Me molestan los
captadores de fondos de las ONG que te abordan por la calle. Me molestan
profundamente, no lo puedo evitar. Que una educada señorita armada con una
oscura carpeta te detenga en mitad de la calle para ofrecerte un producto de
consumo, ya sea un contrato de telefonía, un dispensador de agua o una tarjeta
de crédito me parece hasta cierto punto aceptable; y hago
énfasis en el hasta cierto punto, ya que el abordaje directo siempre resulta
desagradable, invasivo e incluso algo intimidatorio, pero al fin y al cabo así
es el capitalismo y me parece coherente que un sistema brutal y deshumanizado
use técnicas agresivas. Sin embargo, que una organización supuestamente
dedicada al mejoramiento del mundo recurra a semejantes argucias me confunde,
me asusta y finalmente me indigna.
Convertir las causas sociales en productos de
consumo me parece un síntoma más de la degradación de nuestra sociedad. Yo, que
trabajo en una ONG que nunca se ha rebajado a tal extremo, soy testigo de los
mil y un movimientos y trabajos que llevan a cabo los responsables financieros
de la organización para cuadrar el presupuesto: organizando eventos,
contactando con los empresarios locales, bregando con las administraciones
públicas, presentado proyectos a todas las convocatorias que salen… Es una
labor dura, agotadora, pero la recompensa ha sido poder salvaguardar la propia
independencia y sobrevivir al tijeretazo a las subvenciones públicas que vino
con la crisis. Antes del inicio de la crisis económica muchísimas ONG estaban
cómodamente aposentadas en el disfrute de las subvenciones. Al venir el
gobierno con la tijera muchas se fueron directamente por el sumidero y a otras
no se les ocurrió mejor idea que echar a la calle a una legión de chavales
necesitados de ganar un dinerillo. De este modo se explota la precariedad
laboral de los jóvenes para financiar proyectos. No me parece una manera digna
de entender la cooperación para el desarrollo, porque no se potencia la
conciencia social, no se denuncian las causas, no se propugna el hacer cambios
en la propia vida para luchar contra la pobreza, solo se busca martillear la
mala conciencia de las personas para obtener dinero. Así no se cambia el mundo.
Así se maquilla.
Si las organizaciones que luchan contra los
males de nuestro mundo no se distinguen en sus procedimientos de aquellas que
los crean ¿qué esperanza nos queda?
¿Resignarnos a que el mundo seguirá siendo siempre la misma basura y que
sólo podemos aspirar a aliviar el sufrimiento de unos pocos desheredados
rascando el bolsillo de aquellos a los que les sobran unas monedas? Yo no soy
de los que creen que el fin justifica los medios. No se lucha contra la pobreza
con técnicas de marketing. Sencillamente no creo que esté bien. Es pan para hoy
y hambre para mañana.
No es pan ni para el día. Las empresas reclutadoras parecen los señores de la guerra, quedándose con contratos y dejando a los trabajadores de la calle sin nada. El producto se va desangrando por el camino, para que un cliente sea rentable tiene que quedarse suscrito más de un año o dos. Los primeros dineros se quedan por aquí, no llegan a destino.
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