos puntos que, aunque presentados entre muchos más, constituyen en sí mismos desde mi punto de vista una sobreprotección ilegítima a la clase política, ya bastante endiosada y alejada de la realidad social en este país.

 En la antigua Roma, en la época republicana, la práctica del escrache (aunque entonces no se llamaba así, sino occentatio estaba totalmente normalizada, los cargos públicos salían a la calle protegidos por grupos de lictores, una especie de guardaespaldas, que le cruzaban la cara a cualquiera que osara acercarse más de la cuenta, pero no podían hacer nada para evitar que la plebe se ensañara verbalmente con el politicastro en cuestión, aunque fuese a un tiro de piedra del senado o de su propia casa. Era el único recurso que le quedaba al pueblo agraviado: patalear. Es el único recurso que le queda al pueblo agraviado por promesas electorales incumplidas, servicios públicos recortados, banqueros trápalas que viven como sátrapas a costa del ciudadano y con la connivencia del político, que también vive como un sátrapa y que ahora ni siquiera va a tener que oír los gritos de los agraviados porque la policía los obligará a estar a trescientos metros de su casa o la autoridad competente prohibirá toda concentración que pueda importunar en lo más mínimo a sus señorías. El pueblo podrá patalear, sí, pero donde no moleste.

 Señor abogado joven, atractivo y a todas luces bien situado, su discurso moderado le hace el juego a una clase política que nos maltrata y a la que nuestros sufrimientos le traen sin cuidado. Recortar el derecho al pataleo del pueblo es una medida autoritarista revestida de un barniz pseudo democrático. El colmo de la hipocresía lo encontramos también cuando en dicho anteproyecto de ley se tipifica como infracción grave a quien se oculte el rostro en una manifestación mientras los antidisturbios aporrean a los manifestantes pacíficos con la cara cubierta y la identificación metida en el bolsillo.


 El mensaje tácito de la clase política hacia el ciudadano es que ellos no son iguales que nosotros. Se rigen por otras normas y viven en un mundo distinto que ahora será un poquito más de color de rosa si esta ley prospera y ni siguiera han de soportar los gritos de los que protestan. Si el activismo social se queda dentro de los límites que convengan a los políticos ¿qué efectividad tendrá? Hay que ser molesto para el gobernante inoperante, para el corrupto, para el bienintencionado hipócrita… Señor abogado joven, atractivo y a todas luces bien situado: usted y los que son como usted promueven con su moderación y su lenguaje políticamente correcto que los que abusan del pueblo lo hagan con impunidad, sobre todo en un país en el que el órgano supremo de gobierno de los jueces está vendido al poder político y éste al poder económico. El lado del que usted está, señor, ha quedado muy claro, aunque usted mismo aún no lo sepa o no tenga las narices de aceptarlo.

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