lunes, 31 de octubre de 2016

CON LA IGLESIA HEMOS DADO (otra vez)


  Últimamente, por razones personales, medito mucho sobre las sinrazones de la Iglesia Católica, pero confieso que me ha sorprendido mucho ver el revuelo que se ha armado con la prohibición de la dispersión en la naturaleza o del mantenimiento en un domicilio de las cenizas de un difunto. No se trata de nada nuevo, pues aunque la doctrina católica tolera la cremación, se muestra inflexible sobre el hecho de que los restos mortales de los cristianos han de reposar en terreno consagrado. Se ha tratado nada más que de un recordatorio sobre algo que ya estaba muy claro, pero que un amplio número de cristianillos de bautizo, boda, comunión y entierro se saltaban (y saltan) alegremente a la torera. Y es que eso de esparcir las cenizas al viento tiene su punto romántico… Siempre que se tome la precaución de situarse con el aliento de Eolo soplando a la espalda… y no de cara.
 
 ¿Por qué me sorprende el revuelo? Por la sencilla razón de que si una persona se alinea dentro de una determinada fe, tiene que plegarse a las exigencias de ésta. Pero claro, en una Iglesia Católica donde las bodas, bautizos y comuniones se han convertido en un circo, se pagan misas por los difuntos y se declaran nulidades matrimoniales a golpe de talonario es fácil creerse que todo el monte es orégano y cuando el clero se pone tonto con las prohibiciones la gente se mosquea en un típico “¿ahora os ponéis serios?”


 Esta tendencia a la frivolidad dentro de la Iglesia Católica, sobre todo cuando hay dinero de por medio, insuficientemente compensada por los desvelos de la Congregación de la Doctrina de la Fe (triste heredera de la Santa Inquisición) resulta, con todo, menos desagradable que la insufrible costumbre del clero de meterse donde no le llaman. Porque seamos claros: el clero, si debe tener algún poder,  es el  que los fieles le dan para aconsejar dentro del ámbito de influencia de las comunidades cristianas (y eso con tacto). Yendo más allá caen en una triste y patética querencia al mangoneo, querencia heredada de siglos viviendo y engordando a la sombra de las estructuras de poder. 


 De hecho aún siguen engordando a la sombra de dichas estructuras, lo cual se nos recuerda cada primavera al hacer la declaración de la renta.   La ONG Europa Laica estimó en 2015 que el Estado Español cedió a la iglesia Católica, ya fuese directamente mediante aportaciones o de manera indirecta dejando de cobrarle impuestos y tributos diversos, la friolera de 11.000 millones de euros, lo que equivale al 1% del PIB. Eso, en un país que proclama su aconfesionalidad en la Constitución, no deja de resultar incoherente. Naturalmente, semejante trato de favor en lo económico, síntoma de su enraizamiento en las altas esferas del poder, da idea de lo seguros y asentados que se sienten los clérigos, sobre todo los de alto rango,  para manipular. Es brutal.


 Es brutal que la Conferencia Episcopal presione para que la enseñanza de la fe se convierta en una asignatura de religión impartida en los colegios públicos, puntuable como todas las demás, para compensar la falta de poder de convocatoria de sus parroquias. Eso es adoctrinamiento y proselitismo.


 Es brutal que cargos públicos juren ante la Biblia y la imagen de Cristo Crucificado. ¿No sienten vergüenza de mancillar lo sagrado?


 Es brutal que un obispo diga que en el hogar “el varón es signo de fortaleza y de autoridad que ayuda a crecer” y que “la mujer tiene una aportación específica: da calor al hogar”.


  Es brutal que un arzobispado publique un libro que bajo el título “Cásate y se sumisa”  atesore perlas como “La mujer lleva inscrita la obediencia en su interior. El hombre, en cambio, lleva la vocación de la libertad y de la guía”.


  Es brutal que un obispo diga en una charla ante quinientos escolares que "la legislación española sobre el matrimonio es la peor del mundo, porque se habla de "cónyuge 1 y cónyuge 2, que bien podría ser dos hombres, un hombre y un perro o un bebé y un anciano de 70 años".


 Es brutal que un obispo presione para el cese del hermano mayor de una Cofradía de Semana Santa por ser divorciado.


 Es brutal que un obispo presione para el cese de un profesional por ser un fraile secularizado casado con una divorciada y coloque a dedo en su lugar a alguien que le es afín por amistad e ideología, mientras las razones técnicas saltan por la ventana.


 La lista de las injerencias en la vida pública de estos clérigos, malos refritos de Torquemadas y dominicos de sambenito y hoguera, sería interminable. Son primitivos, irresponsables, pagados de sí mismos y muy peligrosos, por el daño que pueden causar en las vidas de las personas y el poder que les otorgan aquellos que les bailan el agua.


 Jesús de Nazaret, llamado Cristo, fue el mensajero divino que vino al mundo hace dos milenios a renovar el mensaje de paz y unidad transmitido por la religión de Dios (que es una) desde el origen de la humanidad. Muhammad, el Báb y Bahá ´u´ lláh lo citan con amor y respeto como parte de la Revelación habida a lo largo de la historia, pero la iglesia instituida sobre los hombros de Pedro, aquel pobre pescador, está moralmente en ruinas, la pobre. Los ministros que supuestamente hablan en su nombre, sueltan por la boca en demasiadas ocasiones, auténticas inmundicias que desprestigian a la religión. Menos mal que Dios todo lo perdona, porque lo que es a mí… me cuesta trabajillo. A los cristianos de base (yo mismo fui uno hace tiempo) no les envidio el plan en absoluto.





sábado, 22 de octubre de 2016

NUNCA SE FÍEN DE UN POLÍTICO



 Esta semana acompañé a una persona muy querida, aquejada de una enfermedad crónica, al hospital a su enésima consulta externa y por fin pudo llevarse la alegría de  entrar en los criterios de inclusión en un nuevo programa de tratamiento con un fármaco que asegura la curación total en un 99% de casos, con mínimos efectos secundarios. Tres meses con una pastillita diaria con un coste para la Administración de 10.000 euros. De este modo, el Estado se pone al lado del ciudadano asumiendo el precio desmedido, obsceno, grotesco e inmoral que impone una empresa farmacéutica a la salud de las personas, porque si un tratamiento cura a alguien hay que ponerlo a precio de oro. Los tratamientos asequibles son los que duran toda la vida.

 El Estado del Bienestar ha hecho su trabajo, esta vez, no sabemos hasta cuándo podrá hacerlo, porque nuestra clase política se está encargado progresiva y metódicamente de desmantelarlo. Es de todos sabido: recortes en educación, recortes en la sanidad, sablazos continuos al fondo de reserva de las pensiones… mientras se gastan sin empacho alguno 800.000 euros en un anacrónico desfile de las Fuerzas Armadas, se dan por perdidos millones de euros en ayudas a la banca que no se recuperarán y se pagan sueldos y dietas de escándalo a politicastros y asesores diversos que no necesitamos. Los cargos de responsabilidad en las instituciones están ocupados las más veces por personas incompetentes sin la formación necesaria para atender el área que les ha sido encomendada, personas que no han trabajado de verdad en su vida y que se hallan absolutamente desconectadas de la realidad social.

 Una constante en este país es que las decisiones en los niveles altos de la Administración Pública se toman por razones políticas o económicas (es decir, de sablear al ciudadano para beneficiar al amigo-cuñado-tío-primo-querida-o-lo-que-sea de turno) y no por criterios técnicos o profesionales, ello es debido a que esos niveles altos de la administración están ocupados por políticos, no por expertos en economía, sanidad, educación, seguridad…  y esos políticos no tienen vocación alguna  por el servicio público y si alguna vez la tuvieron se les fue de una ostia en el primer encontronazo con la pútrida realidad de las estructuras de gobierno.

 José Múgica,  que fuera presidente de Uruguay entre 2010 y 2015 y que pese a ello sigue viviendo en su pequeña casa y conduciendo un viejo Volkswagen Escarabajo, (bendita excepción a la regla) vino a decir en una ocasión que a la gente que le guste el dinero se dedique a ganarlo en la industria o en el comercio, que no es pecado, pero que no se meta en política, que la política es para servir a la gente. 

 Los políticos españoles han olvidado este sencillo concepto, si es que alguna vez lo supieron y aunque un político no se haya enriquecido tras su paso por las estructuras de gobierno (ya sean municipales, provinciales, autonómicas o nacionales) ha quedado “manchado”… inutilizado para la vida fuera de la política. Si tienen la ocasión de ver a un ex político que se integra en una organización cualquiera, podrán ver que tome la decisión que tome no será fruto de criterios profesionales, pero que se las apañará por aparentar que es así. Porque si a algo se aprende en política es a mentir y a manipular.

 No se fíen de nadie que haya andado enfangado en política. Es algo así como ser sacerdote católico: imprime carácter y no se deja de serlo aunque te salgas.

miércoles, 12 de octubre de 2016

SOBRE LOS LÍDERES INDIGNOS



 Últimamente medito mucho sobre la naturaleza del liderazgo. Acaso sea por el lamentable espectáculo que está dando nuestra clase política; entre la que brillan por su ausencia los personajes carismáticos capaces de inspirar a las gentes, mientras proliferan las gentecillas mezquinas que sólo buscan las ventajas personales. O acaso no haya que ir tan lejos, pues de todos es sabido que en este país resulta sumamente común ver a la cabeza de cualquier tipo de organización a personas absolutamente inapropiadas para las tareas que les han sido encomendadas. Ya lo afirmaba Ramón de Valle-Inclán hace casi ciento cincuenta años, con la acerada franqueza que le era habitual, en su entrañable y terrible obra “Luces de bohemia”: “En España el mérito no se premia. Se premia el robar y ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”. En el último siglo y medio (y en los anteriores) nuestra historia no ha hecho sino darle la razón. Con demasiada frecuencia los que han ocupado el mando no lo han hecho por méritos, sino por favoritismos o por haber pisoteado a otros y, por supuesto, con el objetivo de saciar sus propias ansias, sean del tipo que sean.

  A primera vista podría parecer que “líder” y “jefe” son palabras sinónimas, pero sólo si nos atenemos a una concepción superficial y chapucera del lenguaje, pues la palabra “jefe” define al que está ahí, en la posición de mando, ya lo hayan puesto a dedo o haya llegado por méritos propios; mientras que “líder” define a alguien que es guía de aquellos sobre los que tiene autoridad. Obviamente un líder puede ser bueno, malo o peor, pero conviene insistir en que quien ostenta una posición de autoridad debe liderar y que liderar consiste en guiar, inspirar e ilusionar a las personas para que den lo mejor de sí mismas. Un jefe que no lidera preocupándose por sus subordinados y siendo ante todo su servidor, causará la ruina de su organización.

 Sí, he dicho servidor, pero no se trata de una afirmación mía.

 “Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si uno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
                                                                                         Marcos 9,35

 Lo dijo Su Santidad Cristo. Está en el Evangelio, en la Biblia. Ese texto sagrado que tantos cristianos (no todos por fortuna) toman con literalidad o ignoran según  conviene a sus propósitos.

 Yo no tengo madera de líder y no envidio la posición de quien ostenta la autoridad. Semejante responsabilidad me abruma. Pues eso es la autoridad: responsabilidad sobre otras personas. En demasiadas ocasiones vemos que la autoridad es ejercida por personas indignas de ella. Hagamos el favor de, por lo menos, no bailarles el agua.




HITLER, EL INCOMPETENTE