domingo, 20 de noviembre de 2016

¡RABIA!

 Revisando las tres anteriores entradas de este blog, me veo obligado a reconocer que presentan el carácter un tanto agresivo que caracterizó a buena parte de los artículos de “Predicando en el desierto” durante su primera y más prolífica época. La explicación es simple: cuando entonces caía en ese tono lo hacía influido por la rabia que me ocasionaba la realidad concreta sobre la que escribía y la rabia me vuelve agresivo. Volcaba mi agresividad en el mensaje. He vuelto a hacerlo.

 Seamos claros: no voy a arrepentirme, ni mucho menos retractarme, sobre una sola de las palabras escritas en “Sobre los líderes indignos”, “Nunca se fíen de un político” y “Con la iglesia hemos dado, otra vez”. Sería un hipócrita si lo hiciera. Esas entradas han tenido su origen en la rabia que me ha asaltado al ver que males endémicos de la vida pública nacional se han visto palpablemente y a menor escala en un ámbito al que dedico buena parte de mi vida. Ello no me ha dejado indiferente. Creo firmemente en todo lo dicho y no he pronunciado falsedad alguna. Evidentemente son discursos que se dan de patadas con las actitudes conciliadoras y comedidas que han de dirigir la vida de un bahá`í, pero en el momento no me salió otra cosa. No he dado más de mí.

 Sin embargo, todo ello me ha dado que pensar acerca de los peligros de la rabia. Más bien, sobre los peligros de dejarse arrastrar por ella; aunque los motivos que la originan sean reales y contrastados. Sobre todo a raíz de que Donald Trump haya ganado las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Se preguntarán ustedes qué tienen que ver las churras con las merinas. Voy a tratar de explicárselo.

 No pretendo dármelas de analista político, pero creo que un sujeto de la catadura de Trump (empresario millonario que hace ostentación de su riqueza hasta niveles obscenos, machista recalcitrante, racista hasta la naúsea…) es presidente del país más poderoso de la tierra porque el estadounidense medio de barbacoa dominical y banderita en el porche se puede identificar más con un hombre de negocios capaz de hacer resurgir sus empresas desde la ruina que con una típica representante del poder político común norteamericano de los últimos setenta u ochenta años, más volcado en las relaciones internacionales (de dominio, sobre todo) que en la realidad social de un país donde, pese a su poder y proyección internacional, las desigualdades son graves. Fuentes independientes cifran el porcentaje de la población estadounidense en riesgo de exclusión social en el 33%, mientras que el 7% vive en extrema pobreza. “Haz América grande de nuevo” rezan las gorras de los jóvenes que jalean el triunfo del empresario en las elecciones. Esa es la esperanza depositada en él. Se espera que sea un salvador de la patria, una patria que los rabiosos ciudadanos ven empobrecida y traicionada por la clase política. La rabia les ha llevado a castigarles por inoperantes y corruptos, dando el poder a un promotor inmobiliario con pretensiones.

 Algo similar ocurrió en Alemania en las elecciones parlamentarias de 1933. El Partido Nacionalsocialista del Pueblo Alemán de Adolf Hitler obtuvo cerca del 44% de los votos.  ¿Cómo una fuerza política tan nueva conseguía este apoyo tan abrumador? La razón es que Hitler proporcionaba esperanza en un momento en que Alemania estaba hundida por los efectos de la Gran Depresión. Gran parte del pueblo alemán le apoyó. Gracias a esto y a su falta de escrúpulos se convertía en dictador en menos de dos meses.

 Los pueblos rabiosos y desencantados se arrojan en los brazos de los salvadores de la patria. Las consecuencias pueden ser funestas. Hitler encendió la mecha del más terrible conflicto bélico que haya conocido el mundo.

 Aquí en España la rabia y el desencanto no le van a la zaga en los vividos en la Norteamérica actual o en la Alemania de la República de Weimar, pero los salvadores de la patria que han surgido no parecen gustar a sectores de votantes lo suficientemente grandes como para resultar decisivos. Aquí habría ganado Hilary Clinton, pues a los españoles nos gusta lo malo  conocido, por malo y conocido que sea. La pobre ha pagado muy caro el caso (oportunamente reabierto por el FBI en vísperas de las elecciones) de los correos electrónicos enviados a través de su servidor privado. En España no sólo la habríamos elegido, sino que el director del FBI habría sido destituido pocos meses después. Así somos. La rabia nos lleva a pelearnos con el vecino, con lo cual los salvadores de la patria tienen aquí que provocar golpes de estado y guerras civiles para poder  llegar a algo. Pobre país.


 Pobre mundo rabioso, loco por echarse en brazos de alguien que lo salve. Trataré de controlar la rabia. Más me vale. Rabioso se hacen demasiadas estupideces.

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