miércoles, 12 de octubre de 2016

SOBRE LOS LÍDERES INDIGNOS



 Últimamente medito mucho sobre la naturaleza del liderazgo. Acaso sea por el lamentable espectáculo que está dando nuestra clase política; entre la que brillan por su ausencia los personajes carismáticos capaces de inspirar a las gentes, mientras proliferan las gentecillas mezquinas que sólo buscan las ventajas personales. O acaso no haya que ir tan lejos, pues de todos es sabido que en este país resulta sumamente común ver a la cabeza de cualquier tipo de organización a personas absolutamente inapropiadas para las tareas que les han sido encomendadas. Ya lo afirmaba Ramón de Valle-Inclán hace casi ciento cincuenta años, con la acerada franqueza que le era habitual, en su entrañable y terrible obra “Luces de bohemia”: “En España el mérito no se premia. Se premia el robar y ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”. En el último siglo y medio (y en los anteriores) nuestra historia no ha hecho sino darle la razón. Con demasiada frecuencia los que han ocupado el mando no lo han hecho por méritos, sino por favoritismos o por haber pisoteado a otros y, por supuesto, con el objetivo de saciar sus propias ansias, sean del tipo que sean.

  A primera vista podría parecer que “líder” y “jefe” son palabras sinónimas, pero sólo si nos atenemos a una concepción superficial y chapucera del lenguaje, pues la palabra “jefe” define al que está ahí, en la posición de mando, ya lo hayan puesto a dedo o haya llegado por méritos propios; mientras que “líder” define a alguien que es guía de aquellos sobre los que tiene autoridad. Obviamente un líder puede ser bueno, malo o peor, pero conviene insistir en que quien ostenta una posición de autoridad debe liderar y que liderar consiste en guiar, inspirar e ilusionar a las personas para que den lo mejor de sí mismas. Un jefe que no lidera preocupándose por sus subordinados y siendo ante todo su servidor, causará la ruina de su organización.

 Sí, he dicho servidor, pero no se trata de una afirmación mía.

 “Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si uno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
                                                                                         Marcos 9,35

 Lo dijo Su Santidad Cristo. Está en el Evangelio, en la Biblia. Ese texto sagrado que tantos cristianos (no todos por fortuna) toman con literalidad o ignoran según  conviene a sus propósitos.

 Yo no tengo madera de líder y no envidio la posición de quien ostenta la autoridad. Semejante responsabilidad me abruma. Pues eso es la autoridad: responsabilidad sobre otras personas. En demasiadas ocasiones vemos que la autoridad es ejercida por personas indignas de ella. Hagamos el favor de, por lo menos, no bailarles el agua.




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