Cada cierto tiempo, al aproximarse la
víspera de Todos los Santos, se me antoja reeditar esta entrada antigua sobre
la fiesta de Halloween; importada, como tantas otras cosas, del orbe anglosajón.
Sé que la expresión es libre, pero francamente, indignarse y hacer proclamas al
viento porque unos niños se van a pedir caramelos vestidos de monstruos me
parece un exceso y hacerlo mientras se realiza la vista gorda ante el
escandaloso imperialismo económico y cultural que ejerce Estados Unidos, se me
antoja una pose absolutamente incoherente. Para gustos los colores. Al que no
le guste, que no mire. Hace casi ocho años que escribí esto y sigo pensando exactamente igual.
Hoy me
apetece tratar un tema más ligero y a riesgo de ser poco o nada original (lo
que, por otra parte, me importa un bledo) me referiré a esta controvertida
fiesta de Halloween, celebrada esta noche en todo el orbe anglosajón y calcada,
por obra y gracia del potencial publicitario estadounidense, en no pocos países
del orbe latino, entre ellos el nuestro. Digo controvertida porque hay gente
que mueve la cabeza disgustada cuando ve a los chiquillos (y no tan chiquillos)
disfrazarse de monstruos cinematográficos para ir por las casas pidiendo
golosinas. “Mira que hacer lo que los americanos…” cuando aquí llevamos décadas
comiendo hamburguesas, bebiendo coca cola, vistiendo vaqueros y devorando
películas de Hollywood sin ningún empacho… Ahora nos vamos a escandalizar
porque los niños les haga ilusión vestirse de vampiro o de hombre lobo o de
momia y salir a dar la matraca. Si les parece les sentamos esta noche a ver Don
Juan Tenorio y mañana nos los llevamos al cementerio armados con un cubo, una
esponja y un ramo de flores (con todo el respeto para quien lo haga). Lo que es
yo, cuando me muera, espero que mis hijos me incineren y usen mis tristes
cenizas para abonar las macetas, que en mi condición de urbanita empedernido me
parecería una gran incoherencia pedirles que las tiraran al campo.
La
cosa esta del Halloween parece que deriva de una fiesta de los antiguos celtas,
que en Irlanda (tierra donde el elemento céltico pervivió inalterado por más
tiempo) dio en llamarse Samain. Venía a ser un festival de la cosecha en el que
se sacrificaba el ganado y se preparaban las provisiones para pasar el invierno. Marcaba
además el año nuevo y le atribuían un carácter oscuro, en el que los límites
entre nuestro mundo y el de los muertos se disolvían y éstos campaban a sus
anchas entre nosotros. La festividad se acompañaba, cómo no, con hogueras y
comilonas. Existía además la costumbre de bailar con máscaras y
disfraces grotescos para ahuyentar a los malos espíritus.
El temita
de las calabazas también tiene su historia. Deriva de la leyenda de un tal Jack
el Avaro, sujeto tan astuto y sinvergüenza (amén de despreciable) que logró
estafar al diablo hasta tal punto que se libró de ir al infierno. El caso es
que tampoco lo quisieron en el cielo cuando al fin murió y así quedó condenado
a vagar por toda la eternidad alumbrándose con un nabo ahuecado en cuyo
interior brillaba una vela, pasando a llamarse Jack O´lantern (Juanito el de la
linterna, para entendernos). Cundió la costumbre de adornar las casas con nabos
preparados de esta manera para ahuyentar (no se sabe bien cómo) a tan
desagradable personaje. Sin embargo, como para ahuecar un nabo hasta el punto
de meterle dentro una vela hay que ser poco menos que un ebanista (y si no lo
creen, hagan la prueba) se empezaron a utilizar calabazas: abundantes, baratas
y fáciles de vaciar y tallar para cualquiera con un simple cuchillo de cocina.
Este
es pues el origen de la fiesta, que llega a Estados Unidos y parte de Canadá llevada
la masiva migración de irlandeses en la segunda mitad del siglo XIX. Halloween
no es, sin embargo, la única manifestación asociada al más allá en la señaladas
fechas de Todos los Santos. No hay más que mirar el célebre Día de los Muertos
en México, durante el cual las familias van al cementerio no para limpiar las
tumbas y llevar flores con la cara hasta el suelo, sino para hacer una comilona
sobre la tumba del ser querido en cuestión con la comida que más le gustaba en
vida, recordar anécdotas del difunto, tocar la música que más le gustaba… en
fin, una auténtica fiesta. Aquí en España, sobre todo en el norte, perviven
fiestas celebradas en esta noche cuyas alusiones a los muertos son explícitas,
mientras se comen castañas a la luz de las hogueras y hay leyendas vinculadas a
esta noche de inciden directamente en su carácter macabro. ¿Quién no se ha
estremecido leyendo “El Monte de las Ánimas”? una antigua leyenda soriana
novelada por Bécquer. Para mí Halloween es un festejo más en esta línea y tiene
su gracia qué demonios. Algunos cenizos arguyen que es otra excusa más para que
la juventud se emborrache. ¡Cómo si en un país con más bares por habitante que
camas hospitalarias hicieran falta excusas para coger un pedo! Yo
hoy acompaño a mi hija en su correría en busca de golosinas, que nuestros
barrios no son como los suburbios de las películas americanas, en los que nunca
pasa nada hasta que aparece un psicópata con un machete cortando cabezas. Aquí
somos menos extremistas y los incidentes son más frecuentes, aunque no tan
cruentos.
Todas
estas las muestras culturales rezuman paganismo y eso no es malo. Es parte de
nuestra herencia cultural. La humanidad ha sido pagana muchos miles
de años (parte de ella aún lo es), pero las culturas occidentales sólo son
cristianas desde hace dos mil y el cristianismo, desde que salió de las
catacumbas, ha tratado de anular sistemáticamente todos los elementos paganos
que no le servían, mientras sin pudor alguno se dedicaba a sacralizar fiestas
paganas para aprovechar el tirón de de éstas entre los pueblos (la fiesta del
solsticio de verano-San Juan; la fiesta del solsticio de invierno-Navidad…) y
convertía dioses locales en santos (la diosa celta Bigrid convertida en Santa
Brígida…) Por otra parte durante siglos simples curanderas, conocedoras de
antiguos saberes eran quemadas como brujas, víctima de la manía de los clérigos
y píos en general de diversas épocas de ver hasta en la sopa al Demonio
Pinchapapa.
Parte
de ese pensamiento irracional y atrasado aún pervive.
De
muestra, un botón.
Hoy
he visto una imagen en Facebook bastante impactante, una calabaza típica Jack
O´lantern enmarcada en una señal de prohibido y con el siguiente mensaje: “I
love Jesus, ¡abajo Halloween! Lo peor es que esta imagen es el avatar de una
persona, por lo que hemos de creer que se cree lo que pone y lo lleva por
bandera.
Vamos
a ver, dudo mucho que el Jesús de Nazareth en el que me han enseñado a creer,
hombre, hijo de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, le importara tres pimientos
que los niños del año 2011 salgan a pedir chucherías disfrazados de monstruos…
y si semejante nimiedad le molesta… bueno, parafraseando al protagonista de la
gran película “El Reino de los Cielos” un poco histórico pero atrayente Balian
de Ibelin “entonces no es Dios… y no hay de qué preocuparse”.
Pues nada, ahí está. Si usted se tiene por guardián de la ortodoxia tradicional, le deseo buena suerte. En este mundo global es imposible (e incluso poco deseable) mantener la pureza de las costumbres. Estas cambian con el paso del tiempo y las mutuas influencias entre culturas. Conviene salvaguardar el patrimonio cultural de los pueblos, pero sin que se nos vaya la cabeza. Unos nenes pidiendo caramelos no hacen daño alguno y si le resultan molestos pruebe a salir al descansillo con una máscara y una sierra mecánica. Verá que risas.
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