sábado, 10 de noviembre de 2012

SUICIDADOS


   Hace muchos años leí en una revista una viñeta del gran humorista gráfico y escritor Jaume Perich Escala, “el Perich”, como solía firmar. En ella se representaba a sí mismo junto a un precipicio diciendo: “¡Qué ganas tengo de que alguien se caiga por aquí y se mate para que pongan de una vez la valla protectora!”. Que Dios lo tenga en su gloria, pues falleció en 1995. Su agudo sentido del humor nos habría venido muy bien en estos aciagos momentos.

 Así es como funcionamos en este país… cuando funcionamos. Esta vez ha sido preciso que salte por un balcón una ex concejal de un partido mayoritario acosada por una orden de embargo y con los agentes judiciales pulsando en el portero electrónico para que los politicastros de turno desplacen sus culos  y se pronuncien públicamente sobre la brutal y arcaica ley hipotecaria vigente en este país y tomen alguna medida… que ya veremos en qué queda al final. El mes pasado se suicidó en su casa, la víspera del desahucio, un quiosquero granadino y no hubo tal reacción. “Es que se trata del segundo suicidio por un desahucio en menos de treinta días” dirá algún bienintencionado políticamente correcto. Lo que es yo, que como muerto de hambre que soy me puedo dar el lujo de ser políticamente incorrecto, dudo que se hubiese armado tal revuelo entre la clase política si el segundo suicidado hubiera sido un albañil en paro con tres hijos pequeños.

 En cualquier caso, la muerte de un ser humano es una tragedia, se mire como se mire, sin embargo esta muerte tiene algunos detalles francamente sórdidos. Amaia Egaña se encontraba sola en su domicilio en el momento del desahucio. Estaba casada (con otro ex concejal) y ambos vivían con su hijo de 21 años. ¿Dónde demonios estaban los hombres de la casa? Un desahucio es una circunstancia que sacude hasta los cimientos la vida familiar, ¿cómo es posible que el marido se encontrara “trabajando” como se dice en la prensa, dejando a su esposa que afrontase en solitario la llegada de los agentes? Las respuestas van llegando a cuentagotas a través de los medios: el marido no sabía que la hipoteca iba a ser ejecutada. ¿Cómo es posible? ¿Qué volumen de deudas había acumulado esa familia para no poder afrontar la hipoteca con los dos cónyuges empleados y no precisamente fregando escaleras, pues cuenta la prensa que Amaia Egaña trabajaba en el departamento de recursos humanos de una empresa. El piso embargado en cuestión se encuentra en una cotizada zona de reciente construcción en Barakaldo, municipio que forma parte del área metropolitana de Bilbao. Llevaba un año a la venta en Servihabitat, el portal inmobiliario de La Caixa, por un precio de 233.180 € (precio que los vecinos consideran “moderado” para lo que se cobra a día de hoy en la zona ¡imaginen el precio al que tuvo que venderse en la época de vacas gordas!).

 Habrá quien piense que tengo muy mal gusto por expresarme en estos términos. Es posible que así sea, pero en este país los dramas sociales y familiares se llevan sucediendo todos los días desde hace años sin que a casi nadie le importe un pimiento. Muchas familias han ido a la puñetera calle y sólo se han movilizado por ellas las plataformas ciudadanas anti-desahucio exponiéndose a recibir los porrazos de la policía. Recientemente el poder judicial si que ha empezado a alzar su voz antes de que la pobre Amaia saltara por el balcón. La ley hipotecaria debe ser cambiada. 

 La historia de Amaia Egaña, sin duda alguna, es un drama personal, pues su voluntad de morir ha sido inequívoca y el método  elegido para ello expeditivo. Amaia Egaña no quería llamar la atención, quería morir, sin embargo su drama no ha sido el de la gente humilde aplastada por los poderosos. Su drama ha sido de otra índole y no por ello menos terrible, pero ha sido el que al final ha movido las voluntades.  ¡Qué le vamos a hacer! Parece que gracias a su suicidio alguien se ha acordado, como en la viñeta del Perich, que hay que poner la dichosa valla protectora. A ver si es verdad.

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