En un rincón de un parque
cualquiera, en una ciudad cualquiera, un hombre que vive en la calle cuenta su
triste historia a cualquiera que quiera escucharla. Se llama Miguel y quemó su
juventud en los barcos atuneros. Mucho trabajo y poca paga que demasiadas veces
acababa castigándole el hígado y el cerebro convertida en vino del barato o
algo más fuerte si así encartaba. En su relato se mezclan malas mujeres, malos
hombres y mucha indulgencia para sí mismo. La culpa siempre es de otro. Pide al
solitario viandante que le escucha si puede traerle un bocadillo al día
siguiente, al mismo día y a la misma hora. El viandante lo promete y cumple al
día siguiente, pero Miguel no aparece. La demencia debe haber engullido el
recuerdo del día anterior, como de todos los días que siguieron al momento en
que su consciencia empezó a resquebrajarse.
Un domingo cualquiera, en una iglesia
cualquiera, un católico de expresión beatífica escucha devotamente la palabra y
recibe la comunión. No hace mucho tiempo explotaba varios servicios automáticos
de alquiler de DVDs con el inevitable catálogo de vídeos pornográficos. Eso fue
antes de que la piratería informática mandase su negocio al infierno. Que la mano derecha no sepa lo que hace la
izquierda.
Una tarde cualquiera, en un estanco
cualquiera, una niña de siete u ocho años entra con un billete de veinte euros
pidiendo cambio. El estanquero toma el billete y lo examina brevemente, pero ya
sabe lo que hay: es falso. No es la primera vez. La madre de la niña la espera
sentada en un banco de la plaza cercana. El estaquero le devuelve el billete a
la niña y por enésima vez le dice que vaya y le diga a su madre que el billete
no es bueno. La niña protesta con descaro. Ya apunta maneras.
En un teatro cualquiera, una artista (que no
es una artista cualquiera) canta por amor al arte para recaudar fondos que
ayuden a un grupo de profesionales a recuperar mentes y vidas que han perdido
el rumbo. Los recortes de una administración rapaz amenazan con cortar las alas
a aquellos que luchan por el bien común, que tratan de construir una sociedad
mejor ayudando a las personas a ser mejores.
Todo esto ocurre en la misma ciudad, la mía,
en cuarenta y ocho horas. Almas rotas, almas hipócritas, almas abandonadas y
almas nobles que se luchan contra viento y marea. Todas juntas componen un
collage abigarrado de claroscuros brutales que se multiplica en un gigantesco
caleidoscopio por todo el planeta. Asomarse a los informativos marea y da vértigo.
¿Qué nos queda?
Queda usted, quedo yo… quedamos los que no
perdemos la esperanza.
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