La historia de España es fascinante, pero en
el siglo XIX se torna vertiginosa. No es que anteriormente anduviese escasa de
acontecimientos significativos, pero a partir de la invasión napoleónica y la consiguiente
Guerra de la Independencia, parece como si una especie de dique se hubiese roto
y una cascada de hechos trascendentes a la par que cruentos se suceden a ritmo
frenético. Uno de esos hitos fue la Revolución Gloriosa, también conocida como
la Septembrina, que pusiera fin al
reinado de Isabel II y diera inicio al Sexenio Revolucionario; un periodo
henchido de esperanzas para las clases populares, que se revelaría como
absolutamente decepcionante. Málaga fue de las primeras ciudades en unirse al
pronunciamiento y como veremos, se implicó en el mismo con entusiasmo. Parte de
su trascendencia reside en que, aunque en esencia se trató de una revolución
burguesa, en la línea de las habidas en otros países a lo largo del siglo, supuso un impulso en la expansión dentro de
España del concepto de lucha obrera, que hasta aquel momento sólo había hecho
sus pinitos en Cataluña. Por otra parte y refiriéndonos a Málaga, también supuso
un importante hito en el honorable historial de rebeldía ante los poderes
establecidos, encarnados entonces por el absolutismo, que en 1843 (antes de los
hechos que vamos a relatar) ya le valiese el título de “La primera en el
peligro de la libertad”, que aún hoy luce el escudo de la ciudad. Haría honor a
ello.
Antes de centrarnos en los hechos habidos en
Málaga sólo señalar, a modo de telón de fondo, que esta insurrección contra la monarquía
borbónica se precipitó principalmente por tres razones: una fuerte crisis
financiera relacionada con la falta de materia prima para la industria textil,
una crisis de suministros básicos para la población debida a malas cosechas y
la absolutamente indecorosa corrupción institucional de la monarquía aliada con
algunos sectores de la oligarquía económica (hay cosas que se repiten a lo
largo de la historia). En adelante, me apoyaré en el soberbio trabajo sobre el
tema llevado a cabo por D. Manuel Morales Muñoz, catedrático de Historia
Contemporánea de la Universidad de Málaga.
El 18 de septiembre de 1868 se sublevó en
Cádiz el grueso de la flota de guerra española al mando del almirante Juan
Bautista Topete. En Cádiz ya se encontraban el general Juan Prim (retrato) y Práxedes
Mateo Sagasta, destacadas figuras del pronunciamiento. Pronto llegaron a Málaga
los rumores de lo sucedido en Cádiz y el lunes 21 ya se produjeron concentraciones
en las calles principales pidiendo que los regimientos acuartelados en la
ciudad se uniesen a la insurrección. El 23 recaló en Málaga el general Prim, a bordo de la fragata blindada Zaragoza, para recabar el apoyo de la ciudad. La conciencia social en Málaga sobre las
corruptelas del régimen borbónico debía ser muy acusada, sobre todo por la
rapidez con la que se constituyó una Junta Popular provisional, que aglutinó a
nombres de mucho peso en la vida pública de la Málaga de aquella época, muchos
de ellos con experiencia política, abogados y periodistas con filiación
fundamentalmente progresista y demócrata. El 28 de septiembre se convocó
mediante bando a todos los hombres mayores de 25 años y a los menores casados
para la elección de la Junta Revolucionaria definitiva. Los comicios se
llevaron a cabo los días 30 de septiembre, 1 y 2 de octubre. Aquí ya tuvo lugar
un desacuerdo entre las principales fuerzas implicadas: progresistas y
demócratas, ambas liberales, pero siendo la segunda básicamente una escisión de la primera,
con inclinaciones republicanas más marcadas. No consiguieron constituir una
candidatura conjunta y concurrió cada una por su cuenta. Los resultados fueron demoledores,
de los catorce puestos de la Junta Revolucionaria, los demócratas obtuvieron
diez.
El 4 de octubre se publicó un amplio documento firmado por la Junta
Revolucionaria en el que se declaraba el espíritu regenerador del proceso
revolucionario sintetizado en fundamentos como la descentralización
administrativa, el juicio por jurado de todos los delitos, la libertad de
prensa, libertad de cultos, libertad de comercio y de enseñanza, inviolabilidad
de la correspondencia y del domicilio, el habeas
corpus, abolición de la pena de muerte, abolición de las quintas…
Hasta aquí todo parecía muy bonito y esperanzador, pero las cosas no
serían tan fáciles.
(Continuará)
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