domingo, 7 de octubre de 2018

DESMONTANDO A LOS MARQUESES DE LARIOS (II)


 Sabía que este artículo iba a desagradar a algunos. Mi propósito es bajar del pedestal a un icono y eso es algo que ciertas personas no son capaces de perdonar. Sin embargo me ha dolido particularmente que un señor me catalogue de “partidista y carente de objetividad” y que por ello el escrito carece de “toda validez histórica”. Me duele porque porque no puedo atribuirme tal mérito ya que no hago sino referirme a datos históricos: el origen riojano de los Larios, la fragilidad en cuanto a fuente de energía de la industria malagueña que provocó su retraso frente a zonas industriales más favorecidas en este sentido, la huelga de Industria Malagueña SA en octubre de 1868, el asalto a la casa de los Larios y la angustiosa huida por los tejados…  Ni siquiera el comentario acerca de las actividades ilegales en el Campo de Gibraltar es una presunción de mi cosecha, ya que lo afirmaba D. Antonio Parejo Barranco, catedrático de Historia Económica en la Universidad de Málaga y autor entre otras obras de “Málaga y los Larios. Capitalismo industrial y atraso económico  (1875-1914)”. Recojo el dato de una cita en un artículo de la edición digital del diario SUR, fechado en 28 de noviembre de 2007.

 La calificación de “esperpento de reina” a Isabel II sí es de mi total responsabilidad. Mis disculpas a las monárquicas sensibilidades que haya podido ofender.

 Hecho este alegato en pro de mi honra, sigamos con la historia.


  Habíamos dejado a la familia Larios asediada en su palacio de la Alameda por una turba de obreros furiosos. Realmente furiosos debían estar para echarse a la calle en una época en que las protestas populares no se reprimían con porras, bolas de goma y gases lacrimógenos (que no es moco de pavo, aún siendo ingenios que rara vez resultan letales) sino a culatazos, sablazos y aún a tiros.  Los testimonios de la época hablan de grupos minoritarios, pero echemos un poco de sentido común al asunto. El caserón donde reside una de las principales familias de la alta burguesía local es atacado por gente de a pie y las autoridades (a las que nunca les ha temblado la mano a la hora de apalizar obreros) no ven otra salida para garantizar la seguridad de los Larios que embarcarlos a toda prisa rumbo a Gibraltar bajo la protección del gobernador militar. No lo digo yo, lo dice Julián Sesmero Ruiz, ilustre periodista y académico de San Telmo, citado por diario SUR el 15 de octubre de 2017.
 Aquello tuvo que ser un auténtico dos de mayo. No sabemos la razón, pero el caso es que los Larios nunca regresaron a Málaga, salvo un furtivo paso de Manuel Domingo, el segundo marqués, para visitar las propiedades de la familia en la Axarquía y el regreso póstumo de Martín, para ser sepultado en el asilo de las Hermanitas de los Pobres, que él mismo había fundado. ¿A qué hemos de atribuir tan severo auto exilio? ¿A estrés postraumático? ¿Al rencor? ¿A la amarga decepción de verse hostigados por la urbe de la que eran primerísimos ciudadanos?

 Yo creo (y se trata de una opinión estrictamente personal) que temían por su seguridad y que hacían bien en temer.

 Los Larios fijaron su residencia en París. Sin embargo su huella más duradera en Málaga estaba por llegar, aún con ellos en el extranjero.

  El arquitecto José Moreno Monroy había diseñado en 1859 el proyecto de una calle que uniese la plaza de la Constitución con la Cortina del Muelle, pero no se contó con el respaldo económico necesario. El asunto, importante dentro de las reformas urbanísticas del centro histórico que fueran dirigidas por personajes de la talla de Eduardo Strachan y Jerónimo cuervo, quedó empantanado hasta que el día 1 de mayo de 1880 el Ayuntamiento publicó las bases de constitución de una sociedad anónima que tendría como finalidad llevar a cabo el proyecto. El capital queda fijado en un millón de pesetas, fabulosa cantidad en aquella época (un oficinista ganaba, en 1900, una media de 20 pesetas al mes), ampliables en caso de necesidad. Las sociedades Hijos de Manuel Heredia e Hijos de Manuel Larios son de las más destacadas que concurren para interesarse. Sin embargo, surgió el previsible escollo de las expropiaciones precisas para “hacer espacio” y acometer el proyecto: ciento siete inmuebles en total. El asunto cayó en un punto muerto hasta que en agosto de 1886 se “descubrió” que de manera discreta los Larios habían comprado setenta y seis de las mencionadas fincas. Los apoderados de la familia entraron en contacto con el consistorio y se ofrecieron a “colaborar”. En la práctica asumen la mayor (muy mayor) parte del coste del proyecto, marginando a la autoridad municipal y al resto de inversores, que tuvieron una participación mínima. Las obras duraron de 1887 a 1891 y al final de las mismas los Larios tuvieron para sí una calle llena de locales y lujosos apartamentos para alquilar a precios que sólo los comerciantes más solventes y las familias más acaudaladas podrían pagar. Farolas de la mayor calidad, pavimento de madera (¡!) realmente bonito para cuya conservación se “pide” al ayuntamiento que prohíba el tráfico rodado en la zona… La riada de 1907 pondría las cosas en su lugar, arruinando el bonito, caro y delicado pavimento. A quien se le ocurre…

 A los Larios, naturalmente, “su” calle (literalmente) tenía que ser de, por y para la flor y nata de la “buena” sociedad. La inauguración fue por todo lo alto, pero toda la fanfarria no pudo encubrir la notoria ausencia de cualquier miembro de la egregia familia. Reparto de limosna y pan a los pobres para celebrar como Dios manda la feliz ocasión, bendición del obispo…

 El hecho es que los Larios se habían comprado una calle y le había costado un riñón, pero más grandes iban a ser los beneficios proporcionados por los alquileres. Con buen olfato empresarial, debían entrever que la industria malagueña, a la larga iba a perder la batalla contra zonas como Cataluña o Euskadi. La promoción y especulación inmobiliaria se adivinaba como una nueva y prometedora fuente de ingresos. No se les puede negar la visión de futuro.

 Aún queda el episodio de la estatua de Manuel Domingo, el segundo marqués. Yo creo que hubiera tenido más sentido representar a Martín, el auténtico emprendedor hecho a sí mismo que había levantado media industria malagueña, pero había que hacerle la pelota al marqués que había puesto la pasta para abrir la calle y desviado el proyecto original para que fuera a desembocar justo ante la fachada del caserón familiar, ultrajado por las turbas proletarias. Toda una declaración de principios. Tuvieron que salir por patas, pero al final se llevaron el gato al agua. En el agua, precisamente, acabó la estatua en 1931, al proclamarse la Segunda República. “Grupos incontrolados” derribaron la estatua, la decapitaron, la arrastraron por las calles y la tiraron a la dársena del puerto…. y allí se quedó hasta el 39. Para ser un simple acto vandálico, requiere bastante trabajo, no es como romper escaparates o quemar cubos de basura. ¿Cuánto pesará esa estatua? Otra muestra del cariño popular a la familia Larios.

 Las industrias de los Larios han sido vendidas o se han cerrado, pero a día de hoy media calle Larios sigue perteneciendo a descendientes de Martín (la otra mitad la vendieron al empresario José Quesada, allá por los 70, para obtener liquidez) que siguen recibiendo jugosas rentas de las empresas que pueden pagar los astronómicos alquileres, una vez finalizados los contratos de renta antigua.

 Y la vida sigue…  Fueron empresarios en la revolución industrial, hoy son especuladores inmobiliarios. Tienen su lugar en la historia, ganado a pulso, cambiaron la fisionomía de Málaga, pero de ahí a mitificarlos… debería mediar un abismo. Miren, yo personalmente me siento más cerca de los obreros y obreras que se dejaron la salud en sus fábricas, pues al igual que ellos mi única fuente de ingresos es mi fuerza de trabajo. Los Larios no eran benefactores, eran capitalistas, su objetivo era ganar dinero, no servir a la ciudad. La ciudad se benefició de ellos, en cierta medida, pero ellos se beneficiaron más… muchísimo más. Málaga les dio su fuerza de trabajo y ellos se hicieron tan ricos que pudieron comprarse medio centro sin correr demasiado riesgo. Estoy firmemente convencido de que el grueso de la población (los que no tienen voz) no los tenía en mucha estima, por mucho que el aparato mediático de la época los idolatrara. No se hace favor alguno a nadie mitificando a aquellos cuyo mérito consiste en enriquecerse, al tiempo que olvidamos a los que dieron su sudor para que se enriquecieran, obteniendo a cambio lo imprescindible, supongo, para sobrevivir.

 Ahora sí pueden acusarme de partidista.

5 comentarios:

  1. Lo que escribes de los Larios me parece más creíble que lo he venido leyendo hasta ahora.
    Isabel Ii, era algo más que esperpéntica.... y, algo más que las gallinas ....

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  2. Me encanta tu tono en tus artículos, son mordaces a la vez que rigurosos.

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  3. A mí me cuadra mucho más esta visión de los Laríos que la "versión oficial" que nos han vendido hasta la fecha.
    a Isabel II se le puede decir de todo porque fue una ruina para el país.

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  4. Que se quedara con las fincas que cultivaban la caña, simulando que ayudaba a los propietarios ,tampoco deja a los Larios en buen lugar

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  5. te sugiero que corrijas los borradores del blog en HTML y borres todo lo que aparece como whte..son frases que has importado de algo que estaba n Word o en otro sitio y permanecen con el color blanco

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