Sabía que este artículo iba a desagradar a
algunos. Mi propósito es bajar del pedestal a un icono y eso es algo que
ciertas personas no son capaces de perdonar. Sin embargo me ha dolido
particularmente que un señor me catalogue de “partidista y carente de
objetividad” y que por ello el escrito carece de “toda validez histórica”. Me
duele porque porque no puedo atribuirme tal mérito ya que no hago sino
referirme a datos históricos: el origen riojano de los Larios, la fragilidad en
cuanto a fuente de energía de la industria malagueña que provocó su retraso
frente a zonas industriales más favorecidas en este sentido, la huelga de
Industria Malagueña SA en octubre de 1868, el asalto a la casa de los Larios y
la angustiosa huida por los tejados… Ni
siquiera el comentario acerca de las actividades ilegales en el Campo de Gibraltar
es una presunción de mi cosecha, ya que lo afirmaba D. Antonio Parejo Barranco,
catedrático de Historia Económica en la Universidad de Málaga y autor entre
otras obras de “Málaga y los Larios. Capitalismo industrial y atraso económico (1875-1914)”. Recojo el dato de una cita en un artículo de la
edición digital del diario SUR, fechado en 28 de noviembre de 2007.
La calificación de “esperpento de reina” a
Isabel II sí es de mi total responsabilidad. Mis disculpas a las monárquicas
sensibilidades que haya podido ofender.
Hecho este alegato
en pro de mi honra, sigamos con la historia.
Habíamos dejado a la familia Larios asediada
en su palacio de la Alameda por una turba de obreros furiosos. Realmente
furiosos debían estar para echarse a la calle en una época en que las protestas
populares no se reprimían con porras, bolas de goma y gases lacrimógenos (que
no es moco de pavo, aún siendo ingenios que rara vez resultan letales) sino a
culatazos, sablazos y aún a tiros. Los
testimonios de la época hablan de grupos
minoritarios, pero echemos un poco de sentido común al asunto. El caserón
donde reside una de las principales familias de la alta burguesía local es
atacado por gente de a pie y las autoridades (a las que nunca les ha temblado
la mano a la hora de apalizar obreros) no ven otra salida para garantizar la
seguridad de los Larios que embarcarlos a toda prisa rumbo a Gibraltar bajo la
protección del gobernador militar. No lo digo yo, lo dice Julián Sesmero Ruiz,
ilustre periodista y académico de San Telmo, citado por diario SUR el 15 de
octubre de 2017.
Aquello tuvo que ser un auténtico dos de mayo.
No sabemos la razón, pero el caso es que los Larios nunca regresaron a Málaga,
salvo un furtivo paso de Manuel Domingo, el segundo marqués, para visitar las
propiedades de la familia en la Axarquía y el regreso póstumo de Martín, para
ser sepultado en el asilo de las Hermanitas de los Pobres, que él mismo había
fundado. ¿A qué hemos de atribuir tan severo auto exilio? ¿A estrés
postraumático? ¿Al rencor? ¿A la amarga decepción de verse hostigados por la
urbe de la que eran primerísimos ciudadanos?
Yo creo (y se trata de una opinión
estrictamente personal) que temían por su seguridad y que hacían bien en temer.
Los Larios fijaron su residencia en París. Sin
embargo su huella más duradera en Málaga estaba por llegar, aún con ellos en el
extranjero.
El arquitecto José Moreno Monroy había
diseñado en 1859 el proyecto de una calle que uniese la plaza de la
Constitución con la Cortina del Muelle, pero no se contó con el respaldo
económico necesario. El asunto, importante dentro de las reformas urbanísticas
del centro histórico que fueran dirigidas por personajes de la talla de Eduardo
Strachan y Jerónimo cuervo, quedó empantanado hasta que el día 1 de mayo de
1880 el Ayuntamiento publicó las bases de constitución de una sociedad anónima
que tendría como finalidad llevar a cabo el proyecto. El capital queda fijado
en un millón de pesetas, fabulosa cantidad en aquella época (un oficinista
ganaba, en 1900, una media de 20 pesetas al mes), ampliables en caso de
necesidad. Las sociedades Hijos de Manuel Heredia e Hijos de Manuel Larios son
de las más destacadas que concurren para interesarse. Sin embargo, surgió el
previsible escollo de las expropiaciones precisas para “hacer espacio” y
acometer el proyecto: ciento siete inmuebles en total. El asunto cayó en un
punto muerto hasta que en agosto de 1886 se “descubrió” que de manera discreta
los Larios habían comprado setenta y seis de las mencionadas fincas. Los
apoderados de la familia entraron en contacto con el consistorio y se
ofrecieron a “colaborar”. En la práctica asumen la mayor (muy mayor) parte del
coste del proyecto, marginando a la autoridad municipal y al resto de
inversores, que tuvieron una participación mínima. Las obras duraron de 1887 a
1891 y al final de las mismas los Larios tuvieron para sí una calle llena de locales
y lujosos apartamentos para alquilar a precios que sólo los comerciantes más
solventes y las familias más acaudaladas podrían pagar. Farolas de la mayor
calidad, pavimento de madera (¡!) realmente bonito para cuya conservación se “pide”
al ayuntamiento que prohíba el tráfico rodado en la zona… La riada de 1907
pondría las cosas en su lugar, arruinando el bonito, caro y delicado pavimento.
A quien se le ocurre…
A los Larios, naturalmente, “su” calle
(literalmente) tenía que ser de, por y para la flor y nata de la “buena”
sociedad. La inauguración fue por todo lo alto, pero toda la fanfarria no pudo
encubrir la notoria ausencia de cualquier miembro de la egregia familia.
Reparto de limosna y pan a los pobres para celebrar como Dios manda la feliz
ocasión, bendición del obispo…
El hecho es que los Larios se habían comprado
una calle y le había costado un riñón, pero más grandes iban a ser los
beneficios proporcionados por los alquileres. Con buen olfato empresarial,
debían entrever que la industria malagueña, a la larga iba a perder la batalla
contra zonas como Cataluña o Euskadi. La promoción y especulación inmobiliaria
se adivinaba como una nueva y prometedora fuente de ingresos. No se les puede
negar la visión de futuro.
Aún queda el episodio de la estatua de Manuel
Domingo, el segundo marqués. Yo creo que hubiera tenido más sentido representar
a Martín, el auténtico emprendedor hecho a sí mismo que había levantado media
industria malagueña, pero había que hacerle la pelota al marqués que había
puesto la pasta para abrir la calle y desviado el proyecto original para que
fuera a desembocar justo ante la fachada del caserón familiar, ultrajado por
las turbas proletarias. Toda una declaración de principios. Tuvieron que salir
por patas, pero al final se llevaron el gato al agua. En el agua, precisamente,
acabó la estatua en 1931, al proclamarse la Segunda República. “Grupos
incontrolados” derribaron la estatua, la decapitaron, la arrastraron por las
calles y la tiraron a la dársena del puerto…. y allí se quedó hasta el 39. Para
ser un simple acto vandálico, requiere bastante trabajo, no es como romper
escaparates o quemar cubos de basura. ¿Cuánto pesará esa estatua? Otra muestra
del cariño popular a la familia Larios.
Las industrias de los Larios han sido vendidas
o se han cerrado, pero a día de hoy media calle Larios sigue perteneciendo a descendientes
de Martín (la otra mitad la vendieron al empresario José Quesada, allá por los
70, para obtener liquidez) que siguen recibiendo jugosas rentas de las empresas
que pueden pagar los astronómicos alquileres, una vez finalizados los contratos
de renta antigua.
Y la vida sigue… Fueron empresarios en la revolución
industrial, hoy son especuladores inmobiliarios. Tienen su lugar en la historia,
ganado a pulso, cambiaron la fisionomía de Málaga, pero de ahí a mitificarlos…
debería mediar un abismo. Miren, yo personalmente me siento más cerca de los
obreros y obreras que se dejaron la salud en sus fábricas, pues al igual que
ellos mi única fuente de ingresos es mi fuerza de trabajo. Los Larios no eran
benefactores, eran capitalistas, su objetivo era ganar dinero, no servir a la
ciudad. La ciudad se benefició de ellos, en cierta medida, pero ellos se
beneficiaron más… muchísimo más. Málaga les dio su fuerza de trabajo y ellos se
hicieron tan ricos que pudieron comprarse medio centro sin correr demasiado
riesgo. Estoy firmemente convencido de que el grueso de la población (los que
no tienen voz) no los tenía en mucha estima, por mucho que el aparato mediático
de la época los idolatrara. No se hace favor alguno a nadie mitificando a
aquellos cuyo mérito consiste en enriquecerse, al tiempo que olvidamos a los
que dieron su sudor para que se enriquecieran, obteniendo a cambio lo
imprescindible, supongo, para sobrevivir.
Ahora sí pueden acusarme de partidista.
Lo que escribes de los Larios me parece más creíble que lo he venido leyendo hasta ahora.
ResponderEliminarIsabel Ii, era algo más que esperpéntica.... y, algo más que las gallinas ....
Me encanta tu tono en tus artículos, son mordaces a la vez que rigurosos.
ResponderEliminarA mí me cuadra mucho más esta visión de los Laríos que la "versión oficial" que nos han vendido hasta la fecha.
ResponderEliminara Isabel II se le puede decir de todo porque fue una ruina para el país.
Que se quedara con las fincas que cultivaban la caña, simulando que ayudaba a los propietarios ,tampoco deja a los Larios en buen lugar
ResponderEliminarte sugiero que corrijas los borradores del blog en HTML y borres todo lo que aparece como whte..son frases que has importado de algo que estaba n Word o en otro sitio y permanecen con el color blanco
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