martes, 20 de noviembre de 2012

SUFRIENTES


He pasado más días que de costumbre sin escribir porque he estado muy liado y además al final he terminado muerto de agotamiento. No es una disculpa. Es un hecho.

Alguien definió la psicología como la ciencia que estudia el comportamiento humano, sin embargo yo creo que lo que da un sentido a su existencia es el alivio del sufrimiento humano. Para eso entré en la facultad hace veinte años y para eso voy a trabajar todos los días. Quizá algunas personas se sobrecogerían si pudiesen sentir en carne propia la intensidad del sufrimiento que se agazapa dentro de quien llega a la comunidad terapéutica para tratar sus problemas de adicción.

 El sábado regresé a casa después de pasar dos días trabajando con un grupo de veinte usuarios de la comunidad junto con una compañera de equipo. La temática del trabajo terapéutico a trabajar era delicada y no la mencionaré. Baste decir que dentro de aquella casa los terapeutas sólo nos limitamos a acompañar a aquellas personas en su ardua tarea de exteriorizar el dolor e iniciar un duro camino para integrarlo en su psique de la manera más equilibrada posible. El proceso que ha de seguir un alma atormentada para aceptar todo lo que rechaza de  sí misma es largo y accidentado.

 Como he dicho, regresé a casa molido como la pimienta, pero pletórico, satisfecho y agradecido de que un grupo de usuarios y de sus familiares nos hayan dejado aportar un pequeño granito de arena en sus historias personales. Se siente uno abrumado por la conmovedora necesidad que se ve en ellos de dejar de sufrir por sufrir.

 Los que trabajamos en esto tenemos claro que nosotros no aliviamos nada, sólo acompañamos a otros mientras se alivian a sí mismos. Esa es la función del terapeuta. Sé que en los tiempos que vivimos con crisis económica, paro, desahucios, dos millones de niños viviendo por debajo del umbral de la pobreza y toda la realidad atroz que amenaza con arruinar nuestra sociedad, pueden parecer insignificantes los dramas personales de personas que han errado su camino; sin embargo es así justamente, sólo parecen insignificantes. A veces, cuando paseo a los perros por la noche, mi mirada se eleva hacia las ventanas iluminadas de los edificios y me pregunto cuanto mal anida detrás de ellas. Antes o después una parte de ese mal entrará por las puertas de la comunidad terapéutica. Así ha sido, es y será con o sin crisis.

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