Últimamente medito mucho sobre la naturaleza
del liderazgo. Acaso sea por el lamentable espectáculo que está dando nuestra
clase política; entre la que brillan por su ausencia los personajes
carismáticos capaces de inspirar a las gentes, mientras proliferan las
gentecillas mezquinas que sólo buscan las ventajas personales. O acaso no haya
que ir tan lejos, pues de todos es sabido que en este país resulta sumamente
común ver a la cabeza de cualquier tipo de organización a personas
absolutamente inapropiadas para las tareas que les han sido encomendadas. Ya lo
afirmaba Ramón de Valle-Inclán hace casi ciento cincuenta años, con la acerada
franqueza que le era habitual, en su entrañable y terrible obra “Luces de bohemia”: “En España el mérito no se premia. Se premia el robar y ser sinvergüenza.
En España se premia todo lo malo”. En el último siglo y medio (y en los
anteriores) nuestra historia no ha hecho sino darle la razón. Con demasiada
frecuencia los que han ocupado el mando no lo han hecho por méritos, sino por
favoritismos o por haber pisoteado a otros y, por supuesto, con el objetivo de
saciar sus propias ansias, sean del tipo que sean.
A primera vista podría parecer que “líder” y “jefe” son palabras sinónimas, pero sólo si nos atenemos a una
concepción superficial y chapucera del lenguaje, pues la palabra “jefe” define al que está ahí, en la
posición de mando, ya lo hayan puesto a dedo o haya llegado por méritos
propios; mientras que “líder” define
a alguien que es guía de aquellos sobre los que tiene autoridad. Obviamente un
líder puede ser bueno, malo o peor, pero conviene insistir en que quien ostenta
una posición de autoridad debe liderar y que liderar consiste en guiar,
inspirar e ilusionar a las personas para que den lo mejor de sí mismas. Un jefe
que no lidera preocupándose por sus subordinados y siendo ante todo su
servidor, causará la ruina de su organización.
Sí, he
dicho servidor, pero no se trata de una afirmación mía.
“Entonces se sentó, llamó a los Doce y les
dijo: “Si uno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor
de todos”.
Marcos 9,35
Lo dijo
Su Santidad Cristo. Está en el Evangelio, en la Biblia. Ese texto sagrado que
tantos cristianos (no todos por fortuna) toman con literalidad o ignoran
según conviene a sus propósitos.
Yo no
tengo madera de líder y no envidio la posición de quien ostenta la autoridad.
Semejante responsabilidad me abruma. Pues eso es la autoridad: responsabilidad sobre
otras personas. En demasiadas ocasiones vemos que la autoridad es ejercida por
personas indignas de ella. Hagamos el favor de, por lo menos, no bailarles el
agua.
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