Pues henos aquí con un nuevo fracaso en el debate de investidura. No puedo decir que me sorprenda. Voy a tratar de hablar de política sin sulfurarme, pues me veo en la necesidad de ser coherente con el principio bahá`í de no participar en política partidista. No tomaré partido, pero trataré de dar una visión sobre uno de los síntomas de disgregación y corrupción de esta la sociedad en la que me ha tocado vivir.
España está dividida, partida en dos mitades a las que separa un abismo que es mantenido por la estrechez de miras y una suerte de fanatismo surgido de la falta del más elemental sentido común. Estos síntomas son comunes a los que se dicen (más o menos explícitamente) de "izquierdas" o de "derechas".
Por un lado están los que son de "derechas" de toda la vida: empresarios, terratenientes, militares de la vieja escuela, aristócratas de rancio abolengo (y algunos de no tan rancio) e hijos, primos, sobrinos, yernos o cuñados de. O sea, aquellos pegados como lapas (o garrapatas) al poder económico del cual chupan en mayor o menor medida. A estos les secunda aproximadamente la mitad de la sociedad española (no hay tantos ricachones en España), que aún sin tener donde caerse muertos (o como mucho celosos custodios de un patrimonio compuesto por un piso, una casa en el pueblo y un terrenito) se sienten orgullosos de defender los supuestos valores morales de la raza hispánica que se resumen en trabajo fijo, pellita en el banco, que nadie tenga motivos para criticarte y España (que Dios guarde) para los españoles.
Por otro están los de "izquierdas", que son un grupo mucho más heterogéneo en cuanto a forma, valores, ideología y orientación sexual pública (en el grupo anterior, si eres homosexual procuras llevarlo de tapadillo). En lo único que se ponen de acuerdo es en diferenciarse a toda costa de los anteriores, tildándolos de "fachas". Entre esta mitad de la sociedad española, aunque se afirme ser apolítico, no se puede reprimir una mueca de desagrado al ver un grupo de manifestantes enarbolando la bandera nacional, como si esta representase sólo a los de "derechas" y no a todos los españoles.
Esta división existe desde hace muchísimos años. Hizo que nuestros abuelos acabaran a tiros en 1936. Ni cuarenta años de dictadura, sumados a otros cuarenta de "democracia" la han atenuado. Mientras hubo sólo dos partidos mayoritarios (uno de cada signo) no fue un problema, pues gobernaba uno u otro; pero ahora que hay en juego otros dos partidos signitificativos en cuanto a respaldo electoral surgen los problemas. Ninguno puede gobernar en solitario. Los partidos "tradicionales" han perdido respaldo debido en gran medida a los escandalosos casos de corrupción que acumulan y los nuevos no consiguen ilusionar lo suficiente porque sus líderes carecen de carisma, de elegancia, de vergüenza o de todo ello a la vez, lo que los asemeja a los de siempre.
Se puede culpar a este o aquel político de la insólita situación que vive un país en el que es imposible formar gobierno en todo un año, pero el problema es mucho más complejo: falta de generosidad, falta de ideas, apego a fórmulas trilladas y obsoletas, carencia de una auténtica actitud de diálogo, falta de escucha, falta de honestidad... Lo triste es que tales características son atribuibles tanto a los políticos como a esos elementos que pululan por las redes sociales y que citan todas las taras de los políticos "contrarios" mientras guardan silencio sobre las que presentan los políticos "propios".
La política partidista está muerta. Muerta y enterrada. Lo que tenemos hoy es triste espejismo de algo que tuvo su momento histórico, pero que hoy no tiene razón de ser. Es necesaria una revolución, pero no una armada, que esas sólo traen más miseria. Es necesaria una revolución de valores, que pase por encima de conceptos trasnochados y que no culpe de los males a los del grupo de enfrente, a los que vienen de fuera o a los que son de otro color o de otra religión. Es necesaria una revolución en que el amor a la humanidad sea el principio básico. Bahá `u` lláh trae esa revolución callada, como Cristo o Muhammad la trajeron en su día, antes de que los hombres manipulasen el mensaje y lo deformaran para servir a sus intereses egoístas. Hay que mirar más allá de las propias narices, más allá de grupos, facciones o ideologías.
Todo lo que no nos une, nos separa y ha de ser desechado.
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