domingo, 7 de julio de 2013

TECNOLOGÍA INÚTIL

  Si buscamos en el diccionario de la Real Academia Española la palabra “tecnología” encontraremos la siguiente definición: Conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico”. Es una definición maravillosa, cargada de buenas intenciones. Ese “aprovechamiento práctico del conocimiento científico” parece justo lo que debería ser: un aprovechamiento práctico… pero, ¿para quién? A la luz de mi reciente experiencia, la cuarta acepción del término me parece más adecuada: “Conjunto de los instrumentos y procedimientos industriales de un determinado sector o producto”. “Procedimientos industriales”, “sector”, “producto”… Este lenguaje ya me suena más.

 Déjenme que les hable de mi coche. Se trata de un Skoda Fabia de 2005, familiar (esto es, con el culo largo), con motor turbodiésel de 1400 cm cúbicos y 75 CV; potencia más que suficiente para un conductor civilizado y con un consumo más que razonable para un padre de familia con presupuesto limitado. Lo cierto es que tras 185.000 kilómetros me ha dado muy pocos problemas y es de agradecer. Sea quizás por lo poco habituado que estoy a hacer grandes desembolsos a causa del coche, se me cayó el alma a los pies cuando le di al botón del elevalunas y el cristal de mi ventanilla se quedó bajado tras un sordo crac en el interior de la puerta.

 El elevalunas eléctrico es una de las paridas tecnológicas más chorras que ha parido la mente humana, pues ya me dirán qué problema supone accionar una manivela para abrir y cerrar una ventana. Tenemos que abrir y cerrar a mano las ventanas de casa y no se nos caen los anillos por ello, pero no, en el coche hay que abrir y cerrar la ventanilla dándole a un botón mientras ponemos cara de “mira cómo mola”. Eso los que van delante. Al menos en los coches de pobre como el mío los que van detrás se joden y le tienen que dar a la manivela. Si se me cayó el alma a los pies es porque fui consciente de que una reparación del elevalunas me iba a costar de 200 euracos para arriba (muy para arriba) y no es que tal cantidad se me vaya cayendo entre los cojines del sofá precisamente. Por otra parte el elevalunas no es el tipo de cosa que puedas dejar sin arreglar, como el posavasos retráctil (otra parida) que se me murió tiempo ha.

 ¿Qué hace un tipo inteligente, práctico y humilde como yo en estos casos? Una vez superado el pensamiento irracional de arreglarlo yo mismo (quien me conoce sabe de mi absoluta inutilidad manual) hice lo único razonable en mi caso: pedir ayuda. Ésta me llegó en la forma del marido de una compañera de trabajo, mecánico de profesión, amable y voluntarioso que me acompañó a comprar las piezas precisas en un desguace.

 Un desguace es un sitio raro, poco más que un basurero, pero con un regusto siniestro, algo así como el cementerio de elefantes de las viejas pelis de Tarzán. Las montañas de coches despanzurrados te miran inquietantemente con ojos vacíos y el aire de decadencia nos habla de la futilidad de los bienes materiales: por caro y molón que sea un coche, al final no es más que chatarra.

 Un oscuro y enclenque personaje, sin dientes, renegrido por el sol y vestido con un mono que se tenía en pie solo de mierda que llevaba incrustada nos sacó un elevalunas de los restos de un Fabia. Polea, cables, guías y motor eléctrico van montadas sobre una plancha de acero que va fijada a la puerta mediante remaches. ¡Remaches! A ver si lo entiendo: le ponemos a una puerta de un coche un elevalunas eléctrico que cuesta una pasta, pero en cambio lo fijamos mediante un sistema que tiene siglos de antigüedad y que se usa para ensamblar piezas per-ma-nen-te-men-te. ¿Tanto cuesta poner unos puñeteros tornillos en una pieza que probablemente antes o después haya que quitar para efectuar reparaciones?

 Lo más gracioso de todo es que por un cable de acero roto (ese era el problema) hay que retirar todo el cableado interno de la puerta, desmontar la cerradura de la misma, romper los remaches de la puta placa metálica, poner las piezas compradas en el desguace (40 euros de vellón), fijarle la luna, volver a remachar, volver a colocar los cables, volver a montar la cerradura (porque con la cerradura montada no se puede sacar o meter el elevalunas, vaya usted a saber por qué) y después de muchas maldiciones poner la cartonera de la puerta en su sitio.

 La industria no nos sirve, nunca lo ha hecho, sólo pretende chuparnos la sangre.

 Cuando la tecnología deja de servir al ser humano para pasar a servir al capital, se convierte en un monstruo. El elevalunas eléctrico, lo mismo que las mil chorradas que adornan y adulteran nuestros coches, no están al servicio de nuestra comodidad, sino al  del negocio de las casas de automóviles, que hacen su agosto en el servicio postventa, con el engañabobos de la garantía y la falacia de la supuesta mayor calidad del servicio oficial. Negocio, negocio, negocio y todos a dejarnos desplumar alegremente como los primos que somos.

 Realmente echo de menos mi primer coche, un viejo Ford Fiesta de 1981, más feo que su puñetera madre, pero más simple que el mecanismo de un chupete. Un coche debe llevarte y traerte y protegerte del frio y la lluvia. Todo lo demás son chorradas.


 La tecnología sirvió al hombre primitivo para sobrevivir en su entorno, pero hoy nos idiotiza, nos crea necesidades que no tenemos, nos vuelve torpes y perezosos y por si fuera poco arrogantes por el simple hecho de poseer la última paridita electrónica de la que el vecino carece. Hoy puedo volver a cerrar la ventanilla de mi coche por cuarenta euritos gracias a la ayuda de una buena persona que no sólo me ha permitido ahorrarme una pasta, sino también sentirme un poco menos primo estafado y manipulado por el puto sistema… y eso no tiene precio.

1 comentario:

  1. Coches... mejor no haberme comprado ninguno. Desde hace una semana sólo hace darme disgustos y serios. Pasado el susto, sólo queda admitiir que me alegro de tenerlo!!

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