sábado, 27 de octubre de 2018

"LA GLORIOSA" EN MÁLAGA (II)


 La vida de la Junta Revolucionaria habría de ser efímera, pues el 8 de octubre se constituyó un gobierno provisional presidido por el general Francisco Serrano (vencedor de la decisiva batalla de Alcolea contra las fuerzas leales a la reina, el 28 de septiembre), el general Prim y el almirante Topete. Como Isabel II hubiese abandonado España, se dio por exitoso el pronunciamiento.  El 22 de octubre la Junta cedió poderes al gobernador civil y quedó disuelta. De su gestión cupo hacer el siguiente balance:

-           Tomó la decisión de crear una milicia popular “como segura garantía para las libertades que hemos conquistado” (decreto del 8 de octubre) formada por ciudadanos mayores de 20 años, que supieran leer y escribir, quedando excluidos los jornaleros y aquellos que no tuviesen oficio alguno.

-           Estuvo marcada por las disputas internas, avivadas principalmente por la tibieza o entusiasmo que unos u otros miembros mostraran hacia las posturas republicanas (estaba claro que echar a Isabel II era una cosa y abolir la monarquía otra muy distinta). Hubo broncas y dimisiones, mientras en las calles una parte nada despreciable de la ciudadanía clamaba por la república.

-          Acordó la constitución de un tribunal especial para la investigación del motín protagonizado por los obreros de la Industria Malagueña (los tumultos en medio de los cuales tuvo lugar el asalto a la casa de la familia Larios).

 Un cuadro un tanto caótico, como se puede apreciar. Con todo, la Junta Revolucionaria mostró más sensibilidad con los problemas de las clases populares que la que cabría esperar del gobierno civil.

  Por si no hubiera suficientes actores en este drama, hemos de incluir una nueva figura: los clubs republicanos. En Málaga los hubo, al igual que en las principales ciudades de España. Fueron una suerte de evolución desde la tertulia de café a una especie de asambleas de escasa estructuración, que daban cabida a pequeños burgueses y proletarios. Resultaban activas para la discusión de ideas políticas sin aterrizar demasiado en hechos reales y eso sí, para montar algaradas callejeras (de hecho uno de ellos, el Club Democrático, fue acusado de instigar el motín de la Industria Malagueña, lo cual no se demostró). Sin embargo, pese a su naturaleza  un tanto inestable e informal, no se les puede negar la condición de germen de estructuras futuras más organizadas y determinantes.

 El motín de la Industria Malagueña, que tenía su origen en reclamaciones salariales, no era sino una manifestación de la tensa situación imperante en la industria. La crisis financiera arreciaba, había menos trabajo y peor pagado y las clases populares sufrían. El problema era agravado por la afluencia de familias del campo a la capital, empobrecidas por las malas cosechas y buscando una alternativa que no encontraban. La pobreza se agudizaba y las sociedades caritativas no alcanzaban a aliviarla. Las autoridades intentaron dar trabajo a los jornaleros y obreros en paro en las obras públicas, como el derribo de las Atarazanas y de los conventos de Santa Clara y San Bernardo o el adoquinado de la calle Mármoles, pero no   era posible absorber tantos desempleados. El ayuntamiento trató de negociar con los comerciantes de productos de primera necesidad una reducción de precios, bajo los auspicios todavía de la Junta Revolucionaria, pero el paso de poderes al gobernador civil cortó estas medidas. Las gentes se enfurecieron y cundió el convencimiento de que la revolución no había servido de nada. Hubo motines y detenciones. El clima de tensión no hizo sino aumentar a lo largo de  todo el mes de noviembre. El etnógrafo y periodista francés Elías Reclus, nos deja un testimonio de primera mano:

 Esta mañana a las ocho, unos amigos nos despertaron para comunicarnos que de golpe y porrazo el gobernador ordenó que el derribo del arsenal y del convento de San Bernardo fuesen interrumpidos, diciendo que necesita el dinero para otras cosas. Ello quiere decir que mil obreros se quedan inopinadamente sin trabajo. Entre tanto el gobernador se parapeta en la Aduana y refuerza la guardia (…) Se teme que los trabajadores, viéndose súbitamente condenados a la miseria se amotinen (…) Por cartas particulares –ya que el telégrafo está en manos del gobierno y únicamente deja transmitir las noticias que no le molestan cuando le da la gana- se entera el pueblo de que en el Puerto de Santa María y en Cádiz se ha derramado sangre (…) Se dice que la lucha ha durado desde las diez de la mañana hasta las tres de la tarde. Se habla de cuatrocientos o quinientos heridos, pero ¡qué sabemos! No se puede dar crédito excesivo a los rumores de una ciudad alarmada como Málaga.”

 Resulta obvio que para el gobernador civil resultaba más importante (infinitamente) el orden público que la miseria de las gentes. Carlos Massa Sanguinetti era su nombre. Un político  miserable más en la historia.

 En la mañana del 11 de diciembre se concentraron en las plazas de la Constitución y de la Merced, así como en la Alameda, grupos de milicianos armados (¿Recuerdan aquella milicia popular organizada por la Junta Revolucionaria? Pues ahí seguía). No hubo lucha en aquella ocasión, pero en localidades como Vélez Málaga, Algarrobo y el Valle de Abdalajís hubo enfrentamientos con las fuerzas de orden público que se saldaron con varios muertos y heridos. En Málaga el ambiente se calmó un poco durante las comicios municipales, con un triunfo aplastante de los republicanos.

 Sin embargo, el paréntesis era engañoso. El 27 de diciembre cundió la alarma. El general Antonio Caballero y Fernández de Rodas (retrato)
, militar rudo, agresivo y muy fogueado, al mando de una potente fuerza, tras haber aplastado las milicias populares en Cádiz y en el Puerto de Santa María, se disponía a hacer lo propio en Málaga.

 Echar a la reina era una cosa, pero permitir que el pueblo reivindicara condiciones  de vida dignas era otra cosa muy distinta. El gobierno provisional no se andaba con chiquitas.

(Continuará)



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