He pasado más días que de
costumbre sin escribir porque he estado muy liado y además al final he
terminado muerto de agotamiento. No es una disculpa. Es un hecho.
Alguien definió la psicología
como la ciencia que estudia el comportamiento humano, sin embargo yo creo que
lo que da un sentido a su existencia es el alivio del sufrimiento humano. Para
eso entré en la facultad hace veinte años y para eso voy a trabajar todos los
días. Quizá algunas personas se sobrecogerían si pudiesen sentir en carne
propia la intensidad del sufrimiento que se agazapa dentro de quien llega a la
comunidad terapéutica para tratar sus problemas de adicción.
El sábado regresé a casa después de pasar dos
días trabajando con un grupo de veinte usuarios de la comunidad junto con una
compañera de equipo. La temática del trabajo terapéutico a trabajar era
delicada y no la mencionaré. Baste decir que dentro de aquella casa los
terapeutas sólo nos limitamos a acompañar a aquellas personas en su ardua tarea
de exteriorizar el dolor e iniciar un duro camino para integrarlo en su psique
de la manera más equilibrada posible. El proceso que ha de seguir un alma
atormentada para aceptar todo lo que rechaza de sí misma es largo y accidentado.
Como he dicho, regresé a casa molido como la pimienta,
pero pletórico, satisfecho y agradecido de que un grupo de usuarios y de sus
familiares nos hayan dejado aportar un pequeño granito de arena en sus
historias personales. Se siente uno abrumado por la conmovedora necesidad que
se ve en ellos de dejar de sufrir por sufrir.
Los que trabajamos en esto tenemos claro que
nosotros no aliviamos nada, sólo acompañamos a otros mientras se alivian a sí
mismos. Esa es la función del terapeuta. Sé que en los tiempos que vivimos con
crisis económica, paro, desahucios, dos millones de niños viviendo por debajo
del umbral de la pobreza y toda la realidad atroz que amenaza con arruinar
nuestra sociedad, pueden parecer insignificantes los dramas personales de
personas que han errado su camino; sin embargo es así justamente, sólo parecen
insignificantes. A veces, cuando paseo a los perros por la noche, mi mirada se
eleva hacia las ventanas iluminadas de los edificios y me pregunto cuanto mal
anida detrás de ellas. Antes o después una parte de ese mal entrará por las puertas
de la comunidad terapéutica. Así ha sido, es y será con o sin crisis.
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