Si
buscamos en el diccionario de la Real Academia Española la palabra “tecnología”
encontraremos la siguiente definición: “Conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento
práctico del conocimiento científico”. Es una definición maravillosa, cargada de
buenas intenciones. Ese “aprovechamiento
práctico del conocimiento científico” parece justo lo que debería ser: un
aprovechamiento práctico… pero, ¿para
quién? A la luz de mi reciente experiencia, la cuarta acepción del término me
parece más adecuada: “Conjunto de los
instrumentos y procedimientos industriales de un determinado sector o producto”.
“Procedimientos industriales”, “sector”, “producto”… Este lenguaje ya me
suena más.
Déjenme que les hable de mi coche. Se trata de
un Skoda Fabia de 2005, familiar (esto es, con el culo largo), con motor turbodiésel
de 1400 cm cúbicos y 75 CV; potencia más que suficiente para un conductor
civilizado y con un consumo más que razonable para un padre de familia con
presupuesto limitado. Lo cierto es que tras 185.000 kilómetros me ha dado muy
pocos problemas y es de agradecer. Sea quizás por lo poco habituado que estoy a
hacer grandes desembolsos a causa del coche, se me cayó el alma a los pies
cuando le di al botón del elevalunas y el cristal de mi ventanilla se quedó
bajado tras un sordo crac en el interior de la puerta.
El elevalunas eléctrico es una de las paridas
tecnológicas más chorras que ha parido la mente humana, pues ya me dirán qué
problema supone accionar una manivela para abrir y cerrar una ventana. Tenemos
que abrir y cerrar a mano las ventanas de casa y no se nos caen los anillos por
ello, pero no, en el coche hay que abrir y cerrar la ventanilla dándole a un botón
mientras ponemos cara de “mira cómo mola”. Eso los que van delante. Al menos en
los coches de pobre como el mío los que van detrás se joden y le tienen que dar
a la manivela. Si se me cayó el alma a los pies es porque fui consciente de que
una reparación del elevalunas me iba a costar de 200 euracos para arriba (muy
para arriba) y no es que tal cantidad se me vaya cayendo entre los cojines del
sofá precisamente. Por otra parte el elevalunas no es el tipo de cosa que
puedas dejar sin arreglar, como el posavasos retráctil (otra parida) que se me
murió tiempo ha.
¿Qué hace un tipo inteligente, práctico y
humilde como yo en estos casos? Una vez superado el pensamiento irracional de
arreglarlo yo mismo (quien me conoce sabe de mi absoluta inutilidad manual)
hice lo único razonable en mi caso: pedir ayuda. Ésta me llegó en la forma del
marido de una compañera de trabajo, mecánico de profesión, amable y
voluntarioso que me acompañó a comprar las piezas precisas en un desguace.
Un desguace es un sitio raro, poco más que un
basurero, pero con un regusto siniestro, algo así como el cementerio de
elefantes de las viejas pelis de Tarzán. Las montañas de coches despanzurrados
te miran inquietantemente con ojos vacíos y el aire de decadencia nos habla de
la futilidad de los bienes materiales: por caro y molón que sea un coche, al
final no es más que chatarra.
Un oscuro y enclenque personaje, sin dientes,
renegrido por el sol y vestido con un mono que se tenía en pie solo de mierda
que llevaba incrustada nos sacó un elevalunas de los restos de un Fabia. Polea,
cables, guías y motor eléctrico van montadas sobre una plancha de acero que va
fijada a la puerta mediante remaches. ¡Remaches! A ver si lo entiendo: le
ponemos a una puerta de un coche un elevalunas eléctrico que cuesta una pasta,
pero en cambio lo fijamos mediante un sistema que tiene siglos de antigüedad y
que se usa para ensamblar piezas per-ma-nen-te-men-te.
¿Tanto cuesta poner unos puñeteros tornillos en una pieza que probablemente
antes o después haya que quitar para efectuar reparaciones?
Lo más gracioso de todo es que por un cable de
acero roto (ese era el problema) hay que retirar todo el cableado interno de la
puerta, desmontar la cerradura de la misma, romper los remaches de la puta
placa metálica, poner las piezas compradas en el desguace (40 euros de vellón),
fijarle la luna, volver a remachar, volver a colocar los cables, volver a
montar la cerradura (porque con la cerradura montada no se puede sacar o meter
el elevalunas, vaya usted a saber por qué) y después de muchas maldiciones poner
la cartonera de la puerta en su sitio.
La industria no nos sirve, nunca lo ha hecho,
sólo pretende chuparnos la sangre.
Cuando la tecnología deja de servir al ser
humano para pasar a servir al capital, se convierte en un monstruo. El
elevalunas eléctrico, lo mismo que las mil chorradas que adornan y adulteran
nuestros coches, no están al servicio de nuestra comodidad, sino al del negocio de las casas de automóviles, que
hacen su agosto en el servicio postventa, con el engañabobos de la garantía y
la falacia de la supuesta mayor calidad del servicio oficial. Negocio, negocio,
negocio y todos a dejarnos desplumar alegremente como los primos que somos.
Realmente echo de menos mi primer coche, un
viejo Ford Fiesta de 1981, más feo que su puñetera madre, pero más simple que
el mecanismo de un chupete. Un coche debe llevarte y traerte y protegerte del
frio y la lluvia. Todo lo demás son chorradas.
La tecnología sirvió al hombre primitivo para
sobrevivir en su entorno, pero hoy nos idiotiza, nos crea necesidades que no
tenemos, nos vuelve torpes y perezosos y por si fuera poco arrogantes por el
simple hecho de poseer la última paridita electrónica de la que el vecino
carece. Hoy puedo volver a cerrar la ventanilla de mi coche por cuarenta
euritos gracias a la ayuda de una buena persona que no sólo me ha permitido
ahorrarme una pasta, sino también sentirme un poco menos primo estafado y
manipulado por el puto sistema… y eso no tiene precio.
Coches... mejor no haberme comprado ninguno. Desde hace una semana sólo hace darme disgustos y serios. Pasado el susto, sólo queda admitiir que me alegro de tenerlo!!
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