sábado, 22 de octubre de 2016

NUNCA SE FÍEN DE UN POLÍTICO



 Esta semana acompañé a una persona muy querida, aquejada de una enfermedad crónica, al hospital a su enésima consulta externa y por fin pudo llevarse la alegría de  entrar en los criterios de inclusión en un nuevo programa de tratamiento con un fármaco que asegura la curación total en un 99% de casos, con mínimos efectos secundarios. Tres meses con una pastillita diaria con un coste para la Administración de 10.000 euros. De este modo, el Estado se pone al lado del ciudadano asumiendo el precio desmedido, obsceno, grotesco e inmoral que impone una empresa farmacéutica a la salud de las personas, porque si un tratamiento cura a alguien hay que ponerlo a precio de oro. Los tratamientos asequibles son los que duran toda la vida.

 El Estado del Bienestar ha hecho su trabajo, esta vez, no sabemos hasta cuándo podrá hacerlo, porque nuestra clase política se está encargado progresiva y metódicamente de desmantelarlo. Es de todos sabido: recortes en educación, recortes en la sanidad, sablazos continuos al fondo de reserva de las pensiones… mientras se gastan sin empacho alguno 800.000 euros en un anacrónico desfile de las Fuerzas Armadas, se dan por perdidos millones de euros en ayudas a la banca que no se recuperarán y se pagan sueldos y dietas de escándalo a politicastros y asesores diversos que no necesitamos. Los cargos de responsabilidad en las instituciones están ocupados las más veces por personas incompetentes sin la formación necesaria para atender el área que les ha sido encomendada, personas que no han trabajado de verdad en su vida y que se hallan absolutamente desconectadas de la realidad social.

 Una constante en este país es que las decisiones en los niveles altos de la Administración Pública se toman por razones políticas o económicas (es decir, de sablear al ciudadano para beneficiar al amigo-cuñado-tío-primo-querida-o-lo-que-sea de turno) y no por criterios técnicos o profesionales, ello es debido a que esos niveles altos de la administración están ocupados por políticos, no por expertos en economía, sanidad, educación, seguridad…  y esos políticos no tienen vocación alguna  por el servicio público y si alguna vez la tuvieron se les fue de una ostia en el primer encontronazo con la pútrida realidad de las estructuras de gobierno.

 José Múgica,  que fuera presidente de Uruguay entre 2010 y 2015 y que pese a ello sigue viviendo en su pequeña casa y conduciendo un viejo Volkswagen Escarabajo, (bendita excepción a la regla) vino a decir en una ocasión que a la gente que le guste el dinero se dedique a ganarlo en la industria o en el comercio, que no es pecado, pero que no se meta en política, que la política es para servir a la gente. 

 Los políticos españoles han olvidado este sencillo concepto, si es que alguna vez lo supieron y aunque un político no se haya enriquecido tras su paso por las estructuras de gobierno (ya sean municipales, provinciales, autonómicas o nacionales) ha quedado “manchado”… inutilizado para la vida fuera de la política. Si tienen la ocasión de ver a un ex político que se integra en una organización cualquiera, podrán ver que tome la decisión que tome no será fruto de criterios profesionales, pero que se las apañará por aparentar que es así. Porque si a algo se aprende en política es a mentir y a manipular.

 No se fíen de nadie que haya andado enfangado en política. Es algo así como ser sacerdote católico: imprime carácter y no se deja de serlo aunque te salgas.

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