Hace unos días tuve que tomar un tren y en la
estación vi a una mujer de cincuenta y muchos o sesenta y pocos años
forcejeando con la sujeción de un carrito porta equipajes. Servicial, acudí en
su ayuda y tras una breve manipulación y un seco “clac” el carrito quedó
liberado. La señora expresó su agradecimiento y todo habría quedado en un hecho
cotidiano más de no haberse empeñado la buena mujer en poner su “guinda”.
-¡Ay donde esté un hombre! –Profirió- ¡Para
que después digan las mujeres de igualdad! ¡Qué igualdad ni igualdad!
Me quedé helado ante tamaña muestra de
machismo recalcitrante en boca de una mujer, convencido como estoy de que
aquello que se dice irreflexivamente refleja fielmente lo que anida en nuestro
interior. Lo cierto es que la idea de una supuesta superioridad del hombre es defendida por no pocas mujeres.
Podríamos pensar que se limita a la generación de nuestras abuelas o como mucho
de nuestras madres, pero ¿realmente es así? Yo no lo creo. El sometimiento de
la mujer es algo que se transmite. Estamos asistiendo a la proliferación de
casos de violencia de género entre adolescentes; novios de quince o dieciséis
años que se permiten pegar a sus novias que en muchísimas ocasiones callan ante
el abuso, ante la violencia. Una chica de un país occidental calla ante el
abuso de su novio, una chica inmersa en un mundo lleno de tecnología, con pleno
acceso a la información y a la cultura, en una sociedad con setenta años de
derechos humanos a las espaldas. Esa chica que se calla está tan amordazada
como una muchacha afgana cubierta por su burka. El abuso del hombre sobre la
mujer está aún sólidamente anclado en la mentalidad de muchas personas bajo
múltiples formas, de las cuales el maltratador sólo es la más extrema. El problema de la violencia de género entre
adolescentes es lo suficientemente
inquietante como para que las instituciones hayan realizado ya campañas para
concienciar sobre ello a la sociedad.
La igualdad entre hombres y mujeres es
condición necesaria para el completo desarrollo de la humanidad. Bahá `ú` lláh
lo sostuvo firmemente ante los hombres y mujeres de su tiempo, en la Persia de
mediados del siglo XIX. Una sociedad musulmana en la que la mujer de hallaba en
una condición de total sumisión. Como alas de un pájaro trabajan
coordinadamente para que pueda elevarse y volar, siendo ambas igualmente
importantes para el resultado final, hombres y mujeres han de trabajar juntos,
como iguales, para que la humanidad alcance sus mayores logros. Así de fácil.
Esta alegoría de Bahá `ú` lláh no deja lugar a dudas.
En esta idea de igualdad entre sexos hemos de
educar a nuestros hijos. Perpetuar lo contrario es delito de lesa humanidad.
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