Reflexionando hace unos días con
mis amigos Pepe y Carmen acerca del tema de la anterior entrada, llegábamos a
la conclusión de que la sociedad española evidentemente permanece dividida a
causa de heridas históricas que aún no se han cerrado. ¿Y cómo es posible que
no se cierren? La respuesta es simple: no existe una voluntad auténtica de
cerrarlas.
La Transición fue un periodo histórico marcado por
los buenos propósitos de unos pocos. Redactamos una constitución, legalizamos
los partidos políticos, convocamos unas elecciones, nos damos la mano y aquí no
ha pasado nada. Apostemos por la reconciliación.
Tal reconciliación es empresa difícil cuando
cientos de fusilados permanecen sepultados en oscuras fosas comunes sin
señalar, cuando la memoria de cientos de presos políticos muertos en las
cárceles franquistas no se ha rehabilitado, cuando se intenta restar
importancia a los desmanes cometidos por los republicanos en la retaguardia o
cuando se ignora el hecho de que la Guardia
Civil, diezmada por su lealtad a la República, fue
recompuesta con elementos de la peor ralea que sembraron el terror a lo largo y
ancho del campo español durante los años más duros de la posguerra. Permanece
demasiado dolor, demasiado rencor. No se olvida y desde luego no se perdona. El
odio persiste y se instrumentaliza.
Somos tan lerdos que perdemos el tiempo
atacando al partido contrario porque son unos “fachas” racistas y homófonos o
unos “progres” que si llegan al poder nos van a expropiar la segunda residencia
para dársela a los “musulmanes que nos
están invadiendo”. La única realidad que
nuestra clase política está vendida al poder económico, prueba de ello es el
progresivo desmantelamiento de la Seguridad
Social y la sanidad pública (en todas las comunidades,
gobiernen los que gobiernen), el continuo deterioro de la educación pública a
través de aberrantes reformas educativas, el rescate de corruptas entidades
bancarias con dinero público y oscuros manejos en el seno de los partidos con
sobres llenos de billetes que no se saldan con dimisiones en cadena, sino que
se ignoran o justifican con una caradura y cinismo impresionantes.
A los políticos les interesa tenernos
divididos. Borreguilmente les seguimos el juego coreando sus proclamas y
satanizando a los de enfrente, mientras nos despojan a nosotros y a nuestros
descendientes. Lo brutal es que les seguimos votando, manteniendo la escisión del país en base a muertas
ideologías en las que ninguno de ellos cree.
Es necesaria una nueva generación de españoles
lúcidos, conscientes, que miren la historia nacional sin complejos y sin pudor, pero sin ignorar los hechos, sean
los que sean, que no se dejen engañar por mentiras interesadas, que vayan a las
urnas guiados por su conciencia y no por el miedo a que el otro sea peor. Para
ello es precisa una educación sólida, una mente centrada y un espíritu valiente
marcado por el amor a la verdad y no por el odio al que es diferente.
Hay que luchar contra la manipulación y la
mentira. La violencia ya quedó descartada.
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