domingo, 18 de septiembre de 2016

ASALTANTES "SOLIDARIOS"



 Me molestan los captadores de fondos de las ONG que te abordan por la calle. Me molestan profundamente, no lo puedo evitar. Que una educada señorita armada con una oscura carpeta te detenga en mitad de la calle para ofrecerte un producto de consumo, ya sea un contrato de telefonía, un dispensador de agua o una tarjeta de crédito me parece hasta cierto punto aceptable; y hago énfasis en el hasta cierto punto, ya que el abordaje directo siempre resulta desagradable, invasivo e incluso algo intimidatorio, pero al fin y al cabo así es el capitalismo y me parece coherente que un sistema brutal y deshumanizado use técnicas agresivas. Sin embargo, que una organización supuestamente dedicada al mejoramiento del mundo recurra a semejantes argucias me confunde, me asusta y finalmente me indigna.

 Convertir las causas sociales en productos de consumo me parece un síntoma más de la degradación de nuestra sociedad. Yo, que trabajo en una ONG que nunca se ha rebajado a tal extremo, soy testigo de los mil y un movimientos y trabajos que llevan a cabo los responsables financieros de la organización para cuadrar el presupuesto: organizando eventos, contactando con los empresarios locales, bregando con las administraciones públicas, presentado proyectos a todas las convocatorias que salen… Es una labor dura, agotadora, pero la recompensa ha sido poder salvaguardar la propia independencia y sobrevivir al tijeretazo a las subvenciones públicas que vino con la crisis. Antes del inicio de la crisis económica muchísimas ONG estaban cómodamente aposentadas en el disfrute de las subvenciones. Al venir el gobierno con la tijera muchas se fueron directamente por el sumidero y a otras no se les ocurrió mejor idea que echar a la calle a una legión de chavales necesitados de ganar un dinerillo. De este modo se explota la precariedad laboral de los jóvenes para financiar proyectos. No me parece una manera digna de entender la cooperación para el desarrollo, porque no se potencia la conciencia social, no se denuncian las causas, no se propugna el hacer cambios en la propia vida para luchar contra la pobreza, solo se busca martillear la mala conciencia de las personas para obtener dinero. Así no se cambia el mundo. Así se maquilla.

 Si las organizaciones que luchan contra los males de nuestro mundo no se distinguen en sus procedimientos de aquellas que los crean ¿qué esperanza nos queda?  ¿Resignarnos a que el mundo seguirá siendo siempre la misma basura y que sólo podemos aspirar a aliviar el sufrimiento de unos pocos desheredados rascando el bolsillo de aquellos a los que les sobran unas monedas? Yo no soy de los que creen que el fin justifica los medios. No se lucha contra la pobreza con técnicas de marketing. Sencillamente no creo que esté bien. Es pan para hoy y hambre para mañana.

sábado, 10 de septiembre de 2016

SOCIEDAD DIVIDIDA (II)



Reflexionando hace unos días con mis amigos Pepe y Carmen acerca del tema de la anterior entrada, llegábamos a la conclusión de que la sociedad española evidentemente permanece dividida a causa de heridas históricas que aún no se han cerrado. ¿Y cómo es posible que no se cierren? La respuesta es simple: no existe una voluntad auténtica de cerrarlas.

 La Transición fue un periodo histórico marcado por los buenos propósitos de unos pocos. Redactamos una constitución, legalizamos los partidos políticos, convocamos unas elecciones, nos damos la mano y aquí no ha pasado nada. Apostemos por la reconciliación.

 Tal reconciliación es empresa difícil cuando cientos de fusilados permanecen sepultados en oscuras fosas comunes sin señalar, cuando la memoria de cientos de presos políticos muertos en las cárceles franquistas no se ha rehabilitado, cuando se intenta restar importancia a los desmanes cometidos por los republicanos en la retaguardia o cuando se ignora el hecho de que la Guardia Civil, diezmada por su lealtad a la República, fue recompuesta con elementos de la peor ralea que sembraron el terror a lo largo y ancho del campo español durante los años más duros de la posguerra. Permanece demasiado dolor, demasiado rencor. No se olvida y desde luego no se perdona. El odio persiste y se instrumentaliza.

 Somos tan lerdos que perdemos el tiempo atacando al partido contrario porque son unos “fachas” racistas y homófonos o unos “progres” que si llegan al poder nos van a expropiar la segunda residencia para dársela a los  “musulmanes que nos están invadiendo”.  La única realidad que nuestra clase política está vendida al poder económico, prueba de ello es el progresivo desmantelamiento de la Seguridad Social y la sanidad pública (en todas las comunidades, gobiernen los que gobiernen), el continuo deterioro de la educación pública a través de aberrantes reformas educativas, el rescate de corruptas entidades bancarias con dinero público y oscuros manejos en el seno de los partidos con sobres llenos de billetes que no se saldan con dimisiones en cadena, sino que se ignoran o justifican con una caradura y cinismo impresionantes.

 A los políticos les interesa tenernos divididos. Borreguilmente les seguimos el juego coreando sus proclamas y satanizando a los de enfrente, mientras nos despojan a nosotros y a nuestros descendientes. Lo brutal es que les seguimos votando, manteniendo la  escisión del país en base a muertas ideologías en las que ninguno de ellos cree.

 Es necesaria una nueva generación de españoles lúcidos, conscientes, que miren la historia nacional sin complejos y  sin pudor, pero sin ignorar los hechos, sean los que sean, que no se dejen engañar por mentiras interesadas, que vayan a las urnas guiados por su conciencia y no por el miedo a que el otro sea peor. Para ello es precisa una educación sólida, una mente centrada y un espíritu valiente marcado por el amor a la verdad y no por el odio al que es diferente.

 Hay que luchar contra la manipulación y la mentira. La violencia ya quedó descartada.

domingo, 4 de septiembre de 2016

SOCIEDAD DIVIDIDA

 Pues henos aquí con un nuevo fracaso en el debate de investidura. No puedo decir que me sorprenda. Voy a tratar de hablar de política sin sulfurarme, pues me veo en la necesidad de ser coherente con el principio bahá`í de no participar en política partidista. No tomaré partido, pero trataré de dar una visión sobre uno de los síntomas de disgregación y corrupción de esta la sociedad en la que me ha tocado vivir.

 España está dividida, partida en dos mitades a las que separa un abismo  que es mantenido por la estrechez de miras y una suerte de fanatismo surgido de la falta del más elemental sentido común. Estos síntomas son comunes a los que se dicen (más o menos explícitamente) de "izquierdas" o de "derechas".

 Por un lado están los que son de "derechas" de toda la vida: empresarios, terratenientes, militares de la vieja escuela, aristócratas de rancio abolengo (y algunos de no tan rancio) e hijos, primos, sobrinos, yernos o cuñados de. O sea, aquellos pegados como lapas (o garrapatas) al poder económico del cual chupan en mayor o menor medida. A estos les secunda aproximadamente la mitad de la sociedad española (no hay tantos ricachones en España), que aún sin tener donde caerse muertos (o como mucho celosos custodios de un patrimonio compuesto por un piso, una casa en el pueblo y un terrenito) se sienten orgullosos de defender los supuestos valores morales de la raza hispánica que se resumen en trabajo fijo, pellita en el banco, que nadie tenga motivos para criticarte y España (que Dios guarde) para los españoles.

 Por otro están los de "izquierdas", que son un grupo mucho más heterogéneo en cuanto a forma, valores, ideología y orientación sexual pública (en el grupo anterior, si eres homosexual procuras llevarlo de tapadillo). En lo único que se ponen de acuerdo es en diferenciarse a toda costa de los anteriores, tildándolos de "fachas". Entre esta mitad de la sociedad española, aunque se afirme ser apolítico, no se puede reprimir una mueca de desagrado al ver un grupo de manifestantes enarbolando la bandera nacional, como si esta representase sólo a los de "derechas" y no a todos los españoles.

 Esta división existe desde hace muchísimos años. Hizo que nuestros abuelos acabaran a tiros en 1936. Ni cuarenta años de dictadura, sumados a otros cuarenta de "democracia" la han atenuado. Mientras hubo sólo dos partidos mayoritarios (uno de cada signo) no fue un problema, pues gobernaba uno u otro; pero ahora que hay en juego otros dos partidos signitificativos en cuanto a respaldo electoral surgen los problemas. Ninguno puede gobernar en solitario. Los partidos "tradicionales" han perdido respaldo debido en gran medida a los escandalosos casos de corrupción que acumulan y los nuevos no consiguen ilusionar lo suficiente porque sus líderes carecen de carisma, de elegancia, de vergüenza o de todo ello a la vez, lo que los asemeja a los de siempre.

 Se puede culpar a este o aquel político de la insólita situación que vive un país en el que es imposible formar gobierno en todo un año, pero el problema es mucho más complejo: falta de generosidad, falta de ideas, apego a fórmulas trilladas y obsoletas, carencia de una auténtica actitud de diálogo, falta de escucha, falta de honestidad... Lo triste es que tales características son atribuibles tanto a los políticos como a esos elementos que pululan por las redes sociales y que citan todas las taras de los políticos "contrarios" mientras guardan silencio sobre las que presentan los políticos "propios".

 La política partidista está muerta. Muerta y enterrada. Lo que tenemos hoy es triste espejismo de algo que tuvo su momento histórico, pero que hoy no tiene razón de ser. Es necesaria una revolución, pero no una armada, que esas sólo traen más miseria. Es necesaria una revolución de valores, que pase por encima de conceptos trasnochados y que no culpe de los males a los del grupo de enfrente, a los que vienen de fuera o a los que son de otro color o de otra religión. Es necesaria una revolución en que el amor a la humanidad sea el principio básico. Bahá `u` lláh trae esa revolución callada, como Cristo o Muhammad la trajeron en su día, antes de que los hombres manipulasen el mensaje y lo deformaran para servir a sus intereses egoístas. Hay que mirar más allá de las propias narices, más allá de grupos, facciones o ideologías. 

 Todo lo que no nos une, nos separa y ha de ser desechado.


HITLER, EL INCOMPETENTE