Hace
muchos años leí en una revista una viñeta del gran humorista gráfico y escritor
Jaume Perich Escala, “el Perich”, como solía firmar. En ella se representaba a
sí mismo junto a un precipicio diciendo: “¡Qué
ganas tengo de que alguien se caiga por aquí y se mate para que pongan de una
vez la valla protectora!”. Que Dios lo tenga en su gloria, pues falleció en
1995. Su agudo sentido del humor nos habría venido muy bien en estos aciagos
momentos.
Así es como funcionamos en este país… cuando
funcionamos. Esta vez ha sido preciso que salte por un balcón una ex concejal
de un partido mayoritario acosada por una orden de embargo y con los agentes
judiciales pulsando en el portero electrónico para que los politicastros de
turno desplacen sus culos y se pronuncien
públicamente sobre la brutal y arcaica ley hipotecaria vigente en este país y
tomen alguna medida… que ya veremos en qué queda al final. El mes pasado se
suicidó en su casa, la víspera del desahucio, un quiosquero granadino y no hubo
tal reacción. “Es que se trata del
segundo suicidio por un desahucio en menos de treinta días” dirá algún
bienintencionado políticamente correcto. Lo que es yo, que como muerto de
hambre que soy me puedo dar el lujo de ser políticamente incorrecto, dudo que
se hubiese armado tal revuelo entre la clase política si el segundo suicidado hubiera sido un albañil en
paro con tres hijos pequeños.
En cualquier caso, la muerte de un ser humano
es una tragedia, se mire como se mire, sin embargo esta muerte tiene algunos
detalles francamente sórdidos. Amaia Egaña se encontraba sola en su domicilio
en el momento del desahucio. Estaba casada (con otro ex concejal) y ambos
vivían con su hijo de 21 años. ¿Dónde demonios estaban los hombres de la casa?
Un desahucio es una circunstancia que sacude hasta los cimientos la vida
familiar, ¿cómo es posible que el marido se encontrara “trabajando” como se
dice en la prensa, dejando a su esposa que afrontase en solitario la llegada de
los agentes? Las respuestas van llegando a cuentagotas a través de los medios:
el marido no sabía que la hipoteca iba a ser ejecutada. ¿Cómo es posible? ¿Qué
volumen de deudas había acumulado esa familia para no poder afrontar la hipoteca
con los dos cónyuges empleados y no precisamente fregando escaleras, pues cuenta
la prensa que Amaia Egaña trabajaba en el departamento de recursos humanos de
una empresa. El piso embargado en cuestión se encuentra en una cotizada zona de
reciente construcción en Barakaldo, municipio que forma parte del área
metropolitana de Bilbao. Llevaba un año a la venta en Servihabitat, el portal
inmobiliario de La Caixa, por un precio de 233.180 € (precio que los vecinos
consideran “moderado” para lo que se cobra a día de hoy en la zona ¡imaginen el
precio al que tuvo que venderse en la época de vacas gordas!).
Habrá quien piense que tengo muy mal gusto por
expresarme en estos términos. Es posible que así sea, pero en este país los
dramas sociales y familiares se llevan sucediendo todos los días desde hace
años sin que a casi nadie le importe un pimiento. Muchas familias han ido a la puñetera calle y sólo se han movilizado por ellas las plataformas
ciudadanas anti-desahucio exponiéndose a recibir los porrazos de la policía. Recientemente el poder judicial si que ha empezado a alzar su voz antes de que la pobre Amaia saltara por el balcón. La ley hipotecaria debe ser cambiada.
La
historia de Amaia Egaña, sin duda alguna, es un drama personal, pues su
voluntad de morir ha sido inequívoca y el método elegido para ello expeditivo. Amaia Egaña no
quería llamar la atención, quería morir, sin embargo su drama no ha sido el de la
gente humilde aplastada por los poderosos. Su drama ha sido de otra índole y no
por ello menos terrible, pero ha sido el que al final ha movido las voluntades. ¡Qué le vamos a hacer! Parece que gracias a su suicidio alguien
se ha acordado, como en la viñeta del Perich, que hay que poner la dichosa
valla protectora. A ver si es verdad.
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